El cártel de la gasolina en Benín

El negocio del transporte ilegal de carburante, que empezó usando a discapacitados, domina la economía del país

El cártel de la gasolina en Benín
Javier Corso

Hace cuarenta años un grupo de motoristas discapacitados empezó a cruzar los estrechos senderos que atraviesan la frontera de Benín con Nigeria en búsqueda de gasolina. Eran solo unas decenas. Hasta entonces, pedían limosna en las calles de Benín. Participar en el tráfico ilegal de carburante fue la única alternativa laboral que encontraron para mantener a sus familias en esta excolonia francesa de unos 10 millones de habitantes que se encuentra entre Togo y Nigeria y desemboca en el Golfo de Guinea.

Estos primeros contrabandistas sufrían distintos tipos de discapacidades físicas, sobre todo mutilaciones en algunas de sus extremidades a causa de enfermedades infecciosas. En sus motocicletas habían construido depósitos de unos 200 litros de capacidad para transportar el carburante nigeriano. Soldadores especializados unían varias placas metálicas para construir estos tanques. Estas estrafalarias motocicletas llenas a rebosar de carburante todavía siguen viéndose en carreteras y senderos del país. Son utilizadas solo por los transportistas discapacitados, ya que el enorme depósito ocupa todo el vehículo y es casi imposible encajar las piernas.

Uno de los discapacitados usado en el contrabando de gasolina en Benín. Junio de 2015. Javier Corso

Sossu Clément esquiva piezas de hierro, chapa y varias herramientas con su muleta de madera. Pasea por el solar mientras espera a que un grupo de mecánicos especializados arregle el tanque de su motocicleta. “Me quedé discapacitado a causa de una infección. Me pusieron unas inyecciones, pero no sirvieron de nada y me tuvieron que amputar la pierna”, cuenta. Fue entonces cuando Sossu se vió obligado a trabajar repartiendo essence —gasolina, en francés— de forma ilegal, ya que no encontraba trabajo. “Haría otra cosa. Esto no me gusta porque es muy peligroso, pero lo tengo que hacer por mi familia. Tengo mujer y cuatro hijos”. Sossu transporta gasolina desde Nigeria hasta la capital beninesa, Porto Novo, y Cotonou, la ciudad más poblada de Benín. Es una historia que se repite. Centenares de benineses se encuentran en la misma situación.

“Si tuviéramos medios, les ayudaríamos a cambiar de ocupación. No es bueno que los discapacitados hagan esto. A veces la gasolina se derrama, se prende fuego y todo arde. Muchos mueren”, lamenta Mathias Ahoton, presidente de la Asociación de Personas con Discapacidad de la localidad de Sème, cerca de la frontera con Nigeria. Pero aunque se trata de una actividad peligrosa, es un negocio muy lucrativo y enseguida muchos benineses —no solo los discapacitados— se quisieron beneficiar de ello.

¿Cómo se popularizó el negocio? Estos primeros motoristas repartían la gasolina entre la población. Todos estaban satisfechos. Unos tenían trabajo. Los otros, gasolina más accesible y barata. No pagaban impuestos y cubrían las necesidades de carburante del país, que no contaba con suficientes gasolineras para abastecer a todo el territorio. En las pocas que había, el precio del litro de combustible era mucho más elevado que en Nigeria, casi el doble.  

Las barcazas trabajan sin descanso hasta poco después de salir el sol para evitar ser sorprendidos por la policía de Nigeria. Javier Corso

Fue entonces cuando los que ahora son los grandes jefes del tráfico ilegal de gasolina empezaron a tejer la vasta red contrabandista que ha llegado hasta nuestros días. En pocas décadas los traficantes se han convertido en los dueños de senderos, riachuelos y rutas marítimas. Se han multiplicado como un ejército de hormigas obreras y transitan centenares de rutas bien planificadas.

El contrabando de gasolina está a la vista de todos. Las calles de todos los pueblos y ciudades benineses están plagadas de puestos de venta ilegal. Los motoristas —sean discapacitados o no— que llevan de un lado a otro la gasolina transitan a sus anchas. Los llaman popularmente hombres-bomba porque cada semana hay accidentes y a veces el carburante se incendia o explota. A diferencia de los motoristas mutilados, el resto utiliza motocicletas con marchas de 100 cc que cargan con bidones de gasolina. Cada recipiente tiene una capacidad de entre 15 y 30 litros de gasolina y cada uno puede a llegar a cargar más de una decena. Una bomba motorizada.

Este es un negocio tan lucrativo como peligroso, al menos para los soldados de a pie, para los que tienen que transportar el oro negro.

¿Cómo funciona el sistema? Existen distintos trayectos que utilizan los traficantes para llegar a Nigeria, donde llenan sus depósitos. Estos dos países comparten alrededor de 800 kilómetros de frontera. Los contrabandistas aprovechan los centenares de senderos fronterizos para transportar los bidones, intentando esquivar los controles policiales. Es difícil trazar un mapa exacto las rutas que utilizan, ya que las modifican según las rutinas de los agentes. Los traficantes estudian con detalle los movimientos de la Policía para así evitar posibles decomisos y el pago de tasas a las autoridades corruptas. Además de por tierra, pasan por pequeños ríos que conectan Benín y Nigeria. Otro foco de tránsito de carburante ilegal es el gran lago Nokoué, que enlaza las dos grandes ciudades beninesas (Cotonou y Porto Novo) con Nigeria. A través del Golfo de Guinea, por la costa, también llegan bidones cargados de gasolina.

Assogba vs Assogba: las dos caras del tráfico de gasolina

Uno de los grandes capos traficantes de gasolina en Benín es Henri Assogba, que dice tener una “fuerza divina”. Gracias a él los benineses trabajan y pueden llenar sus depósitos con combustible más barato. Sin su labor el país se paralizaría. O al menos eso dice él.

Su némesis no tiene poderes mágicos y se llama Martin Assogba. Lucha contra el tráfico de gasolina y la corrupción en Benín. Su activismo casi le ha costado la vida: hace dos años recibió ocho impactos de bala, pero milagrosamente logró recuperarse.

Henri y Martin. Assogba los dos. No son familia: el mismo apellido sirve para explicar los dos polos del contrabando de gasolina nigeriana en Benín.

El activista Martin Assogba. Junio de 2015. Javier Corso
El traficante de gasolina Henri Assogba. Junio de 2015. Javier Corso

Como muchos países de la región, Benín tiene una gran dependencia del petróleo de Nigeria, el primer productor de hidrocarburos del continente y el decimotercero a nivel mundial. Las gasolineras beninesas no pueden hacer frente a la competitividad del precio del carburante nigeriano. La mayoría ha cerrado. Ante esto, los contrabandistas han diseñado una red extensa y jerarquizada de tráfico de gasolina mediante la cual abastecen de combustible a todo el territorio beninés, desde las grandes ciudades hasta los lugares más recónditos. Es un suculento negocio, ilegal pero tolerado, y una enorme fuente de poder político y social para los traficantes.

Hay una asociación de contrabandistas con una estructura piramidal, la Asociación de Importadores Transportistas y Revendedores de Productos Petroleros (AITRPP). Su presidente es Joseph Midodjoho, alias Oloyè, uno de los hombres más poderosos de Benín. Oloyè tiene una gran influencia en la política beninesa y apoya al Partido por la Renovación Democrática (PRD), actualmente en la oposición ante el Gobierno de Thomas Yayi Boni. La asociación está integrada por doce jefes de departamento que controlan 77 localidades, con un responsable en cada una. En una escala inferior están los representantes de distritos y barrios. Los vendedores de gasolina en la calle están en el último peldaño. Entre todos dan cobertura a más del 75% de las necesidades de carburante en el país.

Henri Assogba es jefe de los traficantes de gasolina nigeriana en dos de los departamentos más poblados de Benín –Atlántico y Litoral– y controla el contrabando en la ciudad más extensa y habitada del país, Cotonou. Se dedica a este negocio desde hace casi tres décadas. Empezó como transportista y ha ido ascendiendo desde la base de la pirámide. Ahora se codea con las élites del país y se pasea por las calles de Agla, uno de los barrios más conflictivos de la ciudad, con posado de superioridad. Todos le hacen reverencias a su paso —”Bonjour, Monsieur Président”, le saludan. Siempre le acompaña uno de sus hombres de confianza, quien se encarga de advertir cualquier amenaza. “Esta es una zona con mucha delincuencia, pero no tengo miedo. Gracias a mi posición la gente me respeta”, explica.

Assogba emana la seguridad de quien sabe que tiene la sartén por el mango. Los políticos se rinden a sus pies y la Policía hace la vista gorda ante el vaivén insaciable de camiones y motocicletas que rebosan gasolina de contrabando. “Soy reconocido en todas partes en Benín y en el mundo entero —afirma Henri con aires de superioridad—. Los políticos han visto que no pueden llegar al poder sin nuestro apoyo”. Explica que en 2006 respaldó al entonces candidato a las elecciones presidenciales, Thomas Yayi Boni, y salió elegido. “En 2011 ya no fuimos a su favor porque no respetó algunas cosas”, puntualiza. De hecho, el mismo Yayi Boni ha intentado erradicar el tráfico ilegal de gasolina en varias ocasiones, pero cuando ha tratado de regular o reprimir la actividad, los transportistas y vendedores se han sublevado. Incluso los conductores de las populares taxi-motos se han unido a las huelgas. “El Gobierno se encuentra entre la espada y la pared”, reconoce Assogba.

La gasolina de la política

Como su némesis, Martin Assogba, presidente de la ONG Alcrer, tampoco tiene miedo. Es de los pocos benineses que habla alto y claro. Él tiene una misión: acabar con la corrupción en su país. Y advierte de que no parará hasta conseguirlo. “Soy un problema para el Gobierno, pero a pesar de todo, sigo luchando”, afirma. Según Martin, Benín se encuentra con dos dificultades en la lucha contra el tráfico ilegal de gasolina. “Por un lado, existe la necesidad de la población de comprar carburante para el transporte y no hay gasolineras. Por otro, las autoridades hacen la vista gorda y muchos viven de este negocio. Esto beneficia a los políticos, a las autoridades aduaneras y a los gendarmes”, espeta.

Assogba recuerda el día que le intentaron asesinar. “Era el 9 de diciembre de 2013, hacia las nueve de la noche. Unos individuos que iban en motocicleta me dispararon cuando me disponía a entrar en mi casa con el coche. Fueron ocho balas y todavía tengo dos en el cuerpo”, asegura Martin con voz estentórea y semblante serio. Parece que el ataque que sufrió le dio más razones para seguir con su lucha. “Los médicos me dijeron que no me podían quitar estas dos balas porque se me podrían paralizar los brazos y los pies. Tengo suerte de estar vivo”. Assogba dice que le atacaron por luchar contra la corrupción.

“El dinero del tráfico de carburante nigeriano financia las campañas políticas en Benín. Muchos diputados han llegado a sus cargos gracias a ello”, insiste Martin. En eso coincide con el contrabandista Henri, que confirma sin pudor todos estos detalles: “Cuando el Gobierno lucha contra los traficantes, hay algunos políticos que se ponen de nuestra parte. Algunas personalidades influyentes de las élites económicas están con nosotros”. Solo esta complicidad explica que las botellas de cristal de distintos tamaños llenas de carburante se vean por todos los rincones del país sin que nadie diga nada. Los bidones y las pizarras con el precio del litro de gasolina están por todas partes.

La gasolina de contrabando, omnipresente en Benín. Junio de 2015. Javier Corso

Una de las zonas donde se registra más tráfico de gasolina es la más cercana a Porto Novo, la capital. Aquí confluyen las principales rutas del contrabando. Henri Assogba acude casi a diario a la frontera para controlar a sus transportistas. Explica que para ir de Cotonou a Nigeria pasa por la capital. “Una vez en Porto Novo puedo llegar a la frontera desde allí, aunque también hay otros lugares más allá de la capital desde donde se puede cruzar”. Durante el trayecto se topa con decenas de controles policiales, pero no teme represalias. “A menudo nos encontramos gendarmes aduaneros, pero nunca he sido arrestado. Me ha ayudado mucho todo lo que me enseñaron las personas que me iniciaron en esta actividad. Si les ofreces dinero, normalmente no hay problema”, ilustra.

Un cártel africano

El negocio del contrabando de carburante nigeriano funciona como los grandes cárteles de la droga. Las autoridades son cómplices y los traficantes están bien organizados y tienen mucho poder. La pirámide contrabandista es pura jerarquía: todos saben ante quién deben responder. “Los transportadores, que son los patrones, son los jefes de esta actividad. Después están los importadores y luego los vendedores, que son los que están abajo del todo”, explica Assogba. Si alguno de sus transportistas tiene algún problema con las autoridades, él lo soluciona con una simple llamada. “Hay mucha hipocresía —admite Henri—. Las autoridades que salen en televisión diciendo que suprimirán la actividad son las que después llenan de gasolina ilegal sus vehículos en la calle. Lo hacen por la noche o por la mañana temprano”.

El país se declara impotente ante esta realidad. La mayoría de benineses no cree que exista una solución a corto plazo. Obviamente no hay datos oficiales, pero el negocio de la gasolina implica directa o indirectamente a buena parte de la sociedad —muchos complementan su trabajo con esta actividad— en un país donde más de la mitad de la población vive gastando menos de un dólar al día, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Análisis Económico de Benín (INSAE). Los benineses que se dedican a este negocio se ganan mejor la vida que la media de la población e incluso que los funcionarios. Mujeres, universitarios y niños también trabajan en los puestos de venta de carburante a pie de calle. La principal actividad económica de Benín es la agricultura, que supone un 35% del PIB nacional, pero el tráfico de gasolina lo permea todo.

El contrabando del oro negro está en todas partes. Junio de 2015. Javier Corso

“La población es la que sufre por respirar los gases nocivos que desprende la gasolina —explica Martin Assogba—. Nosotros luchamos contra esto porque, además de provocar enfermedades, el tráfico de carburante no beneficia a la economía beninesa”. Según el economista Bio Soulé, el Estado beninés deja de ingresar al año alrededor de 150.000 millones de francos (unos 228 millones de euros), ya que no percibe impuestos directos ni indirectos del negocio de los hidrocarburos. “Sabemos que nuestro negocio deja por los suelos la economía del país, pero no tenemos otra opción para vivir”, sentencia Henri Assogba.

Martin Assogba, el activista, lamenta que su lucha “es muy difícil porque pedimos al Estado que legalice la actividad y le ponga impuestos, pero es imposible”. El Ministerio de Comercio cuenta con una comisión que se reúne cada mes para calcular el coste en las gasolineras oficiales en función de los precios de los productos petroleros. Los precios de la gasolina de contrabando, por su parte, dependen de factores como la proximidad a la frontera, el precio del litro en Nigeria y las tasas policiales que paga cada transportista.

El nuevo Gobierno de Nigeria anunció hace poco una disminución de los subsidios a los combustibles para el periodo 2015-2017, lo que podría reducir la diferencia de precios entre los dos países. Pero eso se escapa de las manos del Gobierno beninés. Es un problema que va más allá de sus fronteras y es casi imposible cuantificar en qué medida afectará a las importaciones ilegales.

Henri Assogba cree que “si el Gobierno quiere acabar con el contrabando, debería pensar en la reconversión de las personas que se dedican a ello y no en la suspensión de esta actividad”. De todos modos, se muestra tranquilo porque sabe que su negocio, de momento, no corre peligro. “Las autoridades no saben cómo hacerlo porque no hay empleo y millones de personas dependen de este negocio”.

Aquí, la gasolina de contrabando es la sangre del sistema.

Los transportistas ilegales emplean motos de 100cc para circular por todo Benín cargados de combustible. Agosto 2015. Javier Corso

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