Ambered Bahar, de 16 años, despliega el uniforme negro sobre su cama. Ese uniforme escolar que tanto detesta y que apenas llegó a usar. Estuvo a punto de quemarlo, de venderlo o abandonarlo, pero decidió guardarlo porque, pese a ser el mismo que se usaba antes de la llegada de los talibanes al poder, ahora tiene otro simbolismo: el de la esperanza de volver a clase algún día. El 23 de marzo se cumplió el plazo que el propio régimen talibán se había puesto para reabrir los centros de secundaria. No lo hizo y más de un millón de jóvenes como Ambered se vieron apartadas de la educación. No se resigna. En su casa, Ambered saca los cuadernos que no alcanzaron a confiscarle y que guarda a escondidas en una de las mochilas de su amiga. Comienza a practicar algunos ejercicios…
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