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Como todos los sábados, nuestro rickshaw se pone en marcha para repasar la actualidad internacional de la semana. Empezamos en la región sudanesa de Darfur con las imágenes satelitales sobre las masacres perpetradas por las Fuerzas de Apoyo Rápido, ponemos el foco en Cisjordania y el aumento de ataques sobre la población palestina por parte de soldados y colonos israelíes y nos fijamos en el cincuenta aniversario de la invasión marroquí del Sáhara Occidental. La fotografía de la semana muestra el entierro en Gaza de cadáveres de palestinos no identificados devueltos por Israel. Y hacemos paradas también en Estados Unidos, el Caribe, Tanzania y Brasil.
En el mundo, una de cada tres mujeres sufre violencia sexual o física. Y en la mayoría de casos, los ataques son perpetrados por su entorno cercano. En algunas zonas del mundo esa estadística es aún mayor, como en América Latina, donde el 80% de las mujeres son víctimas de una violencia que Naciones Unidas calificó como una “pandemia en la sombra”.
En el podcast de hoy ponemos el foco en la respuesta humanitaria con perspectiva de género en América Latina. Lo hacemos con María Vargas Simojoki, experta regional en protección, género y educación en emergencias del Departamento de Protección Civil y Ayuda Humanitaria de la Unión Europea; Dayana Zamorano, miembro de la Fundación Lunita Lunera, una organización feminista de Ecuador, que desde hace años trabaja con supervivientes de violencia de género; Andrés Jesús, venezolano de 24 años que huyó de su país debido a los abusos que sufrió por parte de las autoridades, y Regina Zoe Magallón, primera mujer trans en conseguir cambiar legalmente su identidad de género en el Estado de Colima, en el suroeste de México.
Un podcast de Javier Sánchez.
El montaje musical es de ROAD AUDIO.
Este podcast nace de una colaboración con el Departamento de Protección Civil y Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea.
Recuerda que puedes escuchar todos nuestros monográficos en el espacio podcast mientras navegas por la web, o descargarlos a través de las principales plataformas como Spotify, Ivoox o Apple Podcast.
Muy pronto se cumplirán diez años desde que 5W echó a andar: el 22 de septiembre de 2015 nacían nuestras crónicas de larga distancia. Hoy siguen siendo el corazón de lo que hacemos: pequeñas historias, grandes explicaciones; pero en esta década nos hemos hecho mayores y ya somos más que una revista: crónica, fotografía, podcast, actualidad, eventos, exposiciones, charlas…
Y todo con una comunidad detrás, la que formáis personas como tú, que sois el pilar de esta revista. Sin vosotros y vosotras, 5W nunca habría sido posible.
Próximamente compartiremos un balance de esta década, pero ahora queremos invitarte a celebrarla.
El próximo 27 de septiembre haremos una fiesta en Barcelona en la que habrá periodismo y mucho más. Será una celebración abierta, un espacio de encuentro y celebración colectiva.
Sábado 27 de septiembre,
Nau Bostik (c/ Ferrán Turné, 1-11), Barcelona.
Horarios:
12:00 – Acto: una década de 5w
14:00 – Paella popular
16:00 – Sobremesa y bingo 5W
18:00 – FIESTA y periodismo música
Cuando la familia Hammad y Mikel Ayestaran nos propusieron la idea de este libro, no pensábamos que fuera posible hacerlo realidad tan rápidamente. Consideramos la posibilidad de buscar financiación para reunir los platos del ya famoso ‘Menú de Gaza’. Pensamos otras alternativas. Hasta que nos decidimos por la más obvia: el apoyo de la gente. Y ha sido ese empuje popular el que convertirá este proyecto de resistencia nacido en las redes sociales en libro.
La campaña de micromecenazgo ha roto todas nuestras expectativas y ha logrado 119.830 euros gracias a 2.553 aportaciones. El libro se imprimirá entre noviembre y diciembre y será enviado a casa de los y las mecenas a partir del 15 de diciembre. Aunque la campaña ya está cerrada, aún puedes reservar tu ejemplar, que hemos puesto en preventa en nuestra tienda online.
Hemos hecho un esfuerzo contrarreloj y el libro ya está en imprenta, pero no saldrá hasta finales de diciembre. Lo enviaremos de inmediato, pero podría llegar después del 6 de enero, según la congestión que haya en los envíos por correo.
Os debíamos un mensaje completo de agradecimiento y una respuesta a todas las preguntas que nos han llegado durante estas semanas. Vamos a ello.
Primero, un poco de contexto.
‘Menú de Gaza’ es la respuesta de una familia de Gaza al uso del hambre como arma de guerra por parte de Israel. Una respuesta humilde, pero sobre todo llena de dignidad. Y de creatividad. Una respuesta a base de platos. El libro nace del trabajo conjunto del periodista Mikel Ayestaran, la familia Hammad y la revista 5W. Es un homenaje a la vida que resiste en Gaza a través de las recetas de una familia que abre la puerta de su casa para que veamos cómo es su vida cotidiana durante los meses más duros de la operación de venganza de Israel. Un proyecto de Instagram con decenas de miles de seguidores y galardonado con el Premio Ortega y Gasset de Periodismo 2025 que ahora se convierte en papel.
El libro recoge imágenes y recetas de centenares de platos de la familia Hammad, que en junio logró finalmente ser evacuada de Gaza y llegar a España. Resistencia a base de platos, muchos de ellos pilares de la gastronomía palestina que Amal, madre y cocinera, se empeñó en salvar pese a la falta de ingredientes. Aquí tienes más detalles sobre el proyecto.
Ahora vamos con los resultados de la campaña y con la hoja de ruta. Cuando lanzamos el proyecto, prometimos que el 15% de los ingresos de esta campaña irían a parar directamente a la familia en concepto de derechos de autor y como ayuda directa para afrontar esta nueva vida lejos de las bombas (los autores y autoras acostumbran a llevarse un 10% de la venta de un libro comercial). En total serían 17.974,5 euros. Como la campaña ha sido un éxito, hemos decidido ingresarles directamente 30.000 euros (más de un 25% del total recaudado). Otros 9.400 serán para la gestión de pagos y comisiones para la plataforma de crowdfunding. Invertiremos 33.000 euros en la impresión, 8.800 en los envíos y 3.500 en el diseño. Un total de 30.000 euros se destinarán al trabajo de elaboración de campaña, edición del libro, traducción, corrección, coordinación, etc. Aunque se ha negado a ello, también queremos pagar de esta partida por su trabajo a Mikel Ayestaran, quien, conste en acta, desde el principio se ha negado a recibir ni un solo euro. Todas las cantidades, tanto lo recaudado como lo gastos, están sujetas a IVA.
El libro también estará disponible en librerías cuando se imprima. La familia Hammad retendrá un 15% de los ingresos, en concepto de derechos de autor, en todas las ventas que se hagan en el futuro. Y estará encantada de que veáis sus fotografías y leáis sus recetas.
Esta obra es extraordinaria y se sale de la línea de publicaciones de 5W: las revistas anuales y los libros de la colección Voces 5W. Por supuesto, la petición de Ayestaran y la familia lo exigía. Gaza duele. Nos conmueve la capacidad de resistencia de esta familia que empieza ahora una nueva vida en España, y con la que seguimos en contacto permanente. Uno de nuestros lemas es Pequeñas historias, grandes explicaciones. Esta es una pequeña historia que tiene lugar en el marco del crimen más grande de nuestro tiempo. Es un honor y una responsabilidad enorme ser la editorial que lleva estas recetas al papel.
Salud y periodismo.
Ya es sábado y, como cada semana, arrancamos nuestro rickshaw para recorrer la actualidad internacional. Comenzamos con los ataques israelíes en Qatar y las reacciones diplomáticas que han suscitado; ponemos el foco en la grave situación en la región sudanesa de Darfur en medio de la cruenta guerra civil;, y repasamos el ataque ruso en Ucrania que, por primera vez, ha alcanzado un edificio gubernamental. La imagen de la semana muestra las protestas que han forzado la dimisión del primer ministro en Nepal. También nos detenemos en Brasil, Francia, Estados Unidos y Argentina.
Antes de empezar, te recordamos que ya está aquí el número 10 de la colección Voces 5W, ‘Guerra, paz y periodismo’: un libro-diálogo en el que los periodistas Jon Lee Anderson y Patricia Simón reflexionan, a lo largo de 146 páginas, sobre los rostros del poder, la ola reaccionaria que sacude al mundo y las propuestas para construir sociedades más democráticas. ¡Hazte socio/a para recibirlo!
En el mundo, 1 de cada 4 personas viven sin agua potable gestionada de forma. Cerca de 1.000 niños mueren diariamente debido a la insalubridad del agua. 2.000 millones de personas no tienen acceso a servicios básicos de higiene.
Son datos de la última publicación de ONU-AGUA, el mecanismo de coordinación de Naciones Unidas en temas de agua y saneamiento. Las cifras son alarmantes y, a menudo, están ligadas a causas relacionadas con la mano del hombre, como por ejemplo, el aumento de la demanda hídrica, la sobreexplotación de reservas naturales, la contaminación o la mala gestión de estas, el pésimo estado de las infraestructuras o la crisis climática, que provoca cada vez lluvias más imprevisibles y torrenciales, y sequías más frecuentes y duraderas. Pero en la larga lista de causas evitables, hay una especialmente macabra: el uso del agua como arma de guerra.
En el podcast de este mes, hablamos del impacto que tiene la escasez de agua en el mundo con Pedro Arrojo-Agudo, relator especial de Naciones Unidas sobre los derechos humanos al agua potable y al saneamiento; Jocelyn Lance, Coordinador de Respuesta Rápida a Emergencias del Departamento de Protección Civil y Ayuda Humanitaria de la UE; Monica García Prieto, periodista; Kayed Hammad, fixer en Gaza que fue evacuado hace unas semanas a España desde el norte de la Franja.
Un podcast de Javier Sánchez. El montaje musical es de ROAD AUDIO.
Recuerda que puedes escuchar todos nuestros monográficos en el espacio podcast mientras navegas por la web, o descargarlos a través de las principales plataformas como Spotify, Ivoox o Apple Podcast.
Este podcast nace de una colaboración con el Departamento de Protección Civil y Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea.
Los incendios son noticia de verano y se olvidan en invierno. Pero los que están devorando centenares de miles de hectáreas en España tienen una dimensión desconocida hasta ahora, tan difícil de calibrar como desoladora, porque todo apunta a que en el futuro se repetirán —con más fuerza incluso y conquistando otras épocas del año, si no se toman medidas.
Cuando el fotógrafo Brais Lorenzo (Ourense, 1986) empezó a documentar los incendios en su Galicia natal, hace ya catorce años, un incendio que arrasara 300 o 500 hectáreas era ya considerado “un gran incendio forestal”. Durante las últimas semanas, Lorenzo ha estado recorriendo la provincia de Ourense, una de las más afectadas de España, donde hubo activos varios megaincendios que quemaron más de 10.000 hectáreas cada uno. El mayor de ellos, originado en Larouco, supera las 30.000 hectáreas calcinadas.
“No somos conscientes de lo que ha sucedido. Y se veía venir”, dice el fotógrafo, que tiene un proyecto de larga distancia bajo el título Tierra quemada.
Se mezclan muchos elementos en estos incendios llamados de “sexta generación”. El abandono rural, tan visible en algunas partes de Galicia dedicadas antes a la ganadería y la agricultura. La endeble gestión forestal de ese territorio y la acumulación de maleza. El clima cada vez más extremo, con olas de calor que favorecen la rápida propagación del fuego.
“Es frustrante, porque los incendios son simultáneos, los más importantes de la historia de Galicia, hay miles de hectáreas ardiendo, todo es caótico…”, dice. “Cuando parece que se ve el fin, volvemos a empezar”.
De la mano de Lorenzo y sus fotografías, nos adentramos en las contradicciones de este fuego que parece que nunca se acabe, con un relato cercano y en primera persona de alguien que conoce bien esa tierra que hoy arde.
Este incendio, como muchos otros, se originó en un municipio pero acabó propagándose a otros. La vista nocturna corresponde a una zona cercana a la villa de Ribadavia, en la comarca de O Ribeiro. La gente con la que he hablado en las zonas afectadas me dice que hay una normativa opresora para dedicarse a trabajos tradicionales, y eso hace que el medio rural se vacíe. No se puede hacer política desde un despacho o pisando moqueta, sino escuchando a la gente que vive en estas zonas.
Un zorro (o raposo, como lo llamamos en Galicia) huye despavorido del fuego. Es en A Gudiña, un municipio cercano a Castilla y León. Estaba en otro incendio y recibí un aviso de este. El monte está muy seco y el fuego se propaga con gran rapidez, las escenas de llamas más activas se suelen dar poco después de originarse el incendio. En este caso llegué pronto, había unos soldados desplegados, y uno de ellos llamó la atención sobre el zorro. No suelo llevar teleobjetivo, pero aquel día sí y pude capturar esa foto de fauna, que siempre es difícil de conseguir, y además se refiere a una realidad de los incendios que no acostumbramos a explicar.
Este es uno de los primeros incendios que salí a documentar, a finales de julio, en el municipio de Cualedro, en la zona Da Raia, entre Ourense y Portugal. Se preveía un verano complicado, pero esto ha superado los peores pronósticos. En el conocido como triángulo del fuego, formado por Oímbra, Cualedro y Verín, el monte se regenera rápido y los incendios se siguen sucediendo. El valle de Monterrei es una zona propicia para los incendios, porque se dan condiciones específicas para ello. Pese a todas las explicaciones y análisis, siempre cuesta entender por qué unas zonas acostumbran a resultar más afectadas que otras.
Un agente medioambiental usa un batefuegos para golpear el fuego. Los incendios se intentan apagar con todo lo disponible: mangueras, hidroaviones, pero también con ramas. Cuando llegué a esta aldea, Saa, situada en el municipio de Carballeda, todo ardía. Aquí además había un invernadero y los nervios se podían palpar. Una mujer con una crisis de ansiedad lloraba porque se le quemaban las colmenas. Un bombero forestal me increpó por hacer fotografías y no intentar apagar el fuego.
Otra visión nocturna. Esta imagen corresponde al incendio más grave de la historia de Galicia, que se inició en el municipio de Larouco, entró en León y en Lugo, y quemó algo de superficie en la sierra do Courel, que tiene una gran biodiversidad. La fotografía captura el momento en el que el fuego amenaza este tesoro natural.
Mi padre vive en la aldea y municipio de Beade, colindante con el municipio de Carballeda de Avia. Tiene una empresa de vinagres artesanales. El fuego no llegó finalmente hasta allí, aunque sí muy cerca. En la tarde del día 16, varios focos amenazaban localidades de estos dos municipios de la comarca de O Ribeiro. La fotografía la tomé en la capital del municipio de Carballeda de Avia, que está a apenas 15 minutos en coche de la casa de mi padre. Durante la cobertura me encontré obviamente con muchas escenas de tensión, pero también de normalidad. Aquí los vecinos jugaban a las cartas, pese a que las llamas estaban aún a una distancia prudente, pero relativamente cerca.
Ourense-Madrid. Esta es una zona de acceso a la autovía. Hubo muchos cortes, el servicio ferroviario también se interrumpió… Este coche de la Guardia Civil tuvo que retroceder ante el fuego. Las luces de marcha atrás se encienden. Todo muy simbólico.
En esta misma zona, yo había ido a comer a un restaurante que estaba en un gasolinera. De pronto tuvieron que evacuarlo. Estos incendios son tan imprevisibles que parece que estén lejos y en cinco minutos ya están pegados a ti. El personal del restaurante colaboró para apagar las llamas.
Otro que da marcha atrás. Un vecino retira el tractor de las inmediaciones de un invernadero. La gente se defiende con lo que haya: ramas, batefuegos. Algunas de estas zonas son vinícolas, y he llegado a ver cómo cargan de agua las sulfatadoras que normalmente usan para las vides con el objetivo de apagar el fuego. Los tractores con depósito, si están disponibles, también son usados para cargar agua y ayudar en la lucha contra el fuego.
Pena Trevinca, desde la localidad de Casaio. Es el punto de mayor altitud del territorio gallego, con más de 2.000 metros. La imagen tiene la épica de la lucha contra el fuego en el pico de Galicia. Es una zona bastante maltratada paisajísticamente. Hay muchas minas de pizarra a cielo abierto que lo destrozan todo. El acceso es difícil y las autoridades han silenciado este incendio. La gente de la zona, que tenía albergues o negocios de montaña, pedía más atención, pero este incendio quedó en segundo plano.
Un soldado de la Unidad Militar de Emergencias y un vecino intentan apagar un incendio. Esta fotografía simboliza la unión de ambos elementos en la lucha contra el fuego. La imagen está tomada en la aldea de A Espasa, situada en el municipio de Chandrexa de Queixa, que es conocida como la Siberia gallega, debido a la baja densidad de población. Yo ya conocía esta zona, porque había documentado allí la despoblación rural. Cuando supe que había un incendio, me preocupé bastante por la gente que conocía, pero al final se logró controlar cerca del cementerio de la aldea.
Una de las armas contra los incendios: la xesta (retama). Hemos visto durante las últimas semanas a personas mayores —y no tan mayores— en zonas aisladas a las que no han llegado los servicios de extinción, luchando como pueden contra el fuego. Ese sentimiento de comunidad y de unión se ha plasmado en la ayuda entre vecinos para salvar viviendas. Aquí lograron que no ardiese ninguna casa.
Aldea de San Vicente de Leira. Era como si una bomba hubiese caído y arrasado con todo. Llegué dos días después de que se declarara el incendio y me encontré con esta vivienda ardiendo. Había visto todas las casas sin tejados, con la estructura calcinada, pero esta estaba en llamas. Alerté a los vecinos, al principio me miraron como diciendo qué más da, todo se ha quemado, pero cerca había otra casa con madera y paja, así que al final echaron unos calderos de agua. No acabaron con el fuego en ese momento. Pasé unos días después y ya estaba apagado.
Un bombero en el pueblo de Saa. Fue la primera foto que saqué nada más llegar. Estaba sufriendo un golpe de calor y le pregunté si necesitaba agua o alguna otra cosa. Lo que necesitaba era parar. El hombre ya no podía más. Durante estos días he visto a los trabajadores del servicio de extinción exhaustos, sin comer o comiendo a deshoras. Es muy duro para ellos. Vi cómo evacuaban en ambulancia a alguno de ellos.
Las fotografías que vemos más a menudo son del fuego, que siempre es espectacular, de la lucha que llevan a cabo los vecinos, los bomberos. Pero una de las cosas que más me ha llamado la atención son los pirocúmulos de los incendios forestales. Es una acumulación de humo que se produce a causa de los incendios y que se parece a las nubes. Son extremadamente peligrosos porque pueden desencadenar fuertes tormentas, lluvia o incluso vientos huracanados. Cuando hay varios simultáneos la situación se complica aún más, ya que pueden interactuar entre sí.
A Caridade es una aldea en el municipio de Monterrei. Es la primera a la que llegué. El centro estaba arrasado por el fuego. Había animales muertos y viviendas calcinadas. Es el momento del ocaso, entre el día y la noche, lo que aquí llamamos entre lusco e fusco. Las tonalidades azules, el fuego y el pirocúmulo de fondo es una de las imágenes que se me van a quedar grabadas en la mente para siempre. Está todo muy reciente, parece que ha acabado, pero el incendio sigue presente, porque el pirocúmulo, el hongo, el monstruo… sigue allí.
Otra vez la aldea de San Vicente de Leira. Ha sido una de las más fotografiadas, porque todo quedó arrasado. Esta mujer vivió allí hasta la adolescencia y después se fue, pero en el momento del incendio había vuelto a la zona. Me impactó oírla hablar sobre su infancia, la plaza del pueblo y todos esos trabajos comunitarios que desaparecieron porque ahora hay menos gente en la aldea y también aparecieron avances tecnológicos. El modo de vida que existía, en buena parte, desapareció.
La gente de esta tierra, que es de viñedos y de extracción minera, tiene una gran reivindicación histórica. San Vicente es una aldea prácticamente incomunicada. Los vecinos llevan 30 años reclamando mejoras en las vías de acceso. La única carretera que la conectaba con el exterior estaba destrozada debido a la actividad extractiva de una pizarrera. La comunidad pedía que la arreglaran, pero construyeron otro acceso, que no es el ideal. La solución definitiva aún no ha llegado. La destrucción del incendio agrava la situación de abandono y olvido en una aldea en la que los vecinos se vieron solos de nuevo, esta vez peleando contra el fuego sin ningún tipo de ayuda.
Vista aérea de San Vicente, uno de los lugares más afectados. Para aplacar estas emergencias es necesario mejorar la situación de la población rural, que la gente se relacione con el medio, que tenga animales. Ahora los árboles llegan casi hasta las casas, está todo el territorio sin trabajo, sin labrar. Se necesitan cortafuegos y zonas perimetradas. Incendios siempre hubo, pero no había este peligro para las aldeas. Hay que cambiar el modelo y fomentar políticas que ayuden a anclar población en zonas rurales. Porque esto es un problema que irá a más. Y no puede convertirse en irreversible.
—Este edificio se ha convertido en el símbolo de cómo el sionismo nos intentó destruir y de cómo no lo consiguió. Después de que lo bombardearan y de que matasen a nuestros compañeros, seguimos informando repartidos por todo el país.
La periodista Sahar Emami gesticula y se expresa con gravedad, la misma con la que la observa y se dirige a ella el grupo de compañeros y curiosos que la rodean. De pie, a unos metros de donde solía presentar los informativos nacionales, Emami explica lo que ocurrió el 16 de junio, cuando Israel lanzó varios misiles contra la sede de la radiotelevisión pública iraní (IRIB, por sus siglas en inglés). Mientras se sucedían las explosiones, dos de sus compañeros morían en el acto y uno resultaba mortalmente herido, la presentadora continuó con la retransmisión, haciendo continuas referencias a la fortaleza de Irán y a la protección que les brindaba Alá. Emami no abandonó su puesto hasta que el humo entró en escena y trozos del plató empezaron a caer sobre ella.
Desde entonces, la presentadora se ha convertido en una celebridad para los partidarios del régimen iraní. O, al menos, así actúan ante ella. Porque los dirigentes de la república islámica, inmersa en una crisis política y económica desde hace años, saben que no hay poder político, económico ni militar que sobreviva sin la capacidad de proyectarlos. Por eso, Irán es también una potencia en el arte de la escenificación, así como en evidenciar el doble rasero de Europa y Estados Unidos para ocultar e, incluso, justificar su autoritarismo y represión.
—Los medios occidentales nunca nos han apoyado, siempre siguen sus líneas editoriales. No tienen sentido, mienten a su gente. Los medios occidentales manipulan la información para justificar los ataques a nuestro país —responde Emami cuando le pregunto si recibió mensajes de solidaridad o de condena por parte de la prensa europea o estadounidense tras el bombardeo de su medio de comunicación, un crimen de guerra según el derecho internacional.
La sede de IRIB, un edificio acristalado de tres plantas con un patio interior, era un símbolo de la política comunicativa de la república islámica. Ahora, su esqueleto de hierros atiznados yace sobre un manto de toneladas de cristal que cruje bajo nuestros pasos. Una lona de diez metros de ancho y seis de alto muestra a Emami en el momento de la transmisión, con el dedo apuntando al cielo, el signo del islam que representa la unicidad de Dios.
La sede de la radiotelevisión pública iraní quedó destruida tras los ataques de Israel. Ricard Garcia Vilanova
En un lateral, una de las orquestas más respetadas de Teherán empieza a tocar los primeros acordes del himno de Irán. Pero la mayoría de la decena de camarógrafos que registran el evento dan la espalda a los músicos y enfocan a la quincena de extranjeros que asistimos al acto organizado en memoria de los tres periodistas fallecidos. Hemos sido invitados a visitar Irán por el Sobh Media Festival, un evento organizado por IRIB. En algunos casos, como el nuestro, fuimos seleccionados tras presentarnos a la convocatoria. Otros, como algunos comunicadores con cientos de miles de seguidores en sus canales de YouTube o Instagram, fueron contactados directamente por la organización. El objetivo: mostrar las consecuencias contra los civiles de la llamada guerra de los doce días.
La madrugada del 13 de junio de 2025, mientras sobre el papel los representantes de Washington y de Teherán preparaban la sexta ronda de negociaciones sobre su programa nuclear —que debía tener lugar un día después en Mascate (Omán)—, decenas de cazas israelíes acabaron con la posibilidad de un acuerdo y comenzaron la guerra más mortífera para Irán desde la que mantuvo con Irak en la década de 1980. El conflicto se cobró la vida de más de 1.060 personas, según datos oficiales del régimen iraní, de las cuales al menos la mitad eran civiles, como suscribe Hrana, una oenegé independiente con sede en Estados Unidos. La respuesta iraní mató a 28 israelíes, en su mayoría civiles, según el Gobierno de Tel Aviv.
El 23 de junio Donald Trump anunció un alto el fuego después de que Estados Unidos bombardease instalaciones nucleares y militares. Pero esta tregua podría romperse en cualquier momento, según apunta la mayoría de las fuentes expertas en la región.
—Nosotros también seguimos los medios occidentales y en esos días veíamos cómo, mientras bombardeaban decenas de edificios civiles, muchos medios, a través de sus corresponsales en Tel Aviv, hablaban de las víctimas civiles israelíes y de nosotros solo decían que Israel estaba bombardeando instalaciones militares y nucleares. Es como si nuestras vidas valiesen menos —explica de manera confidencial uno de los periodistas encargados de acompañar a la heterodoxa comitiva de periodistas y comunicadores por los escenarios más afectados.
En el cementerio de Behest Zahra, en las afueras de Teherán, hay enterradas miles de víctimas de la guerra entre Irán e Irak de la década de 1980. Ahora hay centenares más enterradas tras el reciente ataque de Israel. Ricard Garcia Vilanova
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Entre los asistentes al concierto organizado por la radiotelevisión pública se encuentran las parejas y los hijos de los tres trabajadores muertos a consecuencia del ataque. Detrás de la orquesta, los organizadores han colgado lonas con sus rostros que ocupan varias alturas del edificio. En un tablón, hay retratos de los 38 niños y niñas muertos por las bombas israelíes, con rosas pegadas en el envés, dispuestos para que todo el mundo se lleve uno como recuerdo. Tras la función, en un anfiteatro de sillones de terciopelo rojo, familiares de las víctimas relatan sus historias mientras proyectan sus fotografías.
El objetivo de esta escenografía es evidenciar lo que la mayoría de los medios occidentales no hicieron. En parte, por ese sesgo informativo que sigue primando la identificación de Occidente con Israel. Pero también, como explican de manera confidencial periodistas residentes en Irán, porque el régimen tardó en reconocer la dimensión del daño causado y porque sigue limitando el acceso de los corresponsales extranjeros a la información. Unos recelos hacia la prensa internacional que se han exacerbado tras la ofensiva militar, que dejó al descubierto el alto grado de infiltración del Mossad en el régimen. Tanto como para ser capaz de identificar las ubicaciones de los altos mandos y de infraestructuras estratégicas que fueron bombardeadas sistemáticamente.
Desde el lado oficialista, como nos confesaron en varias conversaciones, atribuyen su desconfianza hacia los periodistas internacionales a que muchos espías utilizan esa coartada para obtener información en el terreno. De hecho, Irán concede muy pocos visados periodísticos y, cuando lo hace, suele cobrar más de mil euros diarios de tasas por informar desde su territorio, lo que limita el acceso a las grandes cabeceras que pueden asumir ese coste. Por todo ello, este tipo de tour organizado es una de las pocas vías factibles para acceder al país como periodista freelance.
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—Mis hijos se marcharon al norte del país, pero yo me quedé porque… mira a tu alrededor, ¿para qué iban a bombardear aquí? De repente, oímos los aviones, las bombas, cómo nuestra casa se desmoronaba. ¿Quién nos va a ayudar a reconstruirla? —pregunta Zareen, una mujer de unos sesenta años, al alcalde del barrio, que se esmera por recoger sus datos mientras las cámaras le enfocan; le promete que el Ayuntamiento se hará cargo de los gastos.
Detrás de él, un montículo de escombros ocupa el lugar en el que antes se alzaba un edificio residencial. A los laterales y en frente, decenas de apartamentos con algunas de sus estancias a la vista después de que la onda expansiva las dejase sin paredes. Sillones de estilo Luis XVI, grandes espejos y largas mesas de madera permanecen cubiertas del mismo polvo que se derrama por las calles de este barrio pudiente de Teherán.
Antes de que el edil haya podido dar su versión de los hechos —que en el lugar atacado solo había un gimnasio en la planta baja y viviendas en las superiores—, una de las comunicadoras estadounidenses invitadas por el régimen ya se está grabando con el móvil, compartiendo reflexiones con el rostro compungido mientras pisa los restos del bombardeo. A unos metros de ella, un veinteañero británico dedicado a hacer análisis con una perspectiva antiimperialista recoloca juntos el peluche y el libro de texto que ha rescatado de entre los escombros. Los mira con pesadumbre mientras el camarógrafo que viaja con él le graba primeros planos. El régimen los ha invitado porque quiere llegar a sus seguidores, jóvenes occidentales que se informan a través de sus canales y que desconfían de los medios tradicionales.
—Nosotros no sabemos quién vive alrededor de nosotros, si trabajan en el Gobierno o son científicos. Pero ¿eso es excusa para bombardear y provocar todo este horror?
Fatemah es una de las vecinas cuya casa ha quedado gravemente dañada. Tiene unos cincuenta años, va vestida con camisola y pantalones blancos y apenas cubre una mínima parte de la cabeza con un velo transparente. Una aparente mezcla de rabia y precaución la empujan a hablar atropelladamente y a callarse, como un motor que gripa cuando intentan arrancarlo. A su lado, Shirin, una allegada, termina sus frases, tomando el relevo cuando a Fatemah le puede la prudencia:
—Si fuese legítimo asesinar a científicos nucleares, tendrían que haber asesinado a Oppenheimer. Aquí vivía gente trabajadora, no tenemos nada que ver con la guerra. ¿Por qué nos atacan?
Varios testigos y vecinos nos confirman que el bombardeo acabó con trece miembros de una misma familia, incluidos cinco niños.
Según la información publicada por las autoridades iraníes, más de 8.000 edificios residenciales resultaron dañados por los aviones de guerra y los drones, y 400 fueron totalmente destruidos. Uno de los ataques, que acabó con el general Mohammad Bagheri, el jefe del Estado Mayor, se llevó por delante la vida de 60 civiles. Veinte eran niñas y niños.
La llamada guerra de los doce días dejó cientos de edificios residenciales, como este, en ruinas. Ricard Garcia Vilanova
—¿Por qué el mundo acepta con normalidad que si los científicos son iraníes los puedan matar? Pero voy más allá: tampoco es legítimo matar a un comandante mientras duerme, junto a su esposa y sus hijos. No lo están matando combatiendo, o durante una operación militar. Estaba durmiendo, ¿qué honra tiene eso? —pregunta con rabia otra mujer que prefiere preservar su anonimato.
El derecho internacional humanitario prohíbe matar a militares cuando no están combatiendo, un argumento que expone también Esmail Baqaei Hamane, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, en la reunión informal que mantiene con la delegación extranjera.
—El derecho internacional humanitario también prohíbe atacar edificios civiles, cárceles, medios de comunicación. Y ni aun así Occidente cuenta los hechos como son. La mayoría de los países no alineados condenaron esta agresión porque no se trata solo de una amenaza a Irán, sino para toda la región. Y por eso, el apoyo explícito a Israel por parte del Reino Unido, Alemania y Francia es una invitación para que sea aún más agresivo —explica en un perfecto inglés este diplomático con décadas de experiencia en foros internacionales.
Uno de los periodistas asistentes, un libanés que lleva años documentando los crímenes cometidos por Israel en Siria, Líbano, Irán y Palestina, le pregunta y repregunta sobre por qué Irán sigue dispuesto a negociar con Estados Unidos cuando ha participado en la agresión; a colaborar con el Organismo Internacional de Energía Atómica cuando, según había denunciado su propio Gobierno, este compartió información confidencial con los atacantes; o, incluso, a seguir participando en la ONU cuando no había sido capaz de frenar el ataque.
—Sabemos que no podemos confiar en Estados Unidos, pero que aun así vamos a seguir trabajando por la vía diplomática para solucionar esta situación por todos los medios pacíficos posibles. Si haciéndolo nos atacan, imagínate qué no harían si no estuviésemos dispuestos a negociar —responde el representante político, algo molesto por la insistencia del periodista.
Pero, sin lugar a dudas, la pregunta que más se hacen los expertos en la región y que más repite el sector ultraconservador del Gobierno iraní es si este ataque no ha dejado claro que la única forma de evitar nuevos bombardeos es teniendo la bomba atómica. “Como Corea del Norte”, repiten como un mantra los partidarios de esta hipótesis. Hamane expone la posición oficial de su Gobierno:
—Estados Unidos hizo algo sin precedentes: atacó una central nuclear en funcionamiento. Pudo haber provocado daños irreparables. Y claro que si tuviéramos armas nucleares nadie atacaría Irán. Pero no la tenemos por buenas razones, porque somos un país serio. Nos han sancionado, han asesinado a nuestra gente y ahora han atacado nuestras instalaciones. Si no la desarrollamos es porque no queremos favorecer que otros países también lo hagan.
El portavoz confirma también que Irán retomará su programa de enriquecimiento de uranio que, insiste, solo tiene fines energéticos y médicos. El Organismo Internacional de Energía Atómica no ha podido contrastar en sus inspecciones que Irán esté intentando producir armas nucleares con el uranio enriquecido, aunque ha denunciado falta de transparencia por parte de sus instituciones y ha identificado material nuclear en áreas no declaradas.
—Los europeos se están desacreditando a sí mismos con su apoyo a Israel durante el genocidio de Gaza —concluye el portavoz, tras más de dos horas de un encuentro en el que algunos de los presentes expusimos que si su Ejecutivo realmente quiere contribuir a que la prensa occidental traslade una imagen más rigurosa, independiente y compleja de Irán, la mejor forma de hacerlo es facilitar la concesión de permisos de prensa y las coberturas libres, sin acompañantes del régimen. Hamane pide a su equipo, alguno de cuyos miembros se muestran molestos por estas intervenciones, que lo apunten para valorarlo.
Las familias de las víctimas de la guerra han llenado las calles de Teherán de pancartas con sus rostros. Ricard Garcia Vilanova
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—¡Cuenta la verdad! Han matado a gente normal, a gente inocente, a trabajadores. No a gente vinculada a la guerra. ¡Cuenta la verdad! Han quemado a los iraníes. Ella era mi hija, la mataron trabajando, tenía solo 28 años. Su hijo tiene diez años. Era inocente. Todo su cuerpo estaba quemado.
Shirin Esmaili se ha levantado como un rayo cuando me ha visto andar entre los túmulos en los que cientos de personas velan a sus familiares. Un mes después de que cesaran las explosiones, en Irán siguen enterrando los restos de quienes más ha costado identificar por el estado en el que quedaron sus cuerpos. Su hija era una de las 17 trabajadoras que murieron en el ataque contra la prisión de Evin, donde en total perdieron la vida 71 personas, según las cifras oficiales. Entre ellas, un niño de cinco años que se encontraba visitando a su padre preso, también muerto. Esta cárcel, situada en una de las faldas de los montes que rodean Teherán, era uno de los símbolos de la represión de la teocracia. Allí eran encarcelados muchos de los políticos, activistas y periodistas críticos con el régimen iraní, el mismo al que Israel y Estados Unidos esperaban derrocar, alentando mediante las bombas una insurreción popular. Pero por ahora prevalece un estado de shock, de humillación y de duelo por sus víctimas, como los que asolan a la mujer que grita de desesperación en la tumba contigua.
Alrededor, familias enteras velan a sus familiares, sentadas en sillas plegables junto a los enterramientos. Niños y niñas juegan bajo las sombras de los árboles que flanquean la avenida central que separa esta zona del cementerio —dedicada exclusivamente a las víctimas de esta última guerra— de la que se construyó para dar sepultura a 31.000 de las más de 200.000 que, según registros oficiales, causó el conflicto que mantuvo con Irak entre 1980 y 1988. Y ese es el paralelismo que el Gobierno ha instaurado en todos sus ámbitos de influencia: el sionismo representa en la actualidad, para Irán y para todo Oriente Medio, la amenaza que antes supuso el Baaz, el partido de Sadam Husein.
Así lo subraya el guía encargado de mostrarnos el Museo de la Defensa Sagrada, que recrea con detalle el conflicto con Irak desde sus orígenes hasta la invasión ilegal en 2003, con una réplica fidedigna de la detención de Husein a manos de un soldado estadounidense. El centro cuenta con impresionantes recreaciones de escenas bélicas basadas en fotografías tomadas durante el conflicto. Aulas y viviendas arrasadas por el fuego de las bombas, calles de comercios destruidas por los morteros, búnkeres con las temperaturas extremas en las que tuvieron que sobrevivir los soldados durante semanas, hologramas de decenas de víctimas en los pasillos por los que avanzamos los visitantes, una cápsula en la que, a la vez que vemos una explosión en un barrio cualquiera, sentimos temblar el suelo y el aturdimiento provocado por el sonido de las detonaciones, los gritos, los llantos. En medio de todo ello, el guía describe a los líderes del Baaz como representantes del Mal en la Tierra y los asimila, continuamente, con los de Israel y Estados Unidos.
Un discurso similar al que recibimos en el Museo de la Fuerza Aeroespacial del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, destinado a exhibir los logros de la industria armamentística iraní, en especial de los misiles y drones. “Ese misil es de tecnología rusa, y ese de Corea del Norte. El último modelo que hemos desarrollado tiene 16.000 kilómetros de alcance”, expone con satisfacción el general Ali Balali, quien lleva años dedicado a guiar estas peculiares visitas turísticas. “El primer dron que creamos volaba solo 20 minutos y estaba destinado a tomar fotos de reconocimiento. Ahora alcanza los 300 kilómetros de distancia”, añade, flanqueado por varios hombres vestidos de negro que vigilan que la comitiva no se desperdigue por las instalaciones.
Entre las reproducciones de los prototipos de drones iraníes más conocidos, como los Shahid 136 que tantas miles de bajas han provocado en Ucrania, el general se enorgullece de la capacidad que ha tenido su país para convertirse en un referente del sector bélico pese a las sanciones aplicadas por Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá, el Reino Unido y Australia durante la última década. Medidas aprobadas para debilitar al régimen teocrático, presuntamente, por sus políticas represivas, por su apoyo a Hezbolá, Hamás y a los hutíes de Yemen, y por su envío de drones a Rusia, entre otras cuestiones. Y, sin embargo, como ocurre a menudo con la política de sanciones, es la población con menos recursos la que está sufriendo sus peores consecuencias, como la subida de la inflación, la devaluación de la moneda, el encarecimiento de productos básicos o la escasez de medicamentos.
—Nosotros somos gente de paz. No hemos iniciado ninguna guerra en el último siglo. Igual que no atacamos Irak en los años 80, no hemos atacado Israel ni Estados Unidos hasta que lo han hecho ellos. No quieren que seamos un país autónomo, que decidamos nuestras propias políticas, ni que tengamos armas con la misma capacidad o mayor de las que ellos producen para amenazarnos —sostiene el general Balali.
Tras los ataques de Israel y Estados Unidos, bienes básicos como el pan han subido de precio un 80% y la moneda local se ha devaluado. La mayoría de los comercios reabrieron rápidamente tras el alto el fuego para amortiguar el impacto. Ricard Garcia Vilanova
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Desde que Trump declarase unilateralmente el alto el fuego el 23 de junio, numerosas explosiones se han sucedido en diversas regiones de Irán. Miembros del Gobierno de Netanyahu se han jactado de que los agentes del Mossad siguen operando. De las palabras de algunos miembros del Ejecutivo iraní se desliza que también se las atribuyen a Israel. A su vez, diversos medios internacionales han publicado que Estados Unidos aceptó la petición que Netanyahu le hizo nada más comenzar la tregua de que le suministrase misiles de defensa y munición avanzada. Asimismo, Irán habría comprado a China misiles tierra-aire y encargado sistemas de defensa aérea y cazas J-10C. Ambos países parecen estar rearmándose para una posible reanudación del conflicto.
A la vez, el portavoz de la policía iraní Saeed Mon ha declarado que durante la llamada guerra de los doce días fueron detenidas unas 21.000 personas por “violaciones de seguridad”. De estas, puntualizó, 260 fueron acusadas de espionaje y 172 de grabaciones ilegales. Organizaciones como Amnistía Internacional, Derechos Humanos Irán y el Centro para los Derechos Humanos en Irán han denunciado el aumento de la represión, de las detenciones arbitrarias y masivas, así como de las ejecuciones.
Mientras, el régimen iraní apuesta su supervivencia al nacionalismo. Tras los ataques de la alianza israelí-estadounidense, numerosos iraníes exiliados expresaron que su deseo de una transición democrática no significa que apoyen una agresión militar de estas características. Una opinión que, parece, también es mayoritaria dentro del país según todas las fuentes consultadas: esta guerra ha unido a la sociedad iraní en la defensa de su país, no del régimen. Un sentimiento que los dirigentes están intentando canalizar a través de un giro del discurso político en el que, como bien ha explicado Catalina Gómez, corresponsal en Irán, están trasladando el peso de la revolución islámica al patriotismo.
Pero si hay una poderosa razón para la esperanza, es la que constatamos en las calles de Teherán. Tres años después de que Mahsa Amini, de 22 años, muriese tras ser apalizada y detenida por la llamada policía de la moral por llevar mal colocado el velo, una parte significativa de las mujeres —en su mayoría jóvenes, pero también de mediana edad— camina con la cabeza descubierta. Y no solo. Muchas adolescentes y veinteañeras llevan el pelo teñido de colores chillones, y visten camisetas o camisas de manga corta que dejan al descubierto las caderas. Algo absolutamente impensable hasta ahora. Y aunque sigue siendo obligatorio cubrirse el cabello en los espacios públicos, la mayoría desoye a los vigilantes cuando se lo ordenan. Son tantas que el régimen ha dejado de reprimirlas. Especialmente ahora, cuando sus dirigentes intentan restablecer la idea del ayatolá Jomeiní, líder de la revolución islámica que derrocó al Sha, de que frente al “gran Satán” —como se refieren sus seguidores a Estados Unidos e Israel—, la unión del pueblo representa la mejor defensa de Irán. Incluidas estas mujeres que, semanas después de que dejasen de caer las bombas, caminan alegres con sus melenas al viento por los centros comerciales, las librerías y los parques. Y aunque con ellas no pudimos hablar —para no comprometerlas ni exponerlas a posibles represalias—, son las que mejor representan ese otro lado del espejo, que no aparece en los medios oficialistas del régimen ni en las imágenes estereotipadas que tenemos en Occidente de su país, pero que alumbran la posibilidad de un futuro próximo en el que las dos narrativas sobre Irán dejen de estar enfrentadas.
Mujeres conversando en una mezquita junto a fotografías de los líderes de la República Islámica de Irán y de los generales asesinados por los ataques de Israel y Estados Unidos. Ricard Garcia Vilanova
Durante meses, cada día, la familia Hammad compartió en Instagram imágenes de los platos que cocinaba en su casa de Gaza. Mientras las bombas caían e Israel utilizaba el hambre como arma de guerra, ellos abrieron la puerta de su cocina al mundo. Lo hicieron con la complicidad del periodista Mikel Ayestaran, que transformaba los mensajes de voz, las fotos y las recetas que le enviaba la familia Hammad en una especie de diario íntimo de la guerra en Instagram.
Ahora, ese proyecto se convierte en libro. Y para que sea posible, necesitamos tu apoyo.
Menú de Gaza es un testimonio de la vida que resiste en medio del asedio. Un libro que recoge recetas y cientos de fotografías de platos elaborados por la familia Hammad durante los meses más duros de la ofensiva israelí en Gaza. Un proyecto que denuncia el uso del hambre como arma de guerra y reivindica el poder de lo cotidiano como forma de resistencia.
Publicaremos una edición especial, bilingüe (castellano e inglés), diseñada con mimo por el estudio Underbau y editada por 5W. Será un libro íntimo y potente, con el aspecto de un recetario litúrgico: papel biblia, formato pequeño, encuadernación en lino con máculas que evocan la devastación del territorio. Todo en él —desde los materiales hasta los silencios— está pensado para contar esta historia.
El 15 % de los ingresos de esta campaña irá directamente a la familia Hammad, que ha logrado salir de Gaza y empezar una nueva vida en España. El resto se destinará a la producción, impresión y distribución de la primera edición del libro.
Este no es solo un recetario. Es una crónica de guerra, un gesto de memoria, un acto político. Es, también, una respuesta a todas las personas que durante meses han preguntado cómo ayudar a la familia Hammad. La respuesta está aquí:
El 2024 fue un año marcado por los incendios en diferentes partes del mundo. En Chile, el fuego arrasó más de 43.000 hectáreas, acabó con la vida de al menos 138 personas, hirió a más de 1.000 y desplazó a cerca de 40.000; en Bolivia, los incendios forestales arrasaron más de diez millones de hectáreas, el equivalente al tamaño de países como Estonia, Holanda y Bélgica juntos; en Portugal, más de 40 incendios simultáneos dejaron un saldo de nueve fallecidos y decenas de heridos, además de más de 100.000 hectáreas afectadas; en California, los fuegos provocaron más de 16.000 hectáreas calcinadas, 30 muertos, miles de personas evacuadas y daños valorados en más de 50.000 millones de dólares.
Estos son solo algunos de los incendios forestales más destructivos del último año, pero el camino está lleno de fuegos más pequeños que siguen carcomiendo kilómetros y kilómetros de puro bosque y zonas interurbanas. Según un estudio de la organización Global Forest Watch en 2024, las llamas se han convertido en la principal causa de deforestación en el mundo, por delante de la agricultura, y avanza a un ritmo de 18 campos de fútbol por minuto. ¿Por qué sucede esto? ¿Se puede revertir la situación? Y si es así, ¿qué estamos haciendo para enmendarlo?
En el podcast de este mes hablamos de gestión forestal, de éxodo rural, de los que sufren el fuego y los que luchan contra él. Lo hacemos con Héctor Alfaro, ingeniero forestal y experto nacional en el Centro de Coordinación de la Respuesta a Emergencias de la Unión Europea; Fernando Sedano, científico del Joint Research Centre de la Comisión Europea en la Unidad de Gestión de Riesgos y Crisis; Adra Pallón, fotoperiodista y autor del proyecto fotográfico sobre megaincendios en España, ‘Lumes’, y Xabier Bruña García, doctor, ingeniero de montes y técnico en el ámbito rural de la Administración de la Xunta de Galicia.
Un podcast de Javier Sánchez. El montaje musical es de ROAD AUDIO.
Recuerda que puedes escuchar todos nuestros monográficos en el espacio podcast mientras navegas por la web, o descargarlos a través de las principales plataformas como Spotify, Ivoox o Apple Podcast.
Este podcast nace de una colaboración con el Departamento de Protección Civil y Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea.
Todo lo relativo a Palestina tiene aires de déjà vu.
La responsable de Política Exterior de la Unión Europea, Kaja Kallas, anunció el día 20 que hay una mayoría clara de países a favor de la revisión del Artículo 2 del acuerdo de asociación con Israel, que exige respeto a la democracia y los derechos humanos. “La presión es necesaria para cambiar la situación”. El movimiento es firme: 17 de los 27 países miembros de la Unión Europea votaron a favor de la propuesta holandesa de revisar las relaciones con Israel, que envía a la Unión Europea el 32% de todas sus exportaciones.
Pocas horas después el Congreso de los Diputados español aprobó una ley que aplica un embargo de armas a Israel. Y este cambio de tendencia no sucede en el vacío. Pedro Sánchez ya había dejado claro su punto de vista cuando dijo: “Nadie se llevó las manos a la cabeza cuando hace tres años se inició la invasión de Rusia a Ucrania y se le exigió nada más y nada menos que la salida de competiciones internacionales y […] no participar en Eurovisión. Por tanto, tampoco debería hacerlo Israel”.
De hecho, la semana pasada decenas de grupos musicales, algunos de los mejores del punk-rock nacional, como La Raíz o Sons of Aguirre, entre otros, anunciaron que dejarían de participar en los macrofestivales que acaban de ser comprados por un fondo de inversiones vinculado a las prácticas coloniales de Israel.
El movimiento viene de largo. Al menos desde 2008, cuando, tras un largo proceso de reflexión, un grupo amplio y representativo de organizaciones españolas inició un diálogo con sus contrapartes palestinas e israelíes sobre cómo lograr mayor efectividad en su trabajo. La Plataforma Palestina de ONGs, Ittijah (Unión de comunidades árabes del Estado de Israel), el AIC (Alternative Information Center de Belén y Jerusalén) y la Red Estatal de Solidaridad con Palestina se convocaron a debatir una estrategia común. Oenegés españolas que trabajan en Palestina formaron parte de “La iniciativa de Bilbao”, que coordiné. La premisa del debate, que duró días, fue: ¿Podemos alcanzar alguna postura unitaria para una campaña de acción conjunta?
Aquel 2008 fue el principio de algo que hoy comienza a fructificar. La respuesta no pudo ser otra que sumarse a las peticiones de aquellos con quienes se mostraba solidaridad. En 2005, una amplia representación de la sociedad civil palestina había lanzado la campaña Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) al Estado de Israel. Decía así: “Nosotros, representantes de la sociedad civil palestina, demandamos a las organizaciones de la sociedad civil internacional y a las personas conscientes de todo el mundo a imponer amplios boicots e implementar desinversiones contra Israel, de manera similar a aquellas aplicadas a Sudáfrica en la era del apartheid. Exigimos a ustedes que presionen a sus respectivos estados para que impongan embargos y sanciones contra Israel. Invitamos también a los israelíes conscientes a apoyar esta petición, por el bien de la justicia y una paz verdadera. Estas medidas punitivas no violentas deberían ser mantenidas hasta que Israel cumpla su obligación de reconocer el derecho inalienable del pueblo palestino a la autodeterminación y acate completamente los preceptos de la legislación internacional”.
Utilicé al principio de esta columna la expresión déjà vu —ya visto—. Porque lo que las administraciones y cada vez más personas comienzan a reconocer hoy no es más que lo que una parte de la sociedad civil española organizada lleva años pidiendo y tratando de poner en marcha. En una sociedad democrática, es la ley la que debe adaptarse a la sociedad y no a la inversa. Eso no sucede sin que cada uno de nosotros y nosotras actúe, empuje y presione desde el lugar que pueda hacerlo.
El Gobierno de Israel no ha permitido que la prensa internacional cuente sobre el terreno lo que sucede en Gaza, pero Mikel Ayestaran, reportero con décadas de experiencia en la región y uno de los fundadores de 5W, decidió que eso no evitaría que pudiera desarrollar su trabajo.
Diseñó un proyecto colaborativo para denunciar el uso del hambre como arma de guerra por parte de los israelíes. La familia Hammad empezó a contar, a través de la cuenta en Instagram de Ayestaran, lo que lograban cocinar cada día sometidos al asedio y los bombardeos de Israel. El plato que simboliza ese ejercicio de resistencia, un homenaje a los civiles de Gaza, se ha convertido en la portada de nuestra revista número 10, Comida. Un plato vacío.
El propio Ayestaran lo ha explicado así: “Desde el 7 de octubre de 2023, la comida era parte de mis conversaciones diarias con mi amigo Kayed Hammad. De tanto preguntar y preguntar por lo que comen cada día, se nos ocurrió poner en marcha en Instagram una serie titulada Menú de Gaza, con el plato que su esposa Amal (nombre árabe que significa esperanza) cocinaba cada día para las diez personas que viven bajo el mismo techo. De ahí nació un proyecto que os presentamos en la revista, tanto en su cubierta, con un plato vacío, como en su interior, con un desplegable en el que aparecen decenas de platos cocinados pese a las bombas de Israel”.
El jurado de la edición 42 de los Premios Ortega y Gasset ha señalado que “no es sencillo contar bien una historia a través de las redes sociales. Aquí se consigue a través del periodismo de continuidad, de una repetición que forma parte del relato, de la fórmula del largo aliento con un estilo directo que da alma a la historia. Las imágenes, acompañadas de un texto mínimo, van describiendo la crudeza cotidiana de vida en Gaza”.
En 5W llevamos una década apostando por un periodismo cocinado a fuego lento, ya sea en texto o fotografía. También creemos en el diálogo entre formatos. Por eso decidimos que el ahora premiado proyecto de Ayestaran, nacido en redes sociales, debía tener una versión en papel. Por eso está en la cubierta de la revista y en su interior, con un desplegable que decidimos encartar en el centro de la publicación: un detalle distintivo para celebrar nuestro décimo aniversario.
¿Quieres saber más sobre el proyecto? Ayestaran mantuvo una conversación con el director de 5W, sobre ese menú de Gaza convertido en menú de resistencia. Puedes verla íntegramente en nuestra web.