La grieta de Perú

Omar Lucas

La represión contra manifestantes tras la salida de Castillo reabre la herida entre Lima y el resto del país

Las protestas en Perú no cesan. Más de un mes después de la detención del ya expresidente Pedro Castillo, los muertos en las movilizaciones suman ya medio centenar, la mayoría a causa de la represión de las fuerzas del orden. Miles de manifestantes reclaman la dimisión del Gobierno de Dina Boluarte, la celebración de elecciones y cambios profundos en el sistema político y social de un país que ha visto desfilar seis presidentes en apenas cinco años.

La crisis actual se desató el pasado 7 de diciembre, cuando el entonces presidente Castillo intentó disolver el Congreso e instaurar un gobierno de emergencia. Castillo buscaba adelantarse a una moción de censura —la tercera de su mandato— que iba a ser votada en la Cámara. Pero se quedó solo: ni las Fuerzas Armadas ni la Policía Nacional acataron su orden, y fue destituido y detenido acusado de rebelión y conspiración. En el cargo le sustituyó su vicepresidenta, Dina Boluarte. 

Aquel día comenzaron unas protestas que siguen vivas, a pesar de la represión que ha dejado un sangriento saldo de víctimas, especialmente en las regiones alejadas de la capital, donde muchos veían a Castillo —un maestro de escuela rural y líder sindical— como uno de sus representantes. 

En los días siguientes a la detención de Castillo, el departamento andino de Ayacucho se convirtió en uno de los epicentros de la tragedia: el 15 de diciembre, diez personas perdieron la vida en medio de la brutal represión militar. Ese día el Ejército siguió una lógica “de guerra”, dice el fotógrafo peruano Omar Lucas, que desde hace diez años documenta temas de derechos humanos y medioambiente. El fotógrafo mantiene una relación muy íntima con Ayacucho: desde 2018 lleva a cabo un proyecto allí para documentar la entrega a los familiares de los cuerpos de desaparecidos en la guerra interna que sacudió a Perú entre 1980 y 2000. Ayacucho acogía entonces el cuartel Domingo Ayarza, conocido como Los Cabitos, que sirvió como centro de secuestro, tortura, muerte y desaparición de cientos de personas. 

Unos días después de la masacre del 15 de diciembre, Lucas viajó a este departamento para visitar a las familias de los fallecidos en las protestas y conocer no solo el modo en que perdieron la vida, sino el espacio en el que vivían. Son zonas que se encuentran “en extrema pobreza”, en una situación que no ha cambiado mucho respecto a la de hace tres décadas, dice. “Hay una brecha política y social abismal con la capital; como si Lima fuese un país y el resto de Perú, otro”.

Esta selección de imágenes, comentadas por su autor, recoge las nuevas heridas abiertas en el contexto de un conflicto que, más allá de las divergencias políticas, trasluce la enorme brecha de desigualdad y poder que existe en Perú.   

Omar Lucas

Edgar Prado Arango, de 51 años, murió de un disparo del Ejército en la puerta de su casa mientras ayudaba a una persona que había resultado herida por las balas. La casa estaba a dos calles del aeropuerto de Ayacucho, que los manifestantes intentaban bloquear. Existe un vídeo en el que se ve cómo el hijo de Ricardina atiende arrodillado a la persona herida cuando recibe un balazo y se desploma. Su familia dice que Edgar no participaba en las protestas, que salió de la casa para ayudar al herido; murió por ser humanitario, por ayudar al prójimo. 

En la imagen aparece su madre, Ricardina Arango, de 74 años, sosteniendo un ramo de flores que lleva en honor a su hijo. Edgar, que trabajaba como conductor, vivía con ella. Como muchas de las personas mayores en este lugar, Ricardina evoca la situación vivida veinte y treinta años atrás, cuando el Ejército entraba a las casas haciendo redadas y detenciones clandestinas y arbitrarias. 

Omar Lucas

Jhonatan Alarcón Galindo tenía 19 años. Vivía en la comunidad de Llachoccmayo, a una hora de la ciudad de Ayacucho. El 15 de diciembre salió a hacer compras a Ayacucho, pero por el camino se unió a las protestas. Fue alcanzado por la espalda por un disparo que le causó heridas de gravedad. Murió seis días más tarde en el Hospital Regional de Ayacucho.

En la imagen, familiares de Jhonatan lloran sobre su féretro antes de ser trasladado al cementerio de la comunidad. El joven era padre de un pequeño de un año.

Omar Lucas

El ataúd con los restos de Jhonatan, cubierto con una bandera peruana, fue llevado al cementerio en procesión. Toda su comunidad y vecinos de otros pueblos acudieron al funeral  para darle el último adiós; luego fue declarado héroe por la comunidad. La caminata duró casi una hora, se descansaba por tramos. Según avanzaba la procesión con el ataúd, se unía más gente para despedirlo.

Las familias de las víctimas del 15 de diciembre han creado una Asociación de los Familiares de los Asesinados y Heridos para tratar de obtener justicia. Hace pocos días su presidenta, Ruth Bárcena, fue sorprendida en su casa por dos sujetos de corte militar, pero vestidos de civiles, que la amenazaron para que no siguiera hablando y parase las denuncias.

Omar Lucas

Luis Miguel Urbano Sacsara tenía 22 años; una bala le perforó la espalda y le atravesó el corazón. Murió en el acto. El joven iba de camino a casa de su pareja cuando empezaron los enfrentamientos con los militares, que abrieron fuego directamente contra los manifestantes. En la imagen se ve a su madre, Vilma Sacsara, sosteniendo una camiseta que su hijo solía usar en los años que estuvo en el servicio militar obligatorio, antes de empezar sus estudios de Administración. 

El día de su muerte, Luis Miguel había estado ayudando en el restaurante familiar. El local está en una casa de tres pisos, y el joven y su familia vivían alquilados en el segundo nivel. Tras la muerte de Luis Miguel, la familia se ha mudado a otra casa situada a dos manzanas. Vilma dice que sentía que su hijo fallecido se le aparecía en su habitación. 

Omar Lucas

Nilda García sostiene los casquillos de las balas que encontró en el lugar donde fue asesinado su hijo, Clemer Rojas, de 23 años.  El joven recibió dos impactos de bala que le perforaron el hígado y el riñón. Clemer y su familia son originarios de la comunidad de Quinua, a una hora de Ayacucho, pero se mudaron hace años a una zona periférica de esa ciudad. Alquilan un local donde toda la familia trabaja lavando autos. Algunos días la madre sale a vender comida a un mercado local cercano. 

Su madre cuenta que el día en que lo mataron Clemer salió a participar en la protesta. Lo hirieron cerca de la zona del aeropuerto. Sus compañeros lo llevaron a la pista para poder trasladarlo al hospital. Pero los militares venían en avanzada y disparando, así que tuvieron que dejar a Clemer herido en la pista para huir. Allí, el joven falleció. Nilda recogió los casquillos en el lugar donde su hijo fue baleado. 

Omar Lucas

Nilda llora sobre la camisa que su hijo Clemer usaba para ir a estudiar. Según la costumbre que existe en la Sierra, el quinto día después de una muerte los familiares van a lavar toda la ropa del finado. Los bultos que aparecen en la fotografía contienen toda la ropa de Clemer. Nilda ha sacado de ahí la camisa del Instituto Senati (centro de Formación Tecnológica Superior), donde su hijo estudiaba mecánica automotriz. Clemer había estado un año en el servicio militar, pero lo dejó porque quiso estudiar para ayudar a su familia.

Nilda recuerda que, el día en que mataron a Clemer, ella se había levantado a las tres de la madrugada para preparar la comida que iba a vender en el mercado. Su hijo se levantó dos horas después para ayudarla. Conversando, Clemer le contó que había soñado que sangraba por la nariz. Su madre le dijo que esa imagen significaba que le iban a robar algo y le recomendó cuidarse —en las creencias de las comunidades andinas y de la selva hay una cuestión muy recurrente de los sueños—,  aunque en tono de broma le dijo que si le robaban tampoco se iban a llevar nada de valor. Unas horas más tarde, Nilda recibió la llamada en la que le informaban de que su hijo había muerto por las balas del Ejército.

Omar Lucas

Esta imagen muestra la habitación que Josué Sañudo Quispe mantenía en casa de sus padres. Él vivía en una habitación alquilada cerca de allí, pero tres o cuatro veces a la semana se quedaba en casa de ellos. Tenía 31 años y era, de alguna forma, el sustento de sus padres: siempre les llevaba víveres, les compraba cosas. Había estudiado Administración en la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga y estaba preparando los papeles para sacar su título. Trabajaba de manera esporádica en ventas y en la construcción.  

Josué murió de un disparo el 15 de diciembre. Su padre dice que no participaba en las marchas, que estaba regresando de su casa al cuarto que tenía alquilado porque tenía cosas que hacer allá. En el trayecto fue alcanzado por un proyectil que le causó la muerte. 

Omar Lucas

Este es un retrato de Edith Aguilar Yucra, madre de José Luis Aguilar. Tenía 20 años. Murió de un disparo de los militares cuando regresaba del trabajo a su casa. Aquel día José se fue a trabajar temprano. Su madre recuerda que le dio un beso en la frente y se despidió con un “mamita, ya vuelvo”. Estaba a tres cuadras de su casa, volviendo, cuando fue alcanzado por una bala. Cayó muerto. Uno de los chicos que estaba allí agarró el celular de José y llamó a Edith: “Señora, su hijo está aquí tirado, le han disparado”. 

Edith salió corriendo de casa, pero cuando llegó la ambulancia ya había recogido el cuerpo y estaba a punto de marcharse. Los militares estaban disparando y, pese a sus súplicas, no le dejaron subir. A ella unos chicos la jalaron al lado de una pared para protegerla de los disparos. Ocurrió muy cerca del cementerio y del aeropuerto, la zona más crítica de esas protestas. José deja un hijo huérfano de dos años.

Omar Lucas

En la foto de la izquierda aparece Narcisa Yucra, asesinada por los Senderistas; su hijo Andrés Aguilar fue asesinado por los militares en 1984. Fue durante el conflicto interno que vivió Perú entre 1980 y 2000, que enfrentó a las Fuerzas Armadas con el grupo Sendero Luminoso. Hasta la fecha sus cuerpos no han sido encontrados. 

Ahora, cuatro décadas después de aquel hecho por el que aún no se ha hecho justicia, el bisnieto de Narcisa, Luis Aguilar Yucra, es asesinado por los militares durante las protestas. Es el dolor eterno de Ayacucho, el de muchos familiares que no pueden encontrar a sus seres queridos y ahora se enfrentan a esto. En Perú hay más de 20.000 desaparecidos; hasta la fecha se han entregado a las familias cerca de un millar de cuerpos.

Omar Lucas

Ricardina Arango, a quien hemos visto en la primera imagen con el ramo de flores, se seca las lágrimas por la pérdida de su hijo, Edgar, muerto por un balazo mientras atendía a un herido ante la puerta de su casa. La foto está tomada en la sala de su casa, cuando en un momento del relato la madre rompe a llorar. 

Omar Lucas

El padre de Josué, Germán Sañudo, deja entre lágrimas un ramo de flores en el lugar donde su hijo murió el 15 de diciembre por un disparo de los militares. A unos diez metros de este lugar también fue herido Clemer, que falleció unos minutos después.

En el lugar donde está Germán hay una casa con una pared que está aún por levantarse. En esa pared de ladrillos se ven seis impactos de bala. La mayoría están a la altura del cuerpo: le pudo haber caído a cualquiera. La señora de esa casa fue la que ayudó y escondió a muchos chicos que se ocultaron detrás de la pared, porque el Ejército vino con todo. La lógica del Ejército ese día fue que estaban en una guerra. Que esos chicos estaban armados. O no sé qué se imaginaron.

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