“Estoy naciendo de nuevo”

Entrevista al periodista cubano Abraham Jiménez Enoa desde su exilio en Barcelona

“Estoy naciendo de nuevo”
Abraham Jiménez Enoa tuvo que salir de Cuba y sigue escribiendo pese a todo. José Colón

Mirar fotos con mis colegas en Cuba es preguntarse quién queda todavía en Cuba. En los últimos tres años, muchos nos hemos ido. Nos han sacado o han convertido el retorno en impensable. La Seguridad del Estado de mi país utiliza mecanismos de represión muy efectivos. Los aspirantes a tiranos del mundo deberían estudiarlos. Sirven para perpetuar un mismo poder por casi 64 años y, al mismo tiempo, ganar la admiración y simpatía de buena parte de la comunidad internacional. Digamos que nuestro sueño americano es la Revolución Cubana, y nuestro Papá Noel, Fidel Castro. La gente necesita ilusiones y los tiranos lo saben. A ninguno de los periodistas de mi generación nos han sacado las uñas en una estación policial ni nos han pegado un tiro. Sin embargo, nos han sacado del país. Uno a uno. Nos han extirpado de nuestra tierra como si fuéramos cuerpos tumorales y nos han arrojado al exilio.

Abraham Jiménez Enoa y yo estudiamos juntos Periodismo en la Universidad de La Habana. Hace ya 15 años. En aquel momento ninguno de los dos, por distintas circunstancias, éramos de los estudiantes favoritos del año. Nunca fuimos eso que se llama una joven promesa. Tampoco éramos amigos entonces, estábamos en grupos distintos, pero la pasión por el periodismo acabó ubicándonos en un mismo relato, que es el relato del periodismo independiente cubano posterior a 2013, es decir, posterior a la llegada tardía y cara de internet a la sociedad nuestra. Varios medios comenzaron a surgir en esa etapa, alentados ya no solo por las decepciones con el sistema de prensa estatal partidista que impera en la isla desde la década de 1960, sino también por el contexto de deshielo de las relaciones entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos. Parecía que el país estaba cambiando, que iba a volverse más o menos normal.

Yo comencé a labrarme mi camino al exilio como reportera en Periodismo de Barrio, en octubre de 2015, y Abraham, en marzo de 2016, en El Estornudo, del cual fue director hasta julio de 2020. Y también en otros medios. Abraham colaboró con la revista Gatopardo durante más de tres años y, desde 2020, mantiene una columna en The Washington Post. Pero ninguno de los dos sabíamos, cuando publicamos el primer texto, qué tan lejos nos llevaría la desobediencia. Porque publicar sin permiso ni supervisión del Partido Comunista de Cuba es un acto de desobediencia que se castiga con cárcel. Nosotros teníamos esperanza. No en el régimen sino en nosotros mismos. Creíamos que rigor y belleza serían una fórmula poderosa para conquistar la libertad de expresión. No éramos en lo absoluto los primeros en intentarlo, pero precisamente porque ya otras generaciones habían corrido límites y recibido golpes, pensábamos que la nuestra podría romper definitivamente esos límites.

Cinco años y tres meses después, el 8 de enero de 2021, yo me vi forzada a dejar Cuba, luego de un año de hostigamiento por parte de la Seguridad del Estado y varias amenazas de cárcel, y un año más tarde, exactamente ese mismo día y por las mismas razones, lo hizo Abraham. Yo fui para Madrid, él para Barcelona. Desde esas ciudades, a finales de julio de este año, conversamos. Porque no ha habido en el exilio silencio ni olvido. Quizá pasa que a Cuba te atan más cuando te desprenden de ella a la fuerza.  

Hay personas que se resisten a percibirse como exiliadas o desterradas porque piensan que esa es una forma de autoexclusión, mientras que otras sí reivindican esos términos para aludir a la violencia de la cual salieron. ¿Cómo te identificas tú?

Me siento completamente un exiliado. Es una decisión que no tomé yo. Yo quería salir y conocer el mundo, quería vivir un tiempo fuera de Cuba, pero no sé si en otra circunstancia yo hubiera decidido vivir fuera de Cuba. Yo ahora mismo no sé cuándo pueda volver a sentarme a almorzar un domingo con mi familia. Y eso lo cambia todo. Yo sí me siento un exiliado, lo asumo como tal, y la manera de ver la vida a diario es la de un exiliado. Siento que no pertenezco al mundo, que los códigos me son ajenos, que va a ser muy difícil sentirme parte de una realidad lejana a Cuba, y eso está relacionado con el exilio, con el destierro.

Y cuando estás entre cubanos que no tuvieron tu misma historia, que simplemente emigraron por lo que emigra la mayoría, por buscar una vida mejor, ¿te sientes distinto a ellos?

Lo que me pasa a mí en Barcelona es que aquí no tengo ningún amigo cubano de tiempo, solo uno, un compañero de estudios, pero lo he visto solo dos veces. Él tiene mucho trabajo, una vida muy dura. Justamente relacionarme todo el tiempo con catalanes, con extranjeros que están acá en la ciudad, es lo que me hace sentir que no formo parte y que todo ese territorio al que yo he llegado no me pertenece. Por el idioma, por los códigos, porque la vida tiene otro curso que yo todavía no he entendido y del que todavía no formo parte.

Pero las veces que he coincidido con el grupo de amigos de Claudia, mi pareja, que sí son cubanos, he sentido que la diferencia radica en el nivel de resentimiento que pueden tener ellos y el que tengo yo. Yo me siento todavía superenfermo, superherido, por lo que ha generado el régimen en mí, y lo digo y me conmuevo. Es una cosa que cada vez que la hablo, me cuartea. Y se ha ido agudizando con el paso del tiempo, cuando yo pensaba que iba a ser al revés, que el paso del tiempo me iba a empezar a curar. A lo mejor es un proceso que lo que ha hecho es empezar a sacar esas heridas que yo tenía dentro y que, de alguna manera, como mecanismo de protección, había escondido dentro de Cuba para poder sobrevivir.

¿Cómo te sientes cuando ves a otros cubanos que regresan a Cuba naturalmente y ves sus fotos y sus historias de sus viajes a Cuba en redes sociales?

Es una cosa rarísima. Antier estaba en el gimnasio y una catalana me dijo que iba a Cuba y que le sugiriera lugares. Y fue una cosa tan lejana a mí. Hacer ese ejercicio sin mayores implicaciones, en un gimnasio, hizo que el piso se me moviera, porque de alguna manera sentí que ese país cada vez se me alejaba más. Yo la estaba invitando a una realidad a la que yo no sé si podré volver. Y sí, cuando veo a toda esta gente que regresa, que pone fotos, que puede entrar y salir, me da cierta molestia. No una molestia con esas personas sino con el estado de cosas en Cuba. Porque de pronto para poder entrar y salir uno tiene que ser de una manera. Entonces es duro ver eso, sobre todo por la parte familiar, que es lo que más estoy padeciendo, porque yo no tengo la capacidad económica de invitar a mi padre, a mi madre o a mis hermanas.

¿Cuáles fueron las circunstancias de tu partida? Me has dicho que no fue una decisión que tú tomaste sino una decisión a la que te forzaron.

Un par de semanas después de las protestas [del 11 de julio de 2021], recibí una llamada de la Seguridad del Estado, desde un número sin identificación, de una persona que me empezó a gritar, ofender, y después de las ofensas y los gritos me dijo que me iban a otorgar el pasaporte que no me habían otorgado durante más de cinco años. Y que tenía que irme, porque si no me iba, me meterían en la cárcel, como ya tenían a Luis Manuel [Otero] y a tantos otros. Que si no me iba, ellos iban a acabar con mi familia.

La represión hacia mí siempre estuvo, pero lo que más a mí me preocupaba era que en los últimos meses la represión hacia mi familia había tomado más voltaje. Habían echado a mi madre del trabajo, mi padre tuvo que jubilarse por presiones, estaban acosando a Claudia, llevaron a mi padre a interrogatorios, a un amigo también lo metieron en un calabozo… Entonces eso como que ascendía cada vez más y me dijeron eso, que yo no solo iba a ir a prisión sino que —y cito— iban a “acabar con mi familia”.

Luego se retrasó la salida porque vino Ómicron, vino el 15 de noviembre [día de una convocatoria a una marcha que fue fuertemente reprimida], me dejaron de nuevo en prisión domiciliaria, y eso dio pie a que me volvieran a amenazar con llamadas. Y el día que logré salir, cuando llegué al aeropuerto, había un operativo. Eran como cinco o seis agentes, que me siguieron hasta el último momento.

Abraham Jiménez Enoa en su nueva casa de Barcelona. José Colón

¿Cuánto tiempo tu familia y tus amigos estuvieron sometidos al acoso y la represión por parte de la Seguridad del Estado?

Lo de mi familia comenzó en 2018, pero se agudizó más en los dos últimos años. Contra mis amigos sí fue más en el último año. Mi padre llegó un día sin avisar a mi casa y contó que lo habían sentado en su centro de trabajo para decirle que yo era un contrarrevolucionario, pero mi padre era teniente coronel del Ministerio del Interior. De hecho, su último trabajo, del que se jubiló por estas presiones, era como profesor de la Cátedra de Contrainteligencia, es decir, él formaba a los represores que me reprimían a mí.

Ahora te voy a hacer otro cuento. Mi sobrinito cumple dos o tres años, no me acuerdo cuál cumpleaños fue, y yo llego al cumpleaños y veo a dos personas raras, que se veía que eran agentes de la Seguridad del Estado, porque uno sabe, por la ropa, las gafas… Claudia estaba de viaje y llegaba ese día y yo me fui rápido del cumpleaños. Después, por la tarde, mi padre me llamó y me dijo que, en efecto, esos tipos eran de la Seguridad del Estado y se le acercaron y le dijeron que estaban ahí siguiéndome, se lo confesaron, y eran alumnos de mi papá.

A mi madre la expulsaron del trabajo. Llevaba 20 años en su puesto laboral y llegó un día un grupo de la Contraloría (General) de la República, hicieron como una inspección, no encontraron nada, pero al otro día llegó al trabajo y le dijeron que la tenían que mover del puesto. Y el jefe de ella le dijo: “Mira, te voy a hablar claro, el tema es que bajó la orden del ministro de Turismo, que era [Manuel] Marrero en ese momento [actual primer ministro], que hay que removerte del puesto porque no puedes ser jefa, porque la dirección se ha enterado que tu hijo es periodista independiente”. En fin, mi madre se quedó sin trabajo.

A mi hermana también la sentaron en su trabajo delante de una computadora y le empezaron a leer textos míos, y la exhortaron a que rompiera su relación conmigo. Fueron presiones de ese tipo. Luego mi padre se jubiló y así y todo lo llevaron a interrogatorios un par de veces. Y a la familia de Claudia también la presionaban.

Una de las cosas más duras que yo tuve que pasar fue con los amigos, porque yo en el último tiempo en Cuba no tenía con quién hablar. Yo me quedé literalmente sin tener con quién hablar. Lo único que yo podía hacer era hablar con Claudia, estar con el bebé, e ir al Malecón. Porque quien no se había ido, se tuvo que alejar de mí. El único amigo que tenía del barrio era un socio que hacía videoclips de reguetón y un día le llevaron una citación a su casa, lo metieron en la estación policial de Zapata y C (en el Vedado) para que informara sobre mí, él se negó, y como a la semana lo volvieron a meter en un calabozo un día entero, para presionarlo. Entonces él nunca más quiso saber nada de mí.

Abraham, por ser una persona negra, ¿sentiste alguna vez que en Cuba sufrías la represión de una forma particular y que había un componente racista en ella?

No creo que directamente en la represión, al menos en mi experiencia, había ese componente. Pero por cómo funciona Cuba sí está el componente racista en todo. En un sentido yo sí siento que el curso de mi vida ha estado marcado por el racismo. Justamente porque mi familia es superhumilde y eso me costó a mí de alguna manera ir por un curso que me llevó al punto donde estoy. En mi familia no se leía, no se lee, en mi familia casi todos son militares, no hay muchos intereses en la vida, y todo eso me hizo ir atravesando un mundo y brincando obstáculos que las personas “normales” no tienen que atravesar.

En mi aula de la universidad, que éramos unos treinta estudiantes, yo recuerdo que había tres personas negras nada más. ¿Y en la tuya?

Yo y otro muchacho. Yo recuerdo la primera vez que entré al aula en primer año y me pregunté: “¿Quiénes son estas personas rubias, bonitas, bien vestidas, que tienen mochilas, memorias flash?” Yo no tenía ni computadora en mi casa. Todo el tiempo me sentí como excluido por mi manera de vestirme, por no tener acceso a las cosas básicas, pero en lo que tú me preguntas… Por ejemplo, las veces que me llevaron a interrogatorio, las veces que me dejaron en prisión domiciliaria, siempre eran blancos. La única vez que tuve una interacción con un negro fue la vez que me desnudaron.

El tipo que supervisó que yo me desnudara y me puso las esposas era un negro. Detrás estaban los jefes, que todos eran blancos. Fue la única vez que lidié con un represor negro. De hecho, ese día, cuando me llevaron en carro hacia Villa Marista, sin dejarme levantar la cabeza, sin yo saber hacia dónde me llevaban, fue también la única vez que me interrogaron en un mismo día varias personas. Cuatro personas me interrogaron ese día y todos eran blancos. El negro era el único que me transportaba, me ponía las esposas, como que hacía el trabajo sucio.

Cuéntame cómo cambia tu vida la llegada de tu hijo Theo, en agosto de 2020.

En casa cambia la dinámica, tienes menos tiempo, tienes que acomodarte, es muy difícil encontrar la concentración para escribir, para meditar, para pensar las cosas, sobre todo al principio. Los primeros meses de un bebé son violentos. No deja dormir. Entonces por un lado el ejercicio de la profesión se complica y cambia y por otro lado la Seguridad del Estado encontró un punto para agredirme. De hecho, al mes exacto de nacer Theo me citaron a un interrogatorio y me dijeron explícitamente que estaban esperando a que Theo naciera para no molestarme y poner las nuevas cartas sobre la mesa.

¿Las nuevas cartas sobre la mesa?

Exacto. Ya no era yo solo. Eran Theo, Claudia, la familia, la diana del asunto. Y no sé si Theo no hubiese existido en ese momento, en el momento de esa llamada, si yo hubiese tomado la decisión de salir de Cuba, donde estaban ocurriendo cosas que a mí me interesaba contar. Fue una decisión tomada pensando en la familia, hablada con Claudia, por el bien de la unión familiar, no individual. Eso lo cambió todo, en mí y en la profesión, porque esos últimos meses de represión que viví en Cuba se volvieron más insoportables justamente por la existencia de Theo. Todo eso me generó una crisis aguda de salud mental y yo estaba desesperado por estar bien y salir de esa crisis, ya no por mí sino por mi hijo, que estaba teniendo sus primeros días en esta vida y yo quería estar bien para acompañar a mi hijo.

El año 2020 fue un año en que aumentó la represión en todos los sentidos hacia todo el mundo. No sé si tú compartes esa percepción.

Mi percepción es esa, yo creo también que en ese período hay un quiebre, porque ellos se percataron de que el país se les podía ir de las manos, y aumentaron la represión, que fue ascendiendo hasta hoy.

Y cuando reaparecieron al mes de haber nacido Theo, ¿con qué propósito fue?

Siempre el propósito era que dejara de escribir, que dejara el periodismo, con amenazas de cárcel. Eso a veces variaba. Ellos se molestaron mucho cuando el Washington Post anunció que yo iba a ser columnista oficial y hubo interrogatorios específicos sobre eso.

¿En qué momento de tu carrera como periodista independiente sentiste mayor miedo? 

Sin tener que pensarlo mucho: el día que me desnudaron fue el día que peor la pasé. Yo he escuchado y leído cosas peores, pero cuando le pasa a uno es diferente. Yo no pensaba que podían llegar a que me hicieran semejante cosa. Cuando estaba sucediendo la escena, a mí me parecía inverosímil, yo viviéndolo, pero en ese momento uno busca la manera de agarrarse a cualquier cosa y eso te hace no tener conciencia de la violencia. Cuando yo llegué a casa ese día, que escribí sobre eso, y que para escribir sobre eso pensé en lo que me habían hecho, fue cuando mi cabeza colapsó.

Todo fue supermacabro. Ellos me llevaron una citación policial a mi casa y a mí me llamó la atención que era una supuesta estación policial que quedaba cerca de mi casa, pero yo decía: “¿Qué estación policial hay ahí?”. En efecto, cuando yo llegué, era una estación que estaba derruida, en obras, que no estaba funcionando. Estaba llena de escombros, gente trabajando, sacos de cemento… Entonces cuando llego, que entro así con incertidumbre, recuerdo sacar de nuevo la citación, por si me había equivocado de lugar, y vienen por atrás y me dicen: “Abraham, adelante”. Ya yo me sentía acorralado. Entonces me metieron en una oficina y cerraron las persianas. Recuerdo esa escena de cerrar las persianas y pensar: “Ya esto no está nada bien”. Luego me desnudaron, me pegaron a la pared, ese (agente) negro de dos metros de altura, con cuatro o cinco por detrás.

¿Te desnudaron completamente o te dejaron en ropa interior? 

No, completo. Y me metieron las manos en el pelo, que esa sí pudo haber sido una escena racial. Porque recuerdo que me dicen: “Bueno, te voy a meter la mano en el pelo, porque ustedes los negros se hacen los listos”. Algo así. Entonces me metió la mano en el pelo como buscándome, a ver si tenía algo.

¿Eso te lo dijo el hombre negro que te revisaba?

No, el negro no hablaba. Él ejecutaba solamente.

Ah, los jefes del que te revisaba. ¿Eso en qué fecha fue?

Como en octubre de 2020. Estábamos en la pandemia y aquel negro sacó unos guantes de látex, como quien va a matar a alguien, se puso los guantes, me dijeron que me desvistiera, y yo así, sentado: “No, no, pero están violando mis derechos”. Y me decían: “No, no, ¿qué derechos?”. Yo no tenía cómo defenderme. Eran como cinco y yo estaba solo. Recuerdo que me pasó por la cabeza el pensamiento de que me podían entrar a golpes ahí y no pasaba nada. Entonces me obligaron a desnudarme. Ese momento es el momento de más humillación en mis 33 años de vida. Aquellos cinco tipos mirando mi cuerpo desnudo completamente…

Yo, desnudo, me dijeron: “Abre las piernas, haz una cuclilla”. Toda la parafernalia. Y después de que terminaron con el ritual de revisar que yo no tenía nada para grabarlos, me dijeron “vístete”, y cuando me vestí, me pegaron a la pared, mi nariz rozaba la pared, las manos atrás, y ahí me esposaron. Y esposado me metieron en un carro. Delante iba un chofer, y el negro atrás, al lado mío, y es cuando me dicen que no puedo levantar la cabeza. Sale el carro y yo voy, esposado, mirando solo mis pies. A veces intentaba levantar y ver y el tipo me empujaba hacia abajo. Y en un momento del trayecto me empezaron a dar vueltas en el carro, como para marearme, como un trompo, y cuando pararon, me dijeron: “¿Estás bien?”

Son unos sádicos.

Se reían. Cuando hicieron eso, se reían. Y cuando me dijeron “ya puedes levantar”, estaba dentro de Villa Marista. Ese es sin duda el día que más miedo sentí. Porque todo eso duró minutos, pero para mí fueron horas, y lo que yo sentí de humillación, y que cualquier cosa me podía pasar…

Indefensión total.

Exacto, indefensión total. Vulnerable. Esa gente puede hacer lo que le da la gana, que no pasa absolutamente nada. Y esa fue la vez también que a nivel de interrogatorio fueron más fuertes. De hecho, de los dos equipos que me interrogaron, una era (la agente) Kenia, una tipa fuera de sí, superagresiva, me gritaba, me manoteaba. Me interrogó ella y otro primero. Luego se fue ella, me dejaron un rato solo, y luego entraron dos, luego se fueron esos dos y volvió a entrar ella con otro más, luego los otros dos, y luego los cuatro a la misma vez. Y ya cuando estaban los cuatro a la misma vez, qué se yo qué hora era, como las cinco de la tarde, ella perdió como los papeles, porque quería que yo firmara algo y yo le dije que no iba a firmar nada. Me empezó a gritar, manotear, daba golpes en la mesa, y yo todo el tiempo estaba como en mi sitio, en la compostura. Yo no sé si era un papel que estaba jugando, pero estaba desatada. Evidentemente ellos diseñaron ese día de principio a fin. Y luego la vuelta fue lo mismo: me montaron en un carro, con el negro, esposado, con la cabeza baja y me dejaron en la estación derruida.

¿Cómo tú supiste que era Villa Marista donde estabas?

Porque yo había estado ahí. Bueno, ellos me lo dijeron, y además yo había estado ahí antes, porque en 2016 mi tío estuvo ahí preso y yo fui a verlo. 

José Colón

¿Cómo es sentirse libre de la Seguridad del Estado, sentirse libre de toda esa violencia y el acoso?

Es un alivio, pero a la vez creo que el daño que me causó todo eso sigue ahí latente y a flor de piel. Además, estar en un lugar donde siento que no pertenezco, lejos de mi contexto, fuera de circunstancia, me hace, salvando las distancias, seguir padeciendo a la Seguridad del Estado. Ya no tengo que ir por la calle mirando hacia atrás, pero no pertenecer y sentirme excluido de la vida y del mundo, ajeno a todo, sentirme un extranjero, es una sensación agobiante.

Y no poder volver.

Claro.

¿Estás trabajando en un proyecto para narrar todo esto?

Sí, estoy escribiendo alguito, para ver qué sale.

Para sacar un libro, me imagino.

Sí, sí, sí… Porque es muy largo. Un poco de cómo fue la salida, cómo fueron mis últimos tiempos en Cuba, cómo fue hacer periodismo en Cuba y cómo ha sido el aterrizaje. Un poco de todo eso. También es una forma de terapia. Me ayuda a pensar y a curarme. Y porque lo tengo atragantado. Yo tenía otra idea en la cabeza, una historia que venía reportando en Cuba, pero tenía esto atragantado.

Abraham, por último, ¿cuánto crees que ha cambiado la persona que llegó a España en enero de 2022 y la persona que eres hoy?

Yo siento, y lo defino casi siempre en ese sentido, que estoy aprendiendo a vivir. Estoy naciendo de nuevo. Montones de cosas que son nimiedades para las personas que han vivido fuera de Cuba o que habían tenido la posibilidad de estar fuera, y que son normales, para mí, hasta hace bien poco, eran un dolor de cabeza. Desde usar la tarjeta magnética, una cuenta bancaria, el metro, qué se yo, las cosas más básicas para mí han sido un aprendizaje. Todavía tengo temor a entrar al mercado. Siempre busco la manera de ir con Claudia o que vaya ella porque me pone la cabeza loca ir al mercado y comprar tal yogur y que si la leche, el jabón… Esa cantidad de productos todavía no logro dominarlos y me aturden mucho. En ese sentido sí ha cambiado mucho mi percepción de mí y de la vida, porque de alguna manera siento que había estado encerrado en una aldea y que Cuba es un país totalmente ajeno a lo que el mundo es.

Y a nivel más personal esto me ha hecho tener una conciencia distinta del Gobierno cubano. Porque nunca pasó por mi cabeza la idea de salir y no saber cuándo regresar. Vivir con esa incertidumbre. Siento que mi cuerpo está experimentando una sensación de dolor, tristeza, desvanecimiento, que nunca yo había sentido. Me siento más endeble que nunca, más vulnerable a nivel sentimental que nunca. Es una cosa rarísima porque se cruza la nostalgia con el dolor. Por ejemplo, fui a un concierto de Juan Luis Guerra y Rubén Blades, que nada tienen que ver con Cuba, y a lo lejos, en la pantalla, salió una bandera cubana, y de pronto eso me dio una alegría tremenda. Ver esa bandera cubana ahí me produjo cierta emoción. Y creo que me he vuelto en estos seis meses una persona mucho más ermitaña, dolida, resentida, y eso marca mi día a día. A veces siento que perdí como la barrita mía de la alegría o de la felicidad plena, más allá de la familia, de Claudia y de Theo. Cuando me miro al espejo, cuando me reconozco, me siento supervacío.

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