Los empleados de Hirbawi hablan y se entienden entre ellos sin poder escucharse. Un simple gesto es suficiente. Tantos años de trabajo bajo el intenso traqueteo de los telares importados de Japón en los años sesenta ha creado una especie de lenguaje particular entre ellos, supervivientes de la única compañía textil palestina que se dedica a confeccionar la kufiya. Me acerco por allí cada vez que voy a Hebrón y tomo un té y charlo con Abdelazim, uno de los tres hermanos que están al frente de un taller que, aunque no lo saben, es un museo.
Este pañuelo se ha convertido en una especie de icono nacional, sobre todo gracias a un Yaser Arafat que no se lo quitaba y que lo internacionalizó hace 31 años en la firma de los Acuerdos de Oslo. El mítico apretón de manos entre el líder palestino y el primer ministro israelí, Isaac Rabin, ante la mirada del presidente estadounidense Bill Clinton, no trajo la paz esperada, pero puso a la kufiya en la primera página de todos los periódicos.
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