El principio está en el final

“Lo más importante es la dignidad”. Con 16 años, Mouawiya escribió “Es tu turno, doctor” en una pared y se desataron las protestas contra Asad.

El principio está en el final
Mouawiya posa dentro de la mezquita Al Omari, donde hace 16 años escribió la famosa pintada que decía: “Es tu turno, doctor”. Samuel Nacar

*Este es el quinto y último capítulo de La libreta siria, un relato desde el terreno con escenas de la nueva Siria tras la caída del régimen de Asad. Puedes leer los capítulos anteriores aquí

—Ahora no se te ocurra hacer otro grafiti.

La broma de un amigo reverbera en la mezquita Al Omari, cuya piedra negra absorbe los últimos conos de luz del día. Mouawiya Syasneh le ríe la gracia, pero pronto se queda pensativo. Hace casi 14 años, Mouawiya hizo una icónica pintada al calor de las primaveras árabes en una escuela cerca de aquí: “Es tu turno, doctor”. La obvia referencia —Bashar al Asad es oftalmólogo, o de eso presumía—, sin citar el nombre, causó un furor inmediato.

—Estoy orgulloso de lo que hice —dice Mouawiya, que entonces era un adolescente y ahora tiene 30 años. 

Pronto se desataron las protestas contra el régimen de Asad, que tuvieron como uno de sus primeros escenarios la plaza adyacente a este templo islámico del siglo VIII. Daraa, la ciudad del sur de Siria que acoge esta mezquita cuyo minarete sufrió las bombas del régimen y ya ha sido reconstruido, pasó a ser conocida como la cuna de la revolución siria. 

Con 16 años, Mouawiya y su cuadrilla de amigos habían encendido la mecha.

—Ahora que el régimen ha caído, ¿qué grafiti escribirías, cuál sería tu mensaje? —le pregunto. 

Sentado sobre sus piernas, Mouawiya mira hacia otro lado. No sabe qué contestar. 

—Siria es libre —balbucea. 

La pregunta es difícil, así que lo reto a pensar otra frase, sin prisa: me la puede decir al final de la entrevista. Acepta. 

La conversación sigue.

—La dinastía Asad nos gobernó más de 50 años —dice Mouawiya—. Hicimos lo que nuestros abuelos no pudieron hacer para que la generación nueva, de la que nuestros hijos formarán parte, pueda vivir con seguridad, paz, libertad y dignidad. Lo más importante para la gente es la dignidad.

El periplo vital de Mouawiya ha corrido en paralelo a la guerra siria. En febrero de 2011, tras hacer la pintada con cinco amigos, fue detenido junto a ellos y un grupo de adultos durante más de un mes. Mouawiya dice que los torturaron para que confesaran quién más había detrás de ellos. 

—Pero no había nadie más.  

Los chavales fueron liberados, pero los mayores de edad siguieron en cautiverio. Cuando Mouawiya recuperó la libertad, las protestas ya habían empezado. Tras recibir tratamiento médico, se unió a ellas, cómo no. Luego, cuando se formó el principal grupo rebelde en aquel entonces, el Ejército Libre Sirio, tomó las armas. 

—Quería defender mi honor, mi familia y mi territorio. 

A sus 30 años, ya maduro, Mouawiya es plenamente consciente de que es un símbolo de la revolución siria. El régimen se lo hacía ver. En 2021, en pleno asedio de Daraa, el Ejército sirio exigió que saliera de la ciudad y se fuera a la provincia de Idlib, centro neurálgico de la resistencia, en el norte de Siria. El joven aceptó “para garantizar la seguridad” de Daraa, pero solo estuvo fuera tres meses: escapó a Turquía y de allí logró volver a su ciudad natal a escondidas. 

Cuando el 8 de diciembre de 2024 el régimen cayó, Moawiya estaba en Damasco. Había entrado con los rebeldes apostados en el sur, en su Daraa. 

Foto área de la ciudad de Daraa unos días después de la caída del régimen. Muchos edificios han quedado destrozados durante la guerra y aún están inhabitables. Samuel Nacar

—Allí se juntó la gente del sur y del norte. Sentimos mucha alegría. Teníamos la esperanza de que nuestros mártires estuvieran contentos en el cielo. Podríamos hablar de una doble alegría. 

Ahora no quiere ni oír hablar de la guerra. 

Se acabó. 

—Quiero entregar el arma que tengo. No quiero participar en actividades militares. Quiero buscar un trabajo civil que no tenga nada que ver con lo militar. 

Está cansado: dice que muchos medios le han llamado para entrevistarle. No abusa de la elocuencia, habla con pausa, es educadísimo. Se le ve en paz consigo mismo, pero deseoso de abrir una nueva etapa. 

Antes de que abandone esta mezquita de piedra negra, le pregunto si le ha dado tiempo de pensar en otro grafiti, en otro mensaje. 

—Espero que Siria se recupere. 

Un grupo de personas en la última hora del rezo en la mezquita Al Omari de Daraa. Samuel Nacar

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