En Mar-a-Lago, el retiro vacacional de Trump en Florida, los peticionarios acuden cada fin de semana a mostrar su pleitesía y ganarse el favor del todopoderoso. Unos por devoción y otros por temor, los súbditos del rey esperan a ser atendidos entre partidas de golf, tuits incendiarios y anuncios disparatados. Hacen cola políticos, abogados, celebridades o empresarios, a menudo tras pagar grandes cantidades de dinero por ser recibidos en audiencia.
Bienvenidos a la Corte de Trump.
El presidente estadounidense se comporta cada vez más como un monarca con aspiraciones absolutistas. La pregunta es si Estados Unidos seguirá siendo una democracia, defectos aparte, cuando Trump termine su segundo mandato. Porque más allá de la improvisación y el histrionismo, el líder republicano está siendo consistente en al menos un aspecto: la demolición desde dentro de todas las instituciones que pueden frenar sus ambiciones.
Las señales del rumbo por el que Trump quiere llevar al país incluyen la imposición de límites a la libertad de expresión y protesta en las universidades, el asedio a los despachos de abogados que podrían contestar sus decisiones en los tribunales, la rebelión contra las decisiones judiciales que no le gustan o su pretensión de continuar en el poder más allá del límite de dos mandatos que establece la Constitución.
Trump ya ha indicado que existen “maneras” de prolongar su permanencia en el poder. Y es cierto, existen. Solo que no son democráticas.
La estrategia del presidente estadounidense combina la intimidación de los oponentes, la usurpación institucional y la reinterpretación de la Constitución para ponerla a su servicio, en lo que no deja de ser el viejo manual del populismo autoritario. Lo podría haber tomado prestado de Nicolás Maduro en Venezuela. O de Viktor Orbán en Hungría.
El elemento más preocupante del plan trumpista consiste en usurpar y poner bajo la batuta del movimiento MAGA las agencias que, en caso de protestas masivas o conflicto civil, tendrían que proteger los derechos de los ciudadanos. El FBI, el Departamento de Justicia o los servicios de Inteligencia han sido purgados para someterlo al control absoluto del presidente. El único mérito para ocupar un puesto de relevancia en su administración consiste en mostrar una lealtad ciega al líder, incluso por encima de las leyes. Entre la Constitución y Trump, ¿alguien piensa que los elegidos pondrán por delante la primera?
Las manifestaciones de este pasado fin de semana contra Trump y sus políticas muestran que la sociedad civil estadounidense, aunque herida, sigue viva. Es difícil imaginar un escenario que no lleve a un creciente choque entre las intenciones autoritarias de Trump y la contestación de quienes quieren salvar lo que queda de democracia en el país. Uno quiere creer que las fuerzas democráticas ganarán el pulso, pero hoy estaría dispuesto a apostar menos a ese desenlace que hace dos meses.