La caravana refugiada choca contra el muro

Edu Ponces

Crónica fotográfica de la caravana que hizo historia cruzando México y que ahora languidece en Tijuana

La caravana refugiada está muriendo lentamente tras chocar contra el muro que separa México de Estados Unidos. Arrancó en octubre desde Honduras, avanzó hacia el norte y miles de personas —la cifra varió según el momento— lograron cruzar México hasta llegar a la emblemática ciudad fronteriza de Tijuana. ¿Cuál es la situación actual? 

“La caravana, como plan, ha fracasado”, dice el fotoperiodista Edu Ponces, que acaba de volver de Tijuana. “La caravana tenía la pretensión de entrar en Estados Unidos y de que los migrantes fueran recibidos y acogidos como refugiados. Pero ahora la solución colectiva se ha acabado”.

También ha habido conquistas. Ponces, cofundador del colectivo Ruido Photo que ha cubierto en varias ocasiones este corredor migratorio, recuerda que los centroamericanos han atravesado México de forma segura, algo prácticamente insólito hasta ahora. “El principal problema que afrontaban en esta ruta era la violencia en el tránsito, las vulneraciones de los derechos humanos; la persecución de las autoridades mexicanas y del crimen organizado, los secuestros, las violaciones, los robos, las extorsiones”.

A través de las siguientes fotografías comentadas, Ponces explica la situación en Tijuana y describe el ambiente que vivió, que resume en esta frase: “Había mucha frustración, porque dentro de la propia caravana se forjó la fantasía de que Estados Unidos los recibiría. No ha sido así”. 

El pasado lunes día 24, un niño guatemalteco de ocho años murió bajo custodia estadounidense tras haber cruzado la frontera. 

Este es el muro en Playas de Tijuana, en las afueras de Tijuana. El 10 de diciembre hubo una manifestación de congregaciones religiosas en San Diego, al otro lado de la frontera, en Estados Unidos, que pedía un trato digno para los refugiados y que fueran acogidos. Había unas doscientas personas. La guardia fronteriza de Estados Unidos les impidió llegar al muro y detuvo a unas veinte personas. En el lado mexicano, un grupo de curiosos, periodistas y activistas observaban la escena.

 

Tras la llegada de unas 10.000 personas a Tijuana en la caravana (ahora hay muchas menos), y al comprobar que Estados Unidos no permitiría su entrada, mucha gente optó por quedarse en México o incluso volver a sus países. Pero hubo algunos que decidieron seguir intentándolo.

Este grupo de hondureños, que viajó en la caravana durante los últimos dos meses desde su origen en Honduras, ha decidido cruzar el muro para entregarse a las autoridades estadounidenses e intentar pedir el asilo. Nadie sabe lo que pasará, porque en noviembre el Gobierno de Estados Unidos anunció reglas que daban la potestad a Donald Trump para negar el asilo a cualquier migrante que cruzara la frontera de forma irregular.

Aunque la caravana ha sido una de las puntas de lanza en la última campaña electoral de Trump y ha aparecido en muchos medios de comunicación, su simbolismo es mayor que su volumen. No hay cifras oficiales, pero las estimaciones que se hacen a partir del número de deportaciones desde México dicen que cada año decenas de miles de personas intentan cruzar esta ruta. Hay más personas que lo intentan fuera de la caravana que en la propia caravana.

Cada día se excavaban túneles y agujeros en el muro a la altura de Tijuana. Y cada día los funcionarios estadounidenses al otro lado los tapaban. Aquí hay una niña que está cruzando con su peluche. La pequeña iba con el grupo de la fotografía anterior. Cuando pasaron al otro lado, un agente de la guardia fronteriza de Estados Unidos les apuntó con un arma y los amenazó. Les dijo que estaban cometiendo un grave delito entrando en Estados Unidos y que tendrían que asumir las consecuencias legales. Los amedrentó. Y el grupo decidió volver atrás. Fue prácticamente una devolución en caliente: su amenaza hizo que se asustaran. La mayoría de migrantes, una vez llegan a Estados Unidos, normalmente se entregan de inmediato a las autoridades. Pero al cruzar y ver un hombre con un arma que los amenazaba, se echaron atrás.

15 de diciembre. Varios grupos de activistas organizaron en el muro una posada, que es una celebración navideña muy común en México. Una posada binacional: personas en Estados Unidos y en México separadas por el muro. Son familias que viven a ambos lados de la frontera. Este hombre tiene a su mujer en Estados Unidos y está esperando que aparezca para verla, aunque sea a lo lejos y con hormigón y alambre de espino de por medio.

Miembros de la guardia fronteriza de Estados Unidos con trajes antidisturbios. Estaban a la espera de que llegara la manifestación organizada por las congregaciones religiosas de Estados Unidos que describo en la primera fotografía. Cuando hice la foto, me llamó la atención que había uno del grupo que era un gigante. Habían colocado una alambrada adicional en la parte de Estados Unidos para evitar que la gente se acercara a la frontera y se manifestara. Saqué lo foto obviamente desde la parte mexicana, en un lugar donde el muro es en realidad una reja.

Hacer fotografías de la guardia fronteriza estadounidense desde el lado mexicano es, en cierto sentido, una suerte para el fotógrafo. Hacer lo mismo en el lado estadounidense supondría casi seguro un arresto. Los agentes se sienten incómodos ante las cámaras, pero obviamente no pueden hacer nada con los que están al otro lado de la frontera.

En uno de sus gestos populistas, Trump llegó a anunciar el envío de 5.000 soldados a la frontera. Yo no vi apoyo de cuerpos militares a la patrulla fronteriza, que es la que habitualmente está desplegada en la frontera, aunque sí una tanqueta y movimientos de coches con hombres vestidos de civiles.

 

Esto es ya suelo estadounidense. Había un grupo de hondureños con un niño pequeño que había saltado el muro y que seguía avanzando. Lo que se ve al frente no es la frontera, sino una barrera adicional en suelo de Estados Unidos. A esa altura, aunque no se aprecie en la fotografía, hay una carretera que el grupo seguirá hasta encontrarse con la guardia fronteriza y entregarse.

El grupo es de San Pedro Sula, considerada la ciudad más peligrosa del mundo entre 2012 y 2015. Y es además del barrio Chamelecón, uno de los más violentos de San Pedro Sula. Vienen del infierno, de la guerra no declarada entre las pandillas, los grupos vinculados al narcotráfico y las fuerzas de seguridad en Honduras. Encajaban con el perfil de hondureño que está huyendo de la violencia.

 

Esta foto la tomé desde un punto elevado de la frontera mexicana. Es el mismo grupo de antes: esta es la escena siguiente. Era el momento en que se entregaban; los estaban arrestando. Ahora los meterán en una patrulla, los trasladarán a un centro de la guardia fronteriza y ellos intentarán iniciar el proceso legal para solicitar el asilo.

Este proceso ha sido muy polémico, sobre todo cuando el año pasado se supo que familias con niños habían sido separadas. Durante las últimas semanas corrían rumores en los albergues de Tijuana de que los jueces estaban decretando prisión con fianza mientras se resolvía la solicitud de asilo. Los migrantes eran puestos en libertad, aunque con grilletes electrónicos. Es algo común en las rutas migratorias: los rumores se mezclan con la verdad; las autoridades lo saben y juegan a eso. Al final, es difícil saber qué está pasando.  

 

Este es el albergue de El Barretal, situado en un recinto para conciertos de música grupera en el este de Tijuana. El Gobierno de Baja California trasladó aquí a buena parte de los refugiados de la caravana. Se habilitó después de que unas lluvias torrenciales hicieran inhabitable el albergue original, que estaba en otro lugar de la ciudad, en la Unidad Deportiva Benito Juárez.

En este nuevo recinto recibían la ayuda de agencias de la ONU. Había mucha gente tramitando desde aquí su residencia legal o permisos de trabajo en México. Incluso había personas que iniciaban el (improbable) proceso de solicitud de asilo en Estados Unidos. De alguna forma, creo que este es el lugar que define la situación actual: la mayoría de la gente no va a pasar, se queda aquí. En un lugar, en este caso, que no molesta a nadie, que está en las afueras de Tijuana. Nadie los ve; ellos no ven a nadie. En el recinto había unas 2.000 o 3.000 personas.

 

Este es otro sector del mismo albergue. El hombre que aparece en la fotografía se llama Rigoberto Alvarenga y es del municipio de Suchitoto, uno de los más turísticos de El Salvador. La caravana refugiada nació en Honduras pero en El Salvador se apuntaron dos caravanas más. La salvadoreña es la segunda nacionalidad más importante en la caravana, solo por detrás de la hondureña.

Rigoberto iba con un hijo, una nuera, una hija y un nieto. Estaban integrados en un grupo de varias familias. En total, eran dieciséis personas que decidieron partir desde El Salvador y unirse a la caravana. Vieron la oportunidad de cruzar México de forma segura. Esto era algo decisivo, sobre todo teniendo en cuenta que viajaban con niños pequeños. Rigoberto ha decidido quedarse a trabajar en Tijuana. No quiere arriesgarse a cruzar la frontera y entregarse a las autoridades. La mayoría de las personas que he conocido en la frontera no tenía demasiada información sobre lo que debían o podían hacer. Había algunos que incluso preguntaban si una vez en el otro lado les iban a golpear o a disparar.

 

Una tienda de campaña en medio de la calle. Cuando la Unidad Deportiva Benito Juárez, en la que originalmente se instalaron las miles de personas que formaban parte de la caravana, quedó inhabilitada, hubo gente que no se quiso ir. Hubo un grupo que se negó a ir al albergue de El Barretal porque tenía la sensación de que los estaban alejando del muro. Decidieron quedarse en las calles aledañas al albergue original, en un barrio que se llama Zona Norte de Tijuana, a pocos metros del muro fronterizo. En parte, tenían razón.

La presión de buscar una solución cuando están en medio de la ciudad, como es el caso de la fotografía, no tiene nada que ver con cuando están en un recinto como el de las imágenes anteriores, donde no molestan a nadie. Este grupo era consciente de ello. La policía amenazó con desalojarlos.

Dos mujeres y dos niños duermen entre mantas en la zona destinada para familias del albergue de El Barretal. Una de las características fundamentales de la caravana ha sido la gran cantidad de familias, mujeres y niños que había, muchos más de lo que habitualmente se ven en la ruta. Al ir todos juntos, han encontrado una forma de cruzar México de forma segura. Creo que ese es uno de los grandes éxitos de la caravana.

Tomé la fotografía a primera hora de la mañana desde un balcón elevado del recinto, que está diseñado para celebrar conciertos. Un día después llegaron las agencias de la ONU y los periodistas ya no podíamos entrar salvo que nos acreditáramos y recibiéramos el permiso, que normalmente no era de más de dos horas al día.

Un grupo de niños monta un árbol de Navidad en un almacén del barrio de la Zona Norte de Tijuana. Antes contaba que muchos migrantes se negaron a irse al otro albergue situado en las afueras, porque querían estar cerca del muro. Algunos resistieron en la calle. Como medida intermedia, las autoridades mexicanas les ofrecieron almacenes como este, porque así al menos podían sacarlos de las calles.

El árbol es el símbolo obvio de que van a pasar las fiestas aquí. Los Gobiernos de Estados Unidos y México asumen que esta gente se quedará durante meses bloqueada en Tijuana. La alternativa pasa por la regularización en México y la búsqueda de trabajo allí. Ninguno de los dos Gobiernos, evidentemente, les va a ayudar a cruzar el muro.

Kenys Adonay tiene 25 años y es del departamento de Ocotepeque, en Honduras. Esta es una de las escenas que se me han quedado más grabadas en la mente durante esta cobertura. Cuando lo vi a lo lejos, con capucha, me puse en alerta: pensé que había que tener cuidado con él. Se fue acercando a mí. Tuve miedo. Pero me di cuenta de que quien tenía miedo de verdad era él. Estaba frente al muro, en Tijuana. Había viajado hasta allí con un amigo, pero ahora se había quedado solo. Según me contó, él y su amigo se habían unido a otro grupo de hondureños y él se quedó rezagado. Asumía que todos habían cruzado. Ahora él no sabía qué hacer. Lo veía dudar. ¿Cruzo o no? Tras horas de torturarse a sí mismo, Kenys decidió volver al albergue. Al día siguiente lo volví a ver y se había unido a otro grupo de jóvenes. Intentaba buscar el valor para intentar, esta vez sí, cruzar el muro.

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