El genocidio que marcó la historia de África

Una reflexión sobre Ruanda extraída del libro ‘África adentro’, de Alfonso Armada y Xavier Aldekoa

El genocidio que marcó la historia de África
Cinta Fosch

Entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994 se perpetró uno de los peores genocidios de la historia reciente: más de 800.000 personas, en su mayor parte de la etnia tutsi, fueron masacradas en Ruanda en 1994 por miembros de la mayoría hutu en una ola de violencia que se prolongó durante cien días. Publicamos un fragmento sobre Ruanda del libro ‘África adentro’, un diálogo entre los periodistas Alfonso Armada (Vigo, 1958) y Xavier Aldekoa (Barcelona, 1981).

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A Alfonso Armada le marcó el genocidio de Ruanda. A Xavier Aldekoa, las guerras de la vecina República Democrática del Congo. Los autores repasan las grandes crisis que sacuden al continente, de norte a sur. Se detienen en las grandes potencias africanas. Y buscan motivos para la esperanza.

Xavier Aldekoa: Cuando era pequeño, leía tus crónicas desde Ruanda y Congo y pensaba: “Yo quiero hacer eso”. 

Alfonso Armada: Fue todo fruto de un accidente. A mí me gustaban Tintín, las estampillas de Nestlé de animales y de tribus africanas, los mapas, las novelas de Julio Verne y Emilio Salgari, y algo más tarde las de Joseph Conrad… Los estereotipos: una fascinación casi infantil por África. Cuando trabajaba en El País un día me dijeron que si quería ir a Sarajevo, y sin comerlo ni beberlo me vi en la guerra de Bosnia. Tuve miedo, porque en las guerras matan a la gente y a los periodistas también, pero tenía curiosidad por ver cómo era una guerra, y por saber si podía contarla. Descubrí que podía manejar mi miedo. La guerra no me gusta, es una situación de quiebra absoluta de una sociedad, pero como periodista es apasionante contarla. Si podía manejar mi miedo en Sarajevo, podía manejarlo en otro sitio, pensé. Ese fue el error. Nada te prepara para lo que fue Ruanda después. Luis Matías López, el redactor jefe de Internacional, fue a despedirme hasta la puerta del periódico y me dijo: “A lo mejor esto acaba siendo como Biafra”. Tuvo una intuición acertada. La escala de Ruanda es equiparable a lo que pasó en Biafra [estado que se separó momentáneamente de Nigeria a finales de la década de 1960]. Con otras circunstancias. Cuando llegué a Ruanda por primera vez era un neófito que no sabía casi nada de África, con fascinaciones, incertidumbre y miedo. Lo que vi me dejó tan sobrecogido que intenté encontrar unas palabras que estuvieran a la altura, que reflejaran aunque fuera pálidamente lo que veía.

X.: Recuerdo una imagen… Ibas con cascos azules italianos. 

A.: Gikoro.

X.: La mano.

A.: Sí, esa historia me va a perseguir toda la vida. La muchacha de Gikoro. Fue al día siguiente de llegar a Ruanda. Iba con un destacamento de soldados italianos. Su misión era muy precisa: rescatar a sacerdotes católicos. Uno era de Croacia y otro de Eslovenia, dos de las antiguas repúblicas que habían estallado en pedazos con la guerra de Yugoslavia. En su propia feligresía los hutus despedazaron a los tutsis. Vi la sangría, el destrozo en la iglesia y, en medio de todo eso, un brazo que se movía. No hice nada. Hablé con el capitán dos veces, pero al final… allí la dejamos. No sé si ella estaba viva. Era una especie de movimiento mecánico. Esa mano era una metáfora de todo y, a la vez, una realidad. Una persona que de forma silenciosa estaba pidiendo auxilio, de la forma más trágica y elegante.

X.: Resumía ese abandono tan brutal del mundo. Toda esa gente muerta y de repente alguien mueve la mano… 

A.: Ruanda ha sido un corte radical en la historia de África y de la humanidad. Después de lo que pasó en Europa en la Segunda Guerra Mundial se hacía difícil pensar en un genocidio en directo, con toda la tecnología disponible, con los informes que había. Eso persiguió a Roméo Dallaire, que era el jefe de la misión de la ONU en Ruanda. Lo estaba viendo venir, mandaba informes, y al final se desentendieron, no hicieron nada, redujeron la misión. Eso ha marcado la historia de África y del mundo. Haberte asomado a esto sin preverlo, desde el punto de vista periodístico, es una suerte, aunque suene terrible. Una condena y una suerte. Quieres asomarte al abismo, aunque al final te vaya tu conciencia o tu vida. 

X.: ¿Cuándo llegaste?

A.: El 14 de abril de 1994. Había pasado una semana desde el comienzo del genocidio.

X.: ¿Ya eras consciente de su magnitud?

A.: Era consciente de que había matanzas de forma sistemática, pero no de su escala. Fue todo bastante rápido: en cien días, la ONU habla de unas 800.000 personas. Un disparate.

X.: ¿Cómo afrontas ahí las crónicas? Estabas viendo las matanzas, pero lo que ocurría en Ruanda trascendía a una matanza, es uno de los peores genocidios de la historia. 

A.: Eso lo vimos después, con perspectiva. Lo afronté intentando huir precisamente de los tópicos sobre la noche de África, el corazón de las tinieblas, la muerte gratuita, el horror sin sentido. Cuentas lo que ves de la forma más neta, cruda, intentando no utilizar adjetivos. Que las propias historias salgan por sí mismas de la forma más despojada. Intentando no recurrir a explicaciones irracionales, no cargar las tintas y hablar del tribalismo africano, del odio africano, porque eso remite a explicaciones mitológicas o teológicas. Mi preocupación era analizar la historia de Ruanda, su situación económica y política, la manipulación de las conciencias, el paro juvenil. ¿Qué pasó en Ruanda? ¿Quién llegó? ¿Qué hicieron Alemania, Bélgica? ¿Qué pasó con los hutus y los tutsis? ¿Qué pasó con la Iglesia? Me hacía esas preguntas. Un artículo que tuve muchos problemas para publicar en El País fue sobre las complicidades de la Iglesia: persuadieron a los tutsis de que estaban casi predestinados a regir el país porque tenían más elegancia, más belleza, más inteligencia. Escribí sobre la importación de machetes desde China, sobre la organización casi administrativa de inspiración belga, con una disposición municipal absolutamente racional, que es muy útil para manejar un país, pero también para destruirlo. Cada uno sabía ante quién respondía y tenía tareas específicas. Se aplicó todo con una eficacia implacable. Había una sensación de impunidad absoluta: un régimen, detrás, alimentando todo esto. La escala del genocidio es tal que te destruye como ser humano, porque te abruma. Puedes intentar entender que hay razones políticas, económicas e ideológicas, pero es difícil de aceptar.

UN ANTES Y UN DESPUÉS

X.: Cuando hablabas de Ruanda… Tú para mí siempre has sido un referente, porque a veces me encuentro en la situación de no saber qué va a pasar. De no saber cuándo ir al sitio. Tengo unos medios precarios y tengo que escoger si voy o no; decidir si ahora es el momento exacto o mejor esperar un poco. Cuándo. Me enfrento a diario con este tipo de decisiones. El miedo es que lo de Ruanda pasó en cien días, así que si no aciertas dejas de cubrir un hecho terrible e histórico… 

A.: Cuando le dije a Jesús Ceberio, entonces director de El País, que tenía que ir a Ruanda, me dijo: “Está muy lejos y cuando llegues habrá acabado”. Pero pasó una semana y seguían llegando imágenes tremendas. Nunca sabes cuándo va a pasar eso.

X.: Ni cuándo se va a acabar.

A.: Ni cuándo se va a acabar. Es muy imprevisible, y ahí no tiene que ver el olfato, ni el conocimiento de la historia, porque muchas veces hay fenómenos que se van de las manos.

X.: Ruanda marca un antes y un después, porque ese sentimiento de culpa que genera en Occidente lo puedes ver ahora en cómo se definen conflictos para atraer la atención internacional.

A.: Acabas desvirtuando la propia palabra genocidio. 

X.: Ahora hablan de “signos de genocidio” o de un “estado de pregenocidio”.

A.: O “nazi”, que es una palabra que ya se usa para todo. Hay que utilizarlas con cautela para describir cada situación y no dejarse seducir por comparaciones, con algo que forma parte de la historia, para darle un peso mayor.

X.: Es un peso que acaba siendo perjudicial, porque la palabra “pregenocidio” o “cuasigenocidio” la he escuchado en República Centroafricana, en Sudán del Sur, en Burundi… Cuando ocurre una masacre brutal, y eso ocurre en cualquier guerra, hay gente que para atraer la atención mundial habla de “genocidio”. “Acuérdense de lo que pasó en Ruanda… Hay que hacer algo”. Pero como se ha repetido demasiado, se ha desvirtuado.

A.: Ha pasado con las hambrunas también. Hay una especie de saturación.

X.: “La peor hambruna de los últimos treinta años”. 

A.: Al final eso provoca un desentendimiento mayor.

‘África adentro’ es el tercer número de la colección editorial de diálogos ‘Voces 5W’. Puedes comprarlo aquí o hacerte socio/a para recibir en casa los nuevos números y conseguir los anteriores a precios especiales. El libro está ilustrado por C. Fosch.

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