Reyna Haydee Ramírez abre la puerta del piso que la aloja desde hace cinco meses, en el Eixample de Barcelona, y lo primero que me sorprende es su estatura, que no recordaba, de apenas un metro cincuenta. La única vez que nos habíamos visto en persona, en 2017, pasamos un par de días juntas en un entrenamiento de protección para periodistas impartido por el Centro Internacional para Periodistas (ICFJ) de Estados Unidos. El entrenamiento tuvo lugar en la frontera entre Sonora (México) y Arizona (Estados Unidos); Reyna venía del lado mexicano y yo del estadounidense.
Lo que sí recordaba claramente de nuestro encuentro era su pelo largo, negro; sus ojos rasgados, inquisidores, y una sonrisa amplia, que ayuda a suavizar las cosas que dice, por duras que estas sean. Porque Reyna, periodista independiente, cofundadora de la Red Sonora de Periodistas, se las ha visto duras, y así lo cuenta. Sin edulcorantes, sin anestesia, la periodista mexicana habla sobre el acoso que ha recibido por parte de gobernantes; de las amenazas de muerte; de la forma en que se coopta a la mayor parte de los periodistas fuera de la capital del país, y también de los muertos: de Javier Valdez, de Miroslava Brecht, de Santiago Barroso. Del Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, coloquialmente conocido como “el mecanismo”, que fue implementado por el Gobierno mexicano y del que muchos desconfían: los periodistas optan por salir de su estado, o del país, por temor a ser asesinados o a ser víctimas de un “levantón” y desaparecer.
levantón:
Secuestro cuya intención es diferente a la de pedir rescate económico.
“¿Cómo es posible que ser periodista en México sea tan cruel, que te castiguen solo por cuestionar?”, se pregunta Reyna mientras me prepara un té. La segunda cosa que me sorprende esta tarde es que, a pesar de todo lo que ha tenido que vivir en los últimos años, mantiene la sonrisa intacta; hay que ser grande, y no precisamente de estatura, para seguir creyendo en un oficio en el que preguntar sale tan caro. “No necesita ser un reportaje que exponga sus corrupciones, puede ser una palabra mal puesta, o un párrafo mal puesto. Eso te puede costar la persecución, el destierro o la vida. Eso pasa en México. El mecanismo no funciona, está rebasado, porque si el principal agresor es el Estado, ¿cómo te puede proteger?”.
Para entender las batallas que libran los periodistas en México, y el rol del Estado, es preciso saber cómo funciona la relación entre el Gobierno y el gremio. Existen libros sobre el tema, pero baste aquí decir que la simbiosis entre los dos poderes está marcada por la supervivencia: la de la propia imagen ante la opinión pública, en el caso de los políticos, y la económica, en el caso de la prensa. Esta última afirmación es literal: desde hace casi un siglo, la mayor parte de los medios de comunicación en México, sean impresos, digitales, radio o televisión, viven de los anuncios publicitarios que les dan las dependencias de Gobierno —una dinámica que inició durante los setenta años que gobernó el PRI, y que durante los últimos veinte años ha permanecido, a pesar de la alternancia en el gobierno de la derecha y la izquierda, representadas por el PAN y Morena, el partido del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador—. Bajo este esquema, la Secretaría (Ministerio) de Turismo promueve destinos para vacacionar; la de Energía anuncia las nuevas tarifas eléctricas; la de Salud, un protocolo de protección durante la pandemia.
convenio:
1. Acuerdo entre dos o más personas o entidades sobre un asunto.
2. En México, el acuerdo de inserción de publicidad que se pacta entre las entidades de gobierno y los medios de comunicación.
Los medios y el gobierno establecen un “convenio”, como se le conoce al contrato de publicidad, con una condición tácita: yo te daré el dinero para que tu medio siga funcionando, y tú cuidarás que en lo que publicas no haya información que perjudique mi imagen. Si los medios rompen esta norma, algún alto funcionario del gobierno telefoneará a un directivo para que se corrija la información y se sancione al autor de esta. Si la conducta continúa, se procederá a cerrar la llave de la publicidad. Si el medio es de los pocos espacios independientes que han logrado sobrevivir sin dinero gubernamental, entonces se recurrirá a la intimidación de los reporteros, de los editores, de los propietarios. Si todo falla, es muy probable que alguno pague con la vida, y ahí hay que elegir: seguir, y correr el riesgo, o hacer una pausa y tal vez exiliarse. Aunque Reyna aún no se ve a sí misma como exiliada: ha elegido definirse como “desplazada”.
Háblame de cómo empezó este desplazamiento, primero dentro del país, y después fuera de México.
Tengo 29 años en el periodismo. Empecé en Sonora, en el Noroeste de México; después en la Ciudad de México, y ahora soy una especie de saltamontes. Estoy desplazada desde 2019, aunque en realidad este es mi segundo desplazamiento; el primero fue en 2010. Y ese fue muy fuerte, porque en el que estoy ahora es un desplazamiento con apoyo y consensuado, consciente de que quiero… de que debo estar afuera; pero el de 2010 no fue así, fueron años muy difíciles.
Ocurrió cuando llegó al gobierno de Sonora Guillermo Padrés, el primer gobernador del PAN, quien llegó desmantelando a quienes cubríamos oficialmente la fuente; de una manera u otra pidió a los medios que quitaran a todos los reporteros que habitualmente cubrían al gobernador. Yo era corresponsal de Reforma [uno de los dos periódicos líderes de México], y entraron reporteros nuevos, jovencitos; solo quedábamos como veteranas la reportera que cubría Notimex —la agencia oficial del gobierno mexicano— y yo. Entonces me trataron de cooptar.
¿Cómo?
De una manera muy directa, ofreciéndome dinero para decir, o para no decir, algunas cosas: si sacas esta nota —por ejemplo, algo sobre un político adversario—, te daremos 25.000 pesos [unos 1.300 euros]. Yo lo que hacía era decírselo todo a mi diario: hoy me ofrecieron tanto para hacer esto, la nota es esta, y ya ellos decidían si publicaban o no.
¿Y la publicaban?
No. Pero la presión seguía. En México, el Gobierno sabe todo de tu vida: quién eres, a dónde vas, dónde vives, todo. Me decían: “Sabemos que te gusta viajar, que usas tus vacaciones de Reforma para irte a algún lugar, ¿a dónde quieres ir este año?”. Me ofrecieron poner una página personal para hacer un convenio de publicidad con ellos.
¿Un convenio para ti o para Reforma?
Para mí, es algo muy común; un reportero trabaja para un medio oficialmente, pero luego abre una página propia, y el Gobierno le da un convenio para que publique ahí la información que ellos quieren. Con ese Gobierno florecieron las páginas de internet que solo transmitían boletines, y pagaban, por ejemplo, 50.000 pesos [2.600 euros] por una página, dependiendo el periodista; aunque también vi a algunos a los que les daban 3.000, ¡150 euros! O incluso solo un vale para poner gasolina. Al principio me indignaba muchísimo, pero también hay que entender que hacer periodismo en los estados, fuera de la Ciudad de México, es terrible; los periodistas trabajan sin contrato, o con salarios precarios, y al final terminas recibiendo dinero del Gobierno vía publicidad, o de un empresario, o de algún delincuente (que al final, todos son delincuentes). Total, que el acoso empezó así, y cuando no acepté un convenio, me empezaron a acosar en mi casa, la rodeaban diciéndome que tenían una denuncia de que ahí se ocultaban migrantes indocumentados, me ponían la cámara en la cara para que me diera cuenta de que me estaban grabando. Entraron cinco veces a mi casa y me empezaron a armar un expediente… hasta que vino la agresión física.
¿Una agresión directamente del Gobierno, o por otra vía?
Metieron a un policía como parte de la guardia del gobernador justo para atacarme. Se formaban varios círculos de periodistas en torno al gobernador; otros tenían la orden de sus medios de no incomodarlo, y yo me ponía al frente para preguntar. En esa ocasión yo traía una investigación de un desvío de fondos —después usarían ese tema como argumento para meter a ese gobernador en la cárcel por motivos políticos—. El guardia me jaloneó, casi me rompe los ligamentos del brazo izquierdo; yo estaba en la primera fila y me jaló hasta la cuarta, y yo le decía al gobernador: “¿Qué está pasando?”, y él hizo como que no oía, hasta que alguien de su equipo le hizo una señal al guardia y me soltó. Después de eso, un reportero se me acercó y me dijo: “Cuídate mucho, que tengas buena suerte”. Fue el único; a partir de ahí, todos me empezaron a atacar: se dijo que yo ataqué al guardia, que le clavé una pluma en el cuello —¡yo, que no llego al metro y medio! —. Después de eso renuncié tres o cuatro veces, pero el periódico no me aceptó la renuncia, hasta que me sacaron de ahí.
¿Cómo fue eso? ¿Te sacó el periódico?
Después de la agresión física, alguien del Gobierno me dijo que en las columnas de opinión se comentaba que me iba a ir del estado. Yo decidí preguntarle al periódico, y lo que hicieron fue enviarme a cubrir elecciones a otro estado, lo cual era habitual; me mandaban a estados vecinos, o a Arizona, que está en la frontera con Sonora, para cubrir eventos. Así que me tuvieron fuera y enviaron a otro reportero a cubrir Sonora, y cuando renuncié, no me dejaron. Me pidieron que cubriera la elección en Baja California Sur, y que me quedara ahí hasta finales de año. Y mira, yo era soldado del periodismo, así que dije que sí; pero en las columnas, la versión era que me había ido a Baja Sur a pasar mi exilio. Al final me quedé cinco años, todo el gobierno de Padrés.
¿Y el periódico nunca te lo planteó a ti como un exilio?
La realidad es que yo nunca pedí una explicación. Yo estaba orgullosa de trabajar en un medio que me publicaba todo, yo hacía mis temas, me dedicaba las 24 horas, siempre contestaba el teléfono, y lo hacía porque me apasionaba, me apasiona el periodismo. Y cuando ocurrían cosas como las ofertas de dinero, yo incluía todo en una bitácora. Yo creo que por eso no me aceptaron la renuncia, sintieron que me tenían que apoyar. Cuando vino el problema con el gobernador, el periódico tenía una larga lista de eventos que yo le había reportado. Ahora ya puedo hablar de esto, pero antes me mirabas y lloraba, porque sentía que me veían con compasión.
¿Cuándo regresaste a Sonora, y por qué se dio tu segundo desplazamiento?
Regresé cuando salió Padrés y tardé un año en salir de mi casa. Y quien llegó al Gobierno fue Claudia Pavlovich —irónicamente, hoy cónsul de México en Barcelona, ¡hasta parece que la vine siguiendo! —. En el primer evento en que nos encontramos, me vio venir y a un metro de distancia me dijo: “Ay no, te llevaron con Padrés y te regresan conmigo, ¡eso no es justo!”. Y me dijo que ella no haría nada para que me corrieran, pero que iba a buscar un convenio con el periódico, porque la atacaban mucho. Yo le dije que yo no la atacaba, que yo solo decía las cosas como eran, y que si hacía un convenio con el periódico, eso equivalía a correrme. Al final me fui por otras circunstancias, el periódico me liquidó junto con otros corresponsales; era 2016 y hubo crisis económica en todos los periódicos.
Ahí fue cuando nos conocimos. Estabas muy entusiasmada porque ibas a empezar tu carrera como periodista freelance.
Sí, empecé el 2017 como periodista independiente, pero no contaba con que, ya sin estar en Reforma, me iban a desconocer los funcionarios y todas las fuentes con las que trabajé por años en Sonora. Ahí entendí que a los independientes nadie los quiere; es difícil, porque trabajas más y ganas menos, y desde el Gobierno no saben qué hacer porque no te pueden cooptar. Gente del mismo Gobierno me aconsejó “por mi bien” que hiciera una página y les dijera de qué se iba a tratar. Ese día lloré mucho, porque entendí lo que me decían: si no estás con el sistema, te irá mal. Eso te lleva a la precariedad laboral, o a aceptar colaborar en medios donde te dicen qué puedes publicar y qué no. Yo te lo digo ahora: no existe el periodismo libre e independiente en los estados, y no hay quien nos lo enseñe, porque los medios no te capacitan. ¿Quién te enseña la realidad? En las escuelas de periodismo cada vez te enseñan más publicidad y marketing, y no tienen periodistas dando clases; cuando las universidades invitan a alguien a dar una charla, invitan a los que están comprados por el Gobierno. Oye, si este recibe tanto dinero, si aquel tiene un rancho, si ese tiene una camioneta de lujo, ¿de qué va a hablar a los estudiantes? ¿De cómo se roba, de cómo se hace cochupo?
cochupo:
1. Soborno que se hace a un periodista entregándole dinero.
El problema en los estados, sobre todos los que están más alejados del centro del país, es, además de la precariedad, la falta de garantías de seguridad. En el centro del país es distinto, en la capital los funcionarios tienen más cuidado; si gritas, alguien se entera. Pero en los estados hay autocensura, hay censura directa, compra directa con la publicidad, y acuerdos económicos terribles, aunque ¿cómo no va a aceptarlo el periodista, si tiene esposa y tres hijos, y lo que los medios pagan es tan precario que te dan ganas de llorar? Y si publicas algo que no les gusta, no vuelves a trabajar. Yo no pude encontrar trabajo; los medios que tenían convenio con la gobernadora me dijeron abiertamente que no podía estar ahí; me sacaron de la universidad donde daba clases, es claro cuando te empiezan a cerrar las puertas.
¿Fue eso lo que detonó tu salida definitiva de Sonora?
Eso y lo que pasó con la mina de Bailleres. Cuando la gobernadora Pavlovich llegó al poder, un tío suyo se hizo ejidatario en un terreno [ejidal, de propiedad colectiva para el cultivo] donde se iba a hacer una mina. Yo había publicado algunas cosas sobre el tema, y un día fui con otros periodistas, trabajando como fixer [guía o traductora]. Una vez que estábamos en el terreno, un grupo de guardias contratados como sicarios nos rodearon, nos preguntaron qué estábamos haciendo ahí, nos dijeron que la mina era propiedad de Rafael Pavlovich —el tío— y, al final, después de hablar con alguien, nos dejaron ir; yo pensé que no salíamos de ahí.
Para ese tiempo yo ya me había conectado con organizaciones de periodistas en el país e internacionales para que nos capacitaran, nos organizamos como Red Sonora de Periodistas; así que cuando ocurrió el incidente de la mina, los primeros que reaccionaron fueron los de CPJ [Comité para la Protección de los Periodistas], después Reporteros sin Fronteras y otras organizaciones. Eso tiene un efecto. Pero al poco tiempo la gobernadora desmanteló la red, cooptando uno por uno a los reporteros: a este le ofrecieron una beca para no sé dónde; a otro le ofrecieron su página web, y me volví a quedar sola. Entonces una de las compañeras de Periodistas de a Pie [la red de periodistas independientes organizados más importantes del país] que estaba al tanto de la situación me dijo: “¿Te quieres ir de Sonora seis meses?”. Por supuesto dije que sí.
Y ahí fue cuando llegaste a Puebla, y después a la Ciudad de México. ¿Representó un alivio para ti?
Es que cuando llegas en condiciones difíciles, no es bonito. Llegas sin nada, sin nadie, eres tú y solo tú. Y entre que lloraba por unas y lloraba por otras, Periodistas de a Pie me avisó que Guillermo Padrés había salido de la cárcel. Por eso llegué a la “mañanera”, para preguntarle directamente al presidente López Obrador si él había contribuido para que el exgobernador de Sonora saliera libre.
mañanera:
1. Perteneciente o relativo a la mañana.
2. El nombre con el que se conoce coloquialmente a la conferencia de prensa que da todas las mañanas el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que suele ser transmitida en vivo.
Uno de mis primeros logros fue registrarme para entrar a la mañanera como periodista independiente. El acceso a la conferencia en sí es difícil, y luego tienes que pelear para que te pongan adelante, y después para que te den la palabra. Y mi punto de partida siempre es: si el presidente ofreció esto en algún momento, a partir de ahí se le cuestiona. Casi todo lo que pregunto ahí lo baso en Sonora o en otros estados que conozco, pero cuando haces una pregunta determinada, te hablan o te mandan mensajes de todo el país para decirte que está pasando lo mismo en otros sitios. La gente te quiere contar su caso para que, si el presidente dice “se está atendiendo a los indígenas”, tú le digas que no, que tienes información de que en tal lugar no es así. Las mañaneras son buenas, pero son un arma de doble filo para los periodistas
¿Hay censura?
Con este Gobierno ha sido distinto. Yo considero que hay censura porque no siempre hay libertad de expresión, pero también hay autocensura; hay periodistas que tienen un lugar reservado en la primera fila todos los días, pero nunca hacen preguntas, solo reportan lo que dice el presidente sin cuestionarlo. Él es un político muy hábil, con gran capacidad para irse por la tangente, pero un buen reportero lo puede hacer que regrese al tema, y eso es lo que no le gusta; el buen reportero no lo deja irse, pero no es común que se le cuestione. A estas alturas muchos medios grandes están tratando de aguantar hasta que se vaya, en 2024; mientras no nos metamos en conflicto, no lo incomodamos, y no pasa nada.
¿Cuál es la consecuencia de cuestionar? Porque me dijiste que con otros gobiernos hubo gente que fue a tu casa, que sufriste agresión física. ¿Qué ocurre ahora?
Es distinto. Yo entiendo que un responsable de prensa tiene que atajarle todos los cuestionamientos posibles al presidente, es su trabajo; pero entonces que no presuman de que hay libertad de expresión. En una ocasión me bloquearon la credencial y no me dejaban entrar ni al Palacio Nacional, y su explicación fue que me excedía en el tiempo para preguntar. Yo empecé a hacer una bitácora de las conferencias, de cuánto preguntaban los demás, y cuántas veces a la semana [risas]. Lo que ocurre en este Gobierno es diferente, claramente; con [Felipe] Calderón, el Estado Mayor [el cuerpo de seguridad del Presidente] me llegó a golpear, me cargaron literalmente para no acercarme al presidente, o me jalaban el pelo hasta que me sacaban. Con Peña Nieto te metían en un corral en la entrada del evento, y solo si el presidente quería contar algo, se acercaba a prudente distancia; era inalcanzable, te podías subir a su avión en las giras siempre y cuando no cuestionaras nada. El problema que veo con López Obrador es que, ahora que se acercan las elecciones, ya no da tregua. Y es peligroso, porque le da ejemplo a otros gobernantes de los estados, que copian la dinámica con la gente de prensa. Un gesto, o una palabra de enojo del presidente, es entendido como “no me gustó cómo me preguntó ese periodista”, y para quienes lo siguen eso equivale a decir “atáquenlo”. Todavía no termina la mañanera y ya te están tundiendo en las redes, y eso lo padecen todos los que se atreven a preguntar.
Y eso es lo que te pasó el día de la anécdota del “palero”, ¿no? Cuando uno de los reporteros incondicionales del presidente no te dejaba plantear tu pregunta.
palero:
1. Persona que ayuda a estafar o a engañar a otras.
2. Persona que acompaña a otra para festejar sus actos y aparentar que aquella cuenta con mucho apoyo.
Es que tiene gente ahí adentro que funciona como grupo de choque, que te empiezan a gritar, o a agredir, para que no preguntes. Yo estaba tratando de plantear una pregunta y el “palero” me decía, por un lado: “Cállate, cállate, cállate, deja al presidente”, y llegó un momento en que me volteé y le dije: “Tú cállate, palero”. Y de alguna manera logró su cometido, eso se volvió la nota del día y evitó que yo planteara los temas que traía para el presidente. Y el presidente dijo que no son paleros [risas], pero la Fiscalía responde cuando esos reporteros nuevos, o youtubers, ponen una denuncia, aunque no puede investigar de dónde vienen las amenazas a otros periodistas desde hace años.
Cuando ocurrió ese incidente, no había pasado ni una hora y en los chats de WhatsApp ya circulaba el sticker de la escena: tú con el micrófono en mano, el palero sentado, y el texto “cállate, palero”. ¿Te han agredido a partir de ese evento o de alguno de tus cuestionamientos al presidente?
Recibí miles de mensajes, pero miles; se me bloqueó el teléfono. En redes los ataques fueron muy fuertes, recibí amenazas de muerte. Uno se hace el valiente, nos repetimos “yo no soy víctima”; es natural, debes tener una autoestima bien cimentada para hacer un periodismo tan riesgoso como el que se hace en México. Y es una tristeza, porque se supone que un Gobierno de izquierda tendría que representar una diferencia también en eso. Es verdad que no tenemos los niveles de represión a periodistas que había con Calderón o Peña Nieto, pero desde su lugar, el presidente López Obrador propicia que se calumnie y se estigmatice a los periodistas solo por hacer su trabajo
Ese incidente coincide con el momento en que saliste de México. ¿Te lo propusieron o lo pediste?
Un poco antes había conocido a la gente de la Taula per Mèxic, que tienen este programa para periodistas que han estado bajo presión y que se encuentran en riesgo, y pensé: “Yo necesito eso, me urge un respiro”. Para empezar, yo nunca había tenido un acompañamiento psicosocial, nunca, ni en 2010. Me di cuenta de que nunca había contado realmente el acoso que sufrí por parte del Estado, porque soy de la generación que aprendió que tú no eres la noticia. Pero después del asesinato de periodistas que estaban cerca, de Javier Valdez en Sinaloa, de Miroslava Brecht en Chihuahua, y de que nos mataron a Santiago Barroso en Sonora, en 2018, empecé a recibir llamadas de personas que me decían: “Pasó esto, cuídate mucho”. Es muy duro.
¿Has pensado alguna vez dejar el periodismo y dedicarte a otra cosa?
Cuando Periodistas de a Pie me contactó tras el incidente de la mina, y en esos días me enteré de que había quedado libre Guillermo Padrés, estaba decidida a dejar el periodismo. Intenté hacer otras cosas, vender comida, buscar otro negocio, algo, pero no pude; el que es periodista, es periodista. En el tiempo que he estado en Barcelona me he dado cuenta de que es importante recuperarme para hacer algo por el periodismo de Sonora; quitarle la autocensura, o la censura obligada. Quitar la precariedad económica, la dependencia. El reto es poder financiarnos, autofinanciarnos y no depender del Gobierno. Esa es la batalla.