En el cementerio de Kranospilske, a 10 kilómetros de la ciudad de Dnipro, 15 ataúdes perfectamente colocados cuentan la historia de la guerra de Ucrania, cuya resolución negocian hoy Estados Unidos y Rusia sin la participación del país invadido.
Alrededor de los féretros hay dos filas de militares que observan cabizbajos, diez sacerdotes que ofician la misa y una orquesta militar que suele acompañar a los funerales de soldados caídos en combate. Al fondo, en una esquina, hay cinco personas vestidas con ropa oscura que se abrazan y lloran. Son el centro de atención aunque no estén en el centro de la ceremonia: son las familiares de Yevgen, uno de los caídos, que se acercan y depositan sobre el féretro flores azules y amarillas, los colores de la bandera ucraniana. Son la única familia presente.
Otro de los ataúdes está identificado con el nombre de Dmytro, pero nadie lo acompaña, quizá porque todavía no se ha podido localizar a los familiares. Los otros 13 son cuerpos todavía sin identificar. En sus lápidas se lee: “Defensor de Ucrania temporalmente desconocido”. Llevan un número de registro, la fecha de entrada en la morgue y la del entierro. Con el apoyo de organismos internacionales especializados, el Gobierno ucraniano intenta que esos cuerpos puedan ser enterrados con nombre algún día para que sus familias puedan darles la despedida merecida y cerrar el duelo tras meses, o incluso años, de incertidumbre insoportable.
Ahora, cuando comienzan unas supuestas negociaciones de paz a las que no se ha invitado aún al país ocupado, ¿alguien pondrá sobre la mesa las decenas de miles de personas desaparecidas en Ucrania?
En busca de los desaparecidos
En mayo de 2023 se abrió en Ucrania el Registro Único de Personas Desaparecidas bajo Circunstancias Especiales. Desde entonces se han registrado 62.948 desapariciones, tanto militares como civiles. Hasta febrero de 2025 se ha hallado el paradero o identificado el cadáver de 10.291 personas.
Las desapariciones corresponden a dos momentos bien definidos. Desde el inicio del conflicto en la región oriental del Donbás, en 2014, desaparecieron allí cerca de mil personas. La cifra se dispara hasta superar los 60.000 a partir del 24 de febrero de 2022, cuando Rusia lanzó su ofensiva a gran escala en Ucrania.
Estas cifras fueron anunciadas en febrero por Artur Dobroserdov, comisionado para Personas Desaparecidas en Circunstancias Especiales. Dobroserdov coordina el registro desde septiembre de 2023, cuando pasó a formar parte del Ministerio del Interior. Este órgano se encarga de centralizar todos los asuntos relacionados con los desaparecidos: coordina las búsquedas y el banco de datos genéticos, y está en constante comunicación con las familias y la oficina de intercambio de prisioneros para actualizar la información.
El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) forma a agentes de los principales cuerpos de seguridad del Estado encargados de recoger cadáveres en zonas de combate. Enfundado en un buzo de protección, Dobroserdov acude hoy como observador a una de estas sesiones. “Tenemos desaparecidos, tanto civiles como militares, desde el año 2014. Ahora se han disparado los números. Este es un problema que no acabará con el fin de la guerra. Tendremos que buscar a la gente durante años. Por lo tanto, una estructura así tiene que existir y tener todos los recursos a su disposición”.
La excavación tiene lugar bajo la mirada y las directrices de Luis Fonderbrider, antropólogo forense y fundador del Equipo Argentino de Antropología Forense, que se encuentra en el país impartiendo un curso, impulsado por el CICR, para mejorar los procesos de búsqueda e identificación de cadáveres.
“Han tardado un poco en abrir este registro, porque lo que sucede cuando hay una guerra es que las estructuras burocráticas del Estado no están preparadas”, dice Fonderbrider. “Lo importante es que el país se ha ido preparando para estas circunstancias, a pesar de tener miles de muertos”.
Una persona registrada como desaparecida puede estar muerta, encarcelada o incomunicada en territorio ruso o controlado por Rusia, como pasa con muchos de los menores desaparecidos. Por eso el trabajo de todos los organismos implicados en la búsqueda debe estar coordinado.
“Tenemos mecanismos para analizar las fuentes rusas de información abierta. Nuestra esperanza es que muchos de los desaparecidos estén presos. Hay muchas más personas de las que sabemos. Por supuesto, después de la guerra vamos a hacer que vuelvan todos y eso es algo con lo que estamos trabajando”, dice Dobroserdov.
Los miles de familiares que buscan a los suyos tienen esa misma esperanza.
Sin noticias del frente
Tres de los ocho hermanos de María se presentaron como voluntarios para alistarse en el Ejército al empezar la guerra. El menor, Zeus, desapareció en marzo de 2023.
—Era el hermano más tenaz. Era obrero y trabajaba en la construcción —dice Maria—. La última vez que lo vi fue en enero de 2023, cuando vino a visitar a nuestro padre, enfermo de cáncer. A las pocas semanas desapareció.
Zeus había combatido en Bajmut durante unos meses en 2015. Después del inicio de la invasión rusa de 2022, lo reclutaron de nuevo para regresar al mismo frente. A Maria le comunicaron oficialmente su desaparición el 13 de marzo de 2023, pero los compañeros dicen que el último día que lo vieron fue el 9 de marzo. Le contaron que lo habían desplegado en unas posiciones que fueron atacadas y que cuando fueron a buscar los cuerpos encontraron cuatro, pero ninguno de ellos era el de su hermano. Por eso Maria cree que su hermano puede estar preso.
Cuando un familiar denuncia una desaparición, se le toman muestras de ADN para comprobar si coinciden con alguno de los cuerpos que se recuperan. De momento, en el caso de Maria no ha sucedido.
Zeus vivía con su madre y con su sobrina de nueve años. Desde la desaparición, la madre se pasa el día rezando y mirando por la ventana con la esperanza de que algún día vuelva.
—No nos han devuelto sus pertenencias. Para mi madre sería muy importante tener algo de su hijo. Al final el Ejército le mandó una carta de agradecimiento. Mi madre la ha colgado en la pared. Le tranquiliza saber que su hijo desapareció luchando y con honor.
Como Zeus está oficialmente desaparecido, el hermano que estaba en el Ejército, Konstantin, ha podido abandonar el frente, tal y como está previsto legalmente. Toda la familia ha soñado desde marzo de 2023 con él, pero nadie lo ha visto muerto en esos sueños: por eso piensan que sigue vivo y que cuando acabe la guerra volverá.
También Lyudmyla, Konstantyn y Vasyl creen que su hermano, Oleg Timofeyev, es prisionero de guerra. Cuando Lyudmyla se enteró, a través del grupo de Whatsapp de los familiares, de que la brigada de su hermano había sufrido un ataque, llamó al capitán, quien le confirmó que su hermano había resultado herido en una pierna y que habían intentado rescatarlo sin éxito. Le dijeron que supieron a través de imágenes de dron que los rusos lo habían capturado. Lyudmyla pidió verlas.
—Lo reconocí por la ropa. Mi hermano salía el último porque estaba herido, le vi la cara, pero no tenemos ninguna confirmación oficial —dice Lyudmyla—. Hemos contactado con todas las instituciones que conocemos, pero no sabemos nada de él, solo nos ha llegado el aviso de desaparición.
Cuando un familiar desaparece, hasta que no se confirma su muerte o liberación, la familia sigue percibiendo su salario. En el caso de Oleg, lo recibe la madre.
—En nuestra brigada, la 115, hay muchas familias en la misma situación. Tenemos muchas preguntas e intentamos contactar con todas las instituciones, pero hay muchos silencios.
Lyudmyla cuenta que cuando más información reciben es durante los intercambios de presos entre Rusia y Ucrania.
—Siempre estamos deseando que haya intercambios para ver si alguno de los que vuelven ha visto a nuestros seres queridos.
Ante la falta de respuestas, han recurrido incluso a una vidente que les dijo que Oleg no está entre los muertos y que en unos meses habría un gran intercambio de presos gracias al cual sería liberado. Medio año después de aquella predicción, siguen sin tener noticias.
Sus dos hermanos han pedido abandonar el Ejército.
En la última conversación que tuvo Sergiy Volodymyr con su mujer, Valentyna Riabchanyuk, le dijo que aunque le tocaba descanso y hacía apenas tres días que había salido de la primera línea de frente, debía volver al combate. Era el 16 de abril de 2023. Le dijo que volvería a llamar en un par de días, pero esa llamada nunca llegó.
—Esperé su llamada hasta el día 20 de abril y, al no recibirla, llamé al comandante. Él fue quien me dijo que mi marido había fallecido en las trincheras junto a otras 17 personas.
El comandante le contó que habían mandado un dron y vieron que las posiciones que habían defendido estaban bajo control ruso.
—Les pregunté por el cadáver y me dijeron que no lo habían encontrado.
Al no tener el cuerpo de su marido, Valentyna sigue con la esperanza, igual que Maria y Lyudmyla, de que esté preso. Pero hasta hoy no ha recibido ninguna noticia.
—Estar en esta situación no es vivir, es solo existir.
Su marido tiene un hijo de una relación anterior, Artem, de 16 años. Es él quien ha dado las muestras de ADN para una futura identificación del cuerpo de su padre. Tanto Artem como Valentyna han necesitado ayuda psicológica para gestionar la ausencia de Sergiy.
Aliona, la hija de Valentyna, que convivió con Sergiy desde que era muy pequeña, es quien más está ayudando a su madre y a Artem a aceptar la situación. Ha metido a su madre en los grupos de WhatsApp de los familiares de la brigada 57.
—Mi hija me ha puesto en un grupo, y desde entonces estamos apoyándonos unos a otros. Vivimos como una familia, nos ayudamos, una persona sola no podría aguantarlo. Somos más de 1.000 personas relacionadas con la brigada 57 en el grupo. Entre nosotras hay familiares de desaparecidos, muertos y presos.
Hace unos meses desapareció también Volodymyr, hermano de Valentyna. No recuerda cuándo fue la última vez que habló con él, pero sí que su hermano se quejaba de que cada vez eran menos soldados y de que las condiciones en el frente eran cada vez más duras.
La gestión de los intercambios de presos
Cerca de las oficinas creadas para el Registro Único de Personas Desaparecidas en Circunstancias Especiales se encuentra otro órgano público, la Sede de Coordinación para el Tratamiento de Prisioneros de Guerra, creada en marzo de 2022. Cuando llegamos nos recibe uno de sus representantes, Petro Yatsenko. “Antes era periodista, como vosotras, pero me movilizaron a mediados del verano de 2022”.
En el edificio hay a diario decenas de familias que buscan respuestas. Hoy se reúnen con representantes de la Sede de Coordinación y miembros de los cuerpos de seguridad del Estado. A través de videoconferencia, aparece el comandante de la brigada a la que pertenecen los desaparecidos. ¿Qué pasó? ¿Dónde están sus cuerpos? ¿Los recuperaréis? ¿Cuál es la situación en el frente? Los portavoces intentan calmar a las familias, pero se las ve hartas de la falta de información, de tener respuestas ambiguas y de no saber qué hacer.
Lo que más preocupa a Petro Yatsenko es el bloqueo informativo ruso: “Como Rusia nunca comparte información oficial con nosotros, es muy difícil tener los nombres de las personas que se encuentran en sus prisiones. Por eso las registramos como desaparecidas hasta que podemos confirmar que están presas o que hemos encontrado el cuerpo”. Esta falta de información genera una incertidumbre mayor a las familias.
El hecho de que las familias estén unidas y organizadas ayuda mucho al intercambio de información en ambas direcciones. “Los familiares de una misma unidad militar tienen muchas preguntas en común. Siempre es mejor responderlas al grupo que de manera individual. Que estén unidas también nos ayuda a nosotros a recopilar información. Son capaces de obtener información de muchas fuentes”.
Las familias trabajan con organizaciones como el CICR, que tiene bajo su mandato ser el garante de los Convenios de Ginebra, que rige la situación de los prisioneros de guerra. El CICR creó en febrero de 2022 un órgano que tiene como objetivo prevenir las desapariciones y aliviar el sufrimiento de las familias que permanecen sin noticias de sus seres queridos. Se llama Agencia Central de Búsquedas (Central Tracing Agency, CTA, por sus siglas en inglés) para el Conflicto Armado Internacional entre la Federación de Rusia y Ucrania.
Andrés Rodriguez, coordinador forense del CICR en Ucrania, explica en las oficinas de la organización en Kiev que es necesaria una transmisión de información entre las partes utilizando el CTA. “Hay una obligación, de acuerdo con el derecho internacional, de proveer respuestas a las familias, clarificar si la persona está viva o muerta y proporcionar información de dónde está el cuerpo y en qué circunstancias murió. Pero nos encontramos con que el grado de acceso a la información es muy diferente entre las partes en conflicto”.
El CICR y la Sede de Coordinación colaboran en los intercambios de prisioneros. Hasta ahora ha habido 61, el último de ellos de 300 presos en febrero, aunque se siguen negociando más.
“El principal problema es que no podemos intercambiar soldados y oficiales rusos por civiles ucranianos, porque esto provocaría que los rusos capturasen a más civiles en los territorios temporalmente ocupados”. Cuando entrevistamos a Petro, en agosto de 2024, solo 161 civiles habían sido liberados, y no como parte de los intercambios sino de otras negociaciones. Desde la Sede de Coordinación están intentando buscar fórmulas creativas para intentar liberar a más civiles.
“Hace aproximadamente un año tuvimos una idea y pensamos que sería bueno intercambiar personas que fueron sentenciadas en Ucrania por colaborar con Rusia. Son personas que están condenadas a largas penas por crímenes de guerra o espiar para Rusia. Otra idea era intentar intercambiar monumentos rusos de la época soviética”.
En la web “Quiero ir con los míos” se publican los nombres, fotos e historial de todas las personas condenadas en Ucrania por colaborar con Rusia y que estarían dispuestas a formar parte de esos intercambios, junto a un contador con los días que llevan esperando para ser intercambiados.
Los 5 de Chernóbil
El 19 de marzo de 2022, con las tropas rusas acechando la zona en la que vivían, cinco hombres de entre 24 y 50 años —Denys Batrov, Anatoliy Nepomniaschy, Taras Pavlenko, Volodymyr Pavlenko y Oleskandr Kuchay— salieron de su pueblo, Prybirs’k, situado a 30 kilómetros de Chernóbil y que había quedado incomunicado. El objetivo era contactar con sus familiares. Nunca regresaron.
La madre de uno de ellos, Olena Kuchay, vive rodeada de gallinas, ocas y conejos: los únicos, dice, que la ayudan a sobrellevar la soledad. En la mesa de su casa hay pastillas y un aparato que mide la presión.
—Desde que Oleksandr se fue, mi salud ha empeorado —dice Olena, que sigue viviendo en Prybirsk’k.
Su marido —el padre del chico— murió de un derrame cerebral en diciembre de 2023.
—No sé cómo la gente es capaz de seguir yendo a las manifestaciones, yo ya no puedo salir —dice Olena—. El día 19 de marzo no había luz ni conexión en el pueblo. Aunque su padre le dijo muchas veces que no saliera, quería ir a llamar a su hermano mayor que está en Járkiv para preguntarle si estaban bien.
Por el camino se encontró con Taras y Volodymyr Pavlenko, dos hermanos del mismo pueblo que habían salido para llamar y buscar ropa a casa de la suegra de Volodymyr, pues su mujer estaba a un mes de dar a luz. Artem nació un mes después de la desaparición, pero todavía no conoce a su padre. Vive con la madre y sus abuelos paternos.
—Artem es quien nos mantiene vivos —dice Tetiana, la madre de los chicos y abuela del niño, mientras lo abraza y juega con él.
Según diferentes testimonios de la localidad de Hocheva, situada a 6 kilómetros de Prybisk’k, allí fue donde los detuvieron, los metieron en un camión y se los llevaron a la central nuclear de Chernóbil. Desde entonces nadie los ha vuelto a ver, pero las familias recibieron información sobre ellos el 5 de mayo de 2022.
—La primera noticia que nos llegó fue un mes y medio después de la desaparición, cuando salió uno de los prisioneros en el primer intercambio que se hizo. Confirmó que los 5 se encontraban en la colonia de Bryansk.
El preso liberado, Yuriy, llamó a la madre de Oleksandr y le contó todo lo que sabía. Era soldado y le dijo que había estado con los 5 chicos.
—Me contó también que mi hijo lo cuidó mucho en prisión porque estaba herido cuando lo cogieron.
Yuriy también explicó que durante el cautiverio le habían pegado y torturado. Según datos de la Sede de Coordinación, más del 90% de los presos que son liberados de las prisiones rusas afirman haber sido torturados.
—Los presos liberados memorizan mucha información de los otros reclusos para luego transmitirla a las familias: número de teléfono, nombres… Uno de ellos buscó a mi marido en Facebook y nos localizó, y otro memorizó mi número y al salir me llamó —cuenta Tetiana.
Ambas familias han recibido una carta de sus hijos desde sus respectivas cárceles en las que aseguran, de forma muy escueta, que se encuentran bien.
Las familias de civiles presos llevan reclamando desde el inicio que se les incluya en los intercambios y que aumente el pago que reciben. Olena y Tetiana han recibido un ingreso único anual de 100.000 grivnas, poco más de 2.000 euros. Ambas los han cambiado a dólares y los guardan para ayudar a sus hijos cuando sean liberados, porque no confían en el Estado.
—Cuando vuelvan necesitarán mucha ayuda para recuperarse. Artem también hará su parte —dice Tetiana.
Cuerpos sin identificar
“El sistema forense ucraniano es un sistema sólido, pero está sobrepasado. Nadie está preparado para que de la noche a la mañana le aparezcan miles de muertos”, decía Andrés Rodríguez, del CICR, un día antes de que viajáramos a Dnipro, una de las ciudades más cercanas al frente. Es un sistema, además, que tiene que responder no solo por las víctimas del conflicto y los desaparecidos, sino que debe continuar con su funcionamiento habitual. Durante el transcurso de la invasión rusa ha habido estructuras forenses que se han visto afectadas por bombardeos, profesionales que han sido reclutados y personas que han huido. “Lo que hacemos desde el CICR es tratar de llenar esos vacíos sin sustituir el sistema”.
Uno de los órganos que ha apoyado y ampliado el CICR es el Instituto de Medicina Legal de Dnipro. Su localización, cerca de la línea de frente, la convierte en uno de los puntos principales de recepción de cadáveres.
Al llegar, llaman la atención cuatro estructuras blancas, parecidas a un remolque de camión, colocadas junto al edificio principal. Son los refrigeradores donde se conservan los cadáveres. “Desde febrero de 2022 llegan cuerpos todos los días. No podemos dar la cifra exacta, pero hay alrededor de unos 50 cuerpos en cada refrigerador”, cuenta el doctor Valeriy Voichenko, director del Instituto de Medicina Legal en Dnipro.
La identificación visual es el primer paso, siempre y cuando sea posible intentarlo. “El problema aquí es que la mayoría de cuerpos que llegan han sufrido explosiones y llegan muy desfigurados”, dice el doctor Voichenko mientras entramos al lugar donde las familias intentan identificar cuerpos.
La sala está justo en la entrada del edificio. A un lado hay familias sentadas esperando a recoger cadáveres ya identificados; al otro, una pequeña sala en la que un investigador de 20 años, Vladyslav, va llamando a las familias para que identifiquen. Les pone frente a una pantalla de ordenador y les va mostrando las imágenes tomadas a los cadáveres. En el momento en que nosotras entramos hay una mujer junto a un hombre vestido de militar mirando a la pantalla del ordenador. El investigador comienza a enseñarle fotografías y, de repente, la mujer le para, le acerca el teléfono y le muestra un retrato. Mientras lo hace se le llenan los ojos de lágrimas y asiente con la cabeza, antes de pedir que le enseñen más fotos del cuerpo.
La mujer se llama Katerina, ha viajado a Dnipro junto a su cuñado y su hijo y acaba de identificar a su marido. Murió el 10 de agosto de 2024.
—El 11 me comunicaron que mi marido estaba desaparecido y el sábado 24 de agosto nos dijeron que probablemente su cuerpo se encontraba aquí.
Vladyslav la sostiene y la acompaña hasta que se sienta junto a su hijo Sashko, de 5 años.
—Empezaba ahora el colegio y su padre le iba a acompañar el primer día.
El investigador la mira pero no sabe muy bien qué decirle. Acaba de graduarse y este es su primer trabajo. Solo lleva tres meses trabajando junto a los familiares. “La parte más dura de mi trabajo es cuando ves a alguien reconociendo a su marido, a su hijo, a un padre… es un momento que todavía no se muy bien cómo debo gestionar”, dice Vladyslav.
Los cuerpos se mantienen en los refrigeradores hasta 12 meses. Si no son identificados durante ese periodo, se entierran en el cementerio de Kranospilske. Desde febrero de 2022 se hacen entierros múltiples todos los jueves. Pero que sean enterrados no significa que haya terminado el proceso de identificación. Muchas veces los cuerpos se identifican una vez enterrados. Cuando eso sucede, el cuerpo se exhuma para que las familias puedan hacer su entierro.
El precio del error es muy alto
Cerca del Instituto de Medicina Legal de Dnipro vive Yadviga Lozynska. Su hijo Andriy desapareció en agosto de 2014 en la batalla de Ilovaisk. Tenía 22 años. Las tropas ucranianas cayeron en una emboscada rusa. Los datos oficiales dicen que murieron 429 personas y 151 desaparecieron.
Unos días después de la emboscada, Yadviga recorrió todas las morgues buscando a su hijo, pero no lo encontró. Afirma que dos años más tarde le entregaron un cadáver diciéndole que era Andriy, pero luego se demostró que era el cuerpo de Kirilo, otro soldado que había luchado con Andriy. Años más tarde, en 2019, le mostraron los restos de un nuevo cadáver con el cual, según le decían, había coincidencia genética. Ella nunca lo aceptó.
—Me dieron una bolsa pequeña con un cadáver sin piernas. Les dije que no era mi hijo.
Desde entonces Yadviga dedica sus días a demostrar que el Estado está mintiendo. Está convencida de que su hijo está preso. No figura en el registro de personas desaparecidas y el Estado lo da por muerto, aunque Yadviga dice que nadie se lo comunicó y que nunca cobró.
Ha montado una organización con el nombre de Nadiya.
—Somos un centenar de personas que luchamos por encontrar a nuestros hijos, que no confiamos en las identificaciones que nos ha dado el Estado. Queremos que se reabran nuestros casos.
En el Instituto de Medicina Legal conocen el caso de Yadviga y afirman que se le han mostrado informes en los que coinciden el ADN, los datos genéticos y la prueba odontológica. Sin embargo, Yadviga sigue convencida de que mienten.
“Es uno de los casos más complicados que hemos tenido”, dice el jefe del departamento de criminalística del Instituto de Medicina Legal, Valeriy V’yun. “Hicimos una reunión con ella para contarle cómo había sido el proceso de identificación, pero ella nos dijo que cuando su hijo volviera vendría a escupirnos a la cara. Recuerdo a esta mujer perfectamente y ojalá venga con su hijo y le tenga que pedir perdón”.
Ella no se rinde y ha llevado el caso al Tribunal de la Haya. Está esperando los resultados de una nueva prueba de ADN.
Casos como el de Yadviga muestran la importancia de que Ucrania —como cualquier país en conflicto— tenga un sistema de búsqueda e identificación sólido y fiable. La confianza en el Estado es básica para que el proceso sea visto como legítimo por parte de los familiares de las personas desaparecidas. Tres años después de la invasión rusa y con el mundo pendiente de cómo transcurrirán las negociaciones de paz, será clave seguir destinando recursos a esta labor. Así lo cree Luis Fonderbrider, que ha trabajado en numerosos conflictos y posconflictos.
“Identificar un cuerpo significa comparar información, no pasa como en CSI, que en 24 horas se identifica a una persona. Es un proceso muy complejo. Además, muchas veces no obtenemos resultados, pero lo importante es que se intente con todos los procedimientos habituales y para poder llegar a un buen resultado es clave la confianza y la credibilidad que le otorguen los familiares, que tampoco siempre están en el país. Hay miles de ucranianos que perdieron sus seres queridos y que ya no viven en Ucrania porque están desplazados en Alemania, en Polonia, en Moldavia u otros países. No es tan fácil ubicarlos. Este proceso de identificar a las víctimas va a tomar décadas, lamentablemente, como pasó en Argentina, en España y en todos los lugares del mundo que tuvieron procesos de violencia interna y que a día de hoy siguen buscando a sus seres queridos”.
El proyecto Echoes of Abscence de la fotoperiodista Anna Surinyach y la periodista Olga Tarnovska ha recibido el apoyo de la Comisión Europea a través de la Red de Información sobre Europa del Este (n-ost).