Barricadas de paja contra el genocidio en Gaza

Del campo a la ciudad, las movilizaciones que han parado la Vuelta han servido para que la gente se sacuda la impotencia

Aunque Madrid y Bilbao hayan acaparado los titulares sobre las movilizaciones contra la participación del equipo Israel Premier-Tech en la Vuelta Ciclista a España, la protesta fue sembrada y cosechada fuera de las urbes, desde Figueres a Alalpardo.

Me encanta el eslogan de la revista en euskera ARGIA: “txikitik eragiten” (incidiendo desde lo pequeño). Y, sin embargo, se me suele olvidar. 

El pasado 3 de septiembre quería ir a Bilbao, pero la fatiga por la menstruación me llevó a quedarme en la protesta de mi pueblo, Larrabetzu, un municipio de 2000 habitantes con una larga trayectoria militante antifranquista e independentista.

Se dio la simbólica circunstancia de que la caravana ciclista llegaba a Larrabetzu desde Gernika. Sí, Gernika, que no olvida el horror de los bombardeos fascistas. De hecho, las protestas fueron convocadas por la iniciativa ciudadana Gernika-Palestina. 

Desperdigadas por el arcén, desplegamos las banderas que nos repartió el grupo de solidaridad con Palestina de Larrabetzu y nos desgañitamos al paso del intimidante despliegue policial y de la caravana ciclista: “Israel hiltzaile, Palestina askatu!” (¡Israel asesino, libertad para Palestina!). 

El ambiente era familiar, nadie invadió la carretera y, sin embargo, un ertzaina le arrancó la ikurriña a un vecino de 50 años y estética borroka acostumbrado a la represión policial arbitraria. Tras unos segundos de caos, rodeamos a los policías: “Si os lo lleváis a él nos tendréis que llevar a todas”, repetimos. Lo identificaron, pero conseguimos que se fueran. El más joven tenía la cara desencajada, no sé si de susto o de vergüenza. 

Nos enteramos por sus walkie-talkies de que, un kilómetro más arriba, habían identificado a otras 15 vecinas y vecinos por invadir la calzada y tirar fardos de paja para detener la carrera. Eso último lo vimos en el vídeo que compartieron en los grupos de whatsapp del pueblo, junto con la noticia de que la etapa se había cancelado a tres kilómetros de la meta en Bilbao.

Unas horas después llegó la emotiva carta del activista palestino Fouad Baker: “Queridos amigos vascos. (…) Les expresamos nuestra gratitud, al igual que nuestro compromiso: continuar la lucha conjunta por la libertad y la dignidad, y preservar este puente humano que construimos con ustedes en las calles de Bilbao”.

La emoción se transformó en ira cuando, a la mañana siguiente, leímos la portada de El Correo, el periódico más vendido de Bizkaia: “Una violenta protesta contra Israel revienta la etapa en Bilbao”. El redactor definió el acto de boicot como “final bochornoso para la gran fiesta del ciclismo de Bilbao”. 

Una de mis amigas de Larrabetzu, Alaia, estuvo en Bilbao. Compartimos la euforia de ser parte de ese grito colectivo (más atronador en la capital, pero igualmente catártico en nuestro pueblito), que nos había servido para sacudir la impotencia. “Antes intentaba no comprar ciertas marcas e ir a concentraciones, pero estaba anestesiada; no vivía el genocidio con el dolor con el que lo vivo ahora. Ahora afecta a mi felicidad, pero también siento que podemos hacer algo tangible, que nuestras protestas tienen impacto”, me dice. 

El alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, expresó su propio dolor: “Me duele en el alma la imagen repetida en todos los medios de un Bilbao, o mejor, de un grupito que no nos representa en ningún sentido”. Al igual que el consejero de Seguridad, Bingen Zupiria, nos caricaturizó como un grupito de incívicos que nos habíamos “cargado” (sic) la imagen de la ciudad y de Euskadi, y puso en duda que el objetivo de la acción fuera la solidaridad con Palestina. Dejó la literalidad a Ayuso, quien definió las protestas como kale borroka, y a Sylvan Adams, el propietario millonario del Israel Premier Tech, quien recordó la alianza entre ETA y la Organización para la Liberación Palestina en los años 60 y 70. El amigo de Netanyahu definió nuestra tierra como “una región conocida como bastión de activistas de extrema izquierda y separatistas a los que les gusta protestar”.

Desde el bastión en el que vivo, el de la landa borroka (lucha en el campo), doy fe: me gusta protestar contra el fascismo y contra la complicidad de un establishment político y mediático ante crímenes de lesa humanidad. Y no me representa un Gobierno vasco que acaba de renovar contrato con la empresa de origen israelí Attenti Electronic Monitoring para el control telemático de presos en Euskadi, sino Saioa Alkaiza, la bertsolari que acaba de renunciar a una beca literaria de 10.000 euros porque la patrocina CAF, la empresa vasca que construye infraestructuras ferroviarias en las colonias ilegales de Jerusalén Este. Porque, como nos escribió Baker, estamos demostrando que “la solidaridad no es un eslogan, sino una acción que sacude las ciudades, detiene las carreras y hace historia”.

June Fernández Casete (Bilbao, 1984) se estrenó como periodista en la redacción de El País en Euskadi. En 2010 confundó la revista feminista Pikara Magazine, de la que sigue siendo socia cooperativista. Actualmente es comunicadora autónoma y, además de en Pikara, publica en medios como ARGIA, 5W, El Salto, SModa (El País) o Ctxt.

Ha publicado, entre otros libros, las crónicas 10 ingobernables (Libros del K.O., 2016), la antología de periodismo feminista Abrir el melón (Libros del K.O., 2020) y el ensayo sobre la gestación por sustitución Sueños y vasijas (consonni, 2024).

Sus reportajes y entrevistas han sido reconocidos con distintos premios de periodismo, como el Manuel Castillo de la Universidad de Valencia, por la crónica «El pueblo nica prefiere reír que morir» publicada en el número Diversiones de 5W.

Aunque asentada en Euskal Herria, mantiene un fuerte vínculo con Centroamérica y con la izquierda crítica cubana.

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