
Las treguas entre Hamás e Israel son siempre inestables y están trufadas de obstáculos que pueden hacerlas fracasar. La crisis de esta semana comenzó cuando Hamas advirtió de que hoy sábado no liberaría prisioneros como estaba pactado. Los mediadores la salvaron. Pero cualquier desacuerdo puede hacer que todo salte por los aires y que el Ejército israelí ataque Gaza de nuevo.
Ambos contendientes se acusan mutuamente de incumplir los términos pactados para el mantenimiento de la tregua.
Israel se muestra disconforme con las demostraciones públicas de fuerza en las que Hamás ha convertido la entrega de prisioneros. Lanzan un mensaje claro: si el objetivo de la guerra era destruir a Hamás, eso no ha sucedido. Hamás, si bien debilitada, sigue controlando lo que queda de la Franja de Gaza.
Las denuncias palestinas sobre incumplimientos israelíes giran en torno a la continuidad de las restricciones al movimiento de la población gazatí y la insuficiencia de la ayuda humanitaria y suministros que Israel permite ingresar en Gaza.
Netanyahu ha sido claro: en ningún escenario la guerra ha terminado. El ala más extremista de su Gobierno no tiene límites y continúa pidiendo no solo la destrucción total de Gaza, sino la expulsión de la población: una limpieza étnica.
Con su más fiel aliado: Trump no deja de repetir que lo mejor para los gazatíes sería abandonar el territorio, por las buenas o por las malas, e instalarse en Egipto y Jordania, países que rechazan el plan, en línea con el conjunto de la comunidad internacional.
¿Quién querría convertirse en cómplice de un crimen de guerra de tales dimensiones?