Se nos rompió la compasión

La fragilidad de la solidaridad radica en que el punto de partida para hacer la conexión con el otro son nuestros propios intereses como individuos

Se nos están acumulando los muertos. Se nos están juntando los cadáveres de niños ensangrentados y cubiertos por algún polvo blanco, o tierra, o herrumbre, da lo mismo, hasta ocultarles el color de la piel. Se nos enciman los nombres de periodistas muertos, activistas muertos, médicos muertos, padres y madres, todos muertos. Se nos desborda el Twitter, el Instagram, el Facebook, con las fotos que se cuelan en el scrolling: una cena familiar, un niño gritando entre escombros, un gato con traje de conejo, un bombardeo que tiñe el cielo de rojo anaranjado, unos fuegos artificiales feliz 2024, una mujer rugiendo de dolor ante un cadáver, todo en la misma pantalla que ya no nos provoca nada, bueno, tal vez un poquito; qué mal anda todo, apaga y a cenar.

¿Cuándo se nos rompió la capacidad de sentir pena por el otro, de compadecernos, de indignarnos con las vísceras y actuar?

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Periodista mexicana especializada en migración, política y derechos humanos. Por casi dos décadas vivió en Estados Unidos, desde donde escribió para medios como The Washington Post, Vice, El Faro y Gatopardo. Es autora de varios libros, el más reciente El muro que ya existe. Las puertas cerradas de Estados Unidos (HarperCollins, 2019). Es directora de contenido del Congreso Internacional de Periodismo de Migraciones, que se celebra anualmente en España, y profesora del Máster de Periodismo Literario y del programa Study Abroad en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), ciudad en la que vive.
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