Hace unos días, en la presentación del número 10 de la revista 5W en Barcelona, tuve la oportunidad de contar la historia del chef Poncho Martínez y su esposa, Odilia Romero, originarios de Oaxaca, México, y establecidos en la ciudad de Los Ángeles. Con trabajo y paciencia, Poncho ha construido un nombre preparando platillos que llevan consigo la historia y la sabiduría de las comunidades indígenas; durante más de dos décadas, Odilia ha trabajado en la defensa de los derechos lingüísticos de estas comunidades.
La de Poncho y Odilia es la historia de las manos y las almas que mueven a Estados Unidos, una historia que se repite en miles de ciudades, pueblos y barrios. En el país del cual hoy se habla con desprecio e indignación —en parte debido a la obsesiva cobertura mediática de cada palabra del presidente—, hay activistas, universidades, sindicatos, bibliotecas, estudiantes, incluso políticos, que hoy, como desde hace décadas, resisten y tejen redes para proteger a sus vecinos, a sus amigos, a la gente más vulnerable. Estas historias de amor y solidaridad no venden, no dan clics y no llegan a los titulares, pero son el verdadero rostro del diverso, pujante, tenaz pueblo estadounidense.
Hoy envío un mensaje de amor y gratitud al Estados Unidos que durante casi dos décadas cubrí como periodista y viví como ciudadana y vecina; a una comunidad que hoy más que nunca necesita ser vista, escuchada y arropada. Amor para los jóvenes indocumentados que por años han ayudado a otros como ellos sin dejarse vencer por el miedo; gratitud para las y los profesores universitarios que a diario confrontan al aparato académico blanco, machista y racista, para dar espacio y cobijo a estudiantes latinoamericanos, asiáticos, africanos, que buscan entender el mundo y explicarlo con mirada propia.
Amor para las y los bibliotecarios que, a riesgo de perder su empleo y estabilidad, denuncian la censura en nombre de quienes aún tienen mundos por descubrir en cada libro. Gratitud para quienes sostienen los servicios de salud reproductiva para las mujeres, una de las actividades de mayor riesgo en algunas zonas del país.
Amor para las y los periodistas que se enfrentan al poder para seguir contando las historias que importan —las historias que menciono en estas líneas— y mantienen vivos el valor y la esperanza. Gratitud para las y los representantes, alcaldes, concejales, que resisten dentro de las instituciones cooptadas por el cinismo —el lugar más difícil para resistir; gracias, congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez.
Amor para Lizbeth Mateo, abogada de inmigración que dos décadas después sigue siendo inspiración para otras jóvenes —y que sigue siendo indocumentada—; para Jessica Retis, la profe que resiste cantando chacareras con un coro en Arizona; para Maritza Félix, la periodista que vence la desinformación un cafecito a la vez. Gratitud para Bernie Sanders, que a sus 83 años recorre el país para recordarnos que la política puede seguir siendo el camino si la despojamos del cinismo y la devolvemos a la gente.
Declaro mi amor y gratitud al Estados Unidos que es el sitio en el que muchos hallamos un espacio seguro donde prosperar a pesar las décadas de discriminación y racismo; el lugar en el que, aun sin documentos, millones han encontrado un hogar y un trabajo para sostener a sus hijos, sus padres, a veces a comunidades enteras, vía remesas —realizando la tarea que los gobiernos de sus países han sido incapaces de hacer.
En ese país con 77 millones de personas que votaron por el actual presidente, hay más de 160 millones que no votaron por él; muchos de estos ciudadanos siguen trabajando con generosidad para construir un lugar mejor para todos. A ellos les debemos una mirada justa, que reconozca su capacidad de actuar, su inteligencia y su valor: hablemos de ellos, preguntemos por ellos, por sus historias, sus sueños y sus pequeñas victorias. Se lo debemos al Estados Unidos que muchas veces ha estado ahí para el resto del mundo también.
(Y a Poncho y Odilia: xquixhe pe laatu’, siempre).