Este martes 2 de septiembre se cumplieron diez años de la muerte de Aylan Kurdi, el niño sirio de origen kurdo que apareció sin vida en una playa de Turquía mientras intentaba llegar a Grecia. La imagen de su cuerpo boca abajo en la orilla dio la vuelta al mundo y se convirtió en el símbolo de la mal llamada “crisis de los refugiados”. Una década después, las costas europeas siguen siendo el lugar donde miles de personas pierden la vida cada año. En este periodo, más de 32.000 personas han muerto o desaparecido en el Mediterráneo, según el registro de la Organización Internacional para las Migraciones, aunque es probable que la cifra real sea mucho mayor. Este año las cifras siguen siendo alarmantes: en los primeros cinco meses se registraron al menos 1.865 muertes, la gran mayoría procedentes de la ruta Atlántica, según la organización Caminando fronteras. 

La Unión Europea, lejos de mostrarse receptiva a las llegadas, ha endurecido su política migratoria. Europa aboga por seguir externalizando el control de las fronteras, entre otras medidas restrictivas, y levanta un muro invisible en el Mediterráneo. En Italia, el gobierno de Giorgia Meloni anunció en marzo la creación de centros de repatriación de migrantes en Albania. Por su parte, Grecia ha aprobado recientemente una ley que sanciona a los solicitantes de asilo rechazados que no abandonen el país con multas de hasta 10.000 euros y penas de hasta 2 años de prisión.