
¿Para qué limitarnos a diez libros? Ahí va una lista amplia, sin jerarquías, con el único criterio de que, te vayas o no de vacaciones este verano, puedas recorrer el mundo leyendo sus páginas. La mayoría son libros que hemos leído hace poco y que nos han gustado. También hay algunos publicados por 5W o por autores y autoras en la órbita de la revista.
Buena lectura.
Las memorias de Martín Caparrós son tan inconmensurables como su propia vida. Este es uno de esos libros que se echan tanto de menos no solo para viajar en el espacio, sino en el tiempo, e intentar así darle sentido al pasado, tanto individual como colectivo. No son las memorias —o no solo— del cronista argentino Martín Caparrós, sino más bien —o sobre todo— las memorias del escritor hispanoargentino Martín Caparrós: si lo lees sabrás por qué. Aunque, ya que estamos en 5W, cuyo equipo tanto admira y copia a Caparrós, quizá lo más apropiado sea decir que estas son las memorias del Maestro Caparrós.
Una novela emocionante. Flores de papel puede ser leída solo como un recorrido de la travesía personal de Ebbaba Hameida, de sus orígenes, del abandono del Sáhara. Ese es, quizá, el punto de partida. El viaje, el trayecto final, llevará a quien lea esta novela mucho más lejos: es un libro que explora entresijos morales, que se atreve con la duda, que se sacude la arena. Quiere ser literatura. En esta entrevista, Hameida nos cuenta por qué. El libro, publicado este 2025, está teniendo mucho éxito, y merece llegar aún más lejos. Hameida también publicó en 2023, aquella vez de la mano de 5W, un diálogo-libro con Nicolás Castellano: Historias contadas al oído.
Dos obras complementarias. Las dictaduras militares de finales del siglo pasado en Argentina y Chile entendidas como procesos que llegaron desde algún lugar y tuvieron consecuencias alargadas. Sobre la psicología individual y colectiva y sobre la justicia internacional. La prosa de Leila Guerrillero y su obsesión por el detalle, por acercarnos lo más posible a la realidad más íntima de una mujer, se complementan con el plano amplio y más contextual que nos ofrece Sands. Víctimas y victimarios. Injusticia y búsqueda de justicia. Historia en perspectiva.
Un “amor” inesperado de verano y el regreso a la ciudad, donde esa relación, de tintes turbios, estallará en mil pedazos. La manipulación de un hombre mayor sobre una mujer más joven contada con gran credibilidad, sin aprioris y con afán comprensivo pero nunca neutral. Dos puntos de vista. Tóxicos ambos.
De lectura obligada para hombres casados. Un divorcio contado desde un solo punto de vista, el de ella, con una prosa veloz, corta, hiriente muchas veces y a ratos —pocos— divertida. Sin afán educativo ni de autoayuda alguna pero de gran utilidad para la reflexión sobre cómo nos relatamos los sucesivos capítulos de nuestra vida y cómo cambia todo aquello que alguna vez dimos por hecho.
Es probable que muchos hombres podamos sentirnos identificados con un personaje que se complica la vida confundido por el aburrimiento, la crisis de los 40 y la necesidad de sentir algún tipo de excitación en medio de la cotidianeidad. Una divertida trama que no tardará en convertirse en guión de cine y excusa para mostrar a alguien que la lía sin sentido por Lavapiés.
No llega a las cien páginas y su autor es un monologuista cómico que grita: Abajo el individualismo. Es importante reconocer que no, no lo hemos hecho todo mal, no todo es nuestra culpa ni nuestra responsabilidad exclusiva ni nos hemos hecho a nosotros mismos en soledad e independencia. Demos un golpe encima de la mesa y paremos de una vez por todas con el discurso de la meritocracia —una de las mentiras más graves y dolorosas de nuestra época— que seguimos escuchando, convertido ya en mandamiento religioso. Este libro nos ayuda a liberarnos del dañino discurso de la psicología de la superación, la autoestima y el esfuerzo recompensado. Nos permite romper ese marco culposo y aceptarnos mejor desde posiciones consideradas profesional o comercialmente fracasadas desde las que dotarse de sentido y motivos para implicarse, de nuevo, en luchas colectivas.
Cuando era corresponsal de TV3 y Catalunya Ràdio en Beirut, Txell Feixas conoció la historia de un equipo de baloncesto femenino en el campo de refugiados palestinos de Shatila. Majdi, un pintor, quería contribuir a que un grupo de niñas tuviera un futuro mejor. Una década después, Feixas —que siempre vuelve— volvió para contarlo. La autora de otro libro fundamental, Mujeres valientes, está ampliando cada vez más sus horizontes y este mismo año ha estrenado el documental Dones en lluita. Feixas da sentido al periodismo internacional y es una de las voces más reconocidas del momento.
Las guerras tienen frente de batalla. El colapso climático también: la Amazonía. Desde allí escribe la periodista brasileña Eliane Brum, que con una prosa humanista recorre las contradicciones de la mayor selva tropical del planeta. Brum fue asesora de la extraordinaria exposición Amazonias. El futuro ancestral, que el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) mantuvo durante meses en Barcelona y que ayudó a que muchas personas acostumbradas a la ciudad entraran, por fin, en la selva.
Uno de los libros del año. Con esta recomendación no somos imparciales, porque es el libro de uno de nuestros fundadores. Crónica de crónicas, Historias de Gaza recorre una y otra vez la Franja: desde la historia, desde el periodismo, desde la experiencia. Para Mikel Ayestaran, que ha cubierto todas las ofensivas de Israel desde 2008 en la Franja —salvo la última, porque Israel no permite la entrada de prensa extranjera—, no hay un lugar como Gaza. En este libro explica por qué. Directo a la mente y al corazón.
Uno de los libros con sello 5W, porque lo firma su director, Agus Morales. ¿Por qué unas víctimas importan menos que otras? La guerra de Ucrania demostró que es posible dar refugio y asistir a millones de personas sin que los servicios públicos se derrumben y sin que se desaten las alarmas. ¿Por qué no se hizo lo mismo con otros conflictos como Afganistán, donde los países de la OTAN tuvieron tropas desplegadas? Ocho años después del lanzamiento de No somos refugiados, radiografía global en forma de crónica de las personas sin refugio, llega La hipocresía solidaria, con el mismo espíritu pero señalando al sistema de (des)protección internacional.
El fútbol —y en general el deporte— aparece una y otra vez en la obra de Xavier Aldekoa, otro de los cofundadores de 5W que este año ha sacado libro. La escritura de Aldekoa se desliza por el río Congo, nos cuenta qué pasa en Sudáfrica o recorre miles de kilómetros en el Sahel, pero siempre hay alguna rendija por la cual se cuela el fútbol y, en general, el deporte. Son momentos de pillería, de alegría, de sabiduría popular. Pocos como Aldekoa saben unir razón y emoción. El fútbol es uno de los elementos que ayudan a que esa argamasa cuaje. África redonda reúne crónicas, reportajes y artículos que ha publicado a lo largo de su carrera con el fútbol como centro. Una delicia para todos los públicos.
No es casualidad que el estado de desorden, impunidad e inestabilidad que vivimos venga precedido de cerca de dos décadas de poder de Vladímir Putin y Benjamín “Bibi” Netanyahu. Ambos han tenido tiempo suficiente para avanzar en sus agendas expansionistas y sus sueños de un nuevo orden mundial. Aunque las visiones de ambos son discrepantes, coinciden en un elemento fundamental: la aniquilación de cualquier concepto de justicia o ley internacional.
Los líderes rusos e israelí tienen más cosas en común. Un desprecio absoluto por cualquier interés más allá del personal y la ausencia de escrúpulos para mantenerse en el poder. Su gran golpe de suerte ha llegado con el regreso al poder de Donald Trump. Con un presidente en Estados Unidos que, al igual que ellos, carece de un ápice de catadura moral, pero acumula similares dosis de narcisismo patológico, las condiciones se han vuelto idóneas para los sátrapas del mundo.
Aunque Trump tiene oficialmente un secretario de Estado en el dócil Marco Rubio, la realidad es que ese papel se lo han repartido en los últimos meses Putin y Netanyahu. Son ellos los que marcan qué se hace y qué no en Ucrania o Palestina. Ellos quienes deciden los tiempos y acciones. Y ellos quienes dirigen la política exterior estadounidense, mientras Europa contempla impotente y sin capacidad de reacción el desmantelamiento del orden internacional.
La química entre Trump y sus dos grandes socios no debería sorprender. Los tres son blancos supremacistas, ultranacionalistas y autoritarios. No creen en organismos internacionales ni instituciones que puedan limitar la arbitrariedad de su poder y persiguen a sus enemigos de forma implacable. Trump y Netanyahu tienen algunos límites, porque en sus países sobreviven a duras penas sociedades civiles que tratan de resistir. Putin, en cambio, hace tiempo que completó el desmantelamiento de cualquier contrapoder.
Pero lo que más une a Trump, Bibi y Putin es la visión nostálgica del poder absoluto, una donde el colonialismo, la dominación y la ley del más fuerte se imponen a la diplomacia o el civismo.
Trump sueña con hacerse con Canadá, el canal de Panamá o Groenlandia. Putin quiere restituir el imperio soviético, convencido de que pasará a la historia como uno de los grandes zares rusos. Netanyahu está envuelto en una expansión mesiánica de los dominios de Israel, empleando la guerra, la expulsión y la hambruna contra los palestinos. En su objetivo de buscar un nuevo orden anárquico, los tres líderes se sienten estorbados por el Estado de Derecho, la democracia liberal o los derechos humanos; emplean la propaganda sin pudor; y cuentan con la indispensable colaboración de una parte de la ciudadanía entregada a la causa.
Trump fue reelegido para un segundo mandato, a pesar de no haber escondido sus peores intenciones. De Putin se podrá decir que ha creado un sistema amañado, pero lo cierto es que sigue siendo enormemente popular. Y Netanyahu, a pesar de la corrupción y los crímenes en Palestina, sube en las encuestas.
En un momento de incertidumbre, cuando mucha gente siente que la democracia liberal ha fracasado en la resolución de sus problemas, la tentación de volver a la era de los reyes absolutos ha regresado. La consecuencia no es El final de la historia que vaticinó Fukuyama, sino su frustrante y desmoralizante repetición.
Termina el mes de junio y con él esta temporada de nuestro rickshaw, que volverá a rodar después de una parada veraniega. La última semana del mes ha estado marcada por el bombardeo de Estados Unidos a Irán y el posterior anuncio de la tregua entre Teherán y Tel Aviv; mientras el foco estaba puesto en ese conflicto, el Ejército israelí mataba a cerca de 800 personas en Gaza. Y en La Haya, la cumbre de la OTAN concluyó con el compromiso de duplicar el gasto militar para 2035. La imagen de la semana está tomada en Cisjordania, donde continúa el asedio de los colonos y el Ejército israelí a la población palestina. Y también nos detenemos en Kenia, Haití y Ecuador.
Israel y Estados Unidos bombardean Irán. Se teme una escalada regional. Trump anuncia un alto el fuego. Israel e Irán no acaban de respetarlo. “They don’t know what the fuck they are doing“, dice el presidente de Estados Unidos. Luego las aguas vuelven a su cauce. Parece una película. Una que se parece a otras que ya hemos visto: amenaza nuclear iraní en lugar de armas de destrucción masiva iraquíes. Necesidad de frenar al enemigo por el bien común. Primero las bombas y después la “paz”. Retórica bélica. Luego: muertos, desplazados, más muertos…
Israel es la única potencia nuclear en Oriente Medio. No ha firmado el Tratado de No Proliferación y perpetra desde octubre de 2023 un genocidio contra la población palestina de Gaza, vulnerando cada artículo posible del derecho internacional humanitario. Pero en esta película, en estas últimas dos semanas, siempre ha parecido que el agresor es Irán. Para Occidente, Irán es el enemigo. Como antes lo fue el Irak de Sadam Husein.
El riesgo de arrastrarnos a todos a una contienda que nadie quería en esta parte del mundo aumentó con el ataque estadounidense. Pero manipular la narrativa, erigir al agresor en adalid de la democracia y reducir a los demás a terroristas que amenazan el statu quo mundial no es algo que haya sucedido en unos días. La construcción del enemigo precede siempre a la guerra, y todas las que se han librado en Oriente Medio se lanzaron preventivamente contra una entelequia que en el imaginario popular lleva túnica, barba y chalecos bomba. El musulmán terrorista. Se lucha contra “la amenaza mundial”, dijo Trump. Esa “amenaza” es una masa amorfa y sin rostro, un arquetipo que permite criminalizar a una región entera y sus habitantes. Un constructo narrativo del “otro” que no es casual, tal y como explicaba el intelectual palestino-estadounidense Edward Said: sirve para justificar la guerra.
Los medios de comunicación desempeñan un papel importante en esa deshumanización del enemigo. También el cine. Entre la década de 1970 y 2000, más de 900 películas retrataron a los musulmanes y árabes como terroristas, fanáticos o caricaturas grotescas, según documenta Jack Shaheen en Reel Bad Arabs: How Hollywood vilifies a people. Se les representa “matando o violando”, sedientos de poder y riqueza. Series como Homeland son otro buen ejemplo. Fue bochornoso ver la presentación de una ciudad cosmopolita como Beirut, con la calle Hamra retratada como un callejón sin asfaltar al final del cual unos barbudos con metralleta conspiran contra Estados Unidos. Se les volvió en contra cuando pidieron a la artista egipcia Heba Amin decorar el set de la serie y ella aprovechó para escribir en árabe “Homeland, racista”. Una acción que se viralizó.
Es famosa también la versión paródica de “Barbara Ann”, canción de The Regents que acabó convirtiéndose en “Bomb Iran” y que popularizó John McCain en la campaña presidencial de 2008. Una invitación literal a hacer lo que muchos habrían preferido que se evitara, y que volvió a estar de moda. Un ataque que muchos justificaron, igual que el genocidio en Gaza, en aras de un bien mayor. Después de todo, Irán es el país de los ayatolás, la amenaza nuclear mundial, y todos los palestinos son Hamás. También los niños. La región es un nido de terroristas. El enemigo sin rostro del que hay que protegerse, ya sea árabe o no (la población iraní es persa en su mayoría). James Baldwin decía que todos aquellos que vemos también son nosotros. Pero si no tienen rostro, no podemos verlos. No podemos vernos reflejados en ellos. No podemos ver que somos ellos.
El genocidio empieza con la deshumanización, afirmaba en 2014 Adama Dieng, asesor especial de Naciones Unidas para la prevención del genocidio. Pensaba que podíamos usar las lecciones aprendidas en Srebrenica, Ruanda, el Holocausto… para evitar que ocurriera de nuevo. Pero hemos aprendido poco, parece, a pesar de que sabemos cómo acaba la película.
“Entrar en Oriente Medio es la peor decisión que se ha tomado nunca en la historia de nuestro país”.
No es la reacción de un opositor de Trump a su ataque recién lanzado contra Irán, sino una frase que el propio Trump escribió en sus redes sociales en 2019, durante su primer mandato como presidente de Estados Unidos.
“Fuimos a la guerra bajo una premisa falsa y ahora desmentida, las armas de destrucción masiva. ¡No había ninguna!”, escribió entonces, en alusión a la invasión de Irak de 2003. Su actual directora de inteligencia nacional, Tulsi Gabbard, dijo hace unas semanas que Irán no estaba construyendo la bomba nuclear, pero él ya se ha encargado de decirle que está equivocada.
Con su retórica, Trump ha llevado las contradicciones a límites intolerables para el sentido común, una facultad individual y colectiva con cada vez más desprestigio en todo el mundo. La palabra “paz” ha sido la más repetida en el corto pero denso camino que ha llevado a Trump a atacar Irán, solo cinco meses después de tomar posesión por segunda vez como presidente de Estados Unidos. Pese a las amenazas, Irán fue el país con el que no se atrevieron sus predecesores.
“Irán, el matón de Oriente Medio, ahora debe hacer la paz”, ha dicho Trump en su comparecencia en la Casa Blanca para contar que había empezado la guerra.
Antes y después de las elecciones, Trump se ha presentado como pacifista y pacificador, mediador y estadista. En Gaza, en Ucrania, en Cachemira, en la República Democrática del Congo. Porque una de sus obsesiones es ganar el premio Nobel de la Paz. “Tendría que haberlo ganado cuatro o cinco veces”, dijo hace poco. Pakistán, de hecho, anunció ayer —antes de saber del ataque— que lo nominaría a ese premio tan deseado. Estratagema tan irónica como brillante: la India, teórico aliado de Estados Unidos, no reconoció a Trump su papel en la mediación con Pakistán tras el atentado en Cachemira de hace unas semanas, que enfrentó a las dos potencias nucleares del Sur de Asia. Pakistán quiere que el conflicto de Cachemira se internacionalice, y esta es su forma de agasajar a Trump.
Es el realismo político, que vuelve una y otra vez. La paz es su gran víctima. La paz ha sido manipulada, una vez más, para hacer la guerra, esta vez en Irán. Pero las últimas semanas de diplomacia internacional —por llamarla de alguna manera— contienen una dosis de cinismo adicional. Hay una nueva pirueta. La guerra produce la paz, por lo tanto es parte del mismo proceso de pacificación, que se mantiene impecable.
Más del discurso de Trump: “Habrá o bien paz o bien tragedia para Irán, mucho mayor que la que ha sufrido en los últimos ocho días”. Lo ha dicho también el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, eufórico al conseguir arrastrar a Estados Unidos a esta guerra: “Primero viene la fuerza, luego viene la paz”.
El ataque de Israel al que ahora se suma Estados Unidos se produjo justo antes de una nueva ronda de negociaciones sobre el programa nuclear iraní, el mismo que está siendo atacado ahora mismo. Es otra de las consecuencias de este ataque: en los procesos de paz, se penaliza la voluntad de negociar y se premia la violencia o la fuerza de la cual se dispone. La teoría de la disuasión de la Guerra Fría, más viva que nunca: si no quieres que te ataquen, consigue el arma (atómica).
La invocación de la paz para organizar la violencia no solo es cínica, sino que también causa confusión por estar descaradamente desubicada. Para describir la propaganda de George W. Bush con Irak se tiró de ironía y se acuño el término “armas de engaño masivo”. Con Trump desaparece el miedo al engaño, porque dice una cosa, la contraria y la contraria de la contraria, hasta que la verdad —y la mentira— se disuelven. Y nadie sabe qué pensar.
“¡Es hora de la paz!”, escribió Trump en sus redes sociales después del ataque.
Veamos en qué consiste esa paz, o sea, ese ataque.
Tan solo dos días después de anunciar que necesitaba dos semanas para pensárselo, Trump lanzó un ataque con bombarderos B-2 contra las tres grandes instalaciones nucleares de Irán: Natanz, Fordo e Isfahán. Natanz y Fordo son en teoría dos centros de enriquecimiento de uranio, y en Isfahán es donde Irán supuestamente esconde el uranio ya casi listo para fabricar la bomba. La operación ya ha sido bautizada con el ampuloso nombre de “Martillo de Medianoche”. El relato oficial dice que Israel no tenía la capacidad de destruir el programa de enriquecimiento de uranio en Fordo, cavado en un subsuelo montañoso al sur de Teherán, y por ello necesitaba la ayuda de su aliado, que ha acabado lanzando sus bombas convencionales más potentes —GBU-57, la bomba antibúnker— contra una instalación nuclear.
Parece una temeridad, por usar un eufemismo. Irán ya ha asegurado que no se han producido fugas radiactivas.
El ataque se ordenó sin la aprobación previa del Congreso, y obviamente sin ningún tipo de papel de Naciones Unidas. Aquellos tiempos en los que se fingía que la legalidad internacional importaba ya pasaron. Se han traspasado tantas líneas rojas que toda apelación al derecho internacional humanitario o las leyes de la guerra es ridícula. Quizá porque se convirtió en una jerga elitista que tampoco sirvió para detener las guerras. Quién sabe.
Siempre rimbombante, Trump dijo que el ataque contra Irán fue “un éxito militar espectacular”. En intervenciones anteriores, ya sean limitadas a ataques aéreos o con botas sobre el terreno, el problema nunca fue el primer impacto. La superioridad militar y tecnológica de Estados Unidos es incontestable: Kabul y Bagdad cayeron pronto. El problema es el día después.
¿Significan estos ataques la eliminación del programa nuclear iraní? ¿Lo conseguirán al menos retrasar? ¿O quizá lo acelerarán? ¿Quién convence ahora a Irán de que debe sentarse a negociar y entregar todas sus armas?
Estas preguntas son omnipresentes, pero el pasado grita a voces que detrás de ellas hay otras más importantes. El objetivo es derrocar el régimen iraní. El objetivo, como dijo Netanyahu después del 7 de octubre, es redibujar el mapa de Oriente Medio. ¿De qué forma? Los escenarios que se abren a partir de ahora no parecen haber sido demasiado calculados. Pero hay un eco que llega del pasado. De Irak y Afganistán.
La historia no se repite, pero rima.
El cisma en la derecha y la ultraderecha estadounidense alrededor de la guerra de Irán no es chismorreo político. Describe la historia reciente de la acción exterior de Estados Unidos, que sigue siendo, pese a todo, la mayor potencia mundial.
Destacadas figuras del movimiento Make America Great Again (MAGA) que llevó a Trump al poder se declaran aislacionistas. Es una retórica que Trump ha usado con eficacia y frecuencia, tanto en el ámbito económico como en el político, a veces con la cacareada paz de trasfondo. Tanto su exasesor Steve Bannon como el periodista Tucker Carlson, estandartes de la extrema derecha, han declarado públicamente su oposición a esta guerra, que no nace de su voluntad de hacer un mundo mejor sino de la coherencia ideológica que subyace a su nacionalismo exacerbado. Estados Unidos no debe resolver los problemas del mundo ni gastarse el dinero en aventuras militares.
Otros sectores de la derecha dura, del Partido Republicano y más allá, le han pedido a Trump que ataque. Imposible no pensar en los “neocon”, esa corriente ideológica que en los albores del siglo XXI llevó en volandas a Bush a invadir Afganistán —directamente ligado a los atentados del 11-S— y a Irak —que no tenía absolutamente nada que ver—. Los halcones de la guerra contra el terrorismo han vuelto a levantar el vuelo estas semanas.
La pelea no es menor. Tiene que ver con el papel global de Estados Unidos. Después de la vuelta de los talibanes al poder en Afganistán en 2021 y de la retirada militar norteamericana por la puerta de atrás, el fracaso fue tan sonoro que se especuló con el “fin de la era americana”. Estados Unidos era y seguiría siendo durante un tiempo la principal potencia militar y económica del mundo, pero su era de supuesto guardián protector, heredera del nuevo orden mundial de la década de 1990, parecía llegar a su fin. Se acabaron las botas sobre el terreno, se acabaron las grandes aventuras militares. Otros actores empiezan ya a ocupar el espacio. Es hora del repliegue.
El ataque contra Irán es una vuelta de tuerca en ese proceso histórico. ¿Hacia dónde? ¿Es posible una síntesis nacionalista-militarista-trumpista? ¿Es este, en realidad, otro síntoma del declive del poder estadounidense? ¿Son los estertores del imperio? ¿O estamos simplemente a expensas de lo que le dé la gana a Trump? No lo sabemos. Pero el presidente de Estados Unidos quiere dejar claro que su país manda, o más bien que él mismo manda, y si quiere puede atacar. Atacar es una forma de poder. Trump proclama que no quiere cambiar la ideología de sus aliados en el golfo Pérsico, que no quiere llevar la democracia a todos los rincones del planeta, que no quiere repetir el tan denostado nation building de Bush. Pero no va a renunciar al recurso de la fuerza. Trump quiere ser rey, jefe militar y Nobel de la Paz. Todo a la vez.
Su paz es la guerra de todos.
Desde el inicio de los ataques de Israel, 400 personas han muerto y 3.000 han resultado heridas en Irán, según dijo ayer el Ministerio de Salud. Los ataques de Irán contra Israel se han saldado con decenas de muertos. Irán no es Hamás: con 90 millones de habitantes, es una de las grandes potencias de Oriente Medio, pero su poder militar y político se ha tendido a exagerar, quizá fruto de la propaganda de los que quieren acabar con el régimen sea como sea.
Irán está más débil que nunca, y sus rivales lo saben. Netanyahu no quiere desaprovechar la ocasión. El llamado eje de la resistencia está partido, si es que aún existe. El principal aliado de Irán en la región era el brutal régimen de Bashar al Asad, que cayó en diciembre de 2024. Israel descabezó a Hezbolá, pieza fundamental de Irán en el tablero de Oriente Medio, a través de la cual podía golpear indirectamente a sus enemigos. Solo le quedan los hutíes en Yemen. Irán está prácticamente solo y ahora debe reaccionar.
El régimen está atrapado entre una solución mala y otra aún peor. Con su líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, escondido y amenazado de muerte por Israel y Estados Unidos, Irán se enfrenta al dilema de cómo responder a los ataques de Estados Unidos. Puede golpear, como ha hecho en el pasado, a los intereses occidentales en la región. Se calcula que hay unos 40.000 soldados de Estados Unidos desplegados en bases en Oriente Medio. Sobre la mesa está, una vez más, la posibilidad de cortar el estrecho de Ormuz y bloquear un tercio del comercio mundial de petróleo, esa sangre que corre por las venas del capitalismo, pero eso no solo ahogaría a sus enemigos, sino también a China, supuesto aliado.
Si el golpe contra Estados Unidos o Israel es demasiado duro, la guerra empeorará, y el régimen iraní sabe que tiene las de perder. Si es demasiado blando, puede perder legitimidad ante su pueblo y capacidad de intimidación frente a sus enemigos. Pase lo que pase, este ataque tendrá consecuencias a largo plazo. Aunque Trump golpee y se eche atrás, algo que tampoco es descartable, la percepción es algo esencial en estos escenarios. Y la percepción de Irán y del mundo es que Estados Unidos, otra vez, ha entrado en Oriente Medio.
Por último, aunque quizá debería ser lo primero. En paralelo, siguen los ataques de Israel contra la población civil palestina. Ahora que es más difícil mirar a Gaza, el nivel de violencia es incluso más alto que el de hace una semana. En el manual de Netanyahu y de Trump tiene un lugar privilegiado la estrategia de la inundación. De palabras, de contradicciones, de acusaciones, de bombas, de guerras. Cada peldaño que se sube hace que la gente se olvide del anterior.
Se están pulsando todas las teclas, de forma alocada, violenta y casi arbitraria, para que se reinicie el sistema.
¿Qué veremos cuando se encienda la pantalla?
Ya es sábado y, como cada semana, arrancamos nuestro rickshaw para recorrer la actualidad internacional de la semana. Comenzamos con la escalada del conflicto entre Irán e Israel; analizamos los ataques israelíes en Gaza contra civiles que esperaban junto a un camión de ayuda humanitaria, y repasamos la situación en Ucrania tras los últimos bombardeos rusos en Kiev. La imagen de la semana muestra embarcaciones hundidas en el puerto de Arguineguín, en Gran Canaria. Y también nos detenemos en el informe de la ONU sobre las muertes en conflictos armados, Libia, el G7 y Portugal.
En la última década, las organizaciones humanitarias se han cansado de reclamar vías legales y seguras para las personas que intentan llegar a Europa. Miles de ellas saben que no disponen de ellas, y por eso lo intentan a través del mar.
Pero lo que no es tan visible al ojo público es que tampoco existen vías legales y seguras, más allá de la muerte, para identificar, nombrar y dar dignidad a las personas que pierden la vida en el mar. Por defecto, la necropolítica que gobierna las fronteras europeas las mata y las convierte en personas anónimas.
Por eso, 5W y Baynana han unido sus fuerzas para lanzar este especial, fruto de más de un año de investigación: ‘Muertos sin la memoria de Europa’. El proyecto, que ha recibido el apoyo de Journalismfund Europe, recorre los tres principales puntos de entrada a Europa y explica la lucha de colectivos y personas para identificar cadáveres ante la indiferencia de las instituciones europeas.
Ya es sábado y nuestro rickshaw arranca los motores para repasar la actualidad internacional de la última semana. Comenzamos con los bombardeos lanzados por Israel a objetivos nucleares en Irán; seguimos con la preocupante situación que se vive en Gaza, y analizamos la escalada de violencia que se está viviendo en Colombia tras el atentado contra el senador y precandidato presidencial Miguel Uribe. La imagen de la semana muestra las protestas que tienen lugar en Los Ángeles desde hace varios días por la política migratoria. Y también nos detenemos en Austria, Argentina, El Salvador e India.
Israel atacó a Irán bombardeando en la madrugada del viernes un centenar de objetivos nucleares con unos 200 aviones de combate. El ataque, que se alargó durante varias horas, alcanzó instalaciones nucleares, fábricas de misiles y científicos y responsables militares, entre los que se encontraba el jefe de la Guardia Revolucionaria, Hossein Salami, según confirmaron el régimen iraní e Israel.
Es un ataque sin precedentes y que sigue en marcha.
En esta conversación, Mikel Ayestaran, cofundador de 5W y excorresponsal en Jerusalén y Teherán, habla con nuestro director, Agus Morales, sobre el momento en el que llega este ataque —con las negociaciones nucleares de fondo—, las guerras de Israel en la región y la debilidad del régimen iraní.
Tenía que ser un rescate más. Un día más en El Hierro. Así se normaliza lo extraordinario. Porque los dispositivos de rescate que llegan hasta el sur de la isla, hasta el Puerto de La Restinga, deberían ser extraordinarios, pero ya son parte del paisaje cotidiano de este trozo de tierra.
Alrededor de El Hierro hay un océano sin puertos cercanos. Una circunstancia geográfica que ha sido la salvación para muchas personas; para otras, por desgracia, ha supuesto la muerte o la evaporación del mínimo rastro tras su salida en una embarcación precaria.
El todo o la nada.
La ruta canaria es una de las más peligrosas del planeta. Los cayucos y las pateras parten desde África Occidental para llegar a las costas del archipiélago; a varias islas. El Hierro es el territorio más alejado del continente y también el más occidental y meridional. Pese a ello, y superando todas las cábalas que se puedan imaginar, forma parte del intento desesperado por combatir las políticas migratorias y los pasos fronterizos que niegan visados, que niegan la movilidad, que niegan la seguridad y que niegan los derechos más básicos.
La mañana del 28 de mayo como símbolo. “Cayuco, tipo senegalés, unas ciento ochenta personas. Seis millas al sur de La Restinga”. Primeros datos telegráficos que ponen en marcha a todo el personal. También a los medios de comunicación de la isla en la rutinaria misión de informar. El pueblo comenzaba con los deberes de cada mañana: la actividad en el muelle pesquero, la lonja con sus quehaceres, los grupos de buceadores preparados para salir al Mar de Las Calmas y el sol pegando en la playa y en la avenida marítima.
En el puerto se repite la imagen que forma parte de la memoria colectiva: llegada de la embarcación de Salvamento Marítimo con su llamativo tono naranja y a su lado un cayuco de colores y muchas personas a bordo. Se distinguen algunas mujeres con niños de corta edad. Estas operaciones siempre entrañan complejidad en alta mar; en el muelle no va a ser menos.
Tenía que ser un rescate más, con la seguridad y el bienestar que todo esto conlleva. Con tripulaciones de salvamento conocedoras, con experiencia y con pericia. Con empatía, profesionalidad y tacto enormes.
Pero a unos metros de tocar tierra, con todos los recursos humanitarios, sanitarios y policiales desplegados, con el trasbordo de las personas del cayuco hasta el barco de Salvamento Marítimo a punto de efectuarse, todo se desvanece. Fruto del nerviosismo, del cansancio, de la visión de un oasis en el desierto, la gente se va apilando en un lateral y el cayuco vuelca como si de un barco de papel se tratase. Todos sus ocupantes caen al mar. Muchos de ellos no saben nadar. Otros tantos son niños y niñas, bebés también. Empieza la desesperación, los gritos, las voces entrecortadas. Los brazos tendidos para ayudar. Son las imágenes y los sonidos que captaban las cámaras de la prensa en directo y que han dado la vuelta al mundo.
Llegó el momento del socorro, de la solidaridad. Sin miramientos, sin cuestionar nada. Dando aliento, arrope y protección en un momento tremendo y difícil. Así es la gente que está en primera línea de fuego en cada dispositivo. Una cadena de trabajo donde cada persona da lo mejor de sí misma; en el agua y en tierra. Lo hacen cada día y ese miércoles fatídico no iba a ser menos. Y así es La Restinga. Sus vecinos y vecinas conocen lo que es el mar y lo que es arrimar el hombro desde los albores del pueblo. De generación en generación han pasado el testigo para actuar con la cabeza y con el corazón, para estar donde se les espera. Son el ejemplo de una población empática y comprometida.
Pero esta reacción humanitaria debería ser el último recurso, y no la norma. Hemos aceptado la muerte y el dolor. Parecen inevitables, pero no lo son. En los camposantos herreños se acumulan las tumbas de quienes perdieron la vida en la isla y de quienes llegaron muertos en las embarcaciones que tocaron tierra. Sus historias se cruzan con las de cada ciudadano que fue enterrado aquí. Hay tumbas de 2007 y 2008; de 2020 hasta la actualidad. A veces sólo con la letra y el número de los expedientes judiciales con la fecha de defunción, a veces, pocas, con sus nombres y apellidos.
Asistimos en directo a la cronificación de una emergencia humanitaria que se discute en los despachos de infinitas instituciones. Los rescates y las muertes se suceden. El naufragio moral, el naufragio del que todo el mundo forma parte, es aceptar que todo ese dolor sea cotidiano.
Una semana más, comenzamos el sábado repasando la actualidad internacional de los últimos días. Iniciamos el recorrido con el ataque ucraniano a la fuerza aérea rusa; seguimos con la prohibición de Trump a la entrada en Estados Unidos de ciudadanos de 12 países, y repasamos la terrible situación que se sigue viviendo en Gaza. La imagen de la semana muestra uno de los ataques israelíes en Gaza de esta semana. Y también hacemos parada en Corea del Sur, Países Bajos, Latinoamérica y Gabón.
Llega el último día del mes y, con él, nuestro rickshaw para repasar la actualidad internacional de la última semana. Comenzamos con el terrible ataque israelí a una escuela en Gaza; seguimos en El Hierro y el vuelco del cayuco que ha provocado la muerte de siete personas, y analizamos las decisiones judiciales sobre los aranceles de Donald Trump. La imagen de la semana muestra el caos que se ha vivido esta semana en el reparto de ayuda en Gaza. Y también hacemos parada en Ucrania, Sudán, Estados Unidos y Alemania.