Nunca había escuchado sobre Mercè Rodoreda. Cuando vine a Barcelona en 2017 —sin imaginar que cuatro años más tarde estaría viviendo aquí— escuché el nombre de Rodoreda por primera vez porque la habitación que me asignaron en la Residencia Artística Jiwar, en Gràcia, se llamaba así: Mercè Rodoreda. Jiwar estaba muy cerca de la Plaza del Diamante; su increíble anfitriona, la gestora cultural Mireia Estrada, me habló sobre la novela del mismo nombre, y yo terminé comprando mi primer libro en catalán.
No me avergüenza decir que no sabía nada de Rodoreda ni de otras autoras catalanas que en estos años he aprendido a conocer y apreciar; el propio Gabriel García Márquez manifestaba su asombro por haberla descubierto relativamente tarde y por el desconocimiento de su obra en el mundo latinoamericano. La realidad es que en América Latina, ese mercado de casi 700 millones de posibles lectores, el mundo literario catalán pinta poco, tanto en portugués como en español.
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