El poder muda de piel

Escenas de la transición siria en Damasco

El poder muda de piel
Retrato de Asad destruido y bandera del ya extinto régimen en el hospital de Damasco. Samuel Nacar

Las transiciones son una grieta de la historia. En el tiempo indeterminado entre la caída de un régimen y la construcción de otro, se genera una energía extraña, un presente continuo hipócrita —porque a algunos les pesa el pasado y a otros les ocupa el futuro, pero todos fingen que lo importante es el ahora—, una suspensión de las leyes morales y materiales.

Una dictadura como la de Bashar al Asad —pasó también con Muamar el Gadafi y Sadam Husein— da incontables ocasiones para que se teatralice ese cambio. El culto a la personalidad invita, una vez caído el régimen, a la destrucción iconoclasta.

Por ejemplo:

Una pancarta de Asad y Putin en la frontera con Líbano: la boca del dictador sirio, del hombre que había suprimido la libertad de expresión, ha sido censurada.

Por ejemplo:

Un joven pega en el asfalto de la carretera un póster de Asad en el centro de Damasco. Obliga a los coches a que pisen de forma exhaustiva el rostro: para rematar la transgresión —ya no es transgresión, sino orden— pide a los conductores que se detengan, abran la puerta y escupan sobre la cara de Asad. (Una niña que observa la escena, para no ser menos, también escupe sobre el dictador, sin que nadie se lo pida).

Por ejemplo:

Los ojos, orejas, pelos, bigotes, rostros que faltan de carteles, pósters, retratos, dibujos, fotografías. Lo que antes era sacrosanto ahora es material radiactivo.

La piel del régimen ha sido arrancada a tiras.

Un rebelde sirio destroza un póster de Asad a la entrada de un centro de detención de alta seguridad de la inteligencia del régimen sirio. Hussein Malla / AP

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La performance es importante para tomar conciencia de que la dictadura se ha acabado. En el ritual hay tanta catarsis popular como efecto multiplicador de los medios de comunicación para generar símbolos de fin de era.

Las concentraciones sirven para compartir esos símbolos. El viernes 13 de diciembre fue el primer día de oración islámica. Las masas desbordaron la mezquita de los Omeyas, y de allí salieron propulsadas a una manifestación icónica para consagrar la revolución. Abu Mohamed al Golani, el líder de la oposición armada, que se organizó en torno al grupo Hayat Tahrir al Sham (HTS), había pedido una afluencia masiva.

No, HTS ya no es la oposición armada, sino la autoridad.

No, Golani ya no se presenta con su nombre de guerra, sino con su nombre real, Ahmed al Shara, y es el nuevo hombre fuerte de Siria.

Primer día de oración islámica en la mezquita de los Omeyas de Damasco desde la caída de Asad. Ghaith Alsayed / AP

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Una mujer se hace fotos con el fusil cedido por un rebelde a las puertas de una de las residencias de Asad. Más mujeres y más hombres hacen cola. También menores de edad. Mientras espera a que le devuelvan su arma, el rebelde le hace carantoñas a una niña que no sabe si hacer caso a ese hombre vestido de camuflaje militar. Junto a la garita de vigilancia yace un sofá claro, y a sus pies cenizas y basura. Un chaval toma el relevo y apunta con el arma a no se sabe dónde. El rebelde recupera su fusil.

He escrito “rebelde” tres veces, pero esa, como en el caso de Golani, es parte de la magia de la transición: es un hombre armado que ya no se rebela contra nadie, que ya no es la oposición, sino el poder. Así que ahora es un militar: aquello contra lo que antes luchaba.

El Palacio Muhajirin se ha convertido en una atracción turística. Las familias, que no dejan de proferir comentarios jocosos, pasean por sus entrañas con una curiosidad ociosa.

—Queríamos ver este palacio, no lo habíamos visto nunca.

Amer Aljajeh, de 44 años, visita la residencia del exdictador con su mujer y sus tres hijos, de 3, 8 y 12 años. Tiene una tienda de ropa en Damasco y dice que se siente aliviado: ya no tendrá que intentar sobornar al régimen, dice, para intentar que sus hijos no sean alistados en el Ejército.

—Siria era una prisión. Ahora por fin tenemos libertad —casi no sabe qué decir, algo común en estos días de transición inesperada—. Estoy asombrado, esto es increíble. Me siento optimista, tenemos muchas esperanzas.

Pasa un rebelde —o, mejor, dicho, un militar— por nuestro lado y Amer le pide una foto. No es para él, sino para uno de sus hijos.

—No les tengas miedo —le anima el padre—. Estos son los hombres de verdad, no como Asad.

Y se hacen la foto.

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