Estados Unidos ha intensificado su intervención diplomática en el conflicto en el noreste de la República Democrática del Congo (RDC) con la idea de impulsar un acuerdo de paz entre este país y Ruanda que permita frenar la ofensiva del grupo rebelde M23. Pero no es que Donald Trump tenga en su lista de prioridades la paz en la región; hay otro objetivo detrás. El Gobierno estadounidense condiciona dicho acuerdo al acceso privilegiado de empresas norteamericanas a minerales estratégicos como el cobalto, el estaño, el litio o el tantalio, fundamentales para la industria tecnológica. Ese es el principal motivo por el que Washington garantizaría la integridad territorial congoleña y desarrollaría infraestructuras, como ferrocarriles, carreteras y presas, mediante inversión privada. La estrategia, liderada por el empresario Massad Boulos —asesor para África y consuegro de Trump—, pretende desplazar la influencia de China en la región, que actualmente controla el 80 % de la producción de cobalto congolesa. 

El acuerdo, que también incluye a Ruanda, ya ha dado sus primeros frutos, como la firma de una declaración de principios entre ambos países africanos en presencia del secretario de Estado estadounidense Marco Rubio, así como el establecimiento de una nueva cadena de suministro de estaño desde Ruanda hacia Estados Unidos. Aunque no se han especificado detalles sobre una eventual ayuda militar directa, las negociaciones con la RDC ya avanzan en proyectos de inversión en carreteras, ferrocarriles y presas hidroeléctricas, y contemplan reformas legales para garantizar seguridad jurídica a las empresas estadounidenses. Sin embargo, lo importante radica en encontrar una solución al conflicto, ya que el control del M23 sobre ciudades clave como Goma o Bukavu sigue presente, y los combates han desplazado a miles de civiles.