China y la geopolítica de la inmunización

Las vacunas chinas contra la covid-19, entre las dudas y la esperanza para el mundo en desarrollo

China y la geopolítica de la inmunización
Carlos Garcia Rawlins/Reuters

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No hay colas a las puertas del centro de vacunación instalado en la cooperativa económica de Balizhuang, justo detrás de la estación de metro de Si Hui, al este de Pekín. Aunque es una de las zonas más populosas de la capital china por su cercanía a la zona financiera y de oficinas de Guomao, solo un puñado de personas acude cada día a ponerse la vacuna del coronavirus. Frente a las pruebas masivas cada vez que surge un rebrote y las aglomeraciones en los hospitales para hacerse una PCR antes de viajar durante las vacaciones del Año Nuevo Lunar, el goteo actual refleja la calma con que la población china se está tomando la inmunización contra la covid-19.

El motivo es bien sencillo. Tras su estallido en Wuhan el año pasado, el control de la epidemia en China —donde oficialmente apenas hay ya nuevos casos de covid-19 y la mayoría de los que se detectan son importados— hace que sus ciudadanos no tengan prisa por vacunarse. Antes, y sobre todo tratándose de una vacuna nueva desarrollada en tiempo récord, optan por eso tan humano de ‘esperar a ver qué pasa’.

— Ahora mismo es muy difícil viajar al extranjero y la situación está bastante controlada aquí, por lo que no es algo urgente y prefiero comprobar cómo salen las primeras vacunas — cuenta una joven, apellidada Yang, en una cena de pato laqueado en el famoso restaurante Quanjude de la calle Wangfujing, en pleno centro de Pekín.

Sin límite de aforo ni restricciones horarias, para acceder a este local solo hace falta escanear el código QR de nuestra aplicación en el móvil, que acredita que no hemos estado en la única zona de riesgo de China donde ha habido hace poco un brote. Con más de un centenar de contagios, ocurrió a finales de marzo en la ciudad de Ruili, en la provincia sureña de Yunnan y fronteriza con Birmania. Buena prueba de la normalidad que se respira en este país —eso sí, con mascarilla— es que se trata del primer encuentro entre la mitad de invitados, reunidos en torno a un amigo común. Estrechándonos la mano —aquí hace tiempo que dejamos de darnos codazos—, nos presentamos y nos lanzamos con nuestros palillos a por el pato, que espera ya cortado en lonchas en platos colocados sobre el cristal giratorio de una amplia mesa circular. Con los brindis del “bai jiu”, el fortísimo licor tradicional de China, a veces se nos olvida cambiar nuestros palillos por los de servir para alcanzar los platos colocados al centro, que dan tantas vueltas en la mesa como nuestra cabeza. Entre las risas provocadas por el alcohol, de vez en cuando nos servimos directamente con los mismos palillos que nos llevamos a la boca. Además de una costumbre poco higiénica, es un evidente riesgo que se intentó corregir durante la epidemia, pero que ha vuelto por la sensación de seguridad que reina en China.

Y eso que, de los seis comensales, solo uno se ha vacunado. Se trata de Lao Yuan, un técnico de aparatos de refrigeración de 50 años que, por su trabajo en contacto con el público, ya se ha puesto las dos inyecciones necesarias para protegerse. 

—No tuve ningún efecto adverso de gravedad, solo un poco de dolor e inflamación en el brazo tras el segundo pinchazo —cuenta, convencido de la necesidad de ampliar la vacunación nacional para conseguir la llamada inmunidad de rebaño.

Un grupo de azafatas se toma un descanso durante la feria Auto China en Pekín el 27 de septiembre de 2020. Thomas Peter/Reuters

Cinco vacunas y un largo camino

Desde que empezó a probarlas el verano pasado con sus soldados y funcionarios que viajaban al extranjero, China asegura haber administrado ya más de 160 millones de dosis de sus cinco vacunas aprobadas de emergencia. Todas ellas son nacionales, ya que no se ha autorizado todavía ninguna desarrollada en el extranjero. Las principales son dos de la farmacéutica estatal Sinopharm y una tercera de la firma privada Sinovac, que utilizan el método del virus desactivado. La cuarta, desarrollada por la farmacéutica CanSino Biologics en colaboración con el Instituto de Medicina Militar, emplea un virus reprogramado genéticamente para provocar la respuesta del sistema inmunológico. Autorizada de emergencia en marzo, la última ha sido creada por la farmacéutica Anhui Zhifei Longcom y la Academia de Ciencias y se basa en tres dosis espaciadas en un mes cada una.

Antes del Año Nuevo Lunar, el pasado 12 de febrero, las autoridades chinas se habían propuesto vacunar a 50 millones de trabajadores esenciales, sobre todo empleados de transportes públicos y personal sanitario, para evitar un rebrote del coronavirus durante el éxodo vacacional de esas fechas. Aunque los vacunados fueron diez millones menos de los previstos, China superó con éxito la prueba y no reportó nuevos estallidos. Tras aquello, amplió la inmunización a la población en general. 

A principios de abril, según cifras oficiales, 34 millones de ciudadanos chinos habían recibido ya las dos dosis y otros 65 millones solo la primera. China es, tras Estados Unidos, el país que más vacunas ha puesto contra el coronavirus. Pero representan solo el 10 por ciento de sus 1.400 millones de habitantes, y se calcula que se tardará todavía un año en llegar al 70 por ciento que se considera necesario para alcanzar la ansiada inmunidad de grupo. La Comisión Nacional de Salud se ha propuesto vacunar al 40 por ciento de la población (unos 560 millones de personas) para finales de junio y que la cifra alcance un 64 por ciento (unos 890 millones) para diciembre.

Con ese objetivo, las autoridades han lanzado una campaña animando a la gente a vacunarse y han levantado la restricción que antes pesaba sobre los mayores de 60 años, ya que no se habían hecho ensayos clínicos por encima de esa edad. Ahora, solo los menores de 18 años tienen prohibido vacunarse por el mismo motivo. La vacunación se está ampliando también a los extranjeros que viven en el país, empezando por diplomáticos, periodistas y profesores universitarios. 

Pero aún queda mucho por recorrer, tal y como explica el inmunólogo jefe del Centro de Prevención y Control de Enfermedades de China, Wang Huaqing. 

— Hace falta que más de mil millones personas estén vacunadas para construir una barrera de inmunidad. Cuanto más alta sea la tasa de vacunación, más fuerte será la barrera. Todavía nos queda un largo camino por delante.

Varias personas en un centro de vacunación tras recibir una dosis contra la covid-19 durante una visita gubernamental en Shanghái el 19 de enero de 2021. Aly Song/Reuters

Esperanza y recelo

Con estas nuevas facilidades para los mayores y la agilización del proceso, Xu Mingxi y su madre, que tiene 60 años, pudieron vacunarse de inmediato tras solicitarlo en su urbanización de Pekín, que se encargó de gestionar la cita. Como la vacunación en China es voluntaria y no va por tramos de edades, no hay más que pedirla en el edificio donde uno resida, que eleva la instancia al comité del barrio y este al centro médico. Una vez administradas las dos dosis, en el código de salud QR aparece la inmunización al 100%, pero no incluye ninguna ventaja.

Antes de ponerse la primera inyección, Xu, agente inmobiliaria de 38 años, se informó a fondo porque tiene un bajo nivel de plaquetas y eso podría haberla privado de la vacuna. Por seguridad, los médicos chinos desaconsejan cualquier vacuna a quienes padezcan ciertos problemas de salud y alergias a medicamentos. 

— Afortunadamente, pude ponérmela y no he tenido ningún efecto secundario — se congratula satisfecha, ya que se siente más segura a la hora de tratar con sus clientes y quiere viajar al extranjero en cuanto sea posible—. Confío en las vacunas y animo a todo el mundo a que se las ponga. Lo peor que puede pasarte es que no funcionen, lo que significa quedarte como estabas.

Xu habla desconociendo los contados casos de reacciones graves registrados en Hong Kong y otras partes del mundo tras administrarse alguna de las vacunas ya permitidas, no solo chinas sino también occidentales.

Más reacia se muestra, en cambio, la señora Yang. Aunque pertenece al Partido Comunista y trabaja en el Departamento de Propaganda, o precisamente por eso, no se fía mucho de las vacunas chinas y prefiere esperar. 

— A menos que nos obliguen, de momento no me la voy a poner —, zanja sin dar más detalles por la sensibilidad del tema, convertido en cuestión de Estado para el autoritario régimen chino.

Según una encuesta efectuada el año pasado por el propio Centro de Prevención y Control de Enfermedades, más de un cuarto de los sanitarios de Pekín rechazaba ponerse la vacuna si no era obligatoria. De los 3.000 consultados, un millar no respondieron; y los sanitarios pequineses fueron los más reacios a la vacuna, quizás por sentirse más seguros o por ser más conscientes de los frecuentes escándalos de corrupción que manchan a la industria médica china.Uno de los más sonados hace unos años implicó, precisamente, a una de las subsidiarias de Sinopharm que ha creado una vacuna contra el coronavirus: el Instituto de Productos Biológicos de Wuhan, en el epicentro de la pandemia. En 2018 se descubrió que esta compañía y otra del noreste del país, la farmacéutica Changchun Changsheng, habían incumplido los estándares de producción y comercializado cientos de miles de vacunas infantiles defectuosas contra la difteria, el tétanos y la tos ferina. La indignación desatada llevó a la detención de decenas de ejecutivos de las farmacéuticas y funcionarios provinciales e hizo que el régimen reforzara sus controles médicos. Como colofón a los frecuentes escándalos de salud pública que sacuden a China, el caso destrozó la reputación de las farmacéuticas hasta tal punto que la desconfianza hacia las vacunas se mantiene hasta hoy.

Un empleado inspecciona varias jeringuillas con la vacuna contra la covid-19 producida por SinoVac en su fábrica de Pekín. Ng Han Guan/AP

La diplomacia de las vacunas

Mientras Pekín sigue impulsando la inmunización dentro de sus fronteras, fuera de ellas las vacunas chinas se esperan con ansia en medio de los estragos causados por la pandemia. Se calcula que China ha exportado 80 millones de dosis a unos 60 países, a lo que se suman exportaciones del biofármaco a granel para fabricar el equivalente a otros 90 millones en plantas en México, Indonesia y Brasil. Tanto dentro como fuera de su territorio, las vacunas chinas suponen un tercio de los 700 millones de dosis administradas ya en todo el mundo.

Mientras potencias occidentales como Estados Unidos y la Unión Europea se reservan sus propias dosis para inmunizar a su población, China ha lanzado una auténtica “diplomacia de las vacunas”. Como ya hizo con las mascarillas al principio de la pandemia, pretende así mejorar su imagen, muy deteriorada por el coronavirus, y aumentar su influencia internacional ganándose el apoyo de naciones pobres o en vías de desarrollo que, de otra manera, no tendrían posibilidad de conseguir vacunas.

Por delante de la India, potencia farmacéutica mundial que por el repunte del coronavirus está retrasando sus entregas —es proveedor clave de la iniciativa Covax para llevar vacunas a los países pobres— , China se ha erigido en líder global de la lucha contra la pandemia en este terreno. De Laos a Chile, pasando por Serbia, Hungría o Zimbabue, sus aviones reparten sin cesar contenedores con vacunas de una punta a otra del planeta, en muchas ocasiones con evidentes fines propagandísticos tanto para el régimen de Pekín como para los gobiernos que las reciben. Solo así se entiende, por ejemplo, el anuncio a bombo y platillo de la donación de 20.000 dosis a Guyana, que tiene 800.000 habitantes. Las vacunas de China están tan repartidas que, a pesar de los acuerdos comerciales con muchos países, solo seis han recibido remesas de tres millones de dosis o más; y todos ellos están involucrados en sus ensayos clínicos.

Siguiendo la promesa que el presidente Xi Jinping hizo en mayo de 2020 durante la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud, cuando aseguró que la vacuna debía ser un “bien público”, Pekín se ha comprometido a exportar 500 millones de dosis a más de 45 países. Mientras tanto, el fondo Covax sigue a la espera de que las principales vacunas chinas sean autorizadas por la OMS, que ha pedido más datos a Sinopharm y Sinovac antes de dar una aprobación que se espera para finales de este mes de abril.Para satisfacer su demanda interna y cumplir sus compromisos internacionales, la estatal Sinopharm tiene previsto producir este año más de 1.000 millones de dosis y ampliar su capacidad de producción en un futuro a 3.000 millones de dosis anuales. Se convertiría así en el mayor fabricante mundial de vacunas junto a Pfizer/BioNTech, que también espera llegar a esa cifra el próximo año. Por su parte, Sinovac quiere llegar a los 2.000 millones de dosis en junio y CanSino alcanzará los 500 millones este año.

Una trabajadora sanitaria administra la vacuna de Sinopharm a un hombre durante el arranque de la campaña de vacunación contra la covid-19 en Dakar, Senegal, el 23 de febrero de 2021. Leo Correa/AP

Normalidad industrial

Frente a las sofisticadas vacunas de Pfizer/BioNTech y Moderna, que exigen ser transportadas a temperaturas bajo cero, las de Sinopharm y Sinovac emplean virus desactivados y son más fáciles de manejar porque se conservan bien entre 2 y 8 grados centígrados. Con su estabilidad garantizada de forma más simple, las vacunas que utilizan este tipo de tecnología cuentan con una ventaja competitiva a la hora de ser producidas y comercializadas, sobre todo en las naciones menos avanzadas. 

Así lo vimos en noviembre en la fábrica de Sinovac al sur de Pekín, donde operarios sin mascarilla empaquetaban las ampollas de su vacuna, llamada Coronavac, como si fuera cualquier otra cadena de montaje de las muchas que hay en China.

Los cerca de 3.000 trabajadores de esta compañía fundada en 2001, que entre sus vacunas tiene el famoso Panflu.1 contra la temida gripe A (H1N1) de 2009, habían sido ya vacunados, y en la planta se respiraba una absoluta normalidad industrial. La directora general de Sinovac, Helen Yang, detallaba que los efectos secundarios de la vacuna habían sido mínimos.

— Ha habido algunos casos de fiebre, pero no muy alta. En la mayoría de las ocasiones, lo que más se siente es cierto dolor en el lugar del pinchazo porque el adyuvante que potencia la vacuna, el hidróxido de aluminio, es bastante fuerte. 

Según los responsables de Sinovac, la vacuna Coronavac puede combatir todas las cepas del virus de la covid-19 al no haberse detectado grandes diferencias genéticas entre ellas.

Esta vacuna se aprobó en tiempo récord gracias, según Yang, a que la compañía ya había empezado a desarrollar una vacuna contra el SARS (Síndrome Respiratorio Agudo y Grave) entre 2002 y 2003, pero no llegó a culminarla porque el coronavirus que provocaba aquella enfermedad, similar al actual, desapareció por sí solo. 

—En enero [de 2020], cuando tuvo lugar el estallido en Wuhan, pensamos que era el SARS de nuevo. En ese momento ya teníamos un amplio conocimiento tecnológico porque habíamos desarrollado una vacuna contra el SARS hacía 15 años. Algunos de los científicos e investigadores clave de entonces siguen con nosotros y teníamos la tecnología de la vacuna desactivada. 

No esperaban, según la directora general de Sinovac, que la epidemia se volviera global y tuviera un impacto tan grande en la vida social. Mientras el coronavirus se extendía, investigaron utilizando diferentes tecnologías: la vacuna desactivada funcionó mejor que las otras y se centraron en ella. 

— Esta tecnología es efectiva y está probada. Se ha empleado contra muchos tipos de enfermedades, como la polio. Funciona, sin importar a qué virus se aplica. 

Pese a explicar el funcionamiento y eficacia de la vacuna, Yang no daba datos concretos: al contrario que las farmacéuticas occidentales, las chinas no han publicado los resultados de su tercera fase de ensayos clínicos para que sean analizados por la comunidad científica, lo que ha generado sospechas y acusaciones de falta de transparencia. Mientras la estatal Sinopharm promete un 79,3 por ciento de efectividad con su vacuna desarollada en Pekín y un 71,2 con la de Wuhan, las pruebas en Emiratos Árabes Unidos le dieron hasta un 86 por ciento. Las cifras también bailan, y mucho, con la de Sinovac: del 91,2 por ciento que le concede Turquía al 50,6 por ciento que finalmente reconoció Brasil, tras la polémica suscitada por no incluir inicialmente en los números a los casos leves. Por su parte, CanSino ha anunciado un 68,6 por ciento de eficacia de su vacuna. Todas ellas se sitúan muy por debajo del 97 por ciento del que hace gala la de Pfizer/BioNTech.

Una trabajadora sanitaria llega con dosis de la vacuna china Sinopharm a la localidad de Leskovik, en Serbia, en marzo de 2021. Marko Djurica/Reuters

En medio de las dudas por los datos chinos, ha estallado la última polémica sobre su efectividad al hilo de las declaraciones del director de su Centro de Prevención y Control de Enfermedades, Gao Fu. En una conferencia en la ciudad de Chengdú, admitió que las vacunas chinas “no tienen niveles de protección muy altos”, al tiempo que apuntó a que se estaba considerando utilizar líneas técnicas diferentes para el proceso de inmunización. Tras el revuelo causado, Fu matizó al día siguiente a través de la prensa oficial que había sido “un malentendido” y que solo quería sugerir la opción de combinar las vacunas para potenciar su eficacia.

Sus palabras, en cualquier caso, coincidieron con un estudio efectuado en Chile que concedía a la vacuna de Sinovac una efectividad del 54 por ciento después de la segunda dosis, similar a la que obtuvo en Brasil y apenas por encima del límite fijado por la OMS. Pero, tras la primera inyección, la efectividad solo era del 3 por ciento. Pese a los recelos y el baile de datos, las vacunas chinas siguen siendo la esperanza de países con pocos recursos para vencer al coronavirus.

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