Fotografía

Las huellas de la ocupación rusa

Esta radiografía muestra la dentadura de Ruslan (seudónimo para proteger su identidad), que sufrió torturas durante su cautiverio en territorio ocupado por Rusia. Ximena Borrazás

En su invasión de Ucrania, Rusia usa la violencia sexual como arma de guerra. Sobre todo contra los hombres.

En Ucrania, la guerra se libra —también— en los cuerpos de cientos de civiles. Cuerpos ultrajados, cuerpos que resisten, cuerpos humillados, cuerpos que tratan de sanar heridas que traspasan los límites de la piel.

Desde el inicio de la invasión rusa en febrero de 2022 se han documentado 484 casos de violencia sexual. El número real es mayor, pues la guerra sigue activa y la mayoría de violaciones se producen en los territorios ocupados por las fuerzas rusas, lo que complica el recuento. Comparada con otros conflictos, la cifra es relativamente baja: en el norte de Etiopía, por ejemplo, la guerra civil ha dejado al menos 120.000 víctimas de abusos sexuales. En Haití, donde las bandas armadas llevan tres años desatando el caos en el país, el número ronda los 4.000. En ambos casos, al igual que en la mayoría de ocasiones, mujeres y niñas son las principales víctimas de estos ataques.

En Ucrania, sin embargo, ocurre justo lo contrario. Cuando la fotógrafa Ximena Borrazás cruzó la frontera por primera vez a finales del año pasado no se encontró con el mismo escenario que en Tigray, donde decenas de mujeres se acercaban a ella con informes médicos en las manos que certificaban haber sido violadas. “Por desgracia, hemos normalizado que una mujer sea violada; pero un hombre, no”, dice Ximena. Las estadísticas son claras: de esos 484 casos en Ucrania, 350 son hombres, según Naciones Unidas.

“Al principio estaba muy sorprendida porque no es normal”, dice. “Comencé a hacerme muchas preguntas: ¿Por qué pasa esto? ¿Qué piensan las víctimas? ¿Qué quieren conseguir los rusos?”. Son preguntas que requieren una mirada larga, pero en el fondo sobrevuela un principio presente en cualquier conflicto: maltratar la carne para quebrar la mente.

En el último año y medio, Ximena ha viajado a los territorios donde se libra la guerra hasta en tres ocasiones para reunirse con supervivientes de violencia sexual. Esta es una selección de imágenes comentadas en primera persona que ofrecen una mirada directa a las cicatrices invisibles de la violencia.

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