“Si te metes con algún poder en Colombia, legal o ilegal, pones en riesgo la vida”

Entrevista a la periodista colombiana Andrea Aldana sobre el periodismo amenazado en su país

“Si te metes con algún poder en Colombia, legal o ilegal, pones en riesgo la vida”
La reportera colombiana Andrea Aldana fotografiada en una calle de Madrid. Isabel Permuy

El día en que Gustavo Petro ganó las elecciones en Colombia, la periodista Andrea Aldana seguía con atención cada detalle del recuento en un apartamento a 8.000 kilómetros de distancia. En ese rincón de Madrid, donde reside desde hace más de un año, vivió el resultado electoral con una mezcla de emoción y frustración por estar lejos de una Colombia que daba un giro histórico. Una amiga fue a buscarla y terminaron en un bar del barrio madrileño de Lavapiés donde, en un momento dado, oyeron corear: “¡Fraaancia, Fraaancia!”, y luego: “¡Peeetro, Peetro!”. Un grupo de colombianos cantaba el nombre de Francia Márquez —la primera mujer negra del primer gobierno de izquierdas de Colombia— y del nuevo presidente del país. Esa celebración colectiva duró unos momentos. Después, la distancia y la soledad devolvieron su forma al exilio. “Estábamos ante un nuevo país y yo estaba acá sin poder volver. Nadie entendía la revolución interna que yo estaba viviendo con ese triunfo”. 

La victoria de Petro el pasado junio dio un vuelco político a Colombia, pero el periodismo como el que hace Andrea Aldana sigue amenazado. Ella salió de su país el año pasado con el programa de acogida temporal a periodistas latinoamericanos de Reporteros Sin Fronteras (RSF), en medio de graves amenazas. Hace más de una década que escribe sobre corrupción, mafia, narcotráfico y vulneración de derechos humanos, y eso le ha valido agresiones, extorsiones e intimidaciones. Colaboradora de El Espectador y miembro del comité editorial de Universo Centro, nunca se ha callado: es una de las pocas mujeres que trabaja contando lo que ocurre en territorios rurales, los que sufren la mayor violencia pero quedan a menudo en los márgenes de la información. 

Hablamos con ella del periodismo amenazado en Colombia, del papel de la prensa en la construcción de la paz, de vivir en el exilio y del futuro que se abre con la nueva página política que escribe su país.

Colombia está considerado uno de los países más peligrosos de América Latina para la prensa. Reporteros Sin Fronteras lo sitúa en el puesto 145 de su clasificación de 180 países. ¿Cuáles son los obstáculos para ejercer el periodismo libremente?

Lo primero que pones en riesgo en Colombia si te metes con algún poder, sea un poder legal o uno ilegal, es la vida. Van a amenazarte, a acosar a tu familia, a hacerte llamadas, a enviarte mensajes intimidantes a la casa… No hay protección para la integridad de tu vida a la hora de informar. El segundo obstáculo es el acoso judicial: es una práctica muy común de los políticos. Cuando denuncias corrupción, intentan callarte y te ponen una demanda por falta de respeto a la honra o al buen nombre. Al final ellos casi siempre pierden, pero tú te desgastas meses y meses, a veces incluso pagando a abogados si no tienes un medio grande que te respalde. Yo creo que todo periodista de investigación en Colombia sufre ese acoso judicial. Hay una serie de abogadillos expertos en eso, y casualmente son abogados de extrema derecha. Porque toda la vida Colombia ha sido gobernada por la derecha hasta ahora, que está siendo gobernada por la izquierda [con la victoria electoral de Petro]. Por tanto, todos los poderosos tenían abogados de extrema derecha. No quiero decir que sea un mal solo de derechas, pero es lo que nos ha tocado. 

Lo mismo en el caso del periodismo amenazado: el periodismo ha sido víctima de todos los actores armados. Para nadie es un secreto que en la época, por ejemplo, de Álvaro Uribe Vélez, el presidente que tuvimos de 2002 a 2010, el periodismo fue demasiado violentado, demasiado censurado. Hubo muchas amenazas y muchas muertes de periodistas. Creo que esa extrema derecha en Colombia siempre ha visto a la prensa libre como una amenaza.

Tú lo sabes bien: llevas haciendo periodismo desde 2008 y has tenido que salir de Colombia en tres ocasiones por violencia y amenazas. ¿De dónde venía el peligro, qué pasó?

La primera ocasión fue por un tema que involucraba precisamente al Gobierno de Álvaro Uribe. Su Gobierno se inauguró con un operativo militar en la ciudad de Medellín que se llamó “Operación Orión”. Yo pertenecía a una investigación sobre los desaparecidos que dejó esta operación; ahí se descubrió que los agresores habían sido en su mayoría la fuerza pública. Eso demostraba el romance del paramilitarismo y la fuerza pública. Yo hice parte de esta investigación y a raíz de eso sufrí mi primera agresión. 

La segunda fue por lo mismo: una agresión física por denunciar un cártel que tenía la policía con narcos y mafia de Medellín. También me tuve que ir de Colombia. 

Y la tercera fue hace poco. Me sacó Reporteros Sin Fronteras en 2021 por el acoso que sufría del Ejército. Yo hacía reportería rural y conflicto armado. Entrevistaba a disidencias de las FARC, guerrilleros del ELN [Ejército de Liberación Nacional], paramilitares, narcotraficantes… No sabía que tenía al Ejército detrás perfilándome [recopilando información personal], acosándome. Se destapó un escándalo en el que el Ejército tenía como a 20 periodistas perfilados. Entre ellos había dos mujeres; yo era una de ellas. Al mismo tiempo, yo estaba denunciando cómo la Fiscalía archivaba procesos relacionados con el narcotráfico. Se mezclaron amenazas de muerte por un lado y el acoso del ejército por el otro. Y me llegaron amenazas de que me querían hacer un falso positivo judicial: me querían meter en los computadores de un guerrillero al que mataron y al que yo entrevistaba mucho, como si yo fuera miembro orgánica de esa guerrilla. Yo he sido víctima, básicamente, de los agentes estatales de mi país desde 2008. 

Has dicho en alguna ocasión que en Colombia se hace “un periodismo de capital”, es decir, que los periodistas trabajan en las grandes ciudades como Bogotá o Medellín. Pero la guerra ocurre en el campo, no en las ciudades. ¿Por qué no se cuenta lo que ocurre en zonas rurales?

Yo hice periodismo rural por convicción. Era muy fan del trabajo de un periodista —realmente era sociólogo, pero hacía más de periodista— que se llamaba Alfredo Molano. Él nos enseñó el poder del testimonio. Todos los domingos nos contaba en el periódico El Espectador historias del campesinado que había sido vulnerado. Yo crecí con eso, me di cuenta de que quería contar eso que Molano había contado a su manera. Pero cuando empecé a hacerlo también me di cuenta de que no era fácil e iba a salir muy caro. ¿Por qué no se cuenta lo que pasa en zonas rurales? Pues porque no hay quien te pague los viajes todo el tiempo para hacer esto. Cuando tú tomas la decisión de hacer periodismo rural —que no la puede tomar todo el mundo—, estás dispuesto a comer muchísima mierda y a aguantar muchísima hambre antes de tener un lugar en el periodismo que te dé como para vivir. 

Por otro lado, los medios hoy en día cada vez mandan menos reporteros a las regiones. Como están ya las redes sociales, le piden a alguien que vaya y haga el vídeo, que te mande tres audios, tres testimonios, y montan la nota. Incluso a veces ni llaman: montan las notas de lo que se publica en Twitter. ¿Cuándo mandan a los reporteros a los territorios? Cuando pasa una masacre. Pero lo que no entiende el periodismo regional de Colombia es que si tú les estuvieras midiendo el aceite todo el tiempo a estas regiones para ver qué tanto se están calentando, es probable que pudieras pronosticar una masacre antes de que pasara. Pero como no estamos respondiendo a la prevención, sino a la información “después de”, la violencia no termina de diagnosticarse en Colombia. No tenemos cronistas rurales. Y los periodistas rurales, los de sus propias regiones, ¡esos sí que sufren más amenazas! Porque ahí hay menos presencia del Estado. Uno entiende que ellos no cubren lo que tienen que cubrir porque allá es todavía más difícil proteger la vida. 

No hay apenas mujeres periodistas cubriendo territorios rurales en Colombia y haciendo este tipo de periodismo. ¿El hecho de ser mujer te ha supuesto una amenaza mayor?

Sí, todo el tiempo. De las primeras agresiones que yo tuve, una fue de carácter sexual. Hoy en día todavía me pregunto: si mis colegas [hombres] se hubieran visto en mi situación, ¿cómo les hubieran amenazado para que se callaran? Tal vez a ellos los hubieran matado, porque no tenían cómo silenciarlos de una forma tan bestial como me intentaron silenciar a mí… No sé cómo explicar eso, pero es un pensamiento que siempre me ronda. 

Es muy complicado ser mujer en este tipo de periodismo. Un ejemplo que pongo mucho: estamos Raúl González, Fernando Hernández y yo para hacer un sobrevuelo con el ejército. Y cuando te mandan montar al helicóptero, dicen: “¡González, Hernández, al helicóptero! Y tú, cariño, también”. Es como te tratan, desde la palabra hasta el acto. En diciembre de 2020 estaba grabando un documental en la frontera colombo-venezolana con un equipo de Nueva York. Éramos dos mujeres y dos hombres. Al final de los tres días de grabación, la otra mujer y yo hicimos balance de cuántas veces nos habían acosado. A ella alrededor de cinco veces, a mí alrededor de seis. Luego preguntamos a los muchachos cuántos episodios de acoso habían sufrido: ninguno. ¿Cómo es posible que, de un equipo de cuatro, la mitad tenga que trabajar en condiciones hostiles y la otra mitad no sufra ningún inconveniente cuando estamos haciendo el mismo trabajo?

¿Existe conciencia sobre este tipo de acoso? ¿Hasta qué punto el tema está a debate en los medios y en la sociedad de Colombia?

El #MeToo y el feminismo son algo que hoy en día ningún país puede ignorar. Pero a mucha gente con poder sigue sin importarle. Yo tuve una experiencia de acoso de un comandante de policía. La conté en la columna Comandante, no me acose, estoy trabajando. Explicaba qué es lo que me hubiera gustado decirle, pero presa del miedo no fui capaz de decirle nada. Trabajar en contextos donde hay tipos armados, sean legales o ilegales, para mí como mujer me supone el doble de riesgo que para cualquiera de mis colegas hombres. Sí hay una conciencia porque el feminismo es una ola cada vez más grande, pero se siguen presentando estos casos.

La reportera Andrea Aldana en el apartamento en el que vive en Madrid. Isabel Permuy
Andrea Aldana huyó de Colombia en 2021 por acoso y amenazas. Isabel Permuy

La firma de los acuerdos de paz con las FARC en 2016 marcó un antes y un después en la historia de Colombia, aunque todavía queda mucho para su implementación total. ¿Se ha narrado bien desde el periodismo esta parte de la historia de Colombia?

Se documentó bien la firma del acuerdo de paz, pero lo que los periodistas no supimos documentar fue la paz. Tampoco yo; lo terminé haciendo en la crónica en Revista 5W que titulé La paz que perdimos. También hubo otra crónica que publiqué en la revista argentina Anfibia. Conté cómo todos los periodistas fuimos a la última conferencia de las FARC en la selva, en el sur del país. Nos dedicamos a hacer la crónica del evento, pero no vimos la esencia, que era esa convivencia entre civiles y combatientes que estaban dejando las armas. Al fallar los 300 medios que estábamos ahí es cuando gana el no [en el plebiscito de 2016 sobre los acuerdos de paz]. El acuerdo se sostuvo porque afortunadamente vino el Nobel de la Paz [para el presidente Juan Manuel Santos], que fue un espaldarazo a Colombia para que saliera adelante. Pero los territorios empezaron a ser un polvorín y no contamos por qué. No estábamos viendo cómo el aceite se estaba calentando más en las regiones. ¿Por qué? Porque el Estado no estaba ocupando los lugares que dejaron las FARC. Y nosotros tenemos un problema que se llama narcotráfico: cuando tú pones el 70% de la cocaína del mundo y el 89% de la que consume solo Estados Unidos… Los periodistas no supimos narrar que se sacaba una ficha del juego, ¿con qué se iba a rellenar ese espacio? Es una guerra de poderes. Asistimos a una suerte de grupos, de confederaciones, que empezaron a disputarse el trono, y es lo que todavía está pasando en Colombia. Esa parte de lo que vino después de firmar el acuerdo en Bogotá y en La Habana no la supimos contar. No supimos contar cómo estábamos perdiendo esa paz hasta que la perdimos. Hasta que contamos más de 2.000 masacres, más de 2.000 líderes sociales asesinados.

Al gobierno de Iván Duque, que fue el que heredó los Acuerdos de Paz, la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia lo acusó de utilizar una doble estrategia: la de controlar la narrativa con una gran maquinaria de comunicación, y la de dividir los medios entre amigos y enemigos. ¿Lo consiguió?

Iván Duque era un títere, un tipo sin personalidad fuerte, sin poder de decisión. Lo paradójico es que fue el único que pudo acabar con el uribismo en Colombia de lo mal que lo hizo. Es verdad que construyó una maquinaria narrativa para contar su propia historia y echar su propio discurso, pero dime qué presidente de qué país no hace eso. Es la maquinaria comunicativa que hacen todos los presidentes. Y sí, dividieron a los medios; pero yo creo que eso, más que culpa del presidente, es culpa de los medios. Y no podemos olvidar que los medios al fin y al cabo en Colombia no son públicos, son privados y por tanto empresas comunicativas que buscan ganancias. No estamos hablando de comunicación independiente, sino de  medios masivos: hay dos periódicos tradicionales, El Espectador y El Tiempo. En su editorial, El Tiempo no temió decir que votaran por Duque. ¿Qué partido estás tomando como medio cuando en tu editorial dices que hay que votar por Duque? El Espectador por lo menos dijo que en blanco. Y la revista Semana, que había sido un sinónimo de investigación y excelente periodismo en Colombia, tristemente fue un órgano de propaganda del gobierno de Duque. Esos son los grandes medios masivos de comunicación. Y están los canales RCN y Caracol. RCN es gobiernista desde la época Álvaro Uribe, y precisamente por eso es uno de los canales que hoy menos se ve. Lo que no han entendido estos medios es que su capital es la credibilidad. Es tan evidente su función como propagandistas, que deterioran su propio potencial económico, la credibilidad. Duque usó a los medios como órganos de propaganda. 

Pero cada vez la gente se informa más gracias a las redes sociales, a través del periodismo independiente. Y cada vez hay mejor periodismo en Colombia, el que se hace con las uñas. Quién sabe cuánto va a durar, pero cada vez nacen más medios independientes. Y estos son los que ponen a los gobernantes como Iván Duque contra la pared. A él un medio le sacó sus relaciones con un narcotraficante que se llamaba “Ñeñe”: la “Ñeñepolítica”. Todos estos grandes escándalos de corrupción básicamente los destapa la prensa independiente en Colombia.

Iván Duque encaró en 2019 la primera ola de grandes protestas sociales. Y en 2021 volvió a haber un gran estallido social contra el Gobierno. ¿Qué papel jugó la prensa? ¿Cuál fue tu experiencia?

Lo más grave incluso ocurrió en 2020. En 2019 se convocó el primer paro nacional por una reforma que Duque anunció y ahí la fuerza pública mató a un estudiante, Dylan Cruz. Eso fue un tremendo escándalo. Ahí la prensa jugó un buen papel, sobre todos los medios independientes, porque reconstruyeron bien el crimen y quedó demostrado como efectivamente le disparaban al chico. Luego llegó 2020, y en Colombia pasó lo que en todo el mundo con la pandemia: el cuidado quedó en manos de la policía, y las cosas pasaron a ser excesivas. La policía agarró en Bogotá a un hombre que se había saltado el toque de queda, lo llevaron a una caseta policial y todos supimos que amaneció muerto. Eso desencadenó protestas. Se incineraron más de 60 casetas policiales y la policía salió a disparar indiscriminadamente, especialmente en Bogotá. Hubo 13 muertos y más de 80 heridos de bala. Y mientras, estábamos ahogados en la pandemia: Colombia era el único país que estaba poniendo banderas rojas en las casas donde había hambre. Bogotá era una mancha roja entera de hambre. Y en abril de 2021 Iván Duque dijo que había que cobrar más impuestos. La gente se tiró a las calles, convocaron un nuevo paro nacional. ¿Qué fue lo más significativo? Que los jóvenes de Colombia ya sabían que la policía tenía permiso para matar, y armaron lo que llamaron primera línea, una línea de contención ante las agresiones de la policía. Fue una idea imitada de la revolución en Chile. Pero la rabia juvenil es algo que tú no puedes controlar. Estaban jugando con la necesidad de chicos que ya no tenían qué comer, que no tenían futuro, que no tenían opciones y a los que además la policía estaba matando. Así que en Colombia se dio una suerte de insurrección protagonizada por los jóvenes. En la primera línea veías de todo: veías estudiantes, como también veías algún chico de algún combo armado [pandilla armada]. Eso se dio sobre todo en Cali. Y como esto es Colombia, a los cinco días de protestas en Cali ya había cinco jóvenes asesinados en incursiones de la policía. Pero había medios que hablaban  de terrorismo urbano y acusaban a los jóvenes. Los medios se dividieron entre los que daban la versión oficial y los que contaban lo que estaba haciendo la policía. 

Al llegar a los barrios populares de Cali, lo primero que te preguntaban era quién eras. “Prensa”, decías. Y te preguntaban: “¿Internacional, independiente o nacional?”. Porque tenían la entrada vetada a El Tiempo, a Semana, a los medios masivos de comunicación. A mí ya me reconocían varios y me dejaban pasar, pero yo les pregunté por qué vetaban la entrada. “Porque ustedes no cuentan la verdad. Aquí solo creemos en medios independientes y en medios internacionales, porque son los únicos que realmente cuentan lo que está pasando”. Fue famosísimo que a muchos medios tradicionales los sacaron de manera hostil de esos barrios, pero era por la falta de credibilidad que se habían forjado. Si la población siente que no estás contando su realidad, va a ser hostil contigo. Los medios independientes jugaron el papel de contar la historia con todos sus matices. Y digo sus matices porque en la primera línea no eran todos angelitos. Pero contaron la historia real. Y luego estaban los medios oficialistas, a los que no les interesaba contar la historia real sino reproducir el discurso de que en Colombia había terrorismo urbano y que a todos estos jovencitos había que meterlos en la cárcel. Y efectivamente, a más de cien jóvenes de primera línea los metieron a la cárcel en este sistema punitivo que la derecha aplica con tanta felicidad en Colombia. Hoy en día el nuevo presidente, Gustavo Petro, pide que los dejen en libertad. 

Y esa rabia de la que hablabas cristalizó en las elecciones. 

¡Claro! Cuando se desarticuló el paro, la consigna de la juventud fue: “¡Nos vemos en las urnas!”. Todo el mundo sabía que esas elecciones iban a ser diferentes: o porque Gustavo Petro iba a pegar muy cerca del palo, o porque iba a entrar gol. 

¿Cómo viviste tú las elecciones y la victoria de Gustavo Petro? 

¡Uf! Con tremenda emoción, pero también con mucha tristeza, porque yo quería estar allá. Hay un vídeo impresionante de Cali, la capital de la resistencia, donde está toda la gente celebrando en la plaza, cantando… Para mí era impresionante ver este vídeo, después de ver tanta sangre y tanta muerte en Cali. Me acordé de todos esos chiquitos [se emociona] que decían: “En las urnas también está la guerra, en las urnas también se confronta”. Y también pensé en una líder social a la que yo quería muchísimo, la líder más importante de un departamento tan pobre como es el Chocó, una mujer negra y berraca, Doña Tuta. La mataron siete días antes de que ganara Gustavo Petro. El hijo estaba cumpliendo años, se le metieron a la casa y la asesinaron enfrente del hijo, en pleno cumpleaños. Fue muy duro. Cuando ganó Gustavo Petro yo lo primero que pensé fue en Doña Tuta. Estoy segura de que me hubiera escrito en ese momento y me hubiera dicho: “Mi hija, ganamos”.

Yo creo que nos vamos a desilusionar, como nos desilusionamos de todos los gobernantes, pero el triunfo de Gustavo Petro no era el triunfo de un sujeto: era que por fin llegaban al poder el liderazgo político, el liderazgo comunitario, el liderazgo campesino, la juventud contestataria y rebelde. Por fin tenían una opción de ser una democracia, un gobierno distinto. Era muy duro, porque veía que estábamos ante un nuevo país y yo estaba acá sin poder volver y sin poder estar festejando. Pero también fue muy gratificante saber que estaban ganando las víctimas. Estaban ganando los “nadies”, como dijo Francia Márquez. 

Hasta ahora, ningún presidente ha conseguido poner freno a la violencia. Petro aspira a una paz total. ¿Qué perspectivas se abren para la paz en Colombia? ¿Son suficientes cuatro años de mandato para lograr sus aspiraciones?

Cuatro años no son suficientes. Pero se pueden dejar algunas bases. Ya tenemos un acuerdo de paz: es un mal acuerdo de paz, pero ha cimentado algo y ha sacado a buena parte de la gente de la guerra, lo ha hecho. Pero nosotros tenemos una cosa que se llama narcotráfico, y tristemente es transversal a toda la historia de Colombia. Petro es el único presidente de la historia colombiana que ha dicho: “La lucha contra las drogas es un fracaso, no podemos seguir haciendo esto”. Yo creo que incluso en Estados Unidos entienden que hay que empezar a cambiar cosas. Hasta que no empecemos a ver el narcotráfico como un tema económico que tiene que ser intervenido de forma seria, como se intervienen los asuntos de economía legal, Colombia va a seguir hablando de guerra y de muerte. Mientras el campesino no tenga infraestructura para vivir de la agricultura, pues va a seguir sacando pasta de coca, o va a seguir entrándole a la minería, que también termina siendo perjudicial. 

Se dice ​a menudo ​que ninguna historia vale una vida​. Pero también has dicho: “Si me callo, ellos ganan”. ¿Volverías a hacer las historias que te costaron el exilio?

Yo creo que sí, pero tal vez las haría con más cuidado. Me pasaron cosas siendo muy niña y muy inocente, todavía estudiaba. Siendo joven no dimensionas el peligro. Toda la vida me ha pasado que, cuando escribo, pienso que nadie me lee. Nunca piensas que tú eres un peligro para nadie. Un día lo hablé con la FLIP (Fundación para la Libertad de Prensa). Cuando me sacaron del país, que los llamé llorando con todas las amenazas, yo decía: “Pero es que no entiendo, ¿a quién le estoy haciendo daño yo con lo que escribo?”. Y la persona de la FLIP me decía: “Una nunca sabe qué callos está pisando”. Pero esto es lo que yo escogí hacer con mi vida. Y sé perfectamente que lo volvería a hacer, porque a mí me agredieron, me volvieron a agredir y volví, seguí y seguí. 

Ahora que Colombia ha entrado en un nuevo capítulo político, ¿cómo ves el futuro del periodismo en el país? 

Por un lado, el acoso judicial sigue siendo un tema muy grande. Y en el tema de Gustavo Petro, la amenaza que hay es que, en cuanto a redes sociales, se vuelva como un Bukele [en referencia al presidente de El Salvador]. El otro día puse un tuit contra Bukele —yo, colombiana, que allá nadie me conoce— y tengo más de 600 respuestas de su ejército de trogloditas. Yo tengo mucha esperanza en el gobierno de Petro, pero no olvido que es populista. Lo que pasa con la gente que despierta fanaticada es que eso hace que haya agresiones y hostilidad a la prensa a través de redes sociales. Pero yo tengo claro que el periodismo va mucho más allá de las redes sociales. A mí me pueden trolear y decirme lo que sea en un tuit, pero tengo clarísimo que hay colegas a los que asesinaron. Si no soporto la crítica en Twitter, pues ya veré qué hago: cierro Twitter, o me aguanto, o si hay una amenaza de muerte les tiro a la Fiscalía… Qué sé yo. Pero pienso que la principal amenaza de Colombia va a seguir siendo el tema de la vida mientras haya la corrupción tan tremenda y el narcotráfico. Colombia es un país con índices de corrupción muy altos, y se dan mucho de manera regional. Cuando estas cosas se destapan es cuando empiezan a peligrar las vidas de los periodistas. Y un presidente no es todo el Gobierno. Hablamos de más de 200 senadores, de muchísimos alcaldes, muchísimos gobernadores. No todos son de la línea de Gustavo Petro. Con el nuevo Gobierno, de lo único que podemos hablar es de una apertura democrática como país. Pero las condiciones de Colombia siguen siendo hostiles y siguen siendo las que había con Iván Duque. Petro puede querer hacer la paz total con quien quiera, pero si no intervenimos el tema del narcotráfico y de la minería de una manera seria, Colombia va a seguir siendo un peligro para cualquiera que quiera informar sobre ella o para cualquiera que quiera frenar estos fenómenos violentos.

Andrea Aldana fotografiada en el apartamento en el que vive en Madrid. Isabel Permuy

En tu caso, ahora que ha habido un giro político en Colombia, ¿volverás?

Apenas ganó Gustavo Petro, dije: “Me regreso”. Pero le quiero dar unos meses para ver cómo se desarrolla el nuevo Gobierno. Y también está que yo acabé de demandar al Estado colombiano y quiero ver cómo me repercute eso. El demandado es el Ministerio de Defensa, el Ejército de Colombia. La demanda la llevan abogados de la FLIP, y el juzgado ya la admitió. Estoy esperando eso; no creo que signifique una amenaza más, pero uno nunca sabe qué callo está pisando… De todas maneras, ser migrante y periodista en España también es muy difícil. Si yo regreso antes de lo proyectado es por hambre, por falta de empleo. Afortunadamente ahorita soy editora de un medio colombiano, pero no sé hasta cuándo me va a sostener estando yo acá. Probablemente me va a obligar al regreso más la necesidad económica que el tiempo prudencial para volver. Eso por un lado, y por el otro porque también hay una Colombia nueva que yo quiero vivir. Cubrí tantos años la guerra, que quiero estar en la incipiente paz. Quiero también conocer esa otra cara de la historia: tantos gobiernos de derecha que padecí, que cubrí, que informé… Quiero también conocer esa Colombia democrática de izquierda. 

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