“Pensaba que la generación Z vivía en sus teléfonos móviles. Que estaban en sus pequeñas burbujas sin preocuparse de nada más. Pero lo que vi en la protesta [del 8 de septiembre] fue algo completamente distinto. Estaban bien despiertos y levantando la voz contra la corrupción política del país como nunca nadie lo había hecho. Demostraron que realmente les importa el país”, dice Prashan Poudyal, uno de los jóvenes que participó en las históricas protestas en Nepal que hicieron caer al Gobierno.
La gente joven en un país con el perfil demográfico de Nepal, típico del Sur de Asia, es un actor de primera magnitud: un 43% de la población tiene entre 18 y 35 años. Pero nadie esperaba lo que pasó. Prashan nació en 1997 y se siente orgulloso de la generación Z, a la que pertenece, aunque él sea de los mayores, porque esta generación incluye a los nacidos desde ese mismo año hasta 2010-12. Son, en todo caso, jóvenes a los que se puede considerar nativos digitales. De ahí que las redes sociales desempeñaran un papel tan determinante antes, durante y después de la segunda semana de septiembre de 2025, la más convulsa de la historia reciente de Nepal.
La prohibición de varias redes sociales por parte del Gobierno fue la chispa que encendió unas protestas históricas que acabarían con violencia y con la dimisión del primer ministro. Para organizarse en las calles, de forma cívica, fueron clave precisamente las redes sociales. TikTok, Instagram y Facebook sirvieron a la juventud nepalí para compartir su frustración ante la ineficacia de un Gobierno y una élite política que se enriquecía mientras la realidad de la población era cada vez más precaria y desigual.
¿Cómo creció esta rabia en el circuito digital? ¿Se pueden extraer lecciones para el resto del mundo?
“Especialmente a partir del 1 de septiembre, muchos jóvenes empezaron a hablar sobre cómo les había afectado toda esta situación a nivel personal”, recuerda la abogada y activista ambiental Tanuja Pandey. En aquel momento ya se habían viralizado una serie de videos con la etiqueta “nepobabies”, que mostraban a los hijos de los políticos rodeados de lujos, lo cual desató una gran ola de indignación. “Cuando finalmente tuvimos que ver cómo las familias de los políticos corruptos vivían sus lujosas vidas, nos hartamos y empezamos a hablar”, corroboran los creadores de contenido Nimesh Shrestha y Barsha Chettri. Aquellos vídeos viralizaron la rabia colectiva.
A partir de ahí empezó a gestarse la protesta que se llevó a cabo el 8 de septiembre, concretamente a través de la plataforma Discord, donde miles de jóvenes interactuaban en grupos con nombres como “Jóvenes Contra la Corrupción”. El hecho de que en esta plataforma no haya límite de participantes, comenta Pandey, facilita que miles de personas puedan interactuar al mismo tiempo en un chat. En su caso, el grupo en el que participó era mayoritariamente de nepalíes que vivían en el extranjero. La diáspora es enorme: el 14% de la población nepalí trabaja fuera del país y al menos 1 de cada 3 hogares se sustenta gracias a las remesas.
A la pareja de influencers, en cambio, la añadieron a un grupo junto a otros perfiles mediáticos para que hablaran públicamente a favor de la causa. En ese momento ya se había fijado una fecha para salir a la calle a alzar la voz. “Teniendo tantos seguidores, tuvimos claro que debíamos hablar, era nuestra responsabilidad. Pero insistimos en que la protesta debía ser pacífica, como la que había protagonizado el colectivo de profesores durante el mes de abril”.
Shrestha y Chettri dicen que “todo el mundo” estaba de acuerdo en que así es como tenía que ser. Lo que se comentaba en aquellos chats se retransmitía en directo a través de Youtube y Facebook, para que otras generaciones pudieran ser partícipes de lo que estaba pasando. Pese a que la impulsora fue la llamada generación Z, el movimiento pronto se convirtió en transversal.
“De camino a la protesta, los dependientes de los negocios me iban animando, del mismo modo que también conté con el apoyo de mis padres. Sentí que todo el mundo estaba mentalmente con nosotros, aunque fuéramos los jóvenes los que salimos a la calle”, recuerda Aayush Basyal, activista con formación en administración pública y profesor de nepalí.
Al ser una generación pegada al móvil, durante la protesta muchos fueron informando de lo que iba sucediendo en tiempo real. Al principio los vídeos eran de gente cantando, jugando, bailando y marchando de forma pacífica. Pero entonces muchas de las manifestantes, como Pandey, empezaron a ver que “algunos impostores” se unían a la protesta y recurrieron a las redes para informar de ello y aconsejar al resto de participantes que se fueran a casa. Poco después empezaron los choques con las fuerzas de seguridad, que acabaron con la vida de 19 manifestantes.
“El Gobierno mató a nuestros amigos solo por estar en la calle. El cambio no debe costar ninguna vida”, dice Pandey, que todavía se siente culpable por haber pedido a la gente que se uniera a la protesta. Coincide con él Nimesh Shrestha, que además de creador de contenido es cineasta: “Lo que pasó el 9 de septiembre fue el resultado de lo que hicieron el día anterior. El Gobierno mató a nuestros jóvenes. Trató de silenciarnos con armas. ¿Qué clase de democracia es esta?”
Barsha Chettri, su compañera, sigue sin dar crédito a que dispararan a bocajarro contra estudiantes en uniforme. “Deberían haber usado balas de goma en vez de munición real”, lamentan ambos.
Mientras tanto, Prashan Poudyal, que trabaja como guía de trekking y se unió al grito Z contra el Gobierno, sigue dando las gracias por estar vivo. “Estaba justo ahí cuando empezaron los disparos, vi cómo algunas personas a mi alrededor recibían tiros en las piernas. Me siento muy afortunado y también triste por los que perdieron la vida. Lo que hizo el Gobierno es terrible, pero tengo fe en que pronto pagará las consecuencias”. El Gobierno acabaría cayendo, pero además después se crearía una comisión independiente para investigar los hechos y señalar a los responsables.
Un grito nacional
Tras la euforia de las protestas, llegó la consternación a causa de la violencia. De la mezcla de ambas cosas surgió algo parecido a una revolución. “La primera vez que vi a todo el pueblo involucrado y consternado por una misma causa fue cuando hubo el terremoto, en 2015. La segunda fue aquella semana, especialmente cuando la cifra de muertos empezó a subir. Ahí todo el mundo se sentía herido”, dice Aayush. Al menos 75 personas habían perdido la vida y más de 2.350 habían resultado heridas.
“Después de los disparos, todo el mundo, cada comunidad, cada área rural se movilizó y se concentró ante los edificios gubernamentales de su zona para expresar su rabia. Ahí fue cuando el resto de generaciones, como la X y la Y, se dieron cuenta de que el cambio político era necesario y que también estaba en sus manos hacerlo posible”, añade Shreshta.
Hubo acciones pacíficas pero también vandalismo. Turbas incendiaron el Parlamento y otros edificios gubernamentales, así como las residencias de diversos líderes políticos y edificios privados como algunos de la cadena de supermercados Bhat-Bhateni o el Hotel Hilton. El segundo día de altercados se selló con la dimisión del entonces primer ministro, K. P. Sharma Oli, y otros miembros del gabinete, lo cual llevó al Ejército a tomar el control e imponer el toque de queda.
“La gente suele tener muy mala impresión del Ejército, pero esa vez desempeñó un papel crucial a la hora de equilibrar las cosas y tratar de desencallar la situación”, opina el activista Aayush Basyal. Los militares trataron de establecer un diálogo con la generación Z para resolver la situación de manera conjunta. La abogada Tanuja Pandey fue una de las jóvenes que estuvo presente durante aquellas inusuales negociaciones. “Lo primero que pedimos fue un despliegue del Ejército para restablecer el orden; estábamos asustados con lo que estaba sucediendo, había demasiado caos. Pero dejamos bien claro que no queríamos ningún golpe de Estado. El movimiento que habíamos empezado era para lograr una democracia mejor, para eso y para nada más. Dijimos que queríamos un gobierno del pueblo. Propusimos que alguien de la sociedad civil fuera designado primer ministro de forma temporal hasta las elecciones, pero teníamos claro que queríamos convocar elecciones para formar un nuevo Gobierno”
Y así fue.
Para ello, el papel de las redes fue, de nuevo, fundamental. Por primera vez en la historia de un país se eligió a la nueva primera ministra en funciones a través de la plataforma digital Discord. Desde entonces, la expresidenta del Tribunal Supremo Sushila Karki está al frente del país. “Es un gobierno accidental, nada de esto estaba previsto, no estábamos preparados, pero necesitábamos a alguien que ocupara ese vacío y que fuera lo bastante sensible como para hacerse cargo de la situación”, dice Pandey. Por eso eligieron a Karki y la convirtieron en la primera mujer en presidir Nepal.
La gran mayoría lo celebró, pero la situación política sigue siendo volátil. “Ahora mismo el Gobierno no es estable. Por fin tenemos un buen gabinete formado por buenos ministros que han demostrado ser expertos en sus correspondientes materias. Por primera vez tenemos a la gente correcta en el lugar correcto”, dice el influencer Shreshta, que confía en el Gobierno actual y en su capacidad para resolver la situación de la mejor manera. “Al menos, por fin hemos logrado romper el juego de las sillas musicales con el que tres de los antiguos partidos llevaban años turnándose el cargo de primer ministro”. El influencer se refiere a los líderes del Partido Comunista (Marxista-Leninista Unificado), K.P. Sharma Oli, del Partido Comunista (Centro-Maoísta), Pushpa Kamal, y del Congreso Nepalí, Sher Bahadur Deuba, que iban rotando en el poder desde el 2015.
El hecho de que Karki no fuera elegida por la vía constitucional ha servido para que el ex primer ministro K.P. Sharma Oli y sus simpatizantes traten de boicotear el actual Gobierno y las próximas elecciones. “Intentan dividir a la generación Z creando una narrativa falsa para desestabilizar el Gobierno actual”, lamentan algunos de estos jóvenes.
Aunque los seguidores del primer ministro y el resto de sectores que se oponen a este movimiento exageren sus quejas, el marco democrático de estos cambios políticos sigue siendo al menos confuso. Por eso, para jóvenes como Pandey es importante que las elecciones se celebren en el plazo establecido: “Como ciudadanos de este país, tenemos la responsabilidad moral de apoyar las próximas elecciones y formar un gobierno de manera democrática”.
Toda una generación al límite
Como en otras partes del mundo, una de las principales demandas de la generación Z es construir un sistema político funcional que dé cobertura a los servicios básicos y donde los derechos queden blindados no solo en el papel, sino en la práctica.
“No tenemos ninguna fantasía utópica, tan solo queremos un lugar donde podamos, más que vivir, prosperar. Algo que ha sido realmente difícil hasta ahora”, lamenta Pandey.
¿Qué es más prioritario? ¿Educación, salud o justicia social? “Lo queremos todo, y para tenerlo todo necesitamos a una persona en el poder empática y sensible, que en lugar de tener hambre de poder tenga ganas de cambiar las cosas y se centre en las personas. Tan solo queremos un país donde la gente no tenga que pagar un extra para conseguir su pasaporte en el Departamento de Inmigración, que no tenga que irse al extranjero para encontrar trabajo, que no tenga que hacer largas colas para acceder a un sistema de salud precario”.
Pandey habla con conocimiento de causa cuando se refiere al sistema sanitario. Hace tres años le diagnosticaron un tumor cerebral y tuvo que mudarse a la India para recibir tratamiento. Para financiar ese tratamiento, y pese a que sus padres disponían de ahorros y pudieron vender algunas tierras, su hermana tuvo además que irse a vivir a Australia, porque el trabajo que tenía como fisioterapeuta en uno de los mejores hospitales de Katmandú no alcanzaba para cubrirlo. La activista ambiental es consciente de su privilegio de clase.
“Muy poca gente en Nepal puede hacer esto. Decidí mudarme a Delhi, con todos los gastos que eso implica, porque mi país no es capaz de ofrecernos un sistema sanitario de calidad por culpa de la corrupción”.
El sistema sanitario no es lo único que empuja a la gente a salir de Nepal. La falta de oportunidades laborales es otro de los grandes problemas. “Alrededor del 90% de mis amigos se ha ido del país en busca de trabajo, y el 10% que sigue aquí también se plantea la opción de marcharse”, dice el activista Aayush Basyal, que siempre va a despedirlos al aeropuerto, porque vive justo al lado.
El ingeniero informático Prashan Poudyal también es de los que se niega a abandonar el país. Por eso trabaja como guía de trekking pese a tener la formación y las habilidades necesarias para dedicarse a la ingeniería. El problema es que no encuentra trabajo y, si lo encuentra, el sueldo es de 20.000 rupias al mes (122 euros al cambio), insuficiente para vivir en una ciudad como Katmandú.
La lista continúa. “Seguimos sin tener carreteras en buen estado. Cada año una partida presupuestaria se destina a la construcción de carreteras, pero los partidos políticos contratan a compañías que las empiezan a construir tarde, durante la época del monzón, lo que les lleva a dejar el proyecto a medias, y al final acaban esperando al siguiente año para recibir más dinero. Es un tema de comisiones. Además, usan materiales de mala calidad para forzar a que año tras año se repita la misma historia”, dice un indignado Prashan.
Pero no es solo cuestión de mejorar los servicios y las infraestructuras. Shreshta y Chettri dejan claro que también exigen “políticos con experiencia y transparencia, y que no haya interferencias en el sistema judicial ni en el comité de investigación”.
Nepal es un país inestable en una región inestable, donde la única democracia casi ininterrumpida, con todos sus inmensos problemas pero aún con ciertas garantías, es la India. Bangladesh, Pakistán o Sri Lanka llevan décadas de vaivenes políticos, golpes de Estado, revoluciones e incluso conflictos. Nepal también sufrió una guerra y vivió un proceso político complejo. Tras diez años de guerra civil con la guerrilla maoísta enfrentada al Ejército nacional, se abrió un proceso de paz y constituyente que desembocó en el establecimiento de la República en 2008, tras casi 240 años de monarquía. Desde entonces, Nepal ha tenido 14 gobiernos y ninguno ha sido capaz de aguantar un mandato de cinco años ni de cumplir con las expectativas de prosperidad y estabilización que se habían creado tras la llegada de la paz.
El país, según la abogada Pandey, cuenta con buenas leyes. “Falla su aplicación”, sentencia. “Al fin y al cabo, la política funciona mano a mano con la burocracia, y en este país tenemos una burocracia completamente disfuncional”, completa Basyal.
De la revolución a las urnas
Todas las miradas están puestas ahora en marzo, cuando el país está llamado a elegir un nuevo Parlamento y un nuevo Gobierno. ¿Qué pasará en este periodo con el movimiento juvenil?
Hay algo que hace especial y a la vez débil este movimiento Z en Nepal: no tiene líderes. “Se están formando varios partidos, lo que supone una división, cuando lo ideal sería que se creara un buen partido al que todos pudiéramos votar. El hecho de que no sea así podría dar ventaja a los partidos tradicionales”, teme Prashan Poudyal. Esta sensación de incertidumbre ante la fragmentación que hay dentro de la propia generación Z es compartida por todas las personas con las que hemos hablado para escribir este reportaje.
Lejos del mundanal ruido, las zonas rurales también desempeñarán un papel fundamental con vistas a las próximas elecciones. Poudyal lo sabe bien: gracias a su trabajo como guía de trekking ha viajado por todo el país pasando por pueblos remotos y no tan remotos. Ahí es donde ha podido ver que en las aldeas siguen teniendo mucha influencia los partidos tradicionales. “La gente ha nacido allí viendo a esos partidos, no saben que algo distinto a lo que conocen es posible, de modo que es muy difícil que voten a una nueva formación”. Eso sin tener en cuenta que en algunas zonas rurales sigue siendo común la compra de votos, asevera el influencer Shresta.
Pero lo que podría contrarrestar todo esto es el novedoso sistema de voto a distancia que está intentando desarrollar el Gobierno actual para que, por primera vez en la historia del país, pueda votar toda la ciudadanía en la diáspora. “Si esto no sucede será muy triste, porque hay demasiada gente en el extranjero, y en buena parte gracias a ellos y a sus remesas se sustenta el Estado. Tienen todo el derecho a votar”, dice Shresta.
La esperanza de toda una generación recaerá sobre las urnas el 5 de marzo de 2026, fecha para la cual están previstos, de momento, los comicios. ¿Volverá la rueda a girar como antes? ¿O habrá servido para algo su protesta convertida en revolución?