La República Democrática del Congo (RDC) y Ruanda han dado un nuevo paso en el difícil camino hacia la paz. Ambos países firmaron este jueves en Washington un acuerdo de alto el fuego auspiciado por la Unión Africana y apoyado por Estados Unidos que “pone fin a décadas de guerra”, según proclamó Donald Trump. El acuerdo incluye el compromiso de Ruanda de retirar su apoyo a la milicia M23 —que actualmente controla gran parte de la región congoleña de Kivu del Norte— y el despliegue de observadores regionales para supervisar el cumplimiento. Estados Unidos es parte interesada en el acuerdo entre ambos países. Como ya dejó entrever hace unos meses el propio Trump, la participación de Estados Unidos estaba supeditada al acceso a parte de los recursos minerales del país. Y así ha sido. Durante la ceremonia, el mandatario dijo que el acuerdo dará a Estados Unidos nuevas oportunidades de acceso a “minerales críticos” y dijo que enviará a empresas estadounidenses a llevar a cabo labores de extracción.
Aunque el acuerdo supone un avance diplomático en el conflicto entre ambos países, la estabilidad de la firma depende de la predisposición de los grupos armados a acatar las condiciones pactadas. Mientras se celebraba la reunión, se registraron nuevos enfrentamientos entre el ejército congoleño y el M23. La ONU calcula que casi 7 millones de personas se encuentran desplazadas internamente en la RDC. El conflicto en el este del Congo hunde sus raíces en el odio étnico entre hutus y tutsis, pero también entra en juego el acceso a uno de los suelos más fértiles en minerales críticos para la industria tecnológica con decenas de minas de oro, coltán, diamantes o casiterita, entre otros.
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