El hedor a basura aumenta con el calor estos días. Los contenedores se desbordan y los gatos pelean por los restos que acaban esparcidos frente a la entrada de la estación. El suelo es liso y negro, casi aceitoso, con el aspecto de haber sido asfaltado, debido a las innumerables pisadas sobre el líquido en descomposición que empapa la arena. Es el centro de El Cairo pero podría ser Omdurman, en Jartum. Recuerdo que Mohamed pintaba con acuarelas, en una infinita gama de azules, esa estación donde la muerte reemplazaba los carros con frutas que solía colorear en rojos, verdes y amarillos antes de huir. El joven artista inauguró su primera exposición poco antes de aquel 15 de abril de 2023 en el que las Fuerzas de Acción Rápida y el Ejército se enzarzaran en la pugna que ha llevado a Sudán al colapso. Alrededor de 13 millones de personas han tenido que huir de sus hogares, incluidos 8,6 millones de desplazados internos y casi 4 millones a países vecinos. Mohamed se fue de Egipto a Estados Unidos hará medio año.
Tanto en esa estación improvisada del centro de El Cairo como en los alrededores sembrados de agencias con horarios empapelando los cristales, aguardan decenas de sudaneses con bultos. La vida les cabe en una bolsa de rafia, en tres maletas, en media docena de bolsas reforzadas con cuerdas. Hasta un millón y medio se han refugiado en Egipto, como hizo Mohamed, según la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur). Pero desde enero, al menos 123.000 lo han abandonado, casi la mitad solo en el mes de abril, el doble que el anterior, según datos de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM). El avance del Ejército sudanés y la liberación de algunas zonas les anima a regresar, pero ¿a donde? Jartum no es seguro. Vuelven a un país en guerra, sin servicios, sin seguridad, encontrando muerte y destrucción a su paso. ¿Por qué?
El olor, el ruido, los árboles. Cada persona echa de menos un detalle, o todos. Para Mohamed eran los colores de las calles que recorría en Jartum cada día, lo que le asaltaba en mitad de la noche y hacía que se le saltaran las lágrimas. Pero otros encuentran razones más o menos prosaicas, según se mire. Desde que empezó el retorno de refugiados las agencias inmobiliarias egipcias han visto sus beneficios disminuir. El precio de la vivienda, según sus datos, había aumentado un 500%. Además, una nueva ley de asilo, aprobada en diciembre de 2024 con la intención de equiparar Egipto con los estándares y mejores prácticas internacionales, ha despertado las quejas de la sociedad civil, que denuncia mayor vulnerabilidad para los refugiados sudaneses. Sobre el papel, tienen derecho a acceder a atención médica, educación… pero en la práctica su realidad es otra. Muchos han llegado al país irregularmente. Dejan atrás vejaciones, el robo de bienes y documentación, el asesinato de sus seres queridos. Al llegar afrontan detenciones y deportaciones, según denuncian los abogados que les asisten. Se convierten en el último eslabón de una cadena muy larga. El más vulnerable.
En el último año no dejo de oír a políticos hablar de la importancia de Egipto en el control migratorio. Y mientras el número de sudaneses que retorna sigue aumentando pienso en dos cosas: en la lista de Bruselas en la que Egipto aparece como “país seguro” a la hora de devolver a sus lugares de origen a las personas migrantes en situación irregular, y en una canción que recuerdo en la voz quebrada de Chavela Vargas, Las simples cosas: “Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”. Perderlo todo y huir. Perderlo todo y volver.