Una década perdida en Estados Unidos

Han pasado diez años desde que Trump descubrió que podía apoderarse del Partido Republicano y reventar la política estadounidense desde adentro. Mucho de lo que se ha perdido será difícilmente recuperable.

El 16 de junio de 2015 Donald Trump bajaba por la escalera eléctrica dorada de su edificio en Nueva York, con la canción “Rockin’ in the free world” de Neil Young de fondo, para anunciar que buscaría la presidencia de Estados Unidos. Sin embargo, la posibilidad real de que Trump se convirtiera en candidato del Partido Republicano empezó a tomar forma tres meses después, tras el debate de precandidatos del 16 de septiembre de 2015.

Durante aquel segundo debate del Partido Republicano rumbo a la elección presidencial de 2016 —el primero se había celebrado semanas atrás, el 6 de agosto—, Trump envió un mensaje contundente que el sitio informativo Vox sintetizó en un titular: “Donald Trump vs. everyone” (Donald Trump contra todos). De pie frente al avión Air Force One, la pieza icónica de la Biblioteca Presidencial Ronald Reagan, y estratégicamente colocado al centro de los once aspirantes a la candidatura, Trump lanzó ataques contra los otros diez y de casi todos recibió respuesta, haciendo que el debate girara en torno a él. Los análisis del día siguiente lo presentaban como “un reto” para el partido y le daban más del 25% de la intención de voto; para diciembre quedaban solo cuatro aspirantes viables y 40% de los votantes republicanos favorecía a Trump.

Mucho se ha escrito sobre lo que permitió que alguien que lanzaba frases como “la gente está cansada de la gente amable” o “el sueño americano está muerto” ganara la candidatura del partido conservador —incluido el rol de los medios tradicionales en el incremento de su popularidad—. Exactamente diez años después, el Partido Republicano ha dejado de tener una identidad propia para convertirse en “el partido de Trump”; el Partido Demócrata carece de liderazgo y propuesta, y el sistema de checks and balances, los contrapesos en el poder que hicieron Estados Unidos un referente de las democracias modernas, se tambalea con cada orden ejecutiva y cada amenaza lanzada desde la Casa Blanca contra jueces y congresistas.

Es posible que en las elecciones de 2028, o incluso en las intermedias de 2026, los votantes estadounidenses muevan la balanza; basta recordar que en la elección presidencial de 2024 la diferencia entre la candidata demócrata (Kamala Harris) y Trump fue de dos millones de votos, y que 90 millones de votantes registrados no fueron a las urnas. En el caso de la Cámara de Representantes, los republicanos ganaron 220 escaños y los demócratas, 215; la diferencia fueron cinco de un total de 435. El problema es que, incluso si la aritmética electoral deja de favorecer a los republicanos —es decir, a Trump—, el daño ya está hecho: hay una capa de deterioro y retroceso en materia de derechos civiles y protección a la diversidad racial, étnica, sexual, de género, religiosa y cultural que será difícil revertir.

Los programas de diversidad, equidad e inclusión (DIE, por sus siglas en inglés), creados para fortalecer la representación de comunidades minoritarias y hoy desaparecidos del ámbito federal —los 350 millones de dólares recortados a los servicios de educación para minorías raciales y étnicas, o la restricción del uso de conceptos como “antirracismo” o “teoría de género”, por mencionar algunos ejemplos— no serán mágicamente restituidos con un cambio de administración. Tampoco ocurrirá con los cambios en Medicaid que han dejado a más de once millones de personas sin cobertura médica, ni con los 30.000 puestos de trabajo eliminados en el Departamento de Atención a Veteranos, ni con los 5.000 millones de dólares recortados a la Fundación Nacional para las Ciencias.

Cada dólar, cada programa, cada beneficio para las personas vulnerables en Estados Unidos ha sido ganado tras décadas de lucha, activismo y cabildeo político, desde el movimiento feminista que dio a las mujeres el derecho al voto y a la maternidad deseada, hasta el movimiento por los derechos civiles que terminó con la segregación y la ciudadanía de segunda. En muchas de estas batallas, un paso atrás representa volver al punto de partida. En el caso de la salud mental y la estabilidad emocional, para las comunidades que en los últimos meses han vivido en zozobra por una posible redada o deportación —aun si estas no ocurren—, los efectos permanecerán ahí por mucho tiempo, con efectos que aún están por verse.

Trump transformó al Partido Republicano en una extensión institucional de su ambición política y personal, y el compás moral del propio partido, precariamente sostenido hasta hace poco por hombres como el senador John McCain, fue cediendo a lo largo de estos diez años hasta convertirse en una caricatura de sus principios fundadores. Esto, sumado a un Partido Demócrata incapaz de atender los problemas de la gente a pie calle y de construir alternativas para la población más joven —sus votantes naturales—, han hecho de Estados Unidos una parodia de sí mismo. En septiembre de 2015 Donald Trump se lanzó contra todos; diez años después, sigue ganando.

Periodista mexicana especializada en migración, política y derechos humanos. Por casi dos décadas vivió en Estados Unidos, desde donde escribió para medios como The Washington Post, Vice, El Faro y Gatopardo. Es autora de varios libros, el más reciente El muro que ya existe. Las puertas cerradas de Estados Unidos (HarperCollins, 2019). Es directora de contenido del Congreso Internacional de Periodismo de Migraciones, que se celebra anualmente en España, y profesora del Máster de Periodismo Literario y del programa Study Abroad en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), ciudad en la que vive.

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