Ensayo

En Venezuela, las cosas siempre pueden estar peor

Analistas de seguridad sacan cuentas sobre cuántos misiles Tomahawk puede lanzar EEUU, a la vez que Maduro exhibe municiones para dejar claro que sacarlo del poder no va a ser sencillo

En Venezuela, las cosas siempre pueden estar peor
Activistas y familiares de prisioneros políticos en Venezuela ante el Palacio presidencial de Miraflores, en Caracas, el 8 de abril de 2025. Ariana Cubillos / AP

¿Cómo será el día después? ¿Vendrá el caos? ¿Qué dicen los escenarios? Las preguntas que se hacen en las últimas semanas sobre las consecuencias de una eventual acción del Gobierno de Estados Unidos contra el territorio venezolano buscan arrojar luces en un contexto de “incertidumbre inducida”. Aunque nadie puede saber qué pasa por la cabeza de Donald Trump, en el ánimo de quienes se ocupan de Venezuela hay una especie de sesgo anticipativo. Si las cosas pintan mal en este momento, todavía se pueden poner peor.
 
Según la organización Ideas por la democracia, hay cuatro escenarios básicos en el contexto actual: tres podrían conducir a la resolución del conflicto —incluso por la vía forzada— y la búsqueda de una transición democrática, y uno contempla la continuidad del régimen de Nicolás Maduro.
 
Desde que Estados Unidos desplegó una fuerza de combate en el Caribe, los analistas y expertos han pasado por varios estados de opinión: antes, suponer que era un bluff y ahora  estimar que, luego de tres meses, la opción que tiene Donald Trump es la de escalar la acción. Analistas de seguridad sacan cuentas sobre cuántos misiles Tomahawk tienen las fuerzas estadounidenses para lanzar contra Venezuela, a la vez que Maduro exhibe municiones para dejar claro que sacarlo del poder no va a ser tan sencillo.
 
En general, se minimiza la posibilidad de una invasión, pero no se descarta un ataque puntual o una “acción quirúrgica”. El recuerdo de la operación Causa Justa, que derrocó al mandatario panameño Manuel Noriega en 1989, se hace presente por las similitudes de los hechos, aunque en términos de fuerza militar no hay comparación. “Venezuela no es Panamá”, recuerda el exembajador John Feeley.
 
El despliegue armado de Estados Unidos ha ido creciendo, así como la retórica. Todo ha ocurrido prácticamente desde agosto, con la resolución del Departamento de Estado de aumentar a 50 millones de dólares la recompensa por Nicolás Maduro. Con ese anuncio, se afianzó la tesis según la cual “durante más de una década, Maduro ha sido líder del cártel de los Soles, responsable del tráfico de drogas hacia Estados Unidos. El 25 de julio de 2025, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos designó el Cártel de los Soles como terroristas globales especialmente designados (SDGT)”, se lee en un comunicado del Departamento de Estado.
 
Añade ese texto que “Estados Unidos rehúsa reconocer a Maduro como ganador de las elecciones de 2024 y no lo reconoce como presidente de Venezuela”.
 
Una vez avanzado el marco narrativo, se pasó a la actuación más fuerte.
 
Entre el 2 de septiembre de 2025 y el 4 de noviembre, Estados Unidos ha hecho explotar 16 embarcaciones en aguas del Mar Caribe y en el Pacífico Oriental. Hay al menos 67 víctimas mortales, cuyas identidades no se conocen totalmente. Se presume que los primeros 11 asesinados son venezolanos, ya que el ataque ordenado por Trump, según informó en su red social Truth, fue “contra narcoterroristas del Tren de Aragua identificados en el área de responsabilidad del Comando Sur”.
 

Embarcaciones que EEUU ha hecho explotar entre septiembre y noviembre de 2025. Las imágenes son de publicaciones en X del secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth.


“El Tren de Aragua es una organización terrorista extranjera designada por el Departamento de Estado, que opera bajo el control de Nicolás Maduro y es responsable de homicidios masivos, narcotráfico, trata de personas y actos de violencia y terror en Estados Unidos y el hemisferio occidental”, escribió el presidente estadounidense.
 
Mientras se han “normalizado” este tipo de acciones bajo la supuesta lucha antidrogas, durante el fin de semana del Día de Santos y de los Difuntos se vivió un nuevo pico de tensión en Venezuela. Todo empezó el viernes 31 de octubre, en medio del tradicional Halloween anglosajón. Dos medios estadounidenses publicaron informaciones según las cuales era inminente un ataque al territorio venezolano. En las redes sociales, con todos los contenidos fragmentados, rápidamente se dispararon las alarmas. En cuestión de horas, sin embargo, el presidente Trump lo negó cuando se lo preguntaron en el Air Force One. Unas horas después, el domingo en la noche, declaraba en el programa 60 minutos que los días de Maduro estaban contados.
 
Mientras toda la tensión se metía por las redes sociales y por WhatsApp, en las calles de Caracas la conversación afloraba aparentemente sin angustias. De hecho, la noche del sábado 1 de noviembre miles de personas se reunieron en una zona de Caracas a celebrar una movida nocturna, estrategia orientada a tomar los espacios públicos, otrora restringidos, por muchos ciudadanos que se protegían así de los altos niveles de inseguridad personal.
 
El periodista Omar Lugo, basado en Caracas, me comenta que esa multitud en fiesta superaba con creces la de cualquiera de las marchas convocadas por el chavismo en sus intentos por galvanizar un apoyo interno a Maduro ante las crecientes amenazas bélicas de Estados Unidos. “Ese evento es acaso una metáfora de un país donde las cosas siguen su curso en medio de una crisis económica perpetua”.

Partidarios del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en una manifestación el 28 de octubre contra los ejercicios militares conjuntos entre Estados Unidos y Trinidad y Tobago. Jesús Vargas / dpa Picture Alliance / ContactoPhoto

El futuro de Venezuela

¿Cómo se convirtió Venezuela en un posible blanco de una acción armada de Estados Unidos? ¿Es posible lograr un cambio de régimen y la democratización del país? ¿Realmente habrá un “día después”? Y si finalmente no ocurre nada más, ¿se trataría de una Bahía de Cochinos virtual que apalancaría al régimen de Maduro?
 
Es fundamental contextualizar la situación de Venezuela, especialmente luego del 28 de julio de 2024, cuando se celebró una elección presidencial cuyos resultados favorecieron a la oposición, pero no fueron reconocidos por Maduro. Desde ese momento se desató una brutal represión que encerró a más de 2.000 personas en cárceles de alta seguridad, produjo la muerte de 24 personas (la mayoría por fuerzas públicas) y llevó a decenas de defensores de derechos humanos y periodistas al exilio.
 
Pero el 28 de julio no fue sino un avance audaz del proceso de autocratización paulatina que ha sufrido Venezuela. La democracia ha sido desmontada a través de artilugios y hoy ya no cabe duda de que es un régimen autoritario cerrado, con un grupo que mantiene el poder desconociendo la voluntad popular; las disidencias son perseguidas, hay constantes violaciones de derechos humanos. Como autoritarismo del siglo XXI, el venezolano no surgió de un fusil, sino de las urnas de votación. Una vez perdido el favor popular, la cúpula en el poder recurrió a la jugada clásica de estos regímenes: se mantiene gracias a las Fuerzas Armadas.
 

El presidente Nicolás Maduro se dirige a sus seguidores en el Palacio de Miraflores, después de que las autoridades electorales lo declarasen vencedor de los comicios presidenciales en julio de 2024. Fernando Vergara / AP

Ante esto, ¿qué opciones hay para la redemocratización? Si se pudiese echar el tiempo atrás, los meses previos a la elección del 28 de julio serían cruciales, así como agosto del año pasado cuando gobiernos como los de Colombia y Brasil se mostraban dispuestos a propiciar un entendimiento entre los factores venezolanos, ya que ninguno de los dos gobiernos, de izquierda, reconocía los resultados anunciados por Maduro.
 
Esa ventana se cerró. Por los resquicios, la administración Trump abrió un boquete. En un principio, el mandatario designó al embajador Richard Grenell como su contacto  con el gobierno de Maduro. Entre enero y julio de 2025 negoció directamente la entrega de presos de Estados Unidos que estaban encerrados en cárceles venezolanas. De igual manera, y pese a que los canales de comunicación se fueron cerrando, en julio se logró un inédito canje de 10 prisioneros por el retorno al país suramericano de más de 200 migrantes que habían sido enviados por Estados Unidos al Cecot, cárcel de máxima seguridad en El Salvador. No obstante, todo cambió desde agosto.
 
Como es imposible retroceder para enderezar la senda, ahora muchos miramos expectantes hacia un futuro que nadie puede vislumbrar exento de riesgos. Sin embargo, hay una característica que llama la atención. A diferencia de momentos anteriores, la solución de fuerza parece ganar apoyo como salida, sin evaluar las consecuencias, según se desprende de los resultados de una reciente encuesta internacional de la firma Atlas-Bloomberg, con una muestra de 6.757 encuestados, algo menos de la mitad de ellos residentes en Venezuela y el resto en otros países latinoamericanos.
 
De las cuatro vías para una salida del régimen de Maduro, el 54 por ciento cree que la opción más probable es una “intervención militar liderada por Estados Unidos”, algo que apoya un 41,1 por ciento. La segunda opción más probable sería una negociación diplomática con otros países, que alcanza un 18 por ciento.

Cada escenario está lleno de riesgos. Es obvio que depender del juicio de Trump en un asunto tan delicado aumenta la sensación de inestabilidad y riesgo, no solo para Venezuela sino para toda la región Caribe. De ocurrir una acción armada en el territorio venezolano, las posibilidades de que se dé un cambio de régimen no están garantizadas. Y aun si eso se produjese, se abren otras interrogantes como los que evalúa la organización Alerta Venezuela: “El día después puede presentar complejos retos sobre los que la sociedad civil debe comenzar a reflexionar desde ahora. Entre las interrogantes que se plantean, se encuentran: ¿Cómo hacer contrapeso a posiciones revanchistas, aun si el hacerlo resulta impopular? ¿Cómo enfrentar, desde el punto de vista de la seguridad de las organizaciones, una posible situación de violencia? ¿Cómo mantener en la agenda la legítima exigencia de las víctimas para que prevalezca la verdad y la justicia? ¿Cómo navegar en un escenario donde grupos armados irregulares cercanos al chavismo pueden convertir a las organizaciones de la sociedad civil en blancos de su acción violenta? ¿Qué acercamientos deben hacerse en espacios multilaterales disminuidos y dominados por intereses ajenos a la paz, la democracia y los derechos humanos? ¿Cómo enfrentar posibles negociaciones a espaldas de un electorado que masivamente dio un mandato de cambio democrático?”.
 
¿Y qué puede ocurrir si la situación desescala sin plantear una salida al conflicto? El no cambio también tiene sus riesgos. Cada día es un ejercicio de resistencia de la vida cotidiana para los venezolanos, mientras el Gobierno continúa con sus tácticas represivas que han sido calificadas de “terrorismo de Estado” por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. 

Agentes de policía durante ejercicios militares en La Guaira, Venezuela, el 20 de septiembre de 2025. Jesús Vargas / AP


Para Omar Lugo, las expectativas de que en Venezuela se produzca un profundo cambio político, precipitado desde dentro o desde afuera, es un asunto de fe más que una probabilidad basada en hechos.
 
“Hay una incertidumbre forjada que el chavismo aprovecha para atornillarse más en el poder, perseguir con más saña a los opositores, estrechar la impronta de un régimen que se define como ‘popular, militar y policial’ y proclamar que quien no apoye a Maduro es enemigo jurado de la patria. Y poniendo las cosas sobre la balanza, los primeros dividendos los ha sacado el chavismo”.
 
De acuerdo con Ideas por la democracia, los posibles escenarios se mueven en un eje de confrontación o negociación. En la esfera positiva se podría avanzar hacia una transición por la vía forzada o por la vía concertada. Evidentemente, la menos traumática sería una negociación en la que Estados Unidos ejerza presión, pero no avance en sus acciones bélicas. En esta esfera, tanto Brasil como Colombia han mostrado recientemente su disposición a intermediar. Pero el desempeño de Gustavo Petro y de Luiz Inácio Lula da Silva los inhabilita como tercera parte a ojos de la oposición. Son percibidos afines al Gobierno de Maduro.
 
En el escenario de mantenimiento del statu quo, las cosas no están mejores. Ya el Gobierno de Maduro ha demostrado lo que está dispuesto a hacer para mantenerse en el poder: si las autoridades ilegítimas se sostienen y se afianzan en medio de la precariedad que se vive en Venezuela, la inestabilidad seguirá a la orden del día y muy probablemente el país continuará  expulsando a millones de sus ciudadanos.
 
Los venezolanos solíamos tener un sesgo optimista. Pese a las circunstancias, muchos llegamos a creer que nada podría estar peor. Luego de presenciar durante 26 años cómo se ha llegado al momento actual, sé que la situación siempre puede empeorar. Con esa premisa, es evidente que mi deseo es que los venezolanos, con el apoyo de aliados del país, podamos encontrar una solución a un conflicto que ha llegado a bordes nunca antes tocados.

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