El rickshaw vuelve a arrancar sus motores para repasar la actualidad internacional de la última semana. Comenzamos poniendo el foco en la muerte del papa Francisco y el proceso de sucesión que se abre estos días; analizamos la caída del valor del dólar tras las medidas arancelarias tomadas por Trump en las últimas semanas, y contamos el terrible atentado contra turistas indios en Cachemira. La imagen de la semana muestra las consecuencias del ataque masivo ruso contra Ucrania. Y también nos detenemos en República Democrática del Congo, Gaza, Estados Unidos y la Unión Europea.

Resucitar la Ley de los Enemigos Extranjeros, con 227 años de antigüedad, para cubrir de legalidad la expulsión de inmigrantes venezolanos y salvadoreños que supuestamente forman parte de pandillas es solo un ejemplo de lo que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, está dispuesto a hacer para concretar con sus planes de deportación masiva.

Esa ley del siglo XVIII, que nació cuando Estados Unidos estaba al borde de la guerra con Francia y buscaba prevenir el espionaje extranjero, permite ahora enviar a los nuevos “enemigos extranjeros” a prisiones en Guantánamo y en El Salvador. Y no importa el número o si tenían o no antecedentes, lo que realmente importa es la advertencia que lanza. 

Los altavoces trumpistas sueltan un mensaje atronador a la comunidad latinoamericana que vive en Estados Unidos sin papeles de residencia (unos 11 millones de personas): Tienen que irse. 

El último anuncio del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), que incluye al Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE), canceló los permisos con los que cerca de un millón de migrantes ingresaron a Estados Unidos gracias a CBP One, una app creada por la administración de Joe Biden que permitía solicitar asilo desde los límites norte y sur de México.

Ahora reciben mensajes como este: “Usted se encuentra aquí gracias a un permiso humanitario otorgado por el Departamento de Seguridad Nacional por un periodo limitado. Si no abandona Estados Unidos de forma inmediata, usted será sujeto de acciones legales que potencialmente resulten en su expulsión del país.No intente permanecer en Estados Unidos. El Gobierno federal lo encontrará”. 

No es exagerado hablar de una cacería en Estados Unidos y de sus consecuencias: futuras presas que intentan ponerse a salvo. De esa espantada habló el comisionado de Inmigración de Nueva York, Manuel Castro, que afirmó que los inmigrantes están dejando los albergues en la ciudad. De los más de 200.000 que llegaron a albergar en los últimos dos años, hoy apenas quedan 40.000 personas. 

Las personas que no se resignan a desandar sus pasos se están ocultando y silenciando. En el caso de los latinoamericanos, al ruido ensordecedor de las medidas anunciadas se suma el hecho de que hablen con acento en inglés o directamente español, una realidad lingüística que delata personas de origen extranjero en los tiempos que corren. 

Una madre ecuatoriana que salió de Ecuador con su esposo e hijo huyendo del narco, es de esas personas aturdidas por el ruido, asustada ante el miedo de que la detecten por hablar su idioma. Pide que no se escriba su nombre en este artículo porque tiene pánico a ser localizada. Llegaron a Nueva York antes de que Trump asumiera el poder y tenían esperanza de que el tiempo ofreciera soluciones a su situación administrativa, pero ahora están en Chicago y mantienen perfil bajo ¿Qué significa eso? de momento saben que no pueden llamar la atención de la Policía bajo ningún concepto ni hablar español en sitios públicos. 

La cacería se extiende

La cacería se extiende y no solo se busca a los inmigrantes en sus sitios de trabajo, sino también en los sitios donde están sus hijos. La semana pasada, cuatro agentes del DHS fueron a dos centros educativos en una zona hispana de Los Ángeles. Se  les negó la entrada a los centros porque no se identificaron. Aun así, hicieron preguntas sobre estudiantes de varios cursos y buscaban a un estudiante de sexto grado en concreto. 

Aunque no pasó nada, sonaron los cuernos de caza. 

Los tambores de la detención o la deportación suenan también cuando se anuncia que las autoridades van a utilizar los datos de la Seguridad Social. Aunque los extranjeros no tengan papeles de residencia en Estados Unidos, es posible contar con un número de Seguridad Social para pagar impuestos. Ahora sus intentos por avanzar como ciudadanos observantes de la ley se convertirán también en una pista más para localizarlos y, eventualmente, expulsarlos. 

Dulce Guzmán, directora ejecutiva de Alianza Américas, la principal red de defensa de los migrantes latinoamericanos en Estados Unidos, ya alertó de la persecusión justo después de que el DHS anunciara su plan de exigir a las personas inmigrantes, incluidos los niños desde los 14 años que viven en situación irregular en Estados Unidos, que se registren. 

“Esta política es una peligrosa herramienta de vigilancia y criminalización que recuerda algunos de los capítulos más dañinos de la historia, incluyendo las tácticas utilizadas por Adolf Hitler para registrar, rastrear y, en última instancia, perseguir poblaciones enteras”. 

Los funcionarios de su Administración incluso se permiten deshumanizar y mercantilizar las deportaciones. Todd Lyons, director del ICE, declaró recientemente que aspira que las deportaciones funcionen como un “Amazon Prime para seres humanos”. La racionalización del transporte como medida de expulsión de población no puede tener una referencia más oscura. 

Estados Unidos comenzará en mayo a operar vuelos de deportación con Avelo, una compañía aérea con sede en Houston, que llevará a los inmigrantes deportados hasta las instalaciones de detención intermedias en Estados Unidos (Guantánamo o El Salvador), o a los destinos finales de expulsión. En este momento de la historia no solo pesa el castigo autoinfligido de marcharse de unos o el enmudecimiento de otros sino también una pasividad pasmosa en el interior del país. Apenas 30.000 personas se han unido a una campaña digital para boicotear a la aerolínea texana que ejecutará las deportaciones. No son muchas en un país de 340 millones de habitantes. 

Y qué decir de los países de origen de los migrantes. Solo Colombia intentó negarse a recibir a sus ciudadanos expulsados, pero reculó apenas les amenazaron con subir los aranceles y Venezuela los utilizó para alimentar su retórica antiimperialista. Gobiernos como el de Perú han ido más allá y han abierto sus bases de datos para verificar la nacionalidad de los inmigrantes peruanos sin papeles y garantizar su “retorno rápido”. El Salvador ha abierto sus cárceles para todos los migrantes. Y Panamá recibe deportados a los que transporta a campos remotos en la selva. 

Estados Unidos no podría actuar solo. Siempre ha contado con colaboradores también en el interior de los países que humilla.

Ya es sábado y el rickshaw comienza su recorrido para repasar la actualidad internacional de la semana. Comenzamos con las idas y venidas de Trump en su particular guerra arancelaria contra el mundo; seguimos con los datos de la pena de muerte, que supone la cifra más alta desde 2015, y repasamos la situación en Gaza. La imagen de la semana muestra las consecuencias de una horrible práctica de violencia sexual llevada a cabo en Tigray, Etiopía. Y también nos detenemos en Alemania, Ucrania, Estados Unidos y Panamá.

Pese a los esfuerzos de organizaciones y ciudadanos por reducir la dependencia de las tierras raras, los datos muestran una realidad distinta. Según la Agencia Internacional de la Energía, la extracción de tierras raras no para de crecer. Entre 2017 y 2020, arrastrada por la demanda de las renovables, la producción aumentó un 85%, y las estimaciones sugieren que en los próximos años la tendencia siga al alza. Sus cifras crecen de modo exponencial. En 2022 se estimó que el mercado de los minerales para la transición energética alcanzó los 300.000 millones de dólares, el doble de lo que valían sólo cinco años antes. ¿Cuál será su valor en 2030?

De Ucrania a Congo, de China a Madagascar. Los minerales configuran el nuevo tablero geopolítico. Por eso, el podcast de hoy lo dedicamos a entender por qué las tierras raras se han convertido en uno de los activos más codiciados. Lo hacemos con Claudia Custodio, investigadora en energía y clima del Observatorio de la Deuda en la Globalización; Xavier Aldekoa, periodista en África y cofundador de 5W; Víctor Burguete, investigador senior en el Área de Geopolítica Global y Seguridad de CIDOB, y Chiara Scalabrino, gerente de apoyo de compras sostenibles para Italia, España y Latinoamérica de TCO certified.

Un podcast de Javier Sánchez. El montaje musical es de ROAD AUDIO.

Recuerda que puedes escuchar todos nuestros monográficos en el espacio podcast mientras navegas por la web, o descargarlos a través de las principales plataformas como Spotify, Ivoox o Apple Podcast.

Un sábado más, arrancamos los motores de nuestro rickshaw para repasar lo que ha ocurrido en el mundo durante los últimos días. Comenzamos con el golpe arancelario anunciado por Trump y las consecuencias económicas que está generando; seguimos con la ofensiva de Israel en Gaza y Siria, y repasamos la condena anunciada a la ultraderechista Marine Le Pen en Francia. La imagen de la semana viaja a Corea del Sur para contar la destitución definitiva del presidente Yoon Suk-yeol. Y también nos detenemos en Birmania, Rusia, la Unión Europea y Haití.

En la bahía de Gijón, escorado al oeste de la ciudad, entre dos playas artificiales y escondido entre los edificios por un proceso de turistificación de décadas, emerge un inmenso conjunto industrial: El Tallerón de Duro Felguera, una fábrica de calderería pesada con una extensión equivalente a siete campos de fútbol y capacidad de producir desde turbinas eólicas a plataformas petrolíferas en la que hoy trabajan alrededor de 150 personas. 

Que siga existiendo una fábrica en el centro de una ciudad en 2025 tiene mucho de aldea gala. Sin ir más lejos, se encuentra en concurso de acreedores. El futuro de sus 150 trabajadores hasta hoy era más que incierto. Decenas de familias llevan años movilizándose en defensa del futuro de la actividad económica y el empleo, amenazados por deslocalizaciones, deudas y toda la sarta de lindezas propias del capitalismo avanzado. Muchos creían que se trataba de un vestigio industrial de otra época, llamado a desaparecer entre canoas, cremas solares, tumbonas y despedidas de soltero.

Hasta que esta vertiginosa primavera geopolítica comenzó a acelerarse.

Como si fuera un capítulo extra y estrenado por sorpresa de una serie que habíamos dado por terminada hace años, en un giro que nadie esperaba, desayuno leyendo en la prensa regional que la guerra acaba de salvar El Tallerón de Duro Felguera. Indra, máximo exponente de la industria militar española participada por el estado, acaba de anunciar que la compra, salva la fábrica, garantiza el empleo y construirá desde el centro de Gijón vehículos blindados.  

Es mi ciudad. 

Es la aldea gala. 

Salvada por la guerra, para la guerra. 

Se me atraganta el café. 

Pienso rápido: si la transición hacia lo renovable tardó años en diseñarse, costó, cuesta tanto, está aún en pleno proceso, la transición militar no se ha demorado más que un puñado de semanas. De hecho, en el Tallerón se producían, entre otras piezas, componentes eólicos donde se producirán vehículos militares. Pienso también que para problemas como el de la vivienda, la velocidad es más de caracol. 

Ya con el gatillo bajado y el seguro quitado, la memoria dispara. La aldea gala no ha sido sólo un lugar físico en el litoral marítimo de Gijón y una actividad económica, puestos de trabajo a salvar. También ha sido una educación sentimental. 

Crecí en ese litoral costero al oeste de Gijón en los 80. Uno de los recuerdos más claros de mi infancia es el que pautaba el ritmo del día con las sirenas de las últimas fábricas de la industria urbana a vista de ventana. Durante la adolescencia, ya en los 90, llegó una reconversión industrial dibujada entre el humo de las barricadas y aderezada con fuego, mucho gas lacrimógeno, despidos y cierres de astilleros. Fue nuestra socialización política generacional. Siempre quisimos que se salvaran el empleo, el futuro y Asturias. Durante 30 años pareció imposible. Cierres, quiebras, prejubilaciones; no cabía otro futuro que pelear por retrasarlo todo. De hecho, algunos de los debates que formaron la persona que soy, sucedieron durante años pared con pared con el Tallerón que ahora salva la guerra. El cierre de los astilleros colindantes había dejado una explanada costera en la que se abrieron incluso espacios para la cultura. Las verbenas, norias, conciertos, libros y debates sucedían en el marco de la Semana Negra, un festival popular que no ha dejado de atraer miles y miles de visitantes cada verano a la zona. 

Allí, desde que tengo uso de razón, vi los pasacalles de los insumisos que preferían ir a la cárcel antes que al servicio militar, asistí a estrenos de documentales sobre las luchas de los propios metalúrgicos de Duro Felguera o los astilleros o a proyecciones de fotos del “No a la guerra” organizadas por quienes regresaban de las brigadas solidarias a Irak o Palestina. También escuché durante los Encuentros de Fotoperiodismo lo que contaban los periodistas tras fotografiar conflictos y lo hice con tanta atención que yo mismo acabé yendo a la guerra para denunciar las catástrofes humanitarias que provocan. Allí también, si no dónde, presenté un documental sobre Gaza que solo puede considerarse antibélico. 

Las dos dimensiones de la aldea gala, la económica y una más amplia, que tiene que ver con nuestra forma de estar en el mundo, entran ahora en colisión. 

Esta vez sin debate alguno. El consenso parece abrumador. 

Veo en el noticiero local que los miembros del Comité de Empresa dan entrevistas a las puertas de la fábrica, satisfechos, más tranquilos sobre su futuro laboral. Hablan los empresarios encantados por el efecto empuje de una inyección de fondos que dinamizará la zona; hablan los responsables del Gobierno autonómico, que reproduce la que llaman la coalición de gobierno más progresista de la historia de España, ilusionados por el desarrollo del I+D+I regional; el Ayuntamiento de Gijón, que aplaude la revitalización de algo.  

Veo que toda Asturias se congratula por traer la guerra a casa. Jalea y se felicita. Por tanto, Indra anuncia que querrá más. Tras los blindados, llegará, por ejemplo, la necesidad de suministrar la munición que utilicen. Necesita fábricas y manos. Asturias ofrece ambas. Lo que se pida. Por 30 piezas de plata. O por 150, convertidas en puestos de trabajo. 

Para cualquier guerra será necesario también cambiar el lenguaje. Dice el presidente Pedro Sánchez que no le gusta la palabra “Rearme” y Bruselas aprueba un nuevo término, orwelliano: “Readiness 2030”; Readiness, que se traduce como “disponibilidad y capacidad para desarrollar una determinada tarea”.  

¿Cuál? 

Porque pasan un par de días y vuelvo a desayunar guerra, la misma, la de siempre, en las noticias. Las armas que se fabrican acaban usándose. Apenas unas horas de ataque contra Gaza dejan 440 muertos, 130 de ellos, niños y niñas. Como mis hijos. Que estarán disponibles y capaces en 2030. ¿Disponibles y capaces para qué? 

Recurro a lo más cercano. Llamo a mi amigo de más tiempo y le pregunto:

  • Pero, ¿nosotros no hemos estado siempre en contra de la guerra? 
  •  Ya no lo sé, la verdad. 

Me espeta. 

Nuestro rickshaw llega un sábado más para recorrer la actualidad internacional de la semana. Hoy empezamos con las protestas en Gaza contra Hamás; seguimos con la guerra arancelaria desatada desde que Trump llegó al poder, y miramos a la UE para explicar la situación de alerta ante posibles conflictos. La imagen de la semana viaja a Turquía, y muestra las protestas contra la detención del alcalde de Estambul. Y hacemos paradas también en Estados Unidos, Bielorrusia, Sudán y la comunidad científica.  

El Gobierno de Israel no ha permitido que la prensa internacional cuente sobre el terreno lo que sucede en Gaza, pero Mikel Ayestaran, reportero con décadas de experiencia en la región y uno de los fundadores de 5W, decidió que eso no evitaría que pudiera desarrollar su trabajo.  

Diseñó un proyecto colaborativo para denunciar el uso del hambre como arma de guerra por parte de los israelíes. La familia Hammad empezó a contar, a través de la cuenta en Instagram de Ayestaran, lo que lograban cocinar cada día sometidos al asedio y los bombardeos de Israel. El plato que simboliza ese ejercicio de resistencia, un homenaje a los civiles de Gaza, se ha convertido en la portada de nuestra revista número 10, Comida. Un plato vacío.

El propio Ayestaran lo ha explicado así: “Desde el 7 de octubre de 2023, la comida era parte de mis conversaciones diarias con mi amigo Kayed Hammad. De tanto preguntar y preguntar por lo que comen cada día, se nos ocurrió poner en marcha en Instagram una serie titulada Menú de Gaza, con el plato que su esposa Amal (nombre árabe que significa esperanza) cocinaba cada día para las diez personas que viven bajo el mismo techo. De ahí nació un proyecto que os presentamos en la revista, tanto en su cubierta, con un plato vacío, como en su interior, con un desplegable en el que aparecen decenas de platos cocinados pese a las bombas de Israel”. 

El jurado de la edición 42 de los Premios Ortega y Gasset ha señalado que “no es sencillo contar bien una historia a través de las redes sociales. Aquí se consigue a través del periodismo de continuidad, de una repetición que forma parte del relato, de la fórmula del largo aliento con un estilo directo que da alma a la historia. Las imágenes, acompañadas de un texto mínimo, van describiendo la crudeza cotidiana de vida en Gaza”.

En 5W llevamos una década apostando por un periodismo cocinado a fuego lento, ya sea en texto o fotografía. También creemos en el diálogo entre formatos. Por eso decidimos que el ahora premiado proyecto de Ayestaran, nacido en redes sociales, debía tener una versión en papel. Por eso está en la cubierta de la revista y en su interior, con un desplegable que decidimos encartar en el centro de la publicación: un detalle distintivo para celebrar nuestro décimo aniversario. 

¿Quieres saber más sobre el proyecto? Ayestaran mantuvo una conversación con el director de 5W, sobre ese menú de Gaza convertido en menú de resistencia. Puedes verla íntegramente en nuestra web. 

Un sábado más, nuestro rickshaw sale a recorrer la actualidad internacional para acercarte algunas de las noticias más relevantes de la semana. Comenzamos poniendo el foco en el fin del alto el fuego en Gaza; seguimos con las negociaciones para una posible tregua entre Rusia y Ucrania, y analizamos la condena a Greenpeace en Estados Unidos. La imagen de la semana muestra las deportaciones de Estados Unidos a El Salvador. Y también nos detenemos en Yemen, Congo, Haití y Turquía. 

Varias semanas después del encuentro entre Trump y Zelenski en Washington, aún retumba en las paredes del Despacho Oval una misteriosa frase del presidente de Estados Unidos: “Putin pasó por un infierno conmigo”.

¿Qué significa eso?

Algo sí sabemos: lo que más interesa a Trump es el dinero. En los últimos cuarenta años ese objetivo —simple, hosco, pueril— ha ido dejando su rastro entreverado, pero no invisible. Un reguero de pistas que llevan a la URSS primero, y a Rusia después. Un camino que conduce a un pensamiento que produce temblores.

Los primeros indicios llegan en 1984, en plena Guerra Fría, cuando David Bogatin, un miembro muy importante de la mafia rusa, le compró al neoyorquino cinco lujosísimos apartamentos en la Torre Trump, en su ciudad. Dos años después, Yuri Dubinin, el embajador soviético en Estados Unidos, visitó a Trump allí mismo, le agasajó diciéndole que su edificio era “fabuloso” y le propuso construir uno igualito en Moscú.

El 4 de julio de 1987 —Día de la Independencia de Estados Unidos— viajó por primera vez a la capital soviética con su esposa Ivana, con la que se había casado diez años atrás, procedente de la todavía entonces República Socialista de Checoslovaquia. En Moscú conocen a gente muy poderosa, con muchísimo dinero, según palabras del propio Trump.

De vuelta a Estados Unidos, llega una extraña sorpresa: el empresario publica una carta abierta el 2 de septiembre a toda página en The Washington Post, The New York Times y The Boston Globe criticando a Ronald Reagan y reclamando una política exterior contraria a Europa y a la OTAN. Un posicionamiento que debieron celebrar en el Kremlin por todo lo alto.

¿Qué significa eso?

En aquellos años, Trump fue un atento testigo del poder duradero de las redes de dinero negro creadas en los años finales del régimen comunista.

A su vez, en los años 80 el KGB estaba muy interesado en reclutar a activos —colaboradores o informantes— estadounidenses, y Trump —un tipo narcisista, bastante descontrolado, solo interesado en hacer caja y en las mujeres— encajaba muy bien en el perfil que buscaban.

De hecho, un miembro del KGB definió al neoyorquino como un tipo cuyas características más importantes eran su “bajo intelecto unido a una vanidad hiperinflada”. Una combinación que “lo convertía en un sueño para un reclutador experimentado”. Así lo afirma el periodista Craig Unger, autor de House of Trump, House of Putin: The Untold Story of Donald Trump and the Russian Mafia (Transworld, 2018).

Después está el ancestral chantaje, el kompromat, una práctica habitual del KGB, los servicios secretos soviéticos. Se trata de acumular información comprometedora sobre una persona para utilizarla en función de tus intereses.

Y están las blancas noches moscovitas, las fiestas salvajes. El general Kalugin, antiguo jefe de contraespionaje del KGB y jefe de Vladimir Putin cuando era joven, le contó a Unger que no le sorprendería que los rusos tuvieran material comprometedor sobre las actividades de Trump en Moscú. Y en palabras de James Nixey, máximo experto en Rusia y Eurasia en el Centro de Estudios Chatham House de Londres: “Toda persona con relevancia comercial o política que haya estado en Rusia tiene un dosier”.

¿Qué significa eso?

A principios de los 90, los amigos rusos de Trump le hicieron un servicio impagable, de esos que te salvan el pellejo. Fue cuando Trump acumuló una deuda de 4.000 millones de dólares tras la quiebra de sus negocios del juego en Atlantic City. Fueron casinos como el Taj Mahal, entonces el más grande del mundo —inaugurado el 2 de abril de 1990 con Michael Jackson como estrella invitada—, que le llevaron a la bancarrota. El agujero era tan grande que no pudo conseguir un préstamo bancario en Occidente. Hasta que entró a su rescate Bayrock, una empresa inmobiliaria encabezada por Felix Sater, vinculado a grupos de delincuencia organizada rusos y estadounidenses.

Con el tiempo, Trump volvió a ser multimillonario. Vendió más de un millar de pisos, apartamentos y hoteles por todo el mundo. No lo tuvo especialmente difícil. Según explica el periodista David Cay Johnston en su libro Cómo se hizo Trump (Capitán Swing, 2018), ganador de un Premio Pulitzer, Trump fue uno de los pocos empresarios inmobiliarios que se las ingenió para vender pisos de lujo a compradores anónimos: una formidable lavadora planetaria de dinero negro que vale su peso en oro.

Sumergidos en ese tipo de negocios, los Trump empezaron a bañarse en una fuente infinita de dólares y rublos. Lo reconoció el propio hijo de Trump en una conferencia del sector inmobiliario en 2008: los rusos representaban una parte desproporcionada de sus ventas. “Vemos que entra mucho dinero de Rusia”, confesó.

Quizá por ese motivo no sea tan extraño que durante la campaña que llevó a Trump a la presidencia, en 2016, estallara el escándalo conocido como Russiagate, una filtración de correos internos del Partido Demócrata impulsada por Rusia que perjudicó las posibilidades de la rival de Trump, Hillary Clinton. 

Incluso James Clapper, director de Inteligencia Nacional durante la Administración Obama, sugirió en 2017 que Trump era un presidente que prácticamente estaba “en guerra” con sus agencias de inteligencia y seguridad, con sus propios servicios secretos.

Hoy es sábado y nuestro rickshaw sale a rodar para repasar lo que ha ocurrido en el mundo esta semana. Comenzamos con las negociaciones para un alto el fuego en el conflicto de Ucrania; ponemos el foco en la guerra arancelaria iniciada por Trump, y analizamos la detención del expresidente filipino Rodrigo Duterte. La imagen de la semana muestra a sirios huyendo del país. Y también nos detenemos en la nueva normativa migratoria de la UE, Groenlandia, Pakistán y México.

Hace unos días, en la presentación del número 10 de la revista 5W en Barcelona, tuve la oportunidad de contar la historia del chef Poncho Martínez y su esposa, Odilia Romero, originarios de Oaxaca, México, y establecidos en la ciudad de Los Ángeles. Con trabajo y paciencia, Poncho ha construido un nombre preparando platillos que llevan consigo la historia y la sabiduría de las comunidades indígenas; durante más de dos décadas, Odilia ha trabajado en la defensa de los derechos lingüísticos de estas comunidades.

La de Poncho y Odilia es la historia de las manos y las almas que mueven a Estados Unidos, una historia que se repite en miles de ciudades, pueblos y barrios. En el país del cual hoy se habla con desprecio e indignación —en parte debido a la obsesiva cobertura mediática de cada palabra del presidente—, hay activistas, universidades, sindicatos, bibliotecas, estudiantes, incluso políticos, que hoy, como desde hace décadas, resisten y tejen redes para proteger a sus vecinos, a sus amigos, a la gente más vulnerable. Estas historias de amor y solidaridad no venden, no dan clics y no llegan a los titulares, pero son el verdadero rostro del diverso, pujante, tenaz pueblo estadounidense.

Hoy envío un mensaje de amor y gratitud al Estados Unidos que durante casi dos décadas cubrí como periodista y viví como ciudadana y vecina; a una comunidad que hoy más que nunca necesita ser vista, escuchada y arropada. Amor para los jóvenes indocumentados que por años han ayudado a otros como ellos sin dejarse vencer por el miedo; gratitud para las y los profesores universitarios que a diario confrontan al aparato académico blanco, machista y racista, para dar espacio y cobijo a estudiantes latinoamericanos, asiáticos, africanos, que buscan entender el mundo y explicarlo con mirada propia.

Amor para las y los bibliotecarios que, a riesgo de perder su empleo y estabilidad, denuncian la censura en nombre de quienes aún tienen mundos por descubrir en cada libro. Gratitud para quienes sostienen los servicios de salud reproductiva para las mujeres, una de las actividades de mayor riesgo en algunas zonas del país.

Amor para las y los periodistas que se enfrentan al poder para seguir contando las historias que importan —las historias que menciono en estas líneas— y mantienen vivos el valor y la esperanza. Gratitud para las y los representantes, alcaldes, concejales, que resisten dentro de las instituciones cooptadas por el cinismo —el lugar más difícil para resistir; gracias, congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez.

Amor para Lizbeth Mateo, abogada de inmigración que dos décadas después sigue siendo inspiración para otras jóvenes —y que sigue siendo indocumentada—; para Jessica Retis, la profe que resiste cantando chacareras con un coro en Arizona; para Maritza Félix, la periodista que vence la desinformación un cafecito a la vez. Gratitud para Bernie Sanders, que a sus 83 años recorre el país para recordarnos que la política puede seguir siendo el camino si la despojamos del cinismo y la devolvemos a la gente.

Declaro mi amor y gratitud al Estados Unidos que es el sitio en el que muchos hallamos un espacio seguro donde prosperar a pesar las décadas de discriminación y racismo; el lugar en el que, aun sin documentos, millones han encontrado un hogar y un trabajo para sostener a sus hijos, sus padres, a veces a comunidades enteras, vía remesas —realizando la tarea que los gobiernos de sus países han sido incapaces de hacer.

En ese país con 77 millones de personas que votaron por el actual presidente, hay más de 160 millones que no votaron por él; muchos de estos ciudadanos siguen trabajando con generosidad para construir un lugar mejor para todos. A ellos les debemos una mirada justa, que reconozca su capacidad de actuar, su inteligencia y su valor: hablemos de ellos, preguntemos por ellos, por sus historias, sus sueños y sus pequeñas victorias. Se lo debemos al Estados Unidos que muchas veces ha estado ahí para el resto del mundo también.

(Y a Poncho y Odilia: xquixhe pe laatu’, siempre). 

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