En esta jungla en la que se ha convertido el “orden internacional”, con Estados Unidos presidido por un narcisista autoritario, Israel cometiendo un genocidio con absoluta impunidad y los tiranos del planeta envalentonados, Europa podría ser un halo de esperanza. Un referente moral. Un muro contra el fanatismo y la deriva imperialista que ha contagiado a Washington, Moscú o Pekín. Los líderes europeos, de forma cobarde e inexplicable, han renunciado a ejercer ese papel.
El resultado de esa dejación es un mundo cada vez más caótico y vulnerable a los abusos, donde los débiles están desprotegidos y los fuertes se sienten impunes. Es el resultado natural cuando ninguna acción tiene consecuencias y los crímenes son escondidos bajo la alfombra del deeply concerned (“profundamente preocupados”), el eufemismo con el que nuestros dirigentes limpian su conciencia. Y, sin embargo, podría hacerse mucho si hubiera un mínimo de voluntad.
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