“Daniel Ortega tiene que ver con todo lo que yo soy hoy en día”.
El presidente de Nicaragua está constantemente presente en los pensamientos de Juan Daniel Treminio (Sébaco, 1994). Él y su Gobierno son los responsables del desmembramiento de su familia, dispersa por la geografía americana; él y su Gobierno son los responsables de destrozar su pasión, ejercer el periodismo libremente en su país; él y su Gobierno son los responsables de sus dos exilios.
En 2017, un año antes de que en Nicaragua estallasen una serie de protestas multitudinarias que terminaron pidiendo la dimisión de Ortega, Treminio cofundó Coyuntura, un medio digital desde el que investigar la corrupción, la represión, la censura y la violencia del régimen. Antes había dirigido varios programas en Radio Corporación, la emisora nacional. Allí comenzó a recibir las primeras amenazas de muerte, que más tarde lo obligarían a huir. En su primera etapa en el exilio colaboró con Revista Cultura Libre y Managua Furiosa, en Honduras. Pero la violencia del país centroamericano volvió a forzar su huida en 2021. Desde entonces vive en Barcelona gracias al programa Escritor Acogido del PEN Català.
El periodismo que ejerce Treminio solo se entiende desde la vocación por comprender este mundo y contarlo para que pueda progresar, pero conseguirlo en Nicaragua es imposible. En los últimos años Daniel Ortega, que suma su cuarto mandato consecutivo, ha endurecido su campaña contra la libertad de prensa: los periódicos impresos han dejado de existir, mientras que un cambio legislativo aprobado en 2020 ha permitido al régimen aumentar más si cabe su presión sobre los periodistas, los cuales se han convertido en víctimas sistemáticas de amenazas, acoso, violencia y encarcelamientos por parte de los aparatos del Estado.
En el momento de publicar esta entrevista quedan solo cuatro meses para que termine su estancia en Barcelona. Si nada cambia, tendrá que irse de nuevo. En este contexto de inestabilidad, hablamos con él sobre la dificultad de ejercer el periodismo en Nicaragua y los retos que supone la vida en el exilio.
Cuando se habla de periodismo amenazado en América Latina, a menudo se dirige la mirada hacia el narcotráfico o las empresas extractivistas. ¿Dónde hay que poner el foco cuando hablamos de Nicaragua?
Te diría que en los gobiernos locales de cada localidad, en cada departamento y, por encima de todo eso, en el Gobierno de Daniel Ortega. El régimen tiene controlada cada esquina del país, sus tentáculos se extienden cuadra a cuadra, no se puede hacer nada sin su autorización. No sé cómo definir al Frente Sandinista porque es un partido político dirigido por una familia, que a su vez tiene el control total del país, de todas las instituciones, de todos los poderes y ministerios; no hay nada que esté fuera de su control. Tampoco los medios se escapan. Nicaragua es el único país sin prensa escrita, los han echado a todos. Es un nivel superior de autoritarismo, es supremo, omnipresente, omnisciente, como quieras llamarlo.
Ortega controla cerca del 90% de los medios, pero más allá de eso, Nicaragua se ha convertido en uno de los países más peligrosos del mundo para los periodistas. De hecho, solo hay 20 países en los que ejercer el periodismo supone más riesgo, según Reporteros Sin Fronteras. ¿A qué obstáculos te sueles enfrentar?
Mira, a nosotros nos forman para escribir, para contar lo que ocurre, pero no nos enseñan a sobrevivir en un contexto en el que prácticamente ya no se puede informar. Ese es el mayor obstáculo. La gente tiene miedo de hablar incluso en el mayor de los silencios, temen que incluso bajo el anonimato alguien se entere y los delate. Hemos llegado a un punto extremo. Antes se podía hacer periodismo desde las catacumbas, desde la clandestinidad, podías esconderte en cualquier lugar del país y seguir informando, pero es que ya no hay forma de hacer eso.
Lo único que el régimen tolera es un tipo de periodismo condicionado, vacío y superficial. Se puede comentar la cotidianidad, dar a conocer las pocas alegrías que suceden en alguna esquina o informar de problemas menores, como que una vecina le robó una gallina a otra. En cambio, los asuntos que realmente vertebran la sociedad, como la política o la economía, están completamente prohibidos.
El régimen es implacable con los periodistas que, como tú, no cumplen con estas directrices. ¿En qué momento de tu carrera has sentido más miedo?
El mismo día que pisé mi casa por última vez. Fue en 2018, en los albores del estallido social. Aquel día se celebraba en Sébaco, el municipio donde vivía, una manifestación en contra del Frente Sandinista, y toda mi familia iba a asistir: mis hermanos, mis tíos, mi madre, mi padre. Por la noche se había organizado una vigilia en mitad de una carretera, eran casi las tres de la madrugada cuando de repente irrumpieron varios policías y trabajadores de la alcaldía, nos emboscaron y entonces comenzaron a disparar. Nos atacaron con munición real, aún recuerdo el sonido de las ráfagas. Estaba todo tan oscuro que no podía distinguir a nadie, solo gritaba el nombre de mis hermanos. Gracias a Dios no murió nadie, pero fue un momento muy traumático, pude haber presenciado la muerte de alguno de mis seres más queridos. Desde ese momento sabíamos que no podíamos volver a nuestra casa. Muchos de nuestros vecinos eran sandinistas, pero tampoco podíamos movernos libremente porque ese mismo patrón se dio en todos los municipios donde el Frente Sandinista gobernaba.
Cofundaste Coyuntura en 2017 y justo un año más tarde estallaron las protestas contra el régimen de Daniel Ortega. ¿Qué papel desempeñó la prensa en aquel fenómeno?
El mejor, sin duda. Y nosotros como Coyuntura también, porque estábamos naciendo, estábamos muy tiernos y ¿en qué contexto nos la jugamos? En primera línea de batalla. La cobertura que se hizo fue de guerra. Toda la prensa internacional que logró ingresar al país andaba con chalecos salvavidas porque estaban asesinando periodistas. Todos corríamos riesgos, todas las casas de los periodistas estaban señaladas, el periodismo desempeñó un rol heroico, era una amenaza latente para el régimen que, sin embargo, lo aplastó con toda su fuerza. Yo quería estar allí, había que estar allí. En primera fila, donde estaban los disparos y los muertos y la represión. Es verdad que arriesgamos mucho, pero ¿qué mayor experiencia puede haber que empezar cubriendo aquellas protestas?
¿El periodismo debe ser heroico?
No, el periodismo no nació para liderar ningún tipo de revolución o movimiento, aunque en el país hay muchos mitos como el de Pedro Joaquín Chamorro, que fue declarado héroe nacional. El periodismo en Nicaragua siempre ha sido así, quiere encabezar la lucha contra las dictaduras, una y otra vez ha insistido en eso. Dicho esto, el periodismo aquí salvó vidas —cuántas veces lo ha hecho a lo largo de la historia— y, total, para que ahora quede así, casi desintegrado. Estamos en ese punto de sálvese quien pueda, cada quien ejerce de manera individual, allí donde encontró un refugio. Ahora es el momento del ingenio y de la lucha por la supervivencia. El periodismo, al igual que el resto del país, ha quedado totalmente fragmentado y los periodistas tratan de salvar su cabeza desde su rincón. Puede emerger en algún momento, sí, porque hay talento de sobra, gente con ganas de hacer, pero el riesgo es extremo, una cuestión de vida o muerte.
Antes decías que en la actualidad no hay forma de ejercer el periodismo libremente en Nicaragua. ¿Se puede contar Nicaragua desde el exilio?
Realmente es muy complicado debido a la distancia y la dificultad por encontrar fuentes. En este contexto, hay que tirar de ingenio. En mi caso, hasta mediados de este año, escribía crónicas de cada aparición que Ortega hacía en televisión, y tuvieron mucho éxito. A través de sus gestos, de su vestimenta, de sus discursos, describía el régimen y mostraba lo obsoleto, lo draconiano y lo ridículo del Gobierno. Además, desde aquí, desde Barcelona, conseguimos algunos fondos para pagar a algunos jóvenes que nos ayudasen a dar cobertura dentro del país, pero terminaron encarcelando a uno. Por suerte, lo soltaron rápidamente. Casi nos da un infarto, ya hay muchos periodistas presos por los cuales luchar, no queríamos tener otro más a nuestras espaldas.
El Gobierno de Nicaragua no solo persigue a los periodistas. Tus hermanos y tu padre también tuvieron que exiliarse.
Exacto. Yo vengo de una familia campesina pero siempre ha habido esa inquietud por participar de los procesos políticos, sobre todo mi padre, que nunca quiso hacerse con ningún cargo político pero siempre fue muy activo. Mis hermanos también, ellos fueron quienes impulsaron varias manifestaciones como las que he comentado antes, y claro, el Frente Sandinista terminó por intentar darles caza. A partir de 2018 comienza la descomposición familiar, cada uno tuvo que intentar salvar su pellejo: una de mis hermanas está en Estados Unidos, el otro en Guatemala, mi papá en Costa Rica, y mi mamá se quedó en Nicaragua con mis hermanos más pequeños, pero viven escondidos, nadie puede saber dónde están.
Investigar sobre los abusos de poder del Gobierno de Daniel Ortega te ha valido recibir amenazas de muerte, ser perseguido y, por último, exiliarte. Si pudieras volver atrás, ¿volverías a cubrir los mismos temas?
Seguramente querría un camino más sosegado, menos rebelde, pero me da rabia aceptarlo. Veo el desarrollo de otros colegas fuera de Nicaragua y no puedo parar de preguntarme por qué mi país no es así, por qué otros pueden hacer este trabajo que me apasiona, por qué ellos pueden ejercerlo tan libremente y yo no. ¿Acaso será una maldición? Ese es el punto al que nos lleva este régimen, el límite de las supersticiones, los cuestionamientos mágicos, porque solo ellos parecen poder responder a algunas preguntas.
Esta no es la primera vez que tienes que huir de tu país porque tu vida corre peligro. Primero fue Honduras. ¿Cómo fue aquella experiencia?
¡Dantesca! Salí de un contexto de violencia extrema para llegar a otro aún peor. Allí no solamente te persiguen para robarte algo, también por ser homosexual, por ejemplo. Sin embargo, fue una etapa que también disfruté mucho. Aproveché aquel tiempo para escribir todo lo que sucedía en el país, aunque escondido, obviamente. Surgieron un par de oportunidades que me permitieron estar en contacto con muchísimos periodistas y eso ha dado sus frutos con el tiempo. Además conseguí trabajar también para un medio que se llamaba Managua Furiosa al mismo tiempo que mantenía Coyuntura.
Y en Barcelona, ¿cómo te encuentras?
Es imposible no comparar entre ambos y es obvio que estar en Europa es más fácil, pero no tanto como uno puede imaginar. La distancia y la soledad a veces generan sentimientos que uno no tiene la suficiente capacidad de moderar, a veces siento que me vuelvo loco. Vivo en un constante huracán de emociones, pero al menos aquí me siento a salvo. En Barcelona he tenido la oportunidad de asimilar todo lo que ha pasado desde la primera vez que tuve que huir.
Dejar a tu familia atrás, recibir amenazas, huir de contextos extremos… Son experiencias que deben de afectar de alguna manera a tu salud mental. ¿Cuál es tu percepción sobre este tema?
Es imposible que no cale en ti, el exilio deja una huella en tu interior. Un día tuve un brote psicótico a causa de todo el estrés y yo creía que me iba a morir y pensaba que iba morir aquí, que nadie vendría a ayudarme, porque mi familia ya no está, se ha desintegrado, tampoco mis amistades, no hay nadie cerca. Siento que estoy preso. Trato de hacer todo lo posible por adaptarme, por entender cómo funciona la sociedad aquí, entender la cultura, pero en muchas ocasiones siento que no encajo, me culpo porque no sé si es mi culpa, es desesperante. Sin embargo, la huella de Barcelona va a ser imborrable, estoy muy agradecido a la ciudad por haberme acogido, y a su vez está siendo un proceso de transformación que de otra manera no hubiera experimentado.
Dentro de cuatro meses terminas tu estancia dentro del programa de acogida del PEN Català. ¿Qué tienes pensado hacer después?
Me voy a dormir y me despierto cada día pensando justamente en qué me deparará el futuro. He buscado formas de responder, de adelantarme a esas respuestas, por ejemplo involucrándome como un migrante más aquí en Barcelona. Pienso en si este es mi fin como periodista o si hay alguna alternativa. En un mundo ideal, me gustaría regresar a Centroamérica y que surgiera algo así como una oficina propia de Coyuntura para seguir dando cobertura desde allí. Eso es lo anhelado, pero realmente no sé qué va a pasar.
El cineasta mauritano Abderrahmane Sissako decía que el exilio siempre es una desventaja. ¿Qué significa para ti?
Es complicado dar una respuesta concreta porque podría definir el exilio de una manera diferente cada día. Muchas veces lo he comparado con una mochila excesivamente pesada, una mochila plagada de cambios drásticos, duros y quién sabe si permanentes. Pero al mismo tiempo trato de verlo como un reto porque todos los días hay algo nuevo, algo distinto que te enseña a sentir la realidad desde otra perspectiva. Esa es una lección que me ha enseñado el periodismo, por eso sigo creyendo en esta profesión, aunque eso implique aceptar riesgos inexplicables. Y los periodistas nicaragüenses son el más claro ejemplo de esto. No sé si es muy egoísta decir esto, pero si hacemos una comparación con el resto de la región, nosotros nos hemos llevado la peor parte. Ya no queda ni un solo periodista en el país, todos están encarcelados o exiliados. Es indigno.
¿Por qué entonces seguir ejerciendo el periodismo cuando prácticamente es imposible? ¿Por qué asumir tantos riesgos para contar el mundo?
Esta cuestión es algo que he debatido muchas veces con otros colegas. Pensamos en qué nos hizo emprender este oficio, qué nos inspiró. En mi caso fue mi familia, me convertí en periodista para que mi familia viviera en un país libre, esa era mi manera de hacer que el país avanzara. Al final uno lo hace porque siente la pasión de hacerlo, de aportar, de crear, de generar ideas, pero llega un punto en que el periodismo deja de emanar esa pasión por contar el mundo. Cuando lo machacan tanto empieza a surgir un periodismo que se hace con las puras garras, y con el tiempo se va desgastando hasta el punto que no quedan uñas con las que rascar. Honestamente, los que no hemos caído aún estamos desperdigados en algún rincón del mundo lanzando mensajes a la deriva y, personalmente, a veces me siento en el lugar de los que ya no pueden.
¿Seguirás intentándolo?
Pues la realidad es que queda poca mecha. Me duele mucho reconocerlo pero cada vez se hace más difícil seguir. Cada día hay medios que van clausurando proyectos, medios que emergieron durante la crisis, porque había personas con coraje que creían que era posible, pero ha resultado imposible. Por eso ahora mismo estoy debatiendo si darle un nuevo rumbo a mi vida. Esta cuestión retumba en mis pensamientos cada mañana al despertar. Por un lado quiero estar pendiente de lo que ocurre en el mundo, quiero estar en contacto con otros colegas, quiero medir el aceite de la sociedad. Quiero entender el mundo y contarlo, pero mi país es un hoyo negro, un tragadero que se come todas las esperanzas y libertades.