Flores secas en Jartum

La guerra está deteriorando la situación humanitaria en Sudán. Pero muchos problemas ya venían de antes.

Flores secas en Jartum
Manifestantes marchan en Jartum el 31 de julio de 2022 durante una protesta contra el régimen militar tras el último golpe de Estado. Mohamed Nureldin Abdallah / Reuters

Es una de las peores guerras de 2023. 

En abril empezó el conflicto en Sudán. Enfrentados por el poder, dos generales, Abdel Fatah al Burhan, al mando de las Fuerzas Armadas Sudanesas, y Mohamed Dagalo, conocido como Hemedti, líder de las Fuerzas de Acción rápida (RSF), destruyeron la capital y avivaron conflictos dormidos en regiones periféricas como Darfur, donde los muertos se cuentan por centenares. Al menos 2,8 millones de personas han abandonado sus hogares; 644.861 son ya refugiados en países vecinos, según la OIM. Egipto ha acogido casi a la mitad de ellos, aunque desde el 10 de junio les exige obtener visados, algo que antes solo necesitaban los varones de entre 16 y 50 años.

En los cafés de El Cairo y los barrios que ya acogían a población sudanesa se nota el cambio. En este pequeño Jartum, el joven Rahiem Shadad, que antes de la guerra dirigía su propia galería de arte, observa a sus sobrinos de 2 y 7 años y a su hermana Niema, embarazada de ocho meses, recién llegados de la capital sudanesa. Aún en shock y preocupada por los que quedan atrás, Niema relata noches sin dormir, bombardeos y disparos. El terror de los pequeños, los muertos y su hogar saqueado y ahora ocupado por combatientes. La vida que empiezan por la fuerza no se parece en nada a la que dejan atrás. “Pensé que lo entendía, que sabía por lo que estaban pasando mis amigos refugiados de otros países”, dice Rahiem. “Claramente me equivocaba”.

Le cambia la cara de repente. Primero es contrariedad, o quizá estupor. Después, apenas por un segundo, reflexión: busca con los enormes ojos oscuros una respuesta en el aire que no termina de encontrar. Su mirada zigzaguea en la nada y, poco a poco, se empaña. Sin embargo, las lágrimas no llegan a caer. Se quedan ahí, sobre las pestañas, a punto de desbordarse, como cuando al llenar un vaso hasta el borde sabemos que una sola gota o el más mínimo balanceo harán que se derrame. Es entonces cuando parece que Rahiem Shadad ha encontrado la respuesta que buscaba. Fija la mirada, se muerde el labio inferior y una sola lágrima hace el viaje sin retorno hasta donde comienza su barba rala. El desasosiego y la tristeza la acompañan. “La galería iba bien…”, dice el joven sudanés hablando para sí mismo. “Nunca recibimos dinero de nadie. ¡Creamos sostenibilidad en Sudán!”.

Ese llanto contenido que finalmente se desborda y el viaje sin retorno de esa lágrima representan lo que ha ocurrido con Rahiem Shadad y el propio Sudán en los últimos meses. El enfrentamiento entre Burhan y Hemedti, sin visos de terminar a corto plazo tras la ruptura del enésimo alto el fuego, amenaza con sesgar por completo el desarrollo de un país rico en recursos (tierra fértil, oro y minerales) y pobre en democracia cuando se multiplicaban las posibilidades para desplegar su potencial. La guerra ha causado un éxodo que la ONU calcula podría sobrepasar el millón de personas en octubre, y deja a Sudán y sus planes de futuro en suspenso. También convierte la región en un polvorín en el que países como Egipto, Etiopía Libia o incluso Rusia podrían verse involucrados.

Rahiem Shadad, cofundador de la galería Downtown en Jartum, coloca varias piezas de arte en el espacio que ha alquilado en El Cairo. Fatma Fahmy / Reuters

Hace un mes, mientras el Banco de Desarrollo Africano mantenía su cumbre anual en Egipto y se firmaban acuerdos y memorandos, las miradas se posaban en Sudán. El conflicto no solo pone en riesgo la estabilidad regional, sino también sus planes de desarrollo. Entre reuniones, Mohamed Bashar, subsecretario de Planificación Económica sudanés, mantenía un rostro apesadumbrado y confesaba que el conflicto echará por tierra un “ambicioso programa” de desarrollo agrícola que querían lanzar antes de la guerra y que era “una buena oportunidad para Sudán por la necesidad mundial de garantizar la seguridad alimentaria”.

“No hay desarrollo en un contexto de conflicto”, me explicaba Mamadou Biteye, secretario ejecutivo de una agencia de la Unión Africana, la African Capacity Building Foundation, dedicada al desarrollo y la capacitación de líderes locales que favorezcan mejores políticas en el continente: “[El conflicto] interrumpe operaciones, desplaza poblaciones y conduce a la pérdida de avances importantes que se hayan obtenido”.

Coincidía con él un alto cargo del Gobierno etíope que incidía en los riesgos para todos los países vecinos de que la inestabilidad continúe. Sudán y Etiopía, junto a Egipto, llevan años intentando llegar a un acuerdo sobre la gestión del flujo de agua del Nilo tras la construcción de la Gran Presa del Renacimiento etíope (GERD en sus siglas en inglés). La presa permitiría a Sudán controlar las crecidas del río y aprovechar tierras agrícolas que favorecerían su desarrollo económico y social, como argumentaba el responsable de Planificación Económica, Mohamed Bashar. En enero el primer ministro etíope se reunió con Burhan en Jartum. Mientras, Hemedti visitaba Eritrea.

Muchos responsables políticos fuera de Sudán muestran su preocupación por hacia dónde se inclinará ahora la balanza y qué alianzas se forjarán. El líder de las RSF ha mantenido estrechos vínculos con Rusia, interesada en establecer una base en el puerto sudanés del Mar Rojo, y visitó Moscú al poco de iniciarse la invasión de Ucrania. Hemedti estaría recibiendo armamento a cambio de la ayuda que las milicias que comanda prestan a los mercenarios de Wagner en una planta de procesado de oro 400 kilómetros al norte de la capital sudanesa. Este es uno de esos escenarios de África donde tampoco está claro qué efectos tendrá sobre el terreno la rebelión en Rusia y posterior exilio del líder del grupo Wagner, Yevgueni Prigozhin. 

Las sanciones económicas por parte de Estados Unidos para intentar acabar con el enfrentamiento no se han hecho esperar. Al tiempo que Burhan se retiraba de la mesa de diálogo a principios de junio, el presidente estadounidense, Joe Biden, imponía restricciones financieras contra los “responsables de amenazar la paz, la seguridad y la estabilidad de Sudán; socavar la transición democrática de Sudán; usar la violencia contra los civiles, o cometer graves abusos contra los derechos humanos”. Entre las empresas afectadas está la principal fábrica que suministra armas a las Fuerzas Armadas sudanesas y otras pertenecientes al entorno de Hemedti.

En mitad de un conflicto que se ramifica, las esperanzas sudanesas, a pequeña y gran escala, se ven truncadas una vez más. Mamadou Biteye aclara que gran parte de los conflictos regionales se producen por la desigualdad, y que favorecer el empleo y empoderar a los jóvenes africanos ayuda a estabilizar su situación y generar sostenibilidad a largo plazo. Pero ¿cómo lograrlo en un contexto continuado de enfrentamiento y sanciones económicas? 

El general Mohamed Dagalo, líder de las RSF, saluda a sus seguidores durante su llegada a una reunión en la localidad de Aprag, a 60 kilómetros de Jartum, en junio de 2019. Umit Bektas / Reuters
El jefe del Ejército de Sudán, Abdel Fatah al Burhan (en el centro), levanta su puño tras la firma en diciembre de 2022 del acuerdo que buscaba poner fin a la crisis causada por el golpe de Estado perpetrado un año antes. Marwan / AP

Aquella frase suspendida en el aire del joven galerista sudanés —“Creamos sostenibilidad en Sudán”— cobra más sentido con esa perspectiva. Rahiem, de 28 años, dirigía Downtown, una galería en Jartum en la que artistas jóvenes o ya consagrados mostraban una imagen distinta y personal de un país empeñado en abrirse al mundo tras 30 años de dictadura. La esperanza y el deseo de libertad canalizado a través de las obras son algunas de las cosas que destaca el galerista. Los artistas abandonaban los lugares comunes para convertir sus obras en algo mucho más cercano y personal después de la represión, censura e imposiciones religiosas reinantes durante la dictadura de Omar al Bashir. En 2019, cuando se inauguró Downtown al calor de la revolución, las posibilidades eran infinitas: el genocida abandonaba el poder y un gobierno civil le reemplazaría pronto. Los militares, sin embargo, tenían otros planes.

En 2021 Burhan dio un golpe de Estado junto a su ahora enemigo, Hemedti. El golpe se produjo después de meses de tensiones y protestas en el país, donde grupos militares y civiles habían compartido el poder en una inestable coalición de transición, llamada Consejo Soberano. Las tropas de Hemedti participaron en la represión de dichas protestas. Tras la desaparición forzosa del primer ministro, Abdala Hamdok, en octubre, su posterior reinstauración en el cargo después de la presión internacional y finalmente su dimisión en enero de 2022, Burhan quedó al frente del Consejo. Hasta el Banco Mundial había manifestado que, bajo el liderazgo de Hamdok y el gobierno de transición de Sudán, el país se estaba embarcando en un nuevo camino que permitiría “consolidar la paz, desbloquear el potencial productivo del país y consolidar el sector privado” gracias a las reformas que se estaban aplicando. Reconocían que se trataba de una oportunidad “única en una generación” para que Sudán trazase vías “para salir de la fragilidad, el conflicto y la violencia”.

Un hombre camina ante columnas de humo causadas por un bombardeo aéreo en Jartum en medio de los enfrentamientos entre el Ejército y las RSF. 1 de mayo de 2023. Mohamed Nureldin Abdallah / Reuters

Dos años después del golpe, cuando debían convocar elecciones, ambos generales han vuelto a convertir el país en un campo de batalla en el que miden sus fuerzas dinamitando esas vías. Siguen la estela de Omar al Bashir, un tirano que instrumentalizó los conflictos sudaneses para perpetuarse en el poder. Mantuvo al país inmerso en guerras civiles que dejaron heridas profundas que aún no han cicatrizado y podrían empeorar con la inestabilidad actual.

En Darfur, en el oeste, desde donde estos días llegan noticias de poblados enteros incendiados, de cientos de asesinatos y violaciones, el régimen se encargó de avivar las tensiones por la tierra, particularmente entre las tribus árabes y no árabes, matando al menos a 300.000 personas y causando 3 millones de desplazados internos, según Naciones Unidas. Desde abril se han producido otros 670.000. Perpetraron dicho genocidio las milicias janjaweed, germen de las RSF de Hemedti. Bashir usaba las fuerzas paramilitares para contrarrestar el poder del Ejército y prevenir una asonada militar. En 2009 y 2010 el fiscal jefe de la Corte Penal Internacional emitió sendas órdenes de arresto contra él por cargos de genocidio y crímenes de guerra relacionados con Darfur, pero en 2014 tuvo que suspender el caso por falta de apoyo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

También en otras regiones, como las Montañas Nuba (Kordofán) y las Montañas Ingessana (Nilo Azul), el régimen siguió matando. En Sudán del Sur, que ahora recibe a los que escapan del horror de Jartum, Bashir perpetró idénticas masacres en un intento de evitar su separación del resto del país. Pero en 2011 Sudán del Sur se independizó quedándose con la gran mayoría de los recursos petrolíferos, en torno al 75%. Aquel mismo año, el de la Primavera Árabe en países vecinos, Transparencia Internacional clasificó a Sudán en el puesto 177 de 183 en su Índice de Percepción de la Corrupción. La secesión de Sudán del Sur provocó una grave crisis económica, en la que convergían los derroches de Bashir en el propio conflicto y la pérdida de los ingresos del crudo, que representaban más de la mitad de los beneficios del Gobierno de Sudán y el 95 % de sus exportaciones.

Además, dio lugar a una crisis humanitaria que generó una gran población de refugiados y desplazados internos. Sudán se convirtió en país de origen, destino y tránsito para la migración, incluidos los refugiados y solicitantes de asilo que utilizan la ruta migratoria a través de Libia hacia Europa. El país albergaba antes del conflicto a 800.000 refugiados  sursudaneses y 330.000 refugiados y solicitantes de asilo de Eritrea, Siria, Etiopía, República Centroafricana, Chad y Yemen, además de los mencionados 3 millones de desplazados internos del conflicto en Darfur, según Acnur. En 2022, el número de sudaneses que habían huido a otros países para escapar de la violencia ascendía a 822.825. 

Un grupo de ciudadanos sudaneses que se habían quedado bloqueados en Arabia Saudí a causa del conflicto llega al aeropuerto de Port Sudan (noreste de Sudán) el 11 de mayo de 2023. Amr Nabil / AP

De poco sirvió que a finales de 2017 el Gobierno de Donald Trump retirara, por primera vez en dos décadas, algunas de las sanciones impuestas a Sudán. La economía seguía deteriorándose y en noviembre de 2018 la inflación rozaba el 70%. En 2019 llegaron las protestas. Fue el fin de Bashir y el inicio de una transición en la que jóvenes como Rahiem se permitían soñar y participaban del cambio político abriendo nuevas vías de negocio. “Logramos tener exposiciones regularmente, a veces hasta dos al mes, y generar beneficios”. El galerista hace recuento de cifras y planes de futuro ahora interrumpidos. Dos días antes de empezar los enfrentamientos en Jartum mandó a Portugal una colección de obras para la inauguración de Disturbance in the Nile (Perturbación en el Nilo). Un viaje por el arte de Sudán, desde la época moderna a la contemporánea, que se verá también en Madrid y París.

“Ahora el título parece tan apropiado…”, reflexiona. El resto de obras están ahora atrapadas en la capital sudanesa, igual que la mayoría de los artistas que las hicieron. El capital más valioso de Sudán, sus jóvenes (el 60% de la población tiene menos de 25 años), se ve forzado a huir de sus hogares… o del país. “En la galería tengo este pequeño rincón, con una veranda, donde paso horas sentado regando las macetas. Acababa de plantar flores…”, explica Rahiem sonriendo pero sin poder contener las lágrimas. “La galería era mi hogar. Significaba mucho para mucha gente, y ahora no tengo ni idea de qué voy a hacer. No sé hacer otra cosa, mi forma de luchar en esta revolución es con mi trabajo”. Vuelve a buscar la respuesta en el aire y al final el estupor gana nuevamente la partida: “Es la primera vez que lloro por esta maldita guerra y es por mis flores secándose y muertas en Jartum. No tiene sentido. Nada de esto lo tiene”.

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