Una lágrima de sangre se deslizaba lentamente por el cuerno tronchado que aún seguía unido a duras penas por uno de los extremos. El sonido del hueso quebrándose parecía haber transportado a la muchedumbre a un estado lejano de la histeria colectiva que reinaba en la plaza hasta ese instante y que ahora era sustituida por un silencio abrumador. Tan sólo algún que otro ‘pobrecito’ con aires paternales rompía la quietud. Un par de minutos antes, la plaza de toros de Segorbe (Castellón) era un hervidero de personas ansiosas por ver salir al toro de aquel contenedor metálico que habían varado en uno de los laterales de la arena.
Lesiones como estas no son extrañas, al contrario, son muy frecuentes, pero no por ello dejan de impresionar. En aquel caso, el toro chocó contra uno de los barrotes de hierro que protegen al público de las embestidas. “Aún recuerdo el chasquido”, dice la fotógrafa Ariadna Creus. “Estaba en una de las jaulas cercanas siguiendo al toro desde el visor de mi cámara. Disparé. Estaba nerviosa. Tenía miedo de delatarme. Entonces alguien me preguntó si a mí me gustaría que me hicieran fotos si yo estuviera en su lugar. No supe muy bien cómo reaccionar. A aquel hombre que estaba allí jaleando como uno más, disfrutando viendo capear a toros y vaquillas que más tarde serían ejecutados, le molestó que quisiera tomar una fotografía”.
Ciento veinte segundos después de haber irrumpido con fuerza en el recinto, el animal regresaba al contenedor para ser reemplazado inmediatamente por otro toro. Para entonces ya no quedaba nada de aquel silencio. “Tampoco importaba que siguiera haciendo fotos”. El espectáculo no se detiene.
España celebró 19.254 fiestas taurinas en 2024. Muchas de ellas financiadas con dinero público. “Es una locura”, dice Ariadna, que desde 2022 ha recorrido más de 60 localidades españolas para documentar la violencia que sufren estos animales. El proyecto arrancó en el municipio de Deltebre, en Tarragona. Allí no tardó en descubrir la cara más amarga de la fiesta. “La primera noche tenía el objetivo de fotografiar el toro embolado. Llegué media hora antes de que comenzara el espectáculo así que empecé a tomar fotos del cajón donde tenían encerrado al animal. De repente, alguien me empujó.”
—Vigilad, vigilad, aquí hay una chica con una cámara —un hombre comenzó a avisar al resto.
La tensión escaló rápidamente y todo el mundo comenzó a gritar. “Fue muy violento. Recuerdo sentir como temblaban mis manos”, dice. A pesar del temor, volvió a levantar la cámara para seguir fotografiando pero entonces un hombre se puso delante del objetivo. “Nunca había vivido una situación como aquella, me movía hacia un lado y él se movía conmigo, caminaba unos pasos más allá y él me seguía.”
La gente seguía gritando. Uno se acercó y me dijo:
—Ya quisiera ser el toro. ¿Tú sabes lo que es vivir en una dehesa? —me preguntó retóricamente.
Miré, confusa.
—Para estar una tarde en la plaza ha pasado cuatro años follando como un loco con las vacas.
“Todas las fotos que hice en el Deltebre son de hombres impidiéndome la visión”, explica. Poco después de aquel incidente dejó de visitar la zona. “Para alguien como yo que viaja sola era demasiado violento”, asegura. Marchó hacia el sur, a la Comunidad Valenciana, la región donde se celebran más festejos populares taurinos de todo el país. “En muchos lugares me siguen tachando de mentirosa, animalista, manipuladora, radical, pero he aprendido a camuflarme, a moverme entre ellos”, asegura. “Antes siempre iba con un teleobjetivo y no estaba cerca de la acción. A medida que me adentré en este mundo me fui acercando a la acción. Ahora utilizo un 28mm.”. Estas son algunas de las imágenes que capturó.
Las fiestas taurinas y, en general, todo lo que rodea a los toros es un mundo aún dominado por hombres. Son ellos quienes acuden en masa a los encierros, quienes capean los toros y quienes prenden fuego a sus cuernos. Pero la tendencia está cambiando. En el último año he visto a muchísimas mujeres participar activamente. Aunque aún su presencia es escasa comparada con los hombres, cada vez son más las que se atreven a saltar a la arena junto a ellos. La gran mayoría, sin embargo, siguen viendo los toros desde detrás de las barreras. Son mujeres que disfrutan de ver a los hombres apelando a los animales. Van a la plaza vestidas elegantemente, a veces incluso, con tacones y bolsos.
En la imagen, tres mujeres conversan tranquilamente en lo alto de una plataforma momentos después de haberse tomado una foto en grupo frente a un toro castrado y encadenado en el puerto de Benicarló (Castellón). Era el día dedicado a las mujeres toreras. Cada año, durante ese día, se intenta atraer la atención del público femenino con corridas y emboladas en las que se utilizan vaquillas más pequeñas que las que utilizan los hombres.
Resulta obvio pero los toros y las vacas son animales terrestres. Tanto es así que pueden llegar a morir si les entra una determinada cantidad de agua a través de sus esfínteres. Pese a esto, cada año, se celebra ‘els bous a la mar’, una fiesta tradicional del Levante español con casi un siglo de tradición.
Los animales son liberados en una plaza semicircular situada en los alrededores del puerto. A lo largo del recinto, el público y los participantes incitan a las vaquillas para que los embistan y caigan al mar. Para esta clase de celebraciones, a menudo se utilizan toros de alquiler, por lo que los animales están acostumbrados a este tipo de eventos. En algunos casos, los toros ni siquiera hacen el ademán de atacar. Como si supieran exactamente de que trata la fiesta, evitan ser capeados y simplemente se lanzan al mar. El proceso se repite una y otra vez hasta que se cumple el tiempo reglamentario. Por normativa, cada res tiene un límite de 15 minutos.
En otros casos se emplean a vaquillas primerizas, mucho más temerosas e inexpertas, algo que en algunas ocasiones les ha costado la vida. El 10 julio de 2023 un toro murió ahogado en el puerto de Denia, a pocos kilómetros de donde tomé esta imagen, en Jávea. Existe un vídeo difundido a través de redes sociales en el que se ve al animal luchando por mantenerse a flote, extenuado, mientras dos hombres le sujetan los cuernos. Momentos después, una barca remolca el cuerpo sin vida.
Un toro brama y se retuerce mientras varias personas lo atan a un mástil. Después le colocarán bolas de fuego en sus cuernos. Esta imagen la tomé en Benaguasil, un pueblo de Castellón, en agosto de 2024. Muchos aficionados a los festejos populares taurinos niegan el sufrimiento de los animales durante los festejos. Con esta fotografía intento poner en entredicho esa versión. La mirada, los movimientos, los sonidos. Todo son señales evidentes del estrés y el sufrimiento a los que son sometidos.
El tiempo y la experiencia me han ayudado a diferenciar dos tipos de toros: los que son alquilados y los que son adquiridos. Por sus gestos me atrevería a asegurar que el de la imagen es un toro comprado para la ocasión, lo cual quiere decir que nunca antes había estado en una plaza; nunca antes lo habían amarrado; nunca antes había estado rodeado de tantas personas; nunca antes lo había invadido el ruido ensordecedor de una multitud.
El ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente, dijo en mayo del año pasado que la fiesta de los toros, en general, iba “camino de la irrelevancia”. Después de haber recorrido decenas de pueblos y asistir a cientos de corridas, creo que aún sigue siendo una realidad muy vigente. Mientras la presión por eliminar a los toros de los festejos crece en las grandes ciudades, los pueblos se erigen como islas de resistencia. Según un estudio, más de 1.800 municipios en España organizan cada año algún tipo de fiesta popular con el toro como protagonista. O, dicho de otra manera, en dos de cada diez municipios.
Esta imagen la tomé en la localidad de Nules (Castellón), en agosto del 2024. En localidades pequeñas es relativamente normal encontrarse estampas como esta en la que un grupo de personas colocan el televisor en la calle o se reúnen en los bares para ver en directo los encierros de su pueblo. Mientras las fotografiaba las escuchaba reconocer a los vecinos a través de la pantalla. Había ovaciones. Estaban felices.
Un becerro de apenas dos años de edad cojea después de haber sufrido un golpe en su pata delantera durante una exhibición de ganaderías en Cariñena (Aragón). En el centro de la plaza, dos hombres observan al animal desde lo alto de una plataforma metálica, conocida como cono, por su forma geométrica. A diferencia de otros festejos populares el pueblo no participa activamente. Se trata de una prueba más profesional en la que un grupo de hombres tratan de atraer a los toros hacia una serie de tarimas y obstáculos metálicos repartidos por la arena. A veces, las vaquillas se suben y saltan desde los conos. En otras ocasiones son incapaces de esquivarlas y chocan contra ellas sufriendo graves lesiones. Como en toda exhibición, se premia a la ganadería que posea el animal más bravo.
Con esta imagen quiero representar la violencia del hombre sin necesidad de mostrarlo directamente. El sol de mediodía dibuja unas sombras duras, alargadas, imponentes, que se ciernen sobre el animal herido. El toro no tiene ninguna posibilidad.
A este toro lo llevo dentro. Forma parte de mí. Es el toro del cuerno partido. El toro que silenció la plaza de Segorbe por unos instantes. El toro del que ya nadie se acuerda.
Los festejos están llenos de toros olvidados. Una vez me enseñaron un vídeo de un toro que salía desbocado del cajón en una pequeña plaza de pueblo y chocaba de frente contra una pared y se desplomaba instantáneamente para no volver a levantarse. A veces son toros que llegan a experimentar niveles tan altos de ansiedad que sufren infartos y embolias y mueren de forma agónica. En otra ocasión, unos niños grabaron un vídeo de un toro con el asta fracturado en unos corrales. Aquella vez, unos adultos les obligaron a borrar el vídeo por las posibles consecuencias. Lo que no se ve no existe. Sin pruebas las fiestas no corren peligro. “Además, da mala imagen al pueblo”, me han dicho en más de una ocasión. Forma parte de la lucha que desde hace años mantienen contra los animalistas.
Esta es otra imagen tomada durante el día dedicado a las mujeres toreras en Benicarló (Castellón). Al pasar por delante de ellas todas quisieron posar sonrientes. En ese momento, una de las mujeres levantó el brazo y ondeó la bandera. Esta clase de fiestas están regadas de símbolos patrióticos, banderas, guirnaldas, e imágenes acompañadas del símbolo del toro. No obstante, lo que me llamó realmente la atención no fue la bandera sino la cantidad de jóvenes que había allí, algunas de ellas menores de edad.
Durante estos tres años he visto crecer la presencia de chicas. Como mujer no puedo evitar sentirme algo extrañada ante este tipo de imágenes. Es una forma de ejercer violencia diferente a la de los hombres, más pasiva, silenciosas y a la vez más inquietante.
Esta imagen está tomada en Benasal (Castellón). Era la hora del aperitivo cuando me encontré a un par de mujeres paseando por la calle una figurita de un toro que habían comprado momentos antes. Justo esa misma mañana se habían presentado en la plaza del pueblo los ejemplares que iban a ser embolados por la noche. Me pareció una fotografía muy representativa de esa violencia no implícita de la que hablaba en la anterior imagen. Una violencia sin sangre, rozando lo infantil.
Más allá de las fracturas, cortes y contusiones, una de las lesiones más habituales en este tipo de corridas son las quemaduras y las abrasiones en las pezuñas. La mayoría de encierros se suelen celebrar en los meses de verano. Durante el día, las temperaturas superan fácilmente los 30 y 35 grados. El asfalto se convierte entonces en un infierno.
Esta imagen está tomada en agosto de 2024, en La Cava (Tarragona). Es una de las pocas fotografías que pude tomar sin que nadie intentara obstaculizar mi visión. El toro estaba completamente desbocado. Dos grupos de hombres tiraban de las cuerdas atadas a la cornamenta para intentar calmar al animal. Una vez consiguieron controlarlo comenzó el recorrido por las calles. Son momentos de tensión donde los guías deben de estar sincronizados para dirigir al animal que corre entre el tumulto. Hay niños, familias, personas mayores, es fácil que algo salga mal.
Finalizado el festejo, muchos de los toros llevan implícito un contrato de servicio que termina con su traslado al matadero. “Se hace saber a la población que a partir de esta tarde ya podéis ir a comprar la carne de toro”, dijo una voz por megafonía. Esta foto la tomé en Les Alqueries (Valencia). Es el cierre de un círculo que empieza con la compra de un animal, sigue con el encierro, la humillación y el maltrato, y termina con la matanza y la comida popular.
Un toro inmovilizado frente a un poste mira a cámara. Este es el momento previo a los herrajes y las bolas que se encenderán para festejar el toro de fuego, en Villareal (Castellón). Todos los hombres de azul pertenecen a una peña. Suelen ser chicos que ponen a prueba su valentía. ¿Pero qué valor hay en hacerse una fotografía ante un animal que no puede moverse?
En enero de 2024, bajo el lema “No es mi cultura”, asociaciones en defensa de los animales pusieron en marcha una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) para derogar la ley que protege la tauromaquia como parte del patrimonio cultural español aprobada en 2013. Su objetivo era reunir 500.000 firmas para que pudiera empezar a tramitarse en el Congreso de los Diputados. El resultado fue mejor de lo esperado. En febrero de 2025 se entregaron más de 700.000 apoyos lo que obliga a los diputados a tomar una decisión en un plazo máximo de seis meses.
Un hombre agarra la cola de un toro embolado en Alcora (Valencia). Lo sujeta así para permitir que el cortador —la persona encargada de cortar la cuerda que mantenía al animal atado al mástil que hemos visto en la imagen anterior— huya de la zona y pueda refugiarse en una de las jaulas de protección que hay repartidas por toda la plaza. A pesar de ofrecer cobijo, estos armazones pueden llegar a ser muy peligrosos. Aunque esté prohibido, en esas jaulas suelen haber niños pequeños. También personas mayores o personas de movilidad reducida que no quieren perderse el espectáculo. Cuando el toro pasa cerca de estas zonas, la gente embiste hacia atrás asustada provocando pequeñas avalanchas.
Verano, familia, fuego, amigos, vacaciones, ¿juego? La afición por los toros se siembra en noches como esta de Cabanes (Valencia), en agosto de 2024. Es ya una tradición en estas localidades que un rato antes de comenzar los toros de fuego se organicen talleres en los que se enseña a los niños a embolar carretillas que simulan la cabeza de una res. Estas suelen ser de fibra de vidrio y son manejadas por adultos que corren por las calles con las astas encendidas persiguiendo a los niños en una especie de simulacro que asegura el futuro de estas fiestas.
“Este toro no sirve para nada”, gritaban. La gente comenzó a insultarlo, estaban enfadados porque no paraba de acudir a la fuente para beber agua. El encierro debió durar media hora. La mayor parte del tiempo lo pasó cerca del agua. El animal estaba exhausto. El camino que hacen hasta llegar a las plazas es largo y pesado. Muchos salen de las granjas de buena mañana donde son transportados en camión de metal a pleno sol. Luego son llevados a los corrales hasta que les llega el turno de salir a la plaza.
Esta imagen la tomé en Cariñena (Zaragoza). Fue una de las primeras veces que veía un toro lejos de la televisión. Recuerdo que quedé maravillada. Era precioso. Pero a la vez sentí algo romperse dentro de mí. Verlo tan decaído, tan anulado, tan indefenso. Tan poco toro ¿Es esto cultura?