Agua que cae del cielo dos veces

En Caracas, una ciudad con crisis de servicios públicos, la recolección de agua de lluvia ofrece una alternativa para sortear los problemas de abastecimiento

Agua que cae del cielo dos veces
Las torres del complejo urbanístico Parque Central en un día de lluvia en Caracas. 9 de agosto de 2023. Andrea Hernández Briceño

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Cuando llueve sobre Caracas, el valle se inunda y el Ávila, la montaña que lo rodea, se nubla para luego reverdecer. Las gotas, no tan frías, no tan gruesas, caen sobre el suelo caliente y el ambiente se refresca y se sofoca a la vez, mientras el olor a petricor inunda todo; los drenajes sucios acumulan el agua en calles peatonales y vehiculares, los carros salpican y dejan su estela en los pequeños pozos negros, la gente que camina hunde sin opción sus zapatos en charcos casi tibios; las guacamayas hacen alboroto y buscan refugio, lo buscan también los miles de motorizados que usan este medio para evadir los costos de la gasolina, si es de noche también busca techo la gente sin techo; si la brisa es fuerte, como lo es entre agosto y noviembre, se caen árboles talados sin experticia, se mueven semáforos que pueden tardar días en ser ajustados a su posición original, colapsan hogares en zonas vulnerables. 

Cuando llueve sobre Caracas, también, una pequeña granja en la azotea de un pequeño edificio de la ciudad recolecta la lluvia para un huerto acuapónico que produce alimentos libres de agropesticidas; y un colegio en Petare, uno de los barrios más grandes de Latinoamérica, recoge agua para que los niños puedan ir a estudiar.

Pero en Caracas, la capital de Venezuela, solo es abundante el agua del cielo. Por las tuberías no corre el mismo caudal. 

El Observatorio de Ecología Política diagnosticaba en 2022 que el país entero sufre una crisis hídrica: el acceso es limitado y la calidad es mala, las cuencas hidrográficas son afectadas por la minería, la deforestación, los derrames de petróleo, las actividades agrícolas y pecuarias, y esto tiene impactos negativos en los ciclos del agua. Aunque las políticas hídricas del Estado plantean el fortalecimiento de la distribución del agua y “la organización comunitaria generando experiencias de autogestión”, en la práctica las instituciones encargadas de gestionar el servicio han colapsado, y no existe un apoyo real a iniciativas independientes del gobierno. Todo esto se traduce en una absoluta desconfianza por el servicio: en 2023, el 60 % de la población encuestada por el Observatorio de Servicios Públicos calificó el servicio de forma negativa y más del 90% dijo que debía almacenar agua en envases para intentar satisfacer sus necesidades. 

Venezuela vive en Emergencia Humanitaria Compleja desde 2016, y este es apenas uno de los problemas de su pobreza estructural, disimulada por un leve repunte económico ocurrido entre 2021 y 2022, después de más de 7 años de contracción, que ocasionaron la pérdida de más del 75% del Producto Interno Bruto del país.

En medio de esta crisis, dos iniciativas privadas han encontrado una alternativa en la recolección de agua de lluvia.

Un camión de basura pasa frente al colegio Fermín Toro, beneficiario del proyecto Lata de Agua. Barrio Petare de Caracas, 10 de octubre de 2023. Andrea Hernández Briceño

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Muchos años después, frente a quienes podían financiar su proyecto, el arquitecto Laurencio Sánchez había de recordar aquella tarde remota en que su tío paterno le mostró, en la casa de su abuelo, cómo guardaba agua de lluvia. Ahora tiene 55 años, pero era un niño cuando lo vio por primera vez. En aquella casa en Los Andes venezolanos, en Mérida, recogían la lluvia para limpiar los sanitarios, el suelo… Su mirada conserva la fascinación infantil de aquel día. 

—Mi papá y mis tíos siempre tuvieron sensibilidad por el bosque, el río: la sensibilidad de verlos como algo vivo.

Recoger agua de lluvia es una práctica ancestral: lo hacemos desde hace, al menos, 70.000 años, y su captación, almacenaje y transporte gozaba de especial cuidado cuando éramos nómadas. En algunos países, como Perú, poblaciones de campesinos lo hacen de forma sistemática para combatir los efectos del cambio climático.

En Venezuela, sin embargo, solo el 3% de la población lo hace, aunque el agua llega de forma regular a menos de la mitad de la población. Lata de Agua, el proyecto fundado y dirigido por Sánchez, propone un suministro de agua alternativo y  sustentable, a partir del tratamiento de las fuertes precipitaciones caraqueñas, para sortear las fallas en el abastecimiento, especialmente en colegios de la ciudad capital. A este sistema, compuesto por tanques y filtros, lo llaman Tinajero.

—Un sistema complementario, como este, se convierte en la fuente casi principal en comunidades vulnerables con problemas hídricos —afirma Sánchez, y la primera experiencia de su proyecto lo respalda.

El fundador y director del proyecto Lata de Agua, Laurencio Sánchez, revisa el sistema de recolección de agua de lluvia del colegio Fermín Toro. Andrea Hernández Briceño

Comenzó en 2020, financiado por la embajada de Francia. Para que los estudiantes de la escuela básica Pedro Felipe Camejo y el preescolar Fermín Toro, de Barrio Nuevo Petare, pudieran ir a estudiar, debían llevar desde sus casas pequeños envases con agua para usar, por ejemplo, en los baños. A la hora de la comida, las maestras acudían a las casas aledañas para pedir, además, un poco de agua potable para cocinar o beber. La situación era insostenible. Ambos colegios están ubicados en un mismo edificio, en cuyo tercer piso funciona un pequeño centro médico llamado Las Casitas, que ya casi no ofrecía servicios debido, también, a la carencia de agua.

Barrio Nuevo es uno de los 37 barrios que conforman Petare, uno de los barrios más grandes de América Latina, junto con Neza en Ciudad de México, San Javier en Medellín y Rocinha en Río de Janeiro. Para llegar, puntualmente, a Barrio Nuevo, se deben ascender varios kilómetros a través de calles muy angostas, donde las casas hechas de ladrillo, de lado y lado, no guardan espacio entre sí; tampoco hay señalización alguna que ayude a entender el laberinto para quien es foráneo. Petare es tan grande que el traslado entre una comunidad y otra, dentro del mismo barrio, puede implicar tomar más de un autobús.

Los colegios beneficiados por Lata de Agua están ubicados en una esquina en descenso: la pendiente, paralela al edificio, es tan marcada que tanto las escuelas como el ambulatorio tiene su entrada independiente en cada piso, en un nivel distinto de la misma calle. Alrededor, los carros estacionan como pueden y dejan apenas un pequeñísimo canal de tránsito vehicular. La vía continúa y se divide en dos calles, una más regular y otra que baja, por la que se abre una pequeña ventana hacia la ciudad; por ella la gente sube lento, con esfuerzo. Hay un par de tiendas, una de alimentos y otra de apuestas; hay también numerosos perros y gatos callejeros acostumbrados al trato con humanos. En el suelo pavimentado y deteriorado hay trozos de una pared del preescolar cuya pintura se desmorona; afuera los padres esperan que sus niños se incorporen, mientras adentro se oye cómo entonan cancioncitas infantiles. Canta un gallo desde alguna casa, una mujer arranca maleza con sus manos, se oye a lo lejos el bullicio del camión de la basura que ahora busca los desechos frente al colegio y no a varias cuadras como antes, un muro tiene pintada la frase: “Tú y yo sabemos que se puede estar mejor”.

Lo están, claro, con respecto a 2020. Al menos en lo que refiere al suministro de agua.

—Ya no tenemos que suspender las clases por falta de agua, porque siempre tenemos. Ahora las suspendemos por la falta de maestras —cuenta Dayani Echezuría, directora del preescolar, y explica que para mantener su matrícula de 300 niños entre los 3 y 6 años necesitan seis maestras, pero solo tienen cuatro. 

Niños del centro preescolar Fermín Toro columpiándose. 10 de octubre de 2023. Andrea Hernández Briceño
Un grupo de niñas se lava las manos con agua de lluvia recolectada por el sistema de Lata de Agua en la escuela Pedro Felipe Camejo. 10 de octubre de 2023. Andrea Hernández Briceño

En Venezuela, una maestra nueva del sector público puede ganar mensualmente 160 bolívares (menos de lo que cuesta un cartón de huevos), mientras que una con más experiencia gana alrededor de 260 bolívares: entre 4 y 7 dólares a la tasa oficial de diciembre, de casi 36 bolívares por cada dólar, que no es la misma de octubre, ni de septiembre, ni de agosto, pues el año inició con una tasa de 20 bolívares. Apenas un año antes, en enero de 2021, no llegaba a 5. Las maestras deben, entonces, trabajar en más de un colegio a la vez, pero eso significa no poder hacerlo todos los días en la misma institución. En el preescolar de Barrio Nuevo fijaron que los niños solo irán al colegio una vez por semana; la escuela básica que habita la planta superior decidió lo mismo, a excepción del cuarto grado, al que le da clases la directora del colegio (porque no hay maestra).

—Con un día a la semana no me aprenden lo que tienen que aprender todo el año —dice Sonia Marrero, quien durante la clase se turna para cumplir con ambas labores, tres días por semana.

Se turnan, también, para mantener el sistema Tinajero Lata de Agua; antes lo hacían —como maestras, pero también como habitantes del barrio— para buscar agua en ríos o pagar cisternas. Junto a ellas, las hermanas Yasmín y Sally Carvallo —habitantes del sector desde su niñez, que respaldaron el desarrollo del proyecto desde sus inicios—, se han empoderado en la autogestión del agua con la que ahora cuentan para los niños y el centro médico comunitario.

El Tinajero consta de un sistema sencillo, económico y replicable. Para recoger el agua de lluvia, se adaptó el techo del colegio: se recubrió de pintura elastomérica, un material no tóxico que impermeabiliza y que no desprende sustancias dañinas; en los desagües, unos filtros hechos de piedra y malla recogen los primeros residuos que el agua pueda arrastrar en el techo. Luego, por gravedad, el agua baja al tanque de primeras aguas, que se encarga de recoger los primeros minutos de lluvia, que suelen ser más ácidos, por el entorno citadino. Una vez llenos estos recipientes, el agua con un PH más neutro continúa su paso hacia los tanques de recolección: son cuatro, de poco más de 2.000 litros cada uno, y en ellos se hace el primer proceso de cloración; el agua asciende ayudada por una bomba desde estos recipientes azules, pasando antes por un segundo filtro pequeñito, hacia los tanques de cada colegio y del ambulatorio; en este proceso, también, se filtra por tercera vez. Luego, el agua baja por las tuberías de nuevo, por gravedad, pero esta vez no desde el cielo, aunque así se sienta.

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Cultivos hidropónicos crecen en el complejo de acuaponia bajo una lona de plástico que recoge agua de lluvia en Caracas. 9 de agosto de 2023. Andrea Hernández Briceño

Una pequeña mariposa naranja vuela dentro de la granja, mientras Alexandra la persigue para tomarla delicadamente y llevarla de nuevo afuera. Sonia, sentada en una silla pequeña, muele el alimento de las tilapias para dar de comer a los pequeñísimos alevines que acaban de llegar. El día es caluroso —aunque al final de la tarde va a llover tempestuosamente—, por lo que hace unos minutos bañaron a las plantas, con un riego que simula una lluvia suave. Dentro, bajo un techo que deja colar la luz, conviven albahacas, pepinillos, tomates, amaranto, pitahayas, lechugas y más… pero no están plantadas en la tierra, sino en recipientes con sustrato; tampoco se riegan con agua común, sino con la que proviene de las peceras. Afuera, en la calle Élice del municipio Chacao —que algunos dicen que es la más transitada de Latinoamérica—, la vida cotidiana ocurre sin la sospecha para muchos de que en este techo, desde el que se ve el centro comercial más grande de Caracas, existe un huerto acuapónico produciendo alimentos que se nutren con agua de lluvia.

Alí Olivero es administrador de profesión pero agricultor de corazón. Su obsesión, ahora sustento, comenzó hace diez años, cuando descubrió la acuaponía. Comenzó a aprender de forma autodidacta, luego se inscribió en diplomados, luego creó su propia granja; ahora es una referencia nacional.

—Todos somos seres compuestos de agua —dice para referirse a sus peces, a sus plantas, a su equipo, a sí mismo.

La acuaponía se diferencia de la hidroponía por la incorporación de peces en el proceso de siembra. En enormes tanques, peces de agua dulce son alimentados y cuidados a diario; sus heces y orina son descompuestos en nitritos que luego, a partir de un proceso natural de biofiltración, son convertidos en nitratos por bacterias nitrificantes que toman los desechos tóxicos de amoníaco de los peces. Son ayudados un poco por el hombre, con pequeños filtros que extraen las heces y evitan un exceso de amonio que pueda enfermar a los peces. Esta agua, mediante un sistema de tuberías, riega el sustrato de las plantas con un líquido cargado de nutrientes, y el exceso es retomado por el sistema para iniciar nuevamente el ciclo. La absorción y transpiración de las plantas y la evaporación superficial hacen que se pierda —al menos en Gro Urban Farms, la granja de Alí— alrededor del 10% del volumen mensual. Y el agua que se usa para reponerla cae del cielo.

El fundador del proyecto Verde en Concreto, Alí Olivero, posa para un retrato en un complejo de acuaponia en Caracas. 9 de agosto de 2023. Andrea Hernández Briceño

Los techos que protegen esta pequeña granja de 300 metros cuadrados no solo filtran los rayos del sol: cada metro cuadrado recolecta un litro de agua por cada milímetro de lluvia. Alí cuenta que, por lo general, la lluvia caraqueña —durante los tres años que ha habitado este piso— oscila entre los 4 y 14 milímetros; dice que si toma el promedio más bajo, podría afirmar que con cada aguacero recoge, al menos, 800 litros de agua. 

En un país con lluvias tan frecuentes como este, el requerimiento hídrico de su granja está garantizado. Hasta octubre de 2023, Venezuela acumulaba un total de 1.076,7 milímetros de lluvias en el año, muy superior al promedio de 751,7 milímetros anuales. Los días de precipitaciones también han aumentado: al cierre del mismo mes había llovido 129 días, en contraste con el promedio histórico de 102 días; y esto se nota en los 6 meses consecutivos con número de días de lluvias superiores al promedio mensual, que registra el Departamento de Ingeniería Hidrometeorológica de la Universidad Central de Venezuela. Quienes no sabemos de climatología también lo hemos sentido.

Por ello, sus reservas de agua se han mantenido llenas, y han podido servir de hogar y medio de alimentación para sus ocho tanques con peces que, a su vez, alimentan 6.000 puntos de siembra bajo tres sistemas distintos: algunos en macetas, otros en tubos y la mayoría en piscinas; con un promedio de 24 gramos de cosecha por planta semanalmente, Gro Urban Farms produce 144 kilos de alimentos. Sí, más de 100 kilos semanales de plantas y frutas en un techo de 300 metros en el medio de la ciudad.

Este desempeño basado en la economía circular lo convirtió recientemente en merecedor de los Premios al Triple Impacto del Impact Hub. Alí está orgulloso de este logro, de su equipo y de su granja, y tiene razones para estarlo. Lo dice con frecuencia mientras hablamos, pero se nota también en el trato que tiene con sus plantas.

—Ya va, que se me va a ahogar la niña —interrumpe, y acomoda un brote de lechuga que se estaba hundiendo de más en su recipiente hecho de tubos de pvc. 

En la granja el trabajo es fuerte, pero el trato es delicado, humano. A los peces, por ejemplo, se les habla con voz suave. Cuando Alexandra o Sonia meten su mano al tanque, algunos suben a la superficie como quien sale a saludar. De solo verlos, ya saben si alguno está enfermo, y lo sacan y traspasan a un tanque que llaman la clínica, donde los curan; las hembras se separan de los machos, para evitar una reproducción descontrolada que les reste espacio y calidad de vida. Lo mismo ocurre con los alevines: el color les hace prever quiénes llegaron sanos y quiénes van a morir antes de crecer. Rara vez los peces se extraen para el consumo, pero cuando se hace no se pescan de la forma tradicional: los pasan de su agua cálida a una cava con agua fría para que “se queden dormidos con el cambio de temperatura”, para que no sepan que ya no viven. El equipo lo completa Ricardo, esposo de Alexandra, quien hace una semana nos mostraba las plántulas, que pronto serán sembradas, como quien presenta a sus hijos.

Aunque esta es la primera que se usará con fines comerciales —Alí ha comenzado a distribuir sus productos bajo la marca Verde en Concreto—, esta no es su primera granja. La primera nació en el patio de su casa, en el este de la ciudad. 

—En casa no controlamos el ingreso de insectos, como en la granja de Chacao —dice y sacude un amaranto rojo del que sale una mariquita amarilla, mientras algunas avispas revolotean en otras flores. Se sienta luego en una silla frente a su creación, plácido, acompañado por su perro. A diferencia del ruidoso entorno de su granja comercial, aquí, en su hogar, el único sonido es el del tanque que filtra el amonio que producen los peces.

En la granja de Gro Urban Farms, en cambio, sí se hace control de plagas. Sin embargo, Alí ha logrado hacerlo sin agropesticidas: las rocían con extracto de neem y otros productos naturales. La reproducción de zancudos de las piscinas (tanto aquí como en casa) la controlan con guppys, unos minúsculos pececitos que se comen todas las larvas e interrumpen el ciclo de reproducción. Su proyecto parece no tener flancos sin cubrir; cada parte del proceso tiene un método claro, incluso la inevitable muerte de algunas plantas: cuando su ciclo vital termina, son destiladas para producir aceites esenciales.

Y el fruto de su trabajo se aprecia con claridad con todos los sentidos, especialmente el gustativo.

El obrero Óscar Dumont riega las plantas de albahaca con jabón potásico. Sonia Dumont, a la derecha, inspecciona el cultivo de plantas hidropónicas en el complejo de acuaponia de Gro Urban Farms en Caracas. 9 de agosto de 2023. Andrea Hernández Briceño

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América Latina y el Caribe tienen casi un tercio de los recursos hídricos del planeta, pero la oferta de agua es cada vez más insuficiente. La escasez de alimentos, la migración de poblaciones y la pérdida de biodiversidad son parte de las consecuencias del estrés hídrico en la región. Según estimaciones del Banco Mundial, alrededor de 150 millones de personas viven en áreas con gran escasez de agua.

Con este panorama, es fundamental entender que la buena infraestructura debe ir de la mano con el desarrollo de prácticas sostenibles, y que es necesario el binomio gobierno-ciudadanía para conseguirlo.

Lata de Agua y Gro Urban Farms lo han conseguido en Venezuela.

Alí instaló, en septiembre, una granja acuapónica sobre otro colegio de Petare, contratado por una entidad estatal; ahora, la granja podrá proveer alimento a partir de 880 plantas, sembradas en apenas 25 metros cuadrados. Sin arado que degrade el suelo, sin huella de carbono derivada de largos traslados, sin agropesticidas.

—El agua hizo el milagro —asegura Laurencio, quien, además de conseguir que la embajada francesa financiara el proyecto Lata de Agua, logró unir a la comunidad y a los actores políticos de diferentes tendencias (en un país profundamente polarizado) en beneficio de la comunidad de Barrio Nuevo. Ello abrió las puertas para que, en 2022, inauguraran también el Tinajero Agrícola en la Escuela Nuestra Señora del Encuentro, en el Mirador del Este, también en Petare.

—El agua define el entorno y es necesario sensibilizar a las personas, cambiar el paradigma —sostiene. 

Él lo hace, Alí lo hace.

Ahora, sobre un pequeño colegio, la comunidad produce sus propios alimentos, saludables y con un sabor que se distingue; a la par, en el preescolar y la escuela básica de Barrio Nuevo siempre hay agua. Agua para los baños, agua para que la dulce señora María les cocine a los niños una vez por semana, agua para mantener limpios los espacios que lideran Sonia Marrero y Dayani Echezuría, quien estudió en sus aulas cuando era apenas una niña de 3 años. También la hay en el ambulatorio Las Casitas, donde se han podido retomar servicios médicos que antes no podían ofrecerse.

Así, el agua que cae del cielo no se pierde entre desagües y charcos sucios: retorna, en una especie de nuevo ciclo hídrico, cargada de vida, a las alturas… y vuelve a llover.

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