Esta entrevista tuvo lugar en el marco de la conferencia internacional ‘War and Peace in the 21st Century’, organizada por el Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB)
“Ha habido un vuelco del centro del corazón árabe”, dice la periodista Ángeles Espinosa (Logroño, 1962). Pocos conocen mejor esta zona del mundo, y sus interrelaciones, como ella. A los 23 años, comenzó su andadura como corresponsal de la mano de El País. Durante casi cuatro décadas ha contado Oriente Medio desde Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Sus coberturas son innumerables y memorables, y con ellas ha ganado premios como el Ortega y Gasset.
En esta entrevista le pedimos a Espinosa que analice el cambio en las dinámicas de poder en la región, así como las aspiraciones, el rol de mediador internacional, y las luces y sombras de los países de la península arábiga que, con Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Qatar a la cabeza, tienen cada vez más peso político y económico internacional y ejercen incluso como mediadores. Pero deberían hacer un esfuerzo para resolver lo que tienen más cerca de casa, en opinión de Espinosa. El telón de fondo es imposible de ignorar: la paz sigue siendo una meta lejana en Gaza.
Después del atentado de Hamás del 7 de octubre de 2023, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, prometió redibujar el mapa de Oriente Medio. La ofensiva en Gaza ha dejado hasta ahora más de 55.000 muertos —la mayoría mujeres y niños—, dos millones de personas han huido de sus hogares y la asistencia humanitaria ha sido desmantelada, mientras aumentan los casos de inanición. Más allá de la Franja, Israel también ha golpeado en Líbano y en menor medida en Siria. La posibilidad de expandir la guerra por la región —siempre con Irán de fondo— sigue latente.
El retorno de Trump a la Casa Blanca activó un alto el fuego cuyo plan había sido diseñado por la anterior Administración. Pero después de la primera fase, todo se derrumbó e Israel cortó la ayuda humanitaria a la Franja y lanzó una nueva ofensiva contra una población diezmada y machacada.
Israel rechaza las propuestas para que callen las bombas, exceptuando la entrega incondicional de los rehenes. La negativa de Netanyahu no solo ha puesto en evidencia la incapacidad de Trump para mediar, sino el papel de otros actores que aspiran a ocupar el centro del tablero regional: Qatar, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos.
Hace justo un mes, Donald Trump aterrizaba en el golfo Pérsico. Era su primer viaje internacional como presidente —si no tenemos en cuenta su visita al Vaticano para asistir al funeral del papa Francisco—. ¿Son ya los grandes actores de la región?
Yo normalmente hablo de países de la península arábiga, porque “países del golfo” son también Irán e Irak, por eso prefiero hablar de la península arábiga, aunque es verdad que ahí también está Yemen.
Y Kuwait, y Omán…
Ambos han optado por la discreción. En el caso de Kuwait, quizá más obligado por sus propios asuntos internos. En otros tiempos intentó ser un mediador pero no lo logró. Y en el caso de Omán, claramente ha evitado alinearse abiertamente con los países de su zona a los que se supone más afines, por lo que su participación en los asuntos regionales ha sido discreta.
Y luego tenemos el caso de Bahréin.
Yo casi que me olvidaría de él, porque desde las revueltas de 2011 —las mal llamadas primaveras árabes— se ha convertido casi en una provincia de Arabia Saudí. No tiene una política independiente ni tiene la capacidad económica de actuar de forma independiente. Básicamente secunda lo que dice Arabia Saudí.
Solo quedan Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí y Qatar.
De todos ellos quizá el más ambicioso sea Emiratos Árabes Unidos. Los objetivos y deseos que manifiesta por ganar peso regional parecen un poco desproporcionados tanto para su tamaño [similar al de Austria] como de población —10 millones de habitantes, de los cuales poco más del 10% son ciudadanos emiratíes—, aunque es cierto que tiene un respaldo financiero importante.
Algo parecido pasa con Qatar.
Justamente Emiratos y Arabia Saudí se quejaban hace unos años de que Qatar tenía aspiraciones por encima de sus posibilidades, algo que quizá se les podría atribuir a ellos, sobre todo a Emiratos.
Pero parece que las aguas se han calmado.
Sí. Esa fisura que había entre ellos se ha cerrado en los aspectos más visibles: ya no hay el boicot que le impusieron ni se mantiene el aislamiento comercial, pero siguen teniendo diferencias muy claras.
¿Y entre Emiratos y Arabia Saudí?
Ambos parecen confluir en cuanto al modelo que quieren para la región y a las relaciones que quieren establecer, pero a medida que Arabia Saudí ha ido desarrollando su potencial en estos últimos años ha entrado también en colisión con algunas de las capacidades que tenía Emiratos.
¿Por ejemplo?
Hay muchos, pero uno es que Emiratos, particularmente Dubái, pero también recientemente Abu Dabi, ha sido desde hace dos décadas el centro de los negocios en la región. La mayoría de las empresas que trabajan allí tienen sedes en Dubái y siempre han vendido esa facilidad para que se instalen empresas extranjeras. Arabia Saudí está intentando hacer lo propio pero no tiene el entorno social de Emiratos, que lleva trabajando su imagen las últimas dos décadas. Por eso, una de las medidas que anunció hace un par de años fue que las empresas que quisieran acceder a las ofertas del Gobierno tenían que tener sede en Arabia Saudí, con lo cual algunas empresas que estaban en Dubái se tuvieron que trasladar o abrir una segunda oficina en el país. Son pequeñas cosas, evidentemente no van a romper relaciones por esto, pero ponen en evidencia las diferencias en cómo enfocan las cosas.
Volviendo a la primera pregunta, ¿se ha trasladado el foco de poder entonces?
Sin duda. En estos años, a través de Qatar, de Emiratos y ahora de Arabia Saudí ha habido un vuelco del centro del corazón árabe, que antes estaba en el Mediterráneo, entre Egipto, Siria, Palestina —aunque estuviera difusa— o Irak en su momento más glorioso. Esto se ha apagado en los 20 últimos años y ese centro económico, comercial, incluso de debate, se ha trasladado a estas monarquías de la península arábiga.
Desde entonces han llevado esa ambición a todos los sectores, desde el financiero y diplomático hasta aspectos más prosaicos como los eventos deportivos.
El primer país que utilizó la proyección internacional como una forma de legitimarse y de hacerse visible fue Qatar, con la creación de Al Jazeera y su aspiración a tener el Mundial de fútbol. Siendo un país pequeño, con una población todavía menor que Emiratos, estando a la sombra de dos grandes como son Arabia Saudí e Irán, buscó construir una imagen de marca que lo hiciera reconocible y le permitiera defenderse de las posibles ambiciones de sus vecinos —no olvidemos que Arabia Saudí ha tenido históricamente ciertas aspiraciones sobre el territorio qatarí—. Y fue muy exitoso porque yo creo que hace 20 años había pocas personas que pudieran situar a Qatar en el mapa.
¿Hasta qué punto no responde a un intento por lavar su imagen exterior?
No voy a negarlo. Sin duda hay parte de ello, pero a mí me parece que hay algo más importante que el puro lavado de imagen: las ambiciones de sus dirigentes. Un ejemplo es el príncipe heredero [saudí] Mohamed bin Salman. Realmente creo que quiere colocar a su país como un actor decisivo en Oriente Medio, y se ha optado por el deporte, pero también por otros elementos, como por ejemplo intentar atraer científicos a las universidades. Se está invirtiendo mucho dinero en algunas universidades saudíes con ese afán. También hay un esfuerzo por atraer empresas. En los últimos cuatro o cinco años se está intentando crear un tejido industrial que no existía en el país, desde la producción de baterías para vehículos eléctricos hasta intentar ensamblar esos vehículos en el propio país, llegando a acuerdos con marcas extranjeras. Lo que vemos desde fuera, lo más visible, son estos eventos deportivos, pero el paquete incluye más cosas.
También puede interpretarse como un intento por desmarcarse de una economía basada en su potencial energético. ¿Crees que esas ambiciones regionales podrían verse truncadas si mañana desaparecieran sus reservas energéticas?
Buena pregunta. No lo sé, pero justamente el trabajo que están haciendo es para que eso no ocurra. En ese aspecto, el líder en la zona ha sido Dubái, aunque sea un emirato. El gran éxito de sus dirigentes fue comprender que, como tenían menos petróleo que sus vecinos, tenían que hacer algo, y ese algo fue convertirse en un centro logístico internacional, abrir su sociedad a la presencia de extranjeros, cuando todavía el resto de la región estaba muy cerrada. Este modelo —que luego copian también Qatar y Arabia Saudí— lo que busca precisamente es esa diversificación. Y hay un elemento que es quizá más importante, y es darse cuenta de la importancia de las nuevas tecnologías, sobre todo en lo que se refiere a las inteligencias artificiales y a la ciberseguridad, y en esto, Abu Dabi ha sido pionero. Recuerdo que al poco de instalarme en Emiratos, una de las cosas que me llamó la atención es que cuando firmaban un acuerdo, por ejemplo, con Estados Unidos, no solo pedían que le vendieran aviones o cualquier otra cosa, sino que intentaban que algún componente del aparato se fabricara allí. Así empezaron varias empresas que luego han ido creciendo. Si esto resulta exitoso, a medida que disminuyan los ingresos, sobre todo por petróleo, puede que sigan siendo relevantes. ¿Van a lograrlo? No lo sabemos.
A raíz de esto, el periodista iraní Amir Taheri dijo una vez que para construir una economía más allá del petróleo, era necesario construir un sistema jurídico sólido, transparente e igualitario. ¿Cuál es la situación actual?
La apuesta por convertirse en un centro comercial y de negocios de Dubái tuvo mucho que ver con crear unos tribunales en una zona que se llama Distrito Financiero Internacional. Unos tribunales específicos para el ámbito comercial y financiero con jueces totalmente independientes de la legislación interna. Eso fue muy importante para dar seguridad jurídica a los inversores. A raíz de haber comprendido la necesidad de construir una estabilidad jurídica para el inversor extranjero se han producido otros cambios en la sociedad. Todavía trabajaba en Emiratos cuando Abu Dabi empezó a cambiar leyes que pueden parecernos anecdóticas.
¿Como cuál?
Por ejemplo, que se permitiera que parejas no casadas se registraran en un hotel. Eso estaba prohibido. Lo hacían muchos extranjeros y las autoridades miraban para otro lado, pero la ley contradecía los hechos. El consumo de alcohol es otro ejemplo. Había muchísimas cuestiones que para un turista que pasaba dos o tres días allí pasaban desapercibidas, pero siempre corría el riesgo de que en un momento determinado, por las razones que fuera, pudieran ponerlos en aprietos.
La región está cambiando, es cierto, pero cada año se siguen registrando decenas de abusos contra los derechos humanos. ¿Cómo pueden acoger negociaciones de paz? ¿Qué hace que Estados Unidos o Rusia decidan celebrar estas reuniones allí?
Los motivos con unos y con otros son diferentes. En el caso de Rusia y Arabia Saudí, es una relación que ha mejorado desde que Moscú entró a formar parte de eso que se llama OPEP Plus y participa en estos acuerdos en los que deciden si suben o bajan la producción de petróleo según cómo esté el mercado. Hay intereses compartidos. Además, es una relación muy cómoda. A diferencia de Occidente, ninguno de ellos cuestiona el sistema de gobierno, ni Rusia le exige a Arabia Saudí que respete los derechos humanos, ni Arabia Saudí se lo exige a Rusia. Por otro lado, la relación de Arabia Saudí con Estados Unidos es histórica, viene de aquella visita de Roosevelt al rey Abdulaziz ibn Saúd en 1945. Es una relación que se ha deteriorado en los últimos tiempos, pero su esencia se mantiene. La llegada de Trump a la Casa Blanca por segunda vez es muy importante. Ya en su primer mandato estableció una relación bastante directa y fructífera, sobre todo a través de su yerno, Jared Kushner, con el que establecieron negocios.
Se mezclan diplomacia e intereses económicos.
Claramente, el hecho de que tanto Emiratos como Arabia Saudí tengan un buen respaldo económico les permite organizar cumbres para Estados Unidos y Rusia, donde acogen a los participantes en pomposos hoteles como el Ritz Carlton. Eso siempre ayuda para el diálogo.
Hasta el momento no han conseguido frenar la violencia ni en Ucrania ni en Gaza.
Yo creo que como pasa muchas veces en esta parte del mundo la pirotecnia es mayor que el contenido. En mi caso he cubierto un montón de reuniones en las que se ha intentado poner fin a la guerra de Siria y Libia. En todas ellas se ha puesto mucho empeño, pero luego no se ha traducido en grandes avances. Eso no quita que los esfuerzos no sean valiosos, porque me parece más positivo que estos países estén intentando intermediar entre dos bandos en conflicto que estén azuzando a uno de ellos, pero quizá ahí lo que falla es el fundamento, la base.
¿Qué autoridad moral tiene un país autocrático para enfrentar este tipo de negociaciones?
No sé hasta qué punto tienen el peso moral para que las dos partes los tomen suficientemente en serio o para retorcer el brazo después de lograr el acuerdo al que no lo cumple. En el caso de Rusia y de Ucrania, claramente Arabia Saudí no está interesado en presionar a Rusia para que cumpla lo firmado. ¿Consiguen el intercambio de prisioneros? Es positivo, las familias de los prisioneros de un lado y de otro van a estar muy contentas. Nadie puede criticarlo y eso les da una buena imagen, pero no consiguen un alto fuego. No consiguen ni siquiera una pausa en el combate. Entonces, yo creo que este es un terreno en el que sin querer quitar mérito falta trabajo. Son diplomacias muy jóvenes y quizá carecen del rodaje de otras diplomacias más consolidadas. También tienen limitación en cuanto al número de personas que tienen preparadas. En los Emiratos he sido testigo de ello. Están haciendo un esfuerzo grandísimo por preparar a emiratíes para tomar estos puestos porque es una población muy pequeña.
Un mediador, por definición, debería ser neutral, pero en algunos casos se han visto involucrados directamente. ¿Qué credibilidad se les puede otorgar?
Es verdad que el hecho de que estén implicados en otras guerras les hace perder credibilidad. Siria es un ejemplo. Yo asistí a dos reuniones en Qatar durante la guerra en Siria, y los propios qataríes apoyaron a un bando, los emiratíes a otro y los saudíes a otro. Todos iban en contra del dictador Bashar al Asad, pero cada uno tenía su milicia favorita. Como decía antes, falta un poco ese peso moral, pero esto se nos puede volver contra nosotros porque nos pueden decir: ¿Y Occidente qué peso moral tiene? Es verdad que se ha trabajado en algunos conflictos y se han destinado mucho esfuerzos diplomáticos para ayudar. Los acuerdos de Oslo son un ejemplo, pero después, cuando se ha tenido que llevar a la práctica, se ha abandonado. Es el problema de intentar intervenir de una manera generosa para solucionar un conflicto o para calmar un conflicto y luego no ser capaz de llevarlo a cabo, bien sea por intereses, por incapacidad o por la razón que sea. Occidente no puede dar lecciones, pero es un hecho, esos esfuerzos que han hecho no han tenido un resultado que puedan llevarnos a concluir que estamos ante unas potencias diplomáticas capaces de solucionar los conflictos de una zona.
De nuevo, la línea que separa la mediación y los intereses geopolíticos es difusa.
Sí. Yo creo que el mejor ejemplo que podrían dar de esa capacidad, si realmente quieren ponerse manos a la obra, sería solucionar el problema de Oriente Medio, que es el problema palestino. Sin resolver el problema palestino, Oriente Medio no va a ninguna parte, en ningún sentido, ni económico, ni social. Yo creo que eso lo reconocen todos los actores y están muy preocupados con la deriva que está adquiriendo el comportamiento de Israel, no solo en Gaza, también en Cisjordania. Mediar entre Rusia y Ucrania y conseguir el intercambio de prisioneros les da un titular que dura dos días, pero si tuvieran esa voluntad realmente de trabajo diplomático, deberían estar trabajando en cómo resolver el problema palestino.