
Robert Francis Prevost, de 69 años, fue elegido este jueves como el nuevo papa bajo el nombre de León XIV, convirtiéndose en el primer pontífice nacido en Estados Unidos. Con orígenes italianos y españoles —y con una profunda vinculación a Perú, donde fue obispo durante décadas—, su elección parece una apuesta por una figura que sea capaz de tender puentes entre el conservadurismo y el impulso reformista iniciado por Francisco. Desde el balcón de la basílica de San Pedro, León XIV ofreció un discurso cuidadosamente leído, en el que hizo un llamado a la paz, a la unidad y al diálogo, marcando una clara continuidad con la visión de una Iglesia abierta, pero con un tono más clásico y menos espontáneo que el del papa Francisco.
El nuevo papa ha sido una figura clave en la renovación interna de la Iglesia durante los últimos años. Nombrado cardenal por Francisco y designado prefecto del poderoso Dicasterio para los Obispos, ha tenido una influencia decisiva en el nombramiento de prelados de todo el mundo, muchos de ellos alineados con la visión del papa argentino. A pesar de algunas acusaciones reabiertas en la prensa por supuesta inacción en casos de abusos durante su etapa en Chiclayo, estas no fueron un obstáculo para su elección. Su nombramiento también representa el fin de un tabú: el de que un papa no podía proceder de un país que fuera una potencia en ese momento, como es Estados Unidos. De carácter humilde, aficionado al tenis y con formación en Matemáticas y Filosofía, se espera que su pontificado sea largo y estable. Por cierto, hemos publicado una columna de Alberto Arce sobre lo que ocurrió el jueves por la tarde con la elección del nuevo papa.
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