Las 5W sobre las vacunas de la covid-19

Claves para entender la historia de la investigación, la producción y la distribución de dosis para detener la pandemia

Las 5W sobre las vacunas de la covid-19
Nacho Doce/Reuters

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La ciencia cumplió, y un año después de la declaración de la pandemia de covid-19 ya existen distintas vacunas para prevenir la enfermedad. Ahora es el turno del sistema, que está fallando a la hora de producir y distribuir las dosis necesarias para dominar el nuevo coronavirus y avanzar con rapidez hacia la inmunización global. 

¿Cómo se han logrado las diferentes vacunas? ¿Quién las ha desarrollado? ¿Qué hay detrás de su producción y desigual distribución? Esta es la primera pieza de un especial sobre vacunación en un mundo desigual: a lo largo de esta semana publicaremos cada día una crónica desde el terreno para profundizar en las distintas dimensiones de la carrera hacia la inmunización, desde China hasta Tanzania o Sudáfrica, desde Israel hasta Chile o la Unión Europea.   

Para poner contexto a los desafíos de la vacunación en distintos rincones del planeta es necesario detenerse en la investigación, la producción y la distribución de dosis para frenar la pandemia. Recorremos, a través de nuestras tradicionales 5W, la historia detrás de las vacunas contra la covid-19, las características y estrategias para su reparto y las perspectivas de futuro que abre una campaña de inmunización en la que los países desarrollados parten con ventaja. 

WHAT: la(s) vacuna(s) de la covid-19 

En ciencia nunca se había alcanzado un hito similar: desarrollar una vacuna contra una enfermedad infecciosa en menos de un año. Un tiempo récord desde que se secuenció por primera vez el material genético del nuevo coronavirus, el 10 de enero de 2020, hasta la aprobación de la primera vacuna contra la covid-19, el 11 de diciembre del mismo año, en Estados Unidos.

Una inversión económica sin precedentes y el esfuerzo internacional de los investigadores contribuyeron a acelerar un proceso que suele demorarse unos diez años. Esa es la media, pero hay vacunas que décadas después de la aparición de la enfermedad todavía se resisten, a pesar del tiempo y el dinero destinados, como la del VIH. Uno de los motivos es que el virus causante del sida muta mucho más que el actual coronavirus.

Si bien es cierto que el SARS-CoV-2 es un virus emergente, desconocido hasta hace poco, su libro de instrucciones es parecido al de sus predecesores, el SARS, que emergió en 2002 en China; y el MERS, que lo hizo una década más tarde en Arabia Saudí. Sus primos hermanos dieron cierta ventaja a los científicos a la hora de saber cómo neutralizarlo.

Actualmente ya hay ocho vacunas aprobadas en el mundo contra la enfermedad que causa la covid-19, según el rastreador de The New York Times. Todas han superado las tres fases que forman parte de los ensayos clínicos en humanos. Son tres etapas de investigación que en lugar de avanzar de forma consecutiva, como es habitual, lo han hecho esta vez en paralelo para demostrar cuanto antes su seguridad y eficacia. 

En muchos casos, estas vacunas demostraron una eficacia de más del 90%, un umbral muy superior al de otras vacunas: la de la vacuna contra la gripe estacional, por ejemplo, se tiene que renovar cada temporada y acostumbra a rondar el 50% de efectividad, a pesar de años y años de investigación.

En función de las evidencias científicas recogidas en los estudios, la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés), la Agencia Europea de Medicamentos (EMA, por sus siglas en inglés) y otros organismos reguladores son los que dan luz verde para administrar las vacunas a la población.

Pese a su aprobación, los sistemas de farmacovigilancia de cada país siguen observando de cerca la vacunación masiva a millones de personas para detectar posibles efectos secundarios muy poco frecuentes, imposibles de detectar por cuestión estadística en las decenas de miles de voluntarios de los ensayos clínicos. 

Ahí fue cuando saltaron las alarmas por los casos aislados de trombosis en personas vacunadas con AstraZeneca y Janssen, de la que hace poco se ha suspendido su administración de forma temporal hasta que recaben más datos que aclaren si las vacunas son su causa. En esta crisis sanitaria estamos viendo la ciencia en directo, con sus incertidumbres y limitaciones.

Empleadas trabajan en la producción de la vacuna rusa Sputnik V en las instalaciones de la farmacéutica brasileña Uniao Quimica en Brasilia. Eraldo Peres/AP

WHO: qué tipo de vacunas existen y quién las desarrolla

La urgencia por controlar la pandemia ha provocado en el último año situaciones poco ortodoxas. Por ejemplo, algunas compañías farmacéuticas anunciaron sus hallazgos en notas de prensa telegráficas antes que en artículos científicos en revistas especializadas que recogieran todos los detalles de los ensayos clínicos, como se suele hacer habitualmente.

Las primeras que mostraron resultados positivos fueron las de Pfizer/BioNTech y Moderna. Son precisamente dos prototipos que han utilizado una tecnología inédita hasta ahora: las vacunas basadas en ARN mensajero, que contienen las instrucciones para que las células humanas fabriquen las proteínas del coronavirus de modo que entrenen al sistema inmunitario de cara a futuras infecciones.

Detrás de esta idea innovadora está la bioquímica húngara Katalin Karikó, que durante años perseveró en la idea de usar ARN mensajero para conseguir fármacos para tratar enfermedades, e incluso vacunas para prevenirlas, sin demasiado éxito. Ahora la covid-19 la ha encumbrado y ya aparece en todas las quinielas del próximo Premio Nobel.

Más allá de las de ARN mensajero, hay otros tres tipos de vacunas contra el nuevo coronavirus. Las de Oxford/AstraZeneca y Janssen se sirven de un vector viral —un adenovirus modificado que se utiliza para introducir un fragmento del coronavirus en el núcleo de una célula— para presentar el nuevo coronavirus al sistema inmunitario. En el primer caso, un adenovirus desactivado de chimpancé es el vehículo que transporta parte del material genético del SARS-CoV-2 para que el cuerpo responda generando defensas. En el segundo, se trata de un adenovirus humano. 

El tercer tipo de vacunas utiliza una aproximación más clásica. Es el caso de las chinas Sinovac y Sinopharm, o la india de la compañía Bharat Biotech, que se basan en la versión atenuada o inactivada del virus para provocar la respuesta inmunitaria. Por último están las vacunas que utilizan una proteína del virus o un fragmento de esta, como la de Novavax, para que el organismo la reconozca como un patógeno extraño y genere una respuesta inmune. 

Esta diversidad en el mercado de vacunación dificulta la petición que, en medio de la pandemia, hacen más de un centenar de países: que se suspendan temporalmente las patentes para poder aumentar la producción de dosis y acelerar la inmunización de la población mundial. Esta reivindicación, liderada por Sudáfrica y la India —el mayor productor mundial de vacunas—, fue planteada el pasado octubre a la Organización Mundial del Comercio (OMC), pero ha sido rechazada en más de una ocasión. El bloqueo cuenta con la complicidad de los países de la Unión Europea, Reino Unido, Estados Unidos, Japón, Suiza y Australia, tal y como denuncian entidades como Médicos sin Fronteras. Al llamamiento para la suspensión temporal de patentes en las vacunas de la covid-19 se han unido 170 exmandatarios mundiales y premios Nobel, que han enviado una carta abierta a Joe Biden para que apoye esta iniciativa.

Instalaciones del complejo industrial en el que se encuentra la compañía BioNTech en Marburg, Alemania. Michael Probst / AP

WHERE: la distribución de las vacunas

Los países ricos acaparan más de la mitad de las vacunas disponibles contra la covid-19 a pesar de que en ellos solo vive un 14% de la población mundial, según el Centro de Innovación en Salud Global de la Universidad de Duke (EEUU). 

Canadá ha comprado dosis para vacunar hasta cinco veces a su población, mientras que Estados Unidos, Reino Unido y los países europeos han firmado acuerdos para tener dosis suficientes para cubrir más del doble de sus habitantes. Al ritmo de vacunación actual, las 92 economías más pobres del mundo no alcanzarán la protección del 60% de la población, como mínimo, hasta 2023.

El descaro de esta desigualdad pone de manifiesto que lo que salva vidas no son las vacunas, sino la vacunación. El proteccionismo de los países más ricos se olvida de que la pandemia de coronavirus es un problema de salud global. 

“No estaremos seguros hasta que no estemos todos seguros”, subrayaba el pasado marzo en el canal de Twitch de Revista 5W Rafael Vilasanjuan, director de análisis y desarrollo global del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal). La iniciativa COVAX, de la que Vilasanjuan forma parte a través de la Alianza para la Vacunación GAVI, busca cubrir el 20% de la población mundial gracias a la distribución de 2.000 millones de vacunas a los países de rentas más bajas a lo largo de este año.

De momento, COVAX ya ha distribuido vacunas a un centenar de economías desde que, a finales de febrero, empezó su distribución en Ghana con 600.000 dosis de Oxford/AstraZeneca, provenientes del Serum Institute (la India). En las zonas más remotas del país se usaron drones para repartir algunas de esas dosis.

La distribución, más allá de la producción de vacunas, es uno de los grandes retos de las estrategias de inmunización. Uno de los factores más delicados es conservar la cadena de frío. En el caso de Pfizer y Moderna, las dosis se deben conservar a temperaturas muy bajas, en congeladores de 80 grados centígrados bajo cero.

Además de Ghana, COVAX asegura haber repartido más de 38 millones de dosis a otros países como Senegal, Nigeria, Camboya y Filipinas. En América Latina, Colombia fue el primer país en recibir 117.000 vacunas gracias a esta iniciativa.

En este contexto, los países de renta media son los que lo tienen más complicado para conseguir dosis, a las que han accedido mediante otros ingenios. La India y Brasil se aseguraron dosis a cambio de poner a disposición de las farmacéuticas su capacidad de producción. Otros, como Perú o Chile, participaron en ensayos clínicos para poder disponer de vacunas para su población.

Un avión con dos millones de dosis de la vacuna de AstraZeneca/Oxford procedente de la India aterriza en la base aérea de Galeao, en Río de Janeiro, el 22 de enero de 2021. Ricardo Moraes/Reuters

WHY: la mejor estrategia contra las enfermedades infecciosas

Las vacunas son la mejor estrategia para prevenir enfermedades infecciosas y cortar las cadenas de transmisión. Hoy, la viruela es la única patología humana erradicada en el mundo gracias a la vacunación, un éxito que se consiguió en 1979. Edward Jenner diseñó la primera vacuna contra esta enfermedad, que en el siglo XIX era una de las principales causas de muerte. El médico tomó pus de la lesión de un ganadero afectado por la viruela bovina, una versión más leve que la enfermedad humana, y lo inyectó en un niño que desarrolló defensas contra el patógeno.

Hoy el experimento de aquel científico británico sería considerado poco ético, pero por aquel entonces supuso un punto de inflexión en la historia de las vacunas, que le deben el origen de su nombre a aquella vaca que inspiró la derrota de la viruela.

En el último libro-revista anual de 5W sobre salud, Thabani Maphosa, director de programas de GAVI, no se cansa de repetir que las vacunas son la intervención de salud pública más rentable que existe. 

El consorcio público-privado calcula haber inmunizado a más de 822 millones de niños en todo el mundo en los últimos veinte años. GAVI estima haber evitado más de 14 millones de muertes gracias a estos programas de vacunación, que incluyen la prevención de enfermedades como la poliomielitis, el sarampión y la fiebre amarilla.

Una multitud aguarda en fila para recibir la vacuna contra la viruela en el hospital Morrisania en el Bronx, Nueva York, el 14 de abril de 1947. AP

WHEN: ¿cuándo llegará el final de la pandemia?

La pregunta del millón es cuándo terminará esta crisis global de salud pública. A pesar de que las vacunas son clave para acabar con la fase aguda de la pandemia, estas no eliminarán al coronavirus por completo. 

Numerosos científicos consideran que acabaremos conviviendo con el SARS-CoV-2 de la misma forma que lo hacemos con otros virus respiratorios, como el de la gripe estacional y otros cuatro coronavirus que causan resfriado común. 

Una proyección publicada a principios de año en la revista Science auguraba que el coronavirus acabará circulando menos y causará síntomas menos graves que ahora. Esta predicción encaja en la lógica evolutiva de los virus, que para garantizar su supervivencia lo último que quieren es matar al huésped.

Pero para conocer el final de la pandemia, hay otros interrogantes que quedan por resolver. Por ejemplo, si las vacunas actuales también son capaces de frenar la transmisión del virus. Los ensayos clínicos hechos hasta ahora se diseñaron para comprobar si estas protegían de las formas más graves de la covid-19 y, por lo tanto, de morir por la enfermedad; no de cortar los contagios.

Otra de las cuestiones relevantes en el desenlace es la aparición de nuevas variantes que pueden complicar la inmunización de la población. Aunque los coronavirus muten menos que otros virus, ya han surgido nuevas formas más contagiosas que amenazan con complicar el panorama. La variante VOC-202012/01, identificada por primera vez en el sudeste de Inglaterra, o la 501Y.V2, en Sudáfrica, incluyen cambios genéticos que se han asociado con una mayor carga vírica y, por lo tanto, más capacidad de transmisión.

A principios de este mes, Maria Van Kerkhove, responsable de la gestión de la pandemia de la covid-19 en la Organización Mundial de la Salud (OMS), advertía en rueda de prensa de que las vacunas por sí solas no acabarán con esta pandemia. Según esta epidemióloga, la estrategia no se basa solo en las vacunas, sino en “las vacunas y…” todas las medidas incorporadas hace un año: mascarilla, distancia social, lavado de manos y ventilación.

Además de las ocho vacunas aprobadas contra el nuevo coronavirus, científicos de todo el mundo están desarrollando más de 200 candidatas que se encuentran en distintas fases de investigación, según los datos de la OMS. La mayoría todavía están en fases preclínicas, los experimentos en animales previos a los ensayos clínicos en humanos. Aunque estas cifras puedan parecer excesivas, lo cierto es que hará falta más de una vacuna para cubrir a una población mundial de 7.500 millones de personas. 

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