En el horizonte, a apenas una veintena de kilómetros, fragatas rusas vuelven de Crimea camino de San Petersburgo. Putin ultima la celebración de la Marina. Días antes, fueron los buques de guerra estadounidenses, italianos, indios y chinos los que surcaron estas aguas del estrecho de Gibraltar.
Al fondo, Ceuta, sus quince migrantes ahogados bajo las balas de goma lanzadas por la Guardia Civil en 2015, sus decenas de niños deportados ilegalmente en 2021; Melilla, su centenar de muertos en la masacre de 2022 y sus decenas de víctimas previas por el régimen europeo de fronteras; Marruecos, su represión contra el Rif, sus vejaciones a los migrantes, su ocupación del Sáhara, su conflicto con Argelia —aliada con China—, el respaldo de Estados Unidos, de Israel, de Francia.
En medio, la lengua de mar, hermosa, indulgente, tétrica, expectante. Tantos veranos empezaron así, con el éxodo contenido por los cheques a Rabat para, de un día a otro, asistir, de nuevo, a los naufragios, los rescates, las muertes, las lágrimas de alivio, de miedo y de alegría en los desembarcos.
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