Cómo todos los sábados, nuestro Rickshaw sale a rodar para recorrer la actualidad internacional esta semana. Arrancamos con la situación en Gaza, nos fijamos en la cumbre de los BRICS en Rusia y analizamos el atentado contra una empresa aeroespacial en Turquía. La imagen de la semana muestra el impacto de la escasez de alimentos en la Franja. Y hacemos paradas también en Estados Unidos, Italia, Cuba y Perú.
Es sábado y arrancamos los motores del rickshaw para repasar algunas de las noticias más importantes de la semana. Esta semana ponemos el foco en la situación en Oriente Próximo, la misión espacial de SpaceX y la reforma judicial en México. La imagen de la semana muestra las consecuencias de las inundaciones en Nigeria. Y hacemos paradas también en Senegal, España y Venezuela, Estados Unidos, y Perú.
El planeta no es una bola de fuego. Las guerras no son inevitables. El número de personas refugiadas, aunque haya crecido en la última década, es perfectamente asumible con los recursos económicos, sociales e incluso legales disponibles en buena parte del mundo. No es un argumento para quitar importancia a los conflictos, sino para acabar con la idea de que las necesidades de estas personas —una minoría absoluta— son inabarcables.
Desde su nacimiento, 5W ha sido vocal en la denuncia de la violación de los derechos humanos en las fronteras, en la defensa de las vidas humanas, en el repudio de las guerras y las masacres. Pero también hemos intentado aportar luz para explicar que esas guerras tienen responsables y no se producen de forma natural, automática, como si la violencia fuera algo intrínseco al ser humano.
El catastrofismo genera una apatía desmovilizadora. El Día Mundial de las Personas Refugiadas parece un buen momento para constatar que esas personas, las que han cruzado una frontera internacional huyendo de la violencia, apenas suponen el 0,5% de la población mundial (serían 1,5% si contamos a las personas desplazadas dentro de un mismo país). Son, en concreto, 43,5 millones, según el último informe de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur). Esta cifra incluye 37,4 millones bajo el mandato de Acnur, 5,8 millones de personas en una situación asimilable a los refugiados y 6 millones de palestinos que están bajo el mandato de la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (Unrwa). En este colectivo también se halla, por ejemplo, el éxodo venezolano (6,1 millones), pese a que técnicamente no huye de una guerra.
A través de nuestras habituales 5W, reflexionamos sobre cómo está confeccionado y cómo se podría enmendar ese mapa global de la injusticia. También repasamos los equívocos que hay sobre la población desplazada y refugiada.
El país del cual han salido más refugiados en todo el planeta no sufre una guerra reciente. Es un palimpsesto: un lugar donde un conflicto ha ido sustituyendo a otro, sin soluciones para sus víctimas. Desde la invasión soviética en la década de 1980, Afganistán empezó a liderar esas nefastas listas de personas refugiadas por su origen. A mediados de la década de 2010 Siria pasó a ser el país del cual salían más refugiados. A finales de 2022 tomó el relevo Ucrania, pero Afganistán ha recuperado ahora ese liderato que nadie quiere tener. Casi 6,4 millones de afganos son refugiados. La gran mayoría vive en los países vecinos: Irán acoge a 3,8 millones y Pakistán a 2 millones (pese a que hay estimaciones de que centenares de miles más residen en este último país de forma irregular). La huida del régimen talibán no es activa —ni demasiado factible ahora mismo—, pero la actualización de los datos en Pakistán y sobre todo el recuento que ha hecho Irán explican que el número de refugiados afganos haya subido.
El dolor de esta comunidad se ahonda debido a la falta de generosidad de Occidente, particularmente de Estados Unidos, cuyas tropas estuvieron desplegadas en el país durante dos décadas, antes de que los talibanes volvieran al poder en 2021. El mundo ha pasado página y ya no mira a Afganistán. Sigue siendo una de las grandes heridas del planeta, pero no hay interés en curarla.
Es cierto que el fracaso de la paz y el estallido de nuevas guerras han hecho aumentar el número global de personas desplazadas por la violencia. La ofensiva israelí en Gaza nos ha puesto ante un momento trascendente de la historia, de indudable trasfondo ético: las artimañas que la relatora especial de la ONU Francesca Albanese describe en su informe Anatomía de un genocidio sugieren la antesala de una muerte que no vimos venir: la del derecho internacional humanitario. Sudán, décadas después del genocidio de Darfur, se ha revelado como una de las peores crisis de desplazamiento interno, de esos refugiados invisibles, que no se ven, porque no cruzan la frontera. Ucrania va a por su tercer año de una guerra a la que no se ve fin.
Todo eso es cierto. Pero también lo es que el planeta no está inundado de personas que huyen despavoridas de guerras que se multiplican y a las cuales es imposible ayudar. Es posible una acción legal y humanitaria para estar a su lado en el momento más difícil de sus vidas. El problema es que no hay voluntad política y popular para hacerlo. O solo la hay en algunos casos, como el de Ucrania.
A finales de 2023 —fecha en la que se cierra el informe anual de Acnur que se acostumbra a difundir en junio—, 117,3 millones estaban desplazadas a causa de la violencia en todo el mundo. Más de la mitad de ellas, 68,3 millones, se hallaban desplazadas dentro de su propio país, es decir, no habían cruzado fronteras internacionales. La dinámica es al alza, sobre todo en cuanto a las personas desplazadas, pero no es un crecimiento irracional al que no se pueda dar respuesta. Ha habido años en los que los refugiados no han crecido tanto, pero también ha habido picos (Siria, Ucrania…). El mejor dibujo de la realidad refugiada no es un gráfico de crecimiento exponencial, sino uno de crecimiento sostenido con algunos picos.
La alerta anual de récords históricos de refugiados distorsiona esta realidad. La denuncia de las crisis humanitarias —nuevas y viejas— es urgente y necesaria, pero a veces medios y organizaciones torturan las estadísticas para que sugieran más de lo que dicen. En este último informe, por ejemplo, Acnur destaca cómo el desplazamiento forzoso se está acelerando: “Durante los últimos 25 años, la cifra media de personas obligadas a huir en un año ha sido de 14,3 millones, mientras que entre 2021 y 2023, esa media ha excedido los 27,8 millones, casi el doble que la media de los últimos 25 años”. Un cuarto de siglo sí muestra una tendencia, pero dos años —con la guerra de Ucrania de por medio—, no.
Solo entre octubre y diciembre de 2023, la ofensiva israelí desplazó a 1,7 millones de personas dentro de la Franja de Gaza. Población que, en su mayoría —recordémoslo—, ya era refugiada. Es una cifra modesta comparada con la de otros lugares del planeta, pero las cifras absolutas, de nuevo, mienten o no dicen toda la verdad: 1,7 millones de personas es el 75% de la población gazatí. La Franja entera está bajo asedio, y algunos números no saben contarlo.
Sudán es la nueva guerra silenciada que contribuye a que el panorama global sea aún más sombrío. Seis millones de personas se han visto desplazadas, y 1,2 millones han huido a países vecinos. Es otro conflicto-palimpsesto, porque en él hay ecos del genocidio de Darfur, y porque de Sudán, antaño el país con más superficie de África, se desmembró Sudán del Sur en 2011, que también ha sufrido su particular guerra civil. Sudán es el ejemplo de guerra desatendida y de una población que cuelga del alambre.
Birmania y la República Democrática del Congo son otros dos países donde la situación empeoró en 2023. En Birmania, 1,3 millones de personas se vieron forzadas a huir en el marco de unas guerras intestinas que se superponen al éxodo rohinyá a Bangladesh a causa de la ofensiva birmana de 2017. Por cierto: como en el caso de Sudáfrica con Israel, también un Estado africano —Gambia— denunció en su momento a Birmania ante la Corte Internacional de Justicia por genocidio. No hay más noticias de ese proceso.
El enésimo resurgimiento de la violencia en el este de la República Democrática del Congo completa el cuadro de crisis humanitarias silenciadas. Son 3,8 millones de personas desplazadas en 2023, un movimiento inscrito en una dinámica de dos décadas en la que la violencia obliga a la gente a huir una y otra vez en este rincón del mundo en el que potencias como Ruanda tienen un interés estratégico.
En todos estos lugares fracasó y fracasa la paz.
Las soluciones a esa crisis de refugio que a veces parece que inunde el planeta pero que en realidad puede atenderse no está en Occidente, sino en los países de ingresos medios y bajos. Ahí sí que los datos no engañan: estos países acogen el 75 por ciento de los refugiados y de las personas que necesitan protección internacional, según Acnur.
¿Cuáles son, en concreto, los cinco países que más acogen? Por este orden: Irán (3,8 millones, la mayoría de Afganistán), Turquía (3,3 millones, la mayoría de Siria), Colombia (2,9 millones de venezolanos), Alemania (2,6 millones) y Pakistán (2 millones). Solo uno de ellos, pues, es europeo. Hay un motivo claro: el primer lugar al que se huye es a pie, a través de la frontera. Pero esta lista también refleja que ni funcionan los reasentamientos a terceros países ni hay un sistema internacional de reparto justo de las personas refugiadas.
Mientras, las peticiones de asilo —sobre todo en los países occidentales— se acumulan. Son ya 6,9 millones, según Acnur. Una buena noticia es que la tasa global de protección, que Acnur usa para determinar la proporción de las peticiones de protección internacional aceptadas, ha pasado del 55% al 59%, en buena parte por las que se hacen de forma automática o casi automática atendiendo a la nacionalidad (Ucrania en Europa, Sudán en los países africanos colindantes). La mala noticia es que, tal y como denuncia la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), España está a la cola en cuanto a la tasa de reconocimiento de asilo, que empeoró en cuatro puntos respecto al año anterior (12%, frente al 42% europeo).
El asilo y cualquiera de las otras formas de protección internacional siguen siendo un privilegio. Lo dicen las estadísticas que no están: las solicitudes que nunca se llegan a procesar. Las fronteras, la burocracia que hay que afrontar, los escollos y los vericuetos legales, el miedo, la desinformación. Pero esa no es una dinámica que deba reproducirse ad infinitum. Hay herramientas legales para ayudar a la gente que huye de la guerra y la violencia. Los que se saben desenvolver mejor para pedir el asilo o parten con ventaja por su posición socioeconómica no tienen por qué disfrutar de prioridad. La directiva temporal de protección automática que la Unión Europea usó para ayudar a las personas refugiadas de Ucrania es un buen ejemplo. Todas las poblaciones que huyen de la guerra merecen la misma protección.
En esta nueva charla online, el periodista Javier Sánchez conversa con el director de 5W, Agus Morales, y la editora gráfica, Anna Surinyach, sobre el nuevo número en papel de 5W: ‘Jóvenes’.
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— ¿Estás en clase?
—Sí.
—¡Tienes que irte! Los terroristas están llegando al lugar donde estáis.
Bastó con la llamada de un compañero para que Maimouna Ouedraogo abandonara la que hasta entonces había sido su escuela, en el suroeste de Burkina Faso. Ouedraogo, de 45 años, ha enseñado en centros educativos con el francés como lengua vehícular y también en centros bilingües —francés y diola—, y dice que lo que más le gusta de su trabajo es el trato con los niños. La suya es una tarea importante en un país tan joven, donde la media de edad es de solo 17 años. La profesora hace una pausa y sonríe con nostalgia cuando recuerda a sus alumnos, de los que todavía guarda fotos y vídeos en su móvil: dice que la vida del profesor es así, que va cambiando de destino cada cierto tiempo, pero aquella era la primera vez que lo hacía de forma forzada.
Tras recibir la advertencia de su compañero, la profesora se quedó temblando. Avisaron al inspector local, que invitó a los educadores a mantener la calma y seguir trabajando, pero Ouedraogo no quiso esperar. “En esas condiciones ya no podíamos enseñar”, dice. Aquel día el inspector tuvo razón y no hubo ningún incidente, pero la decisión de los profesores de abandonar la escuela los acabó salvando. “Hubo ataques en esa zona y todas las escuelas acabaron cerradas”, recuerda Ouedraogo. Ahora vive en Bobo-Dioulasso, la segunda ciudad más poblada del país, a la espera de ser reasignada a otro centro. Es una de las más de dos millones de personas desplazadas en Burkina Faso, el 8% de la población de un territorio con 22 millones de habitantes. Los ataques terroristas se concentran en el noreste, pero han desestabilizado todo el país. En la región donde está Bobo-Dioulasso, solamente durante el pasado octubre hubo cuatro ataques violentos, según la organización Armed Conflict Location and Event Data Project. El informe anual sobre terrorismo del Institute of Economics and Peace concluye que el Sahel tuvo en 2022 más muertos por terrorismo que el Sur de Asia, Oriente Medio y el Norte de África juntos. En total, el 43% de las muertes globales por terrorismo fueron en esta región, con una concentración especial en dos países: Mali y Burkina Faso.
Junto a Ouagadougou, la capital, las zonas urbanas como Bobo-Dioulasso se han convertido en el refugio de los burkineses que huyen del peligro. Llegan sin ser invitados, apenas reciben ayuda del Gobierno, y los lazos familiares y vecinales se convierten en los últimos mecanismos de supervivencia y acogida. Ouedraogo, al disponer de un sueldo fijo, pudo pedir un préstamo para ayudar a su hermano a escapar. Los sueldos de un profesor en Burkina Faso dependen de la categoría y la experiencia, pero rondan los 200.000 francos CFA mensuales (poco más de 300 euros); Maimouna Ouedraogo pidió un préstamo de 250.000 francos CFA (381 euros) que ha ido devolviendo poco a poco. Ya casi ha liquidado su deuda.
La inseguridad ha generado nuevos negocios como el de Liz Aviation: esta aerolínea hace el trayecto entre la capital, Ouagadougou, y Bobo-Dioulasso. La ciudad es un pequeño oasis en una tierra cada vez más seca; la temperatura es alta, pero su vegetación es muestra de que allí hay más agua y lluvias que en la capital, que concentra el poder político e institucional. Pese a su incesante proceso de desertificación, la capital alberga el 10% de la población del país, y los burkineses siguen la tendencia que está cambiando el continente africano: el desplazamiento de las zonas rurales a las urbanas. Desde el avión, la transición de una ciudad a la otra es como ver países diferentes. Los viajes cuestan 70 euros y sirven para convivir durante un rato con la clase media-alta burkinesa. A la ida, el vuelo va lleno; la vuelta es lo más parecido a ir en avión privado: la población local, mayoritariamente, sigue haciendo el trayecto en autobús.
Una vez en la ciudad, el medio de transporte preferido de los bobolais (el gentilicio de los habitantes de Bobo-Dioulasso) es la moto —la mayoría fabricadas en China—. El tráfico es abundante pero discurre apaciblemente, y las paradas en los semáforos y los peajes son una oportunidad de mercado: decenas de jóvenes se acercan para vender plátanos, mangos, cacahuetes o anacardos. En la mayoría de los casos no lo consiguen, pero se lo toman con deportividad y desean un buen camino a los viajeros. A las afueras de la ciudad, rumbo hacia el este, un cartel anuncia la amistad entre China y Burkina Faso al lado de un gran hospital en construcción.
A ambos lados de la carretera y con el paso de los kilómetros, los mercaderes son sustituidos paulatinamente por vegetación, arbustos y caminos que conducen a campos de maíz. Las infraestructuras van desapareciendo: el asfalto cede ante la arena rojiza, y los baches convierten la conducción en una ruta serpenteante. Los motoristas amortiguan los problemas estructurales con destreza y los coches encajan los golpes como pueden. En ambos casos, los vehículos se convierten en un acontecimiento: si en la ciudad son invisibles, en las zonas rurales captan todas las miradas. En Kotedougou, un pueblo rural a unos 20 kilómetros de Bobo-Dioulasso, una de las actividades económicas es la transformación del algodón en un tipo de tela tradicional llamada Faso Dan Fani que adquirió un significado político durante los años de gobierno de Thomas Sankara, el líder más popular de la historia burkinesa.
Francia convirtió Alto Volta —el nombre del territorio durante el colonialismo francés y los primeros años de independencia— en una gran plantación de algodón. De esta manera, seguía la tendencia que había marcado en otras colonias de África Occidental, centradas en la producción de cacao (Costa de Marfil), cacahuetes (Senegal) o algodón (Mali y Burkina Faso). Todas orientaban sus exportaciones hacia París y eran administradas a través de gobernadores coloniales. Tras las independencias en la década de 1960, la continuidad de esa relación se aseguró a través del franco CFA, una moneda fuerte ligada al franco francés —ahora al euro— que dificultaba cualquier intento de industrialización: las exportaciones perdían competitividad por el uso de esa moneda, que a la vez incentivaba la compra de productos en el extranjero. Al forzar a las antiguas colonias a seguir importando productos franceses, estas debían pedir prestado y pagaban la deuda resultante vendiendo lo que más a mano tenían: algodón, cacao y cacahuetes.
Los gobernadores coloniales dieron paso a presidentes con poco margen de maniobra, y en Burkina Faso las primeras dos décadas de independencia se solventaron con seis años de partido único y tres golpes de Estado militares, con regímenes que cada vez duraban menos tiempo. En 1983 llegó el cuarto golpe, liderado por un capitán de 34 años, Thomas Sankara. A diferencia de sus predecesores, Sankara libró un combate contra los privilegios de los terratenientes y los gobernantes, promovió con éxito la autosuficiencia alimentaria y eligió a mujeres como ministras en su Gobierno. También cambió el nombre del país a Burkina Faso, una mezcla de los idiomas mooré y diola que significa “el país de los hombres íntegros”, y dio ejemplo de ello bajando su sueldo y el de sus ministros. Su popularidad se disparó más allá de Burkina Faso, en parte gracias a sus apariciones públicas para criticar a la antigua metrópolis: “Francia no entiende a África, y es hora de que lo haga”, dijo en una ocasión.
Para reforzar la idea de la autosuficiencia económica, Sankara promovió el uso del Faso Dan Fani, el tejido burkinés, entre los funcionarios. Su idea principal era una industrialización basada en el desarrollo de la agricultura: de esa manera, el consumo local estimularía el empleo y generaría sinergias positivas para toda la población. La propuesta del impago de la deuda a los acreedores de los países ricos, durante una cumbre en julio de 1987, fue otro de sus mensajes más recordados: “Si soy el único en proponer esto, no estaré aquí en la próxima conferencia”, dijo, y los presidentes africanos presentes en la sala aplaudieron entre risas. Fue su última gran aparición internacional. Pese a su popularidad, Sankara terminaría concentrando buena parte del poder, igual que sus predecesores; aisló del gobierno al ala civil que le criticaba y se fue quedando solo con los militares. Uno de ellos, su mejor amigo, Blaise Compaoré, lo traicionó y apoyó su asesinato el 15 de octubre de 1987. Compaoré aceptó la tutela de Francia y el FMI, y duró 27 años en el cargo. Fue el presidente más longevo en la historia de un país que sigue exportando la mayoría de su algodón sin procesar, y que depende de las importaciones de alimentos para subsistir.
En lo estructural, han cambiado pocas cosas tras su caída, en 2014. Tras poco más de seis años de gobierno civil, en 2022 hubo dos golpes de Estado militares más. El último, el 30 de septiembre de 2022, aupó al poder a Ibrahim Traoré, un capitán de 34 años. El año que viene, Burkina Faso tendrá que pagar casi 400 millones de dólares en servicio anual de la deuda; en el último comunicado del FMI tras un nuevo préstamo, aprobado a finales de septiembre, la institución declaró que las autoridades burkinesas estaban comprometidas con un programa de austeridad presupuestaria.
Sebazoum Tibiri tiene 19 años y habla con un hilo de voz mientras baja la mirada. A medida que avanza en sus explicaciones, su discurso gana fuerza y confianza, aunque nunca cambia el tono. Es la otra cara de la moneda. Si Maimouna Ouedraogo tuvo que dejar atrás a sus alumnos, ella se quedó dos veces sin escuela por culpa de los ataques de grupos islamistas. Entre los cambios logísticos —en su pueblo no había cursos de secundaria— y los forzados, ha estudiado en cinco centros distintos. Los ataques fueron en Dira y en Djontala, dos aldeas en el noroeste de Burkina Faso, cerca de la frontera con Mali. En ambos casos, ella tuvo la suerte de evitarlos: “Quemaron los cuadernos y los archivos. Se escondían en el bosque, dispararon”, recuerda.
Los ataques a las escuelas tienen dos objetivos: el primero, apoderarse de los suministros de comida de las cantinas; el segundo, atemorizar a los maestros. Estos son considerados, tras los soldados, como un objetivo para los islamistas: sus enseñanzas están contaminando a la juventud burkinesa. Para Sebazoum, el profesor Sanou es una figura importante: fue su maestro cuando era más pequeña, mantuvo el contacto con él cuando dejó de ser su alumna, y coincidió de nuevo con él tras el último ataque. Esa vez, para quedarse.
Actualmente, Sebazoum vive en Bobo-Dioulasso junto a la familia del profesor Sanou, que ha decidido acogerla. Los padres de la joven siguen viviendo en Solenzo, a 70 kilómetros de la frontera con Mali —que también se enfrenta a insurgentes islamistas en su territorio—. Ella quiere llegar a la universidad. El profesor Sanou está técnicamente en paro mientras espera a que le asignen un nuevo destino. Él también tuvo que huir de su escuela por los ataques. Mientras aguarda, sigue enseñando en el patio de su casa a sus hijas, a las de los vecinos, a quien haga falta. Durante nuestra visita sale al patio, se pone ante una pequeña pizarra y enseña a dos niñas a leer y sumar. Señala las letras con la vara de madera y las niñas recitan en voz alta. Luego cogen la tiza y escriben los resultados de las sumas. La más pequeña no comete ningún error, y el profesor Sanou me mira orgulloso: “Es muy lista”.
La casa del profesor es una gran habitación dividida por una cortina. A un lado, las camas donde duermen todos; al otro, dos sofás y dos butacas alrededor de una mesa. Hace un calor sofocante, ligeramente aliviado por un ventilador que suma su ruido al del televisor. Es el día de homenaje a las Fuerzas Armadas y todas las noticias hablan del Ejército. Hay declaraciones sobre el estado de la guerra contra los terroristas, entrevistas a vendedores callejeros que piden bendiciones para el Ejército, partes de bajas de los terroristas e información sobre los territorios en disputa. El optimismo es una voluntad: la celebración reciente del Tour du Faso, una competición de ciclismo, se ha mostrado como una prueba de la resiliencia creciente del país.
El profesor Sanou espera volver a pisar una escuela pronto. Sebazoum Tibiri forma parte de esta determinación, que ella traslada a sus estudios: “La situación actual es frustrante, pero yo resisto. Rezo para tener el valor suficiente para hacer frente a esta realidad y que los ataques terroristas no sean el motivo de mi fracaso”, dice. También anima a los demás jóvenes a seguir luchando para formarse, una puerta que para ella estuvo a punto de cerrarse en dos ocasiones. En un futuro, una vez haya acabado sus estudios, se ve en el Ejército: “Mi ambición es convertirme en soldado y combatir por el país. No tengo miedo al terrorismo: si muero, será por Burkina Faso”.
En el libro Comprendre les attaques armées au Burkina Faso, el periodista burkinés Atiana Serge Oulon cuenta quiénes son los insurgentes más allá de las siglas cambiantes de los grupos, que van desde los asociados al Estado Islámico hasta el JNIM (Jama’at Nusrat al Islam wal-Muslimin, Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes), pasando por Ansaroul Islam. Según Oulon, los grupos se refuerzan mutuamente mediante el apoyo financiero y logístico transfronterizo y, en el caso de Burkina Faso, los líderes islamistas son sustituidos por otros en cuanto caen en combate. Respecto a las motivaciones de los nuevos insurgentes, Oulon subraya la económica: “El dinero actúa como un punto de atracción. En Ansaroul Islam, cada miembro recibe 150.000 francos CFA (229 euros) al mes”. El botín de los ataques se reparte de la siguiente manera: una quinta parte para el grupo y el resto “para los bandidos que han llevado a cabo la operación”. Cuando se consiguen armas en un saqueo, estas se pueden revender a otros combatientes. El kaláshnikov tiene un precio de hasta 400.000 francos (610 euros) si está en buen estado. El doble del sueldo de un maestro. En febrero de 2023, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (UNDP) publicó un informe sobre los insurgentes repartidos por los países del Sahel y Somalia, y señalaba cuál era la motivación del 25% de los entrevistados: disponer de una fuente de ingresos. El 22% se unieron para seguir a un familiar o a un amigo, y la motivación religiosa se encontraba en tercer lugar con un 17% de las respuestas.
“Lo vimos todo con nuestros ojos. Los atacantes degollaban a los hombres, no tenían piedad de nadie”. Mariam, de 74 años, perdió a su marido. Fatimata, de 68 años, sufrió el mismo destino. Son viudas y llegaron al pueblo de Kotedougou hace dos años, después de un trayecto de más de 500 kilómetros. Viven en una casa cerca del camino de arena que hay junto a la carretera que lleva hacia Bobo-Dioulasso. Escaparon de Boulsa, más allá de Ouagadougou, a pie, y caminaron 80 kilómetros hasta la ciudad de Kaya, al noroeste. Sus maridos eran dozos, cazadores tradicionales que, junto a los Voluntarios para la Defensa de la Patria (VDP), han reforzado al Ejército burkinés en su lucha contra los grupos islamistas. Junto a ellas hay otras cuatro mujeres. La más joven, Salimata, tiene 27 años y lleva a su hijo en brazos. Mariam y Fatimata hablan y responden a la mayoría de nuestras preguntas; el resto escucha. Las dos mujeres más veteranas son viudas, y las demás no saben si lo son: sus maridos quedaron atrás y no saben nada de ellos desde hace dos años. Bureima Zabré, de 41 años, es el único hijo de Mariam que sobrevivió a los ataques.
“Llegamos aquí sin nada, y hemos sobrevivido gracias a la gente de buena voluntad. De noche dormíamos en los arbustos”, recuerda Mariam. Tras llegar a Kaya, negociaron para entrar en un vehículo con el que poder llegar hasta Kotedougou. Atrás quedaron sus cultivos: “Hemos pedido un poco de tierra para poder cultivar, pero con eso no basta. Dependemos de la ayuda de los vecinos para poder comer. Sin ayuda, no comemos”, dice Mariam. Las viudas no han recibido ningún tipo de compensación del Gobierno por la muerte de sus maridos. Ante la pregunta de si le gustaría que su hijo fuera a luchar para el Ejército, Salimata responde convencida: “Los combatientes son hijos de alguien, y luchan por la vida de todos. No podemos impedir que nuestros hijos quieran convertirse en soldados. Si fuera necesario, deberíamos entregarlos”.
Bureima, el único hombre en casa, trabaja algunos días en el sector informal, y de esa manera pueden pagar el alquiler de 30.000 francos CFA mensuales (45 euros). Su único deseo, dice Mariam, es recuperar su hogar perdido: “En nuestro pueblo tenemos casa y tierras, podríamos volver y empezaríamos a cultivar de nuevo”. Por eso, añade, rezan para que el Ejército gane a los terroristas y la paz vuelva al país: “Aunque hayamos perdido a nuestra gente, rezamos para que los otros puedan vivir”.
De vuelta en Bobo-Dioulasso, un jeep lleno de militares centra las miradas y elogios de los ciudadanos. Suenan los cláxones y la gente aplaude a su paso. Un poco más tarde, un convoy militar genera la misma reacción: en la parte trasera de uno de los vehículos va un soldado sujetando una ametralladora y una cinta llena de municiones.
Tras décadas de injerencia francesa, los militares de Burkina Faso son el elemento más visible de un Estado ausente a la hora de ofrecer servicios básicos.
Hace tiempo lanzamos un mensaje: entender el mundo es difícil, pero vale la pena intentarlo. Si no creyéramos —y sobre todo, tú, lector, no creyeras— en la certeza de esta consigna, Revista 5W no seguiría contando historias casi nueve años después de su nacimiento.
Una de las señas de identidad de 5W son las crónicas de largo aliento que ponen el foco en pequeñas historias para explicar grandes temas de nuestro tiempo. En la búsqueda incansable de nuevos enfoques, voces y miradas, la fotografía se revela, una vez más, como un lenguaje excepcional para relatar estas realidades.
En este 2023 los conflictos internacionales han dominado el panorama informativo: desde la brutal ofensiva israelí en Gaza, a una guerra en Ucrania que va camino de cumplir dos años. Pero este año también hemos dedicado tiempo, esfuerzo y rigor a otras historias para tratar de explicar el mundo en su complejidad: refugiados que intentan entrar en Europa por los gélidos bosques del norte del continente, la desertificación de regiones enteras que explican el boom del aguacate en Chile, la implacable guerra que hunde en el abismo a la población birmana o las miles de personas migrantes que desaparecen cada año en el mar.
Esta es una selección de cinco crónicas visuales que hemos publicado en los últimos doce meses. Son historias que intentan alejarse del ruido, de la desinformación, para tratar de relatar un mundo difícil, pero que merece la pena ser contado. Si eres una persona que está incómoda en el no saber, suscríbete a 5W.
¿El origen de las personas migrantes determina su acogida? En Polonia, la invasión rusa de Ucrania activó un sistema que en las últimas décadas ha destacado justamente por sus políticas antiinmigración. El país abrió sus puertas nada más estallar la guerra y desde entonces casi 9 millones de personas han cruzado la frontera. De ellas, más de 1,5 millones viven en Polonia. Un poco más al norte, en cambio, miles de refugiados venidos de Oriente Medio y África siguen esperando su oportunidad en las entrañas del bosque de Bialowieza.
Este bosque —o la ‘jungla’, como muchos la llaman— se ha convertido en una cárcel para las personas refugiadas que cruzan de Bielorrusia a Polonia. Decenas de militares vigilan la zona y de los árboles cuelgan cámaras de seguridad. La única ayuda proviene de grupos de voluntarios que actúan de manera clandestina a riesgo de ser criminalizados. La fotoperiodista polaca Hanna Jarzabek tuvo la oportunidad de adentrarse con varios de ellos y documentar lo que ocurre en el bosque.
La guerra en Ucrania sigue. Se calcula que, un año después de que Putin lanzara su ‘operación especial’ el 24 de febrero de 2022, cerca de 300.000 personas habían muerto o resultado heridas y más de 8 millones habían huido del país. Fuera de las fronteras ucranianas, la guerra ha disparado la tensión global y ha impulsado múltiples crisis, desde la energética a la alimentaria.
El fotoperiodista Diego Herrera pasó en territorio ucraniano buena parte del primer año de conflicto para cubrir las consecuencias de una guerra que tuvo su preludio en la región del Donbás. Su trabajo fotográfico documenta el impacto del conflicto de Kiev a Zaporiyia, de Bucha a Bakhmut, de Chernigov a Toretsk, entre muchas otras localidades.
Unos dos millones de desplazados, bombardeos contra pueblos y aldeas, combates de norte a sur del país. Gobernada por una junta militar desde hace más de dos años, Birmania (Myanmar) está envuelta en una espiral de violencia que no cesa. El régimen militar llegó al poder en un golpe de Estado en febrero de 2021 que hizo descarrilar la frágil democracia birmana, expulsó del poder a la premio Nobel de la Paz Aung san Suu Kyi —que permanece encarcelada hasta hoy— y desató protestas que fueron brutalmente reprimidas.
La represión llevó a la formación de movimientos de resistencia locales que combaten en numerosos puntos del país contra las todopoderosas Fuerzas Armadas. Desde enero de 2022, el fotoperiodista ítalo-británico Siegfried Modola ha logrado cubrir de forma clandestina la lucha de la resistencia en el estado de Kayah, en el este del país y fronterizo con Tailandia.
Son el estandarte de lo healthy. Del aguacate o la palta —como se conoce en algunos países de América Latina— se dice que es una mina nutricional: rico en minerales, antioxidantes y vitaminas, se ha convertido en el producto estrella de medio mundo. Pero detrás de su éxito se esconde una realidad menos atractiva. El cultivo de aguacates es uno de los responsables de la sequía extrema que sufre Chile, el cuarto mayor exportador mundial de estos frutos.
La región de Petorca es el epicentro de la lucha por el agua en Chile. Hasta hace unas décadas, ríos y lagos bañaban esta zona en el centro del país y la vegetación cubría sus cerros y valles. El cambio es drástico: aquel paisaje solo perdura en la memoria de los agricultores que aún no han huido. El fotoperiodista italiano Karl Mancini ha dedicado los últimos años a documentar el coste humano y el impacto medioambiental de los cultivos de aguacates en Chile.
“Cuando recibas una llamada perdida de un número español da gracias a Dios, querrá decir que he llegado”. Con este mensaje, Maimouna, una senegalesa de 27 años, se despedía de su hermano Bakary. Dos meses después, cuando la fotoperiodista Anna Surinyach conoció en Senegal al propio Bakary y a su madre, Kalo Kebe, seguían sin haber recibido esa llamada. No sabían nada de ella. Como Maimouna, al menos 32.000 personas han perdido la vida intentando alcanzar suelo europeo a través del mar desde 2014. Eso supone una media de nueve personas al día. Son cifras de guerra.
¿Dónde están los cadáveres? ¿Qué pasa con las familias que no pueden hacer el duelo? ¿Por qué no hay un protocolo para buscar a las personas desaparecidas e identificar a los muertos? Surinyach intenta responder estas preguntas a través del proyecto Mar de luto, un trabajo fotográfico construido sobre una paradoja: si ni siquiera importan los vivos, ¿cómo van a importar los muertos?
En esta nueva charla, Javier Sánchez ha hablado con la periodista Ethel Bonet, en Líbano, para charlar sobre el papel de la milicia chií libanesa Hezbolá en el conflicto palestino-israelí y su respuesta a la ofensiva en Gaza.
Una semana más, Agus Morales charla con Mikel Ayestaran para explicar, desde Jerusalén, las últimas noticias del conflicto palestino-israelí y la situación en Gaza. Los muertos por los bombardeos israelíes contra la Franja superan los 9.000, entre ellos más de 3.000 niños y niñas, mientras Israel prosigue su avance terrestre en el norte de ese territorio. Las tropas israelíes ya han rodeado la Ciudad de Gaza y combaten cuerpo a cuerpo con Hamás.
El reportero repasa cuestiones como la situación en una Franja totalmente asediada, qué papel puede jugar Hizbolá en el conflicto o cómo se viven los bombardeos contra civiles gazatíes en un Israel que llora a los 1.400 muertos que dejó el ataque de Hamás del 7 de octubre.
El paso fronterizo de Rafah, en Egipto, es la única ruta para que la ayuda entre en Gaza desde fuera de Israel, y también la única salida para sus habitantes que no conduce a territorio israelí. Hasta allí han llegado miles de palestinos buscando refugio e intentando escapar a un territorio seguro.
En esta nueva charla, Javier Sánchez entrevista a la periodista Nuria Tesón para hablar, desde El Cairo, sobre la entrada de ayuda humanitaria en la Franja.
[Este perfil sobre Javier Milei fue actualizado el 20 de noviembre de 2023, tras su victoria electoral].
“¡Amantes de la libertad, hemos presentado nuestra alianza La Libertad Avanza para sacarlos a patadas en el culo!”
Era el 7 de agosto de 2021 y el economista de ultraderecha Javier Milei lanzaba así la campaña de su precandidatura a diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires. A “patadas en el culo” prometía sacar a los políticos tradicionales, objeto central de sus críticas sin cuartel. Aquel acto había sido convocado por redes sociales y logró congregar a una nutrida multitud, en su mayoría jóvenes: los colaboradores de Milei cuentan que ese evento de campaña se organizó en tan solo 48 horas. Con cada acto se valoraba el impacto conseguido y se seguía adelante. Acababa de nacer el partido La Libertad Avanza: una formación ultra, que defiende el anarcocapitalismo y el fin de la clase política. Algo más de dos años después, Milei ha ganado las elecciones en Argentina al imponerse en segundo vuelta al peronista Sergio Massa con un 56% de los votos.
Hoy empieza el viaje de Argentina hacia lo desconocido.
Javier Milei contaba en 2021 con un equipo que carecía de especialistas en las áreas necesarias para gestionar un municipio o un país. Lo importante era lograr un primer impacto; luego se irían tejiendo los pasos. En su equipo inicial estaban ya nombres como el de Ramiro Marra, en ese momento youtuber financiero y corredor de bolsa, que logró ganar un escaño como legislador porteño en 2021. Otra de sus colaboradoras cercanas era Lilia Lemoine, su asesora de imagen hasta hoy. Además de maquillar a Milei, Lemoine es influencer, vicepresidenta del partido y diputada electa en estos comicios. A ella se le atribuye la creación del logo que identifica a Milei en las campañas: un león amarillo con una frondosa melena.
Aquella fría tarde de agosto de 2021, la plaza Holanda del barrio de Palermo —una de las zonas más transitadas y nobles de Buenos Aires— se llenaba de jóvenes que se agarraban con fuerza a un solo grito: “¡Libertad!”. En aquella multitud convergía una mezcla de ideas de liberalismo económico y de hartazgo político, unido al sentimiento de cansancio de la última etapa de confinamiento por la pandemia. Subidos a monumentos históricos, las chicas y chicos aún llevaban el rostro cubierto con mascarillas, lanzaban botes de humo amarillo y levantaban banderas Gadsen —un símbolo vinculado a grupos extremistas— con el lema Don´t tread on me (No me pisoteen). “¡La casta tiene miedo!” gritaba Milei, refiriéndose a una clase política de la que él mismo ya es parte, pero a la que considera responsable de las sucesivas crisis de déficit fiscal, desvalorización de la moneda argentina, inflación y decadencia.
La figura de Milei y el partido La Libertad Avanza se erigieron, con tono aguerrido, en torno a tres conceptos: dolarización, casta y libertad. Milei propone llevar al Estado a su mínima expresión, echar a los políticos y dolarizar la economía. Abomina el concepto de justicia social, que describe como “aberrante”. Es antifeminista, antiabortista y propone un plebiscito sobre la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Asegura que el calentamiento global es mentira y mide todo con la vara de la economía, incluidos los recursos naturales.
En octubre de 2022, Milei estuvo en España en un encuentro internacional organizado por Vox en el que habló de la misma manera que en su tierra, esgrimiendo todos los argumentos posibles contra la agenda progresista en América Latina y tildándola despectivamente de “zurderío”. El acto concluyó con un grito de “¡Viva la libertad, carajo!” y un grupo musical que cantó “vamos a volver al 36”, año en que se produjo el golpe franquista que dio pie a la Guerra Civil española.
Economista de 52 años, ultraderechista de cabello revuelto y defensor a ultranza de la libertad del mercado y la propiedad privada, Javier Milei anima los escenarios en una mezcla de acto político, recital de rock y mitin proselitista. En un vicio por las grandes escenas, abre los brazos como un dirigente sindical y los zamarrea como un hincha de fútbol, viste pantalones medio caídos y chaqueta negra de rockero que heredó de los tiempos de su banda de música, un grupo en el que versionaban a los Rolling Stones. La etapa adulta lo fue desplazando de escenarios a platós de televisión, donde cantó baladas románticas del compositor y actor argentino Leonardo Fabio, a quien imitaba frente a las cámaras con un pañuelo anudado a la cabeza. Cierra sus actos políticos como un concierto: se retira del podio y se desplaza de un lado al otro del escenario. “Yo no vengo a guiar corderos, sino a despertar leones”, dijo aquel 7 de agosto de 2021. Así bautizó a sus seguidores, en su mayoría jóvenes argentinos que marcaron su trayectoria ascendente: “los Leones”.
Su auge ha sido fulgurante, tanto que partía como favorito para las elecciones del 22 de octubre a la presidencia de Argentina. En aquellos comicios, las formaciones de Milei y del oficialista Massa fueron las más votadas, pero no rebasaron el 45% necesario para imponerse sin necesidad de una segunda vuelta. La victoria en esta nueva votación del ultraderechista Milei ha sido incontestable. Será el nuevo presidente de Argentina.
Para el analista Lucas Romero, director de la consultoría política Synopsis, el apoyo que hizo despegar a Milei residió en “los segmentos no politizados, que relativizaban los riesgos de un candidato casi sin estructura ni carrera política y con serias dificultades de reunir condiciones de gobernabilidad”.
De acuerdo con el analista, a esto se suma una experiencia colectiva argentina de desazón económica y falta de un nuevo liderazgo político. Ninguno de los últimos tres presidentes de Argentina ha podido resolverlo. Cristina Kirchner (2007-2015), Mauricio Macri (2015-2019) y el presidente saliente, el peronista Alberto Fernández, quedaron estancados en una polaridad política y partidista. El eslogan de campaña de Milei encontró así su caldo de cultivo entre las personas desencantadas y dispuestas a cortar con lo conocido: “Hacer una Argentina distinta es imposible con los mismos de siempre”, ha repetido Milei. Su mensaje caló en los jóvenes que forman parte de “una generación que se desvincula mucho más de las identidades partidarias tradicionales de otras generaciones”, dice Romero.
El apoyo a Milei se materializó en las elecciones primarias celebradas el pasado agosto —en las que se elige a los candidatos presidenciales y legislativos para elecciones generales—, que ganó con un 30 por ciento de los votos. Según datos de la Cámara Nacional Electoral, en aquellos comicios se incorporaron al censo algo más de un millón de jóvenes menores de 18 años que votaban por primera vez (la ley argentina del voto joven establece que a partir de los 16 años se puede elegir a las autoridades nacionales que gobiernan el país). Las proyecciones de intención de voto para las elecciones del domingo realizadas por CB Consultoría apuntaban a que casi un 43% de personas de entre 16 y 35 años votarían por el candidato ultraliberal.
Muchos jóvenes de la era digital se han hecho seguidores del personaje verborrágico que insulta a los políticos y asegura tener la solución para los males de Argentina. Su figura empezó a popularizarse durante el aislamiento por la pandemia de covid-19 a través de personas y comunidades que no eran necesariamente de su entorno. Algunos abrieron cuentas en redes sociales que giran en torno a Milei y que tienen hoy más seguidores que las cuentas oficiales del propio partido, como El Peluca Milei: abierta en noviembre de 2020 por un joven de 23 años, Tomás Jurado, hoy tiene casi un millón de suscriptores en YouTube, casi cuatro veces más que la cuenta oficial del candidato.
Su comunicación sigue el modelo de Trump o Bolsonaro, políticos sin estrategias propias de comunicación y con mucho rebote en redes que no manejan ellos. Según Adriana Amado, investigadora en medios y comunicación, este tipo de políticos “tienen una comunidad de distintos intereses que a veces no son del todo afines al partido que representan, pero que se identifican con el mensaje y personaje. Las cuentas dedicadas a estos personajes suelen tener más seguidores y más engagement que las de los mismos protagonistas”.
La televisión condujo a Milei a sus primeras apariciones públicas ya antes de la pandemia. Empezó a construir su personaje en Intratables, un programa de televisión de actualidad informativa y espectáculos, opinando sobre política, economía y farándula. En 2019, en uno de los paneles de debate, lanzó una recomendación a los jóvenes menores de 30 años: “Que se vayan de este país porque es inviable”. Milei aseguró que la única forma de hacerlo viable es que el Estado se aparte, pero “en esa reforma tienen que perder los políticos y no lo van a hacer”. Se vivía entonces la última etapa del Gobierno de centroderecha de Mauricio Macri, que dejó una fuerte deuda con el Fondo Monetario Internacional.
En noviembre de 2021, tras aquella campaña en la que prometió sacar a los políticos “a patadas en el culo”, Milei fue la sorpresa. Ganó dos asientos en la Cámara de Diputados y cinco en la Legislatura porteña. Se había posicionado en tiempo récord en la ciudad de Buenos Aires como la tercera fuerza, con el 17 por ciento de los votos. Los resultados arrojaron otro dato: su popularidad crecía en los barrios más pobres de Buenos Aires pero se afianzaba también al otro extremo, en las zonas de mayor poder adquisitivo. Milei hilvana una actitud de confianza con toques místicos y esotéricos, como se plasma en la portada de su último libro, El fin de la inflación, en la que aparece posando como si fuera un mago con poderes extraordinarios lanzando un conjuro.
Las elecciones primarias de agosto de 2023 lo consolidaron en la primera fila política: ganó en 16 provincias argentinas, con más votos que Patricia Bullrich o Sergio Massa, sus grandes rivales. En la segunda vuelta de las presidenciales, se hizo con la victoria en 21 de las 24 provincias.
Milei defiende el término “libertario” como un credo inspirado en el neoyorquino Murray Rothbard, fundador en la década de 1970 del Partido Libertario estadounidense. La corriente que profesa el candidato argentino es la de los anarcocapitalistas, que niegan el papel del Estado o quieren llevarlo a su mínima expresión. En el libro El Camino del libertario, Milei cuenta cómo ingresó a la política y cómo ciertos autores, como Rothbard, le hicieron descubrir “la verdad”.
“Lo que propone es volver de 2023 a 1910, año en que no existía Banco Central, y además anular toda expansión estatal que, según él, arruinó al país desde el Gobierno del partido radical de Hipólito Yrigoyen, que comenzó en 1916”, explica el economista Victor Beker, exprofesor de Milei en la Universidad de Belgrano. Milei se ve como protagonista único de un cambio en Argentina que yace sobre un plan a 15 años. “Una Argentina distinta y pujante donde todos quieran producir”, dijo recientemente en un programa de televisión.
Como una analogía del recorte de ministerios y gasto público que pretende implantar, Milei ha aparecido en sus actos electorales con una motosierra, que levanta y agita ante sus seguidores para escenificar su propuesta. Invitado a un programa periodístico del canal LN+ en agosto de 2023, Milei tomó un rotulador y, en un momento de éxtasis y efervescencia televisiva, tachó en un organigrama del Estado expuesto en una pizarra todas las carteras que borraría si llega a ser presidente: ocho en total. Para el analista Lucas Romero, “esa escena es una foto de esta época en la que mucha gente siente repulsión por lo estatal, y él la canaliza”.
La obsesión de Milei por la economía argentina lo llevó a la carrera de grado en la porteña Universidad de Belgrano y a hacer un posgrado en Economía en la Universidad Torcuato Di Tella. Sus profesores lo recuerdan como un alumno cuestionador que indagaba hasta el cansancio y que se consideraba con facultades excepcionales. Beker evoca cómo, en una conversación con Milei, este lanzó, lleno de autoconfianza: “Yo puedo escribir un texto con la mano izquierda y otro con la derecha”.
Su exprofesor no lo recuerda como una persona sociable. “Era él y el resto, no cultivaba mucho las relaciones”, dice. Hasta hoy, Milei cultiva su perfil de outsider y de solitario, y lo compara con la posición de arquero que tenía en el club barrial de Chacarita Juniors cuando era adolescente. Él mismo cuenta en el documental Javier Milei, la revolución liberal que, con la tribuna a las espaldas, el clima puede ser muy hostil si no “atajás un gol”. Un periodista le preguntó recientemente qué opinaba de aquellos que lo tildaban de loco. “La diferencia entre un genio y un loco es el éxito”, respondió. Es lo que él está seguro de conseguir, el éxito de una atajada, el éxito de sus tiempos de arquero.
En su época de profesor universitario, un exalumno que prefiere no dar su nombre hace un ejercicio de memoria por rescatar escenas en claustros de la facultad de Economía de la Universidad de Buenos Aires: lo recuerda como un apasionado fanático de la Microeconomía, mucho más que de la Economía política. Y dice que esos destellos de malhumor de Milei en sus apariciones públicas y debates se parecen a los momentos de irritación que tenía frente a determinadas preguntas de sus alumnos.
Su estilista Lilia Lemoine asegura que ella le sugirió usar las patillas al estilo de Wolverine [Lobezno], el superhéroe de Marvel. Pero esas patillas remiten a una figura política argentina y polémica que a Milei le inspira respeto: Carlos Menem, expresidente peronista que gobernó de 1989 a 1999. Al igual que Milei, Menem se mezclaba con la farándula, era un outsider pero con mucha más experiencia política. Fue quien hizo reformas liberales sin anestesia y aplicó medidas de convertibilidad de la moneda. El peso argentino pasó a ser un vale que representaba la verdadera moneda, que era el dólar. Según el economista Beker, “Milei se ve como un continuador de lo que quedó inconcluso con Menem. Reivindica la convertibilidad, pero lo que haría de diferente es no dejar que subsista el peso argentino, cerraría esa puerta”.
Las propuestas de Milei pasan por el libre mercado, recorte del gasto público, reducción de impuestos, flexibilización laboral, comercial y financiera. El peso argentino, extremadamente frágil frente al dólar, se ha desbarrancado en estos días de campaña, en los que Milei ha catalogado la moneda argentina como un “excremento” y ha sugerido a los argentinos no colocar el dinero en plazo fijo.
Su vida profesional se centró durante años en el mundo corporativo y de negocios, lo que le permitió codearse y acercarse a la “casta” política que denosta. Fue consultor del grupo financiero HSBC y trabajó desde el año 2008 como analista de proyectos y consultor para Eduardo Eurnekian, empresario de origen armenio y uno de los hombres más ricos de Argentina. Eurnekian es dueño de la Corporación América, un conglomerado de industrias como la aeroportuaria, de energía, agroindustria, minería y servicios bancarios. También cuenta con una participación minoritaria en el canal televisivo del Grupo América, donde Milei hizo sus primeras apariciones histriónicas. En El Loco, una biografía sobre él escrita por Juan Luis González, se detalla la historia de cómo Eurnekian le habría ayudado a entrar en la política.
En esta campaña toda la atención orbitó alrededor de Milei. Lanzaba un tuit, hacía una declaración y pautaba agenda. Bastó hablar sobre dolarizar y lanzar un #MileiDolariza a las redes como solución a todos los problemas de los argentinos para instalar el debate público y presidencial sobre si es conveniente la moneda dólar o no. La oposición política a su partido, que poca atención le brindaba en sus inicios, pasó de ser templada a levantar una resistencia aguerrida que no hace más que afianzar su imagen y centralidad. La mayor representante de la izquierda en Argentina, Myriam Bregman, lo desafió en el primer debate entre candidatos a la presidencia, el pasado 1 de octubre, llamándolo “gatito mimoso del poder económico”.
Para Milei, todo es un recurso ligado a la propiedad privada y al rédito económico, incluso el agua. En el Congreso Económico Argentino —un encuentro donde los principales economistas y analistas del país debaten sobre el Estado y las perspectivas de la economía— celebrado en septiembre, Milei sostuvo que el agua sobra y que sería beneficioso privatizar los cauces. También niega el cambio climático y asegura que los argumentos que culpan al ser humano del calentamiento global son falsos. Y prometió que, si gana las elecciones, Ambiente perderá la categoría de Ministerio y pasaría a ser una Secretaría dependiente de Jefatura de Gabinete, todo regido bajo los principios libertarios. “Con Milei, el movimiento socioambiental está en peligro”, dice el presidente de la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas, Enrique Viale.
Cuando habla de su hermana menor, Karina, Milei se muestra emocionado. Los abrazos entre ambos en los escenarios parecen la expresión de un enamoramiento fraternal. Él la llama “el Jefe”, en masculino. En las fotos de infancia publicadas, Javier Milei siempre está con ella. Vienen de una familia comandada por un padre que conducía colectivos [autobuses]. En más de una oportunidad, Milei ha confesado que no se habla con sus padres hace más de diez años y que “el vínculo sanguíneo es un accidente de la vida”. En ese “accidente”, Karina aparece como su halo de protección constante. Javier Milei nació en la ciudad de Buenos Aires un 22 de octubre y creció en la localidad de Sáenz Peña, ubicada en la gran área metropolitana de Buenos Aires (AMBA), donde se concentra cerca del 35% de la población de Argentina.
Hoy Karina le organiza la agenda; durante la campaña, Milei bromeaba diciendo que, si llegaba a ser presidente, ella sería como una primera dama. En el citado documental Javier Milei: la Revolución Liberal, Karina habla sobre el padre de ambos y de cómo trabajaba para el ahorro, en una vida e infancia que presenta como marcada por el esfuerzo constante. “Nuestros padres pasaban fiestas de Navidad y fin de año arriba del colectivo porque les pagaban toda la recaudación”, dice Karina. Quizá por eso la meritocracia es uno de los ejes que el libertario defiende en descrédito de los derechos que ofrece el Estado.
Su pareja de fórmula presidencial, la vicepresidenta electa, es una mujer de modales contenidos: la ultraconservadora Victoria Villarruel, que cuando camina por la calle o se sube al escenario lleva, en actitud circunspecta, una bandera argentina apretada al cuerpo. Además de pronunciarse contra el aborto y contra el matrimonio gay, Villarruel, nacida en familia militar, reivindica a las víctimas de los ataques realizados por las guerrillas en la década de 1970 y pide que sean reconocidas como víctimas del terrorismo, reabriendo un capítulo de la historia argentina que parecía sellado para siempre. Con ese objetivo coordina el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas. Dice que ella y Milei son la pareja perfecta: “Él es el rockero y yo la chica clásica y conservadora. A todo el mundo le encanta esa pareja”, señalaba Villarruel en el documental.
De forma paradójica, las posturas antifeministas de La Libertad Avanza las protagonizan en gran parte sus mujeres. También Lilia Lemoine, la asesora de imagen de Milei y candidata a diputada, promete seguir peleando contra la ley del aborto si gana en la cita del domingo y se proclama abiertamente antifeminista.
Milei nunca se casó y en más de una oportunidad ha dicho no creer en el matrimonio porque “deteriora la calidad del vínculo”. Vive con cuatro perros, a los que llama sus “hijitos de cuatro patas”. Su novia actual es la histriónica actriz Fátima Flores, que saltó a la fama por sus imitaciones de Cristina Fernández de Kirchner y a la que Milei conoció en uno de los programas más vistos de la televisión argentina, La noche de Mirtha Legrand. La pareja protagoniza apariciones públicas y su romance está instalado en las redes sociales.
Encuestadoras y analistas coinciden en que entre el electorado de Milei la mayoría son varones jóvenes de diferentes clases sociales. De acuerdo a consultoras de opinión como Proyección Consultores, para los comicios de octubre de 2023 se van a sumar 4 millones de votantes nuevos que no participaron en las elecciones primarias de agosto, y la mayoría son mujeres.
Para Santiago Giorgetta, director de Proyección Consultores, “las mujeres son quienes más rechazarían a Milei por su violencia verbal, y ahí podría estar la diferencia de votos a favor de otros candidatos”.
En la última semana de campaña antes de la primera vuelta de las elecciones, Milei recorrió en caravana uno de los 135 municipios de la provincia de Buenos Aires, Lomas de Zamora, junto a otra de las mujeres de su entorno, Carolina Píparo, a quien propone para gobernar esta provincia argentina.
Milei levantaba la bandera de Israel, luego proclamaba —de nuevo— sus fórmulas económicas teóricas y repetía cánticos contra la “casta” política. Un eco del pasado se apropiaba de la escena, como un rugido: “Que se vayan todos”. El hilo de la memoria argentina se reactivaba. “Que se vayan todos” fue el grito de los argentinos en la Plaza de Mayo en el 2001, cuando hubo restricciones para extraer dinero de los bancos y la ciudadanía salió a golpear cacerolas exigiendo nuevas figuras políticas.
Este es Milei, el ganador de las elecciones. Hoy Argentina entra en un túnel que no se sabe dónde desembocará.
En esta nueva charla de 5W, Mikel Ayestaran habla con Agus Morales sobre las últimas noticias de la brutal escalada de violencia en el conflicto palestino-israelí, como el ataque al hospital de Gaza que ha dejado al menos 471 fallecidos, el encuentro entre Joe Biden y Benjamín Netanyahu en Tel Aviv o el futuro que puede tener esta zona de Oriente Medio.
“En los alrededores de Gaza todo el mundo está en estado de shock”, dice el periodista y cofundador de 5W Mikel Ayestaran. Desde Israel, donde se encuentra para cubrir la brutal guerra entre este país y Hamás, Ayestaran habla con Agus Morales, director de 5W, sobre temas como las atrocidades perpetradas en el terreno, los orígenes del conflicto, la ira y el miedo entre la población de Israel y Palestina ante la cruel escalada de violencia o la reacción de las potencias internacionales.
“Hamás ha estado reservando a sus hombres para este momento. Y ahora los ha sacrificado”; “el único actor que puede hacer cambiar las cosas es Estados Unidos y no está por la labor”; “este despliegue [militar de Israel] es para entrar [en Gaza], y van a entrar”; o “no toda la gente que vive en la franja de Gaza e Hamás, ni muchísimo menos, pero ahora todos lo van a pagar”: en esta conversación, Ayestaran analiza la situación y ofrece algunas claves para entender cómo se ha llegado hasta aquí y qué perspectivas puede plantear esta guerra.