Entre el momento en que comienza a clasificarse la basura en Europa y el de la caída revuelta de toneladas de desechos en un vertedero de Indonesia, las oportunidades de separar el plástico que se haya colado entre el papel y el cartón son varias y no siempre se aprovechan, generando espacios para el fraude. Según la ley, el papel y cartón mezclado con plástico es, legalmente, basura. Basura made in the EU.
Y pese a que está prohibido exportar basura, en el vertedero de Gedangrowo, siguen recibiéndola e, incluso, usándola como combustible.
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Para Bukhori Bukhori, el vertedero de Gedangrowo es una mina. Una copada por montañas de desechos tan altas que ocultan los bosques de palmeras propios de esta parte de Java Oriental. “A menudo encuentro dólares estadounidenses, euros, dólares de Singapur o de Malasia”, dice con alegría.
Pero no es el dinero extranjero lo que le interesa. Bukhori está aquí por el plástico.
A uno de los costados de esta mina pasa una carretera de tierra por la que, en octubre de 2024, hasta doce camiones provenientes de diferentes plantas de reciclaje de papel y cartón descargaban cada día su basura menos pura, aquella que ni las máquinas más modernas son capaces de procesar y separar correctamente. Allí aparecen virutas mezcladas de cartón y papel con algo de plástico.
No es difícil encontrar también embalajes completos de plástico escritos en italiano, español, holandés o alemán.
Los activistas indonesios llevan encontrando envases plásticos de origen europeo en los vertederos desde 2019. En Gedangrowo y otros municipios cercanos hay envases de plástico de agua San Benedetto, vendida en Italia y España, botellas de detergente Svelto de Italia, toallitas húmedas Dutsch comercializadas en Países Bajos y Bélgica, un bote de leche solar española Delial, un envoltorio de verduras secas Minestrone Tradizione Findus etiquetado en italiano, y paquetes de comida para perros Pedigree, fabricados en Polonia para el mercado de la Unión Europea.
En Gedangrowo, como en toda Java Oriental, la basura plástica es tan común y tan útil que se ha convertido en uno de los combustibles más usados. Muchos pequeños negocios, desde fábricas de tofu a productores de cal, mantienen calientes sus hornos y calderas quemando plástico. Es una fuente de energía eficaz, barata y muy accesible en esta parte del mundo. Pero tiene un problema: su combustión libera gases y metales pesados altamente contaminantes y tóxicos, con potencial para causar cáncer y graves daños al sistema inmunológico de los seres humanos.
Además, ese plástico no debería estar allí.
Las manos que separan el papel del plástico
Apenas despunta una sofocante mañana de octubre en la aldea de Sumberejo y Muyah, una mujer de 77 años, ya suma horas separando meticulosamente papel y plástico. Está sentada en el suelo de su patio, rodeada de un mar de basura que su familia le ha comprado a una empresa local. Estos residuos se conocen aquí como skraps, una mezcla húmeda de pequeños fragmentos de plástico blando, papel y cartón. Son restos demasiado pequeños y heterogéneos para que las máquinas de reciclaje puedan procesarlas.
La gigantesca factoría Pt. Ekamas Fortuna, una gran fábrica situada a pocos metros de la casa de Muyah, vende (mediante un intermediario) estos skraps a todas aquellas familias dispuestas a trabajarlas. La carga completa de un camión pequeño (5 metros cúbicos aproximadamente) le costó 100.000 rupias indonesias a la familia de Muyah (unos 6 euros). Les llevará dos meses procesarlo.
La anciana trabaja con método preciso y repetitivo, como en una cadena de montaje. Sostiene con su mano derecha un puñado de virutas que ha sacado del gran cúmulo de basura que tiene enfrente y utiliza su mano izquierda para ir seleccionando los pequeños y amorfos pedazos de cartón que atesora a su lado en un montículo menor. El objetivo del proceso es agrandar este último montículo y mantenerlo lo más puro posible. Muyah lo revenderá al mismo intermediario que reparte los skraps. Si todo va bien recibirá unas 760.000 rupias por ello, unos 47 euros. Luego entregará el plástico restante a los productores artesanales de cal de su comunidad y recibirá otros 3 euros más. “Mi hija también ayuda. Todos los días son así, hasta la noche”, cuenta Muyah entre los gritos de su nieto, que juega a dar grandes saltos entre los montículos de basura sin procesar.
Muyah gana alrededor de 22 euros al mes por separar la basura que el mundo envió a su país. Más o menos lo mismo que reciben las cerca de 1.500 familias que en este municipio se dedican a separar papel, cartón y plástico.
Europa exporta su basura
El problema lleva años identificado y las leyes han seguido permitiendo que existan vías para sacar la basura de Europa.
El sudeste asiático, especialmente Indonesia, lidia con una avalancha de plástico sin clasificar desde que China prohibió la importación de basura en 2018. En menos de una década, millones de toneladas de residuos plásticos de países ricos como Estados Unidos, Reino Unido, Japón y la Unión Europea buscaron y encontraron nuevos destinos como Gedangrowo, en Java Oriental.
Ya en 2019, con la intención de eliminar esta avalancha de basura dañina de los países más ricos a los menos, delegados de 187 países hicieron historia en Ginebra al aprobar las primeras reglas globales sobre el envío transfronterizo de residuos plásticos. Bajo las nuevas reglas, promulgadas como enmiendas al Convenio de Basilea (un tratado internacional que regula el envío de residuos peligrosos), los países exportadores no pueden enviar plástico contaminado, no reciclable o mezclado entre el papel y el cartón para reciclar sin el consentimiento del país de destino.
Lo que sí está permitido enviar son los conocidos como “residuos verdes”, papel y cartón para reciclar, sometidos a reglas acordadas entre Europa y el país receptor. En el caso indonesio, ese acuerdo estipula que las balas de papel para reciclar que llegan desde la UE no pueden contener más de un 2% de residuos plásticos. El 98% tiene que ser papel o cartón. Si se supera ese 2%, el papel y cartón para reciclar se convierte en basura plástica y queda, por tanto, prohibida su exportación.
Pero la realidad es que el plástico sigue saliendo de Europa. Lo hace mezclado en los cargamentos de papel y cartón para reciclar.
La Basel Action Network, una organización independiente dedicada a promover el cumplimiento del tratado, estima que las exportaciones de papel para reciclar de la UE a países no pertenecientes a la OCDE incluyen entre un 5% y un 30% de basura plástica.
Porque la inspección del contenido de esas exportaciones tiene grietas.
Los “errores” en la clasificación de la basura y el fraude
Hay quienes las niegan y creen que el sistema funciona. Fred Penning es el extrovertido CEO de CWM International, la empresa contratada por Indonesia para inspeccionar todos los envíos de papel para reciclar que llegan de Europa. Penning pone la mano en el fuego por el sistema de revisión, que según él no acepta el plástico mezclado. “Las fábricas indonesias solo quieren materia prima. No quieren nuestra basura. Por eso estamos aquí”. Asegura que la cantidad de plástico de los envíos que ellos revisan es incluso menor al 2%. Que nada escapa a su ejército de 60 inspectores, aunque reconoce que su supervisión se limita a los envíos legales y correctamente clasificados.
Pero ni la propia Unión Europea, que reconoce su incapacidad para controlar la exportación, es tan optimista. Y señala el contrabando como causa del problema. Un informe de la Comisión Europea admite que “entre el 15 % y el 30 % de los traslados de residuos [al exterior] podrían ser ilegales” y califica el tráfico de desechos como “uno de los crímenes ambientales más graves de la actualidad”. En respuesta a una pregunta directa sobre la cantidad de basura plástica que sale de Europa mezclada en cargamentos de papel, la oficina de prensa de la Comisión dijo no disponer “de datos sobre tales niveles promedio de contaminación”.
Yuyun Ismawati, ingeniera ambiental indonesia y fundadora de la ONG ambiental Nexus, completa la explicación de Penning y de la Comisión Europea y añade que los dos grandes agujeros por los que se cuela el papel reciclable altamente contaminado en el sudeste asiático son los errores en la clasificación de la basura y el fraude; declaraciones falsas y ocultaciones de contenido. Mentir y esconder. Ismawati también cree que el problema es tan grave que se debería cambiar el marco de referencia: “Enviar tu basura a otros países no es reciclaje”, dice.
Es tráfico internacional de basura.
Atrapar a los infractores en el acto es casi un milagro, en parte debido a la falta de transparencia en la cadena de suministro desde que sale de Europa. “El problema está en el proceso invisible, en los pasos que comienzan en el puerto desde donde se exporta la carga”, señala. “Esas empresas ofrecen el servicio de transporte y rellenan todos los formularios. Todo empieza con ellas y con algunas pequeñas agencias acreditadas para hacerlo, que son las que potencialmente contribuyen a este desastre falsificando los documentos”. Un informe de la Global Initiative Against Transnational Crime asegura que “existen pruebas de que, en Indonesia, empresas recicladoras de papel utilizan sus operaciones regulares para importar residuos plásticos encubiertos”.
Sacar la basura de Europa
Son las 7 de una ventosa mañana de noviembre en Roosendaal, una ciudad en el sur de los Países Bajos, y el señor Penning está a punto de supervisar una inspección de papel para reciclar que partirá hacia Indonesia. Lo acompaña su empleado desde hace diez años, Isik Bink.
A la entrada de la enorme planta de clasificación de residuos —cuyo nombre nos pidieron no revelar—, cientos de pacas de papel y cartón se apilan sobre los camiones que descargan desechos de hogares y empresas. Aquí los residuos llegan a una línea de clasificación donde la tecnología de infrarrojos separa el papel en diferentes categorías y elimina contaminantes como plásticos o residuos domésticos que no deberían estar allí. Los residuos clasificados se compactan en enormes cubos de una tonelada, pero antes de ser introducidos en un contenedor de transporte, un inspector de CWM revisa visualmente todo el cargamento, paca por paca.
También se desarma una pequeña muestra para verificar su contenido. Existe consenso en que no todos los residuos pueden ser eliminados mediante clasificación manual o mecánica; de ahí el límite de contaminación del 2%. “Bueno, no puedes romperlo todo”, dice Isik Bink. “Cuando tienes muchos contenedores entrando al país y abren las pacas, obviamente no es un proceso perfecto, ¿verdad? Siempre queda algo de plástico o residuos dentro del límite permitido. Por eso las autoridades indonesias permiten un 2% de contaminación”. Al mostrarle pruebas del plástico europeo en los vertederos de Indonesia, Penning admite que “probablemente haya algo de contrabando”. Asegura que no bajo su vigilancia. En un buen año, CWM International inspecciona hasta 40.000 contenedores de residuos provenientes de Europa continental con destino a diversos países. “Y no recibimos devoluciones”.
Pero reconoce que una vez allí tienen que clasificarlo en la fábrica que lo recibe. “La pila de residuos plásticos sigue creciendo. Y entonces, ¿qué hacen con eso?”. Según Penning, el volumen de exportación es tan grande que incluso el 2% legal podría ser la causa del problema de contaminación por plástico en Java Oriental.
Europa cierra la puerta (y abre una ventana)
“La mala gestión en terceros países de los residuos exportados desde la UE es un fenómeno bien conocido. Aproximadamente la mitad de los residuos exportados tienen como destino países no pertenecientes a la OCDE, los cuales suelen contar con normativas ambientales y de salud pública menos estrictas y, por lo tanto, no toman completamente en cuenta los impactos ambientales y sanitarios del tratamiento de residuos. El tráfico ilegal de residuos también agrava el problema”. Son palabras de la Oficina de Prensa de la Comisión Europea al ser preguntada sobre la situación en Indonesia.
Según la Comisión, estos desafíos se abordan en la nueva normativa de la UE sobre el traslado de residuos que, a partir de 2026, prohibirá todas las exportaciones de desechos plásticos a Indonesia, entre otros países. A partir de 2027, también se prohibirá la exportación de residuos “de la lista verde”, lo que incluye el papel para reciclaje, a países no pertenecientes a la OCDE. Eso significaría el fin de los envíos a las grandes empresas papeleras de Indonesia y un durísimo golpe para la industria de reciclaje de Java Oriental. Sin embargo, la UE señala que podrían otorgarse excepciones a países que “cumplan con condiciones ambientales específicas”.
Grupos ambientalistas de todo el mundo han celebrado esta prohibición considerándola un paso importante en la larga lucha contra el “colonialismo de residuos”. “Esta regulación implica que la UE finalmente está comenzando a asumir la responsabilidad por su papel en la emergencia global de contaminación plástica”, afirmó Break Free From Plastic en un comunicado de 2024.
Pero Indonesia no está de acuerdo con detener ese flujo.
Ya ha presentado quejas ante la Organización Mundial del Comercio, argumentando que sus fábricas de papel podrían verse “significativamente afectadas por esta regulación”. El agregado comercial indonesio en Bruselas, Antonius Budiman, ya trabaja para garantizar que los residuos de papel de la UE sigan llegando después de la fecha límite de 2027. La normativa contempla excepciones siempre que el país receptor pueda “demostrar su capacidad para tratar estos residuos de manera ambientalmente responsable”.
Al preguntarle directamente por la llegada de basura plástica escondida en los cargamentos de papel para reciclar, Budiman responde que ninguna empresa papelera indonesia le ha informado nunca de esa situación. Pero si estas acusaciones son ciertas, dice, hay una pregunta que debe responderse: “¿Quién tiene la culpa aquí? ¿Es el importador indonesio que compra los cargamentos o los operadores de la UE que envían ese papel contaminado a Indonesia?”.
La responsabilidad parece compartida, útil y económica para quien envía y para quien recibe. Relajar las normas de revisión de los envíos implica ahorro durante su procesamiento y en Indonesia existe toda una industria de reciclaje a la que resulta funcional que nada cambie.
Sea cual sea el mecanismo para sortear fronteras, la realidad es que la basura plástica europea sigue llegando a Indonesia a través del circuito del papel para reciclar. Y una de las pruebas más evidentes de ello está en la sede de ECOTON (Ecology and Wetland Conservation Study Foundation) en la aldea de Gresik, no muy lejos de los vertederos de Java Oriental.
El edificio está decorado con miles de envases plásticos de origen extranjero recopilados por los miembros de la organización en los últimos cinco años. Empapelan las paredes de la sala de actos, se amontonan en un gran contenedor en el patio y constituyen la materia prima de grandes esculturas que se utilizan para sensibilizar a los escolares que visitan la sede de la ONG con regularidad.
Desde este edificio habla Nina Azzahra Aqilani, que con 18 años ya es una de las activistas medioambientales más conocidas de Indonesia. “Nuestro país necesita papel, pero nos contrabandean residuos plásticos”. Hija de un ecologista y toxicólogo, Nina ha sido testigo del impacto de la contaminación por plástico desde que era una niña. Ha liderado protestas frente a edificios gubernamentales y embajadas de países exportadores de papel. Ha asistido a reuniones de alto nivel y suplicado a casi cualquiera, incluidos el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y a la delegación de la Unión Europea, que detengan las exportaciones de papel contaminado a Indonesia. “Lo que más me preocupa es que sigamos recibiendo residuos, que nuestros ríos se contaminen, que nuestra agua esté sucia, que ya no podamos respirar aire limpio ni beber agua potable. Indonesia será inhabitable para los jóvenes en el futuro”.
Quemar plástico para hacer comida
Uno de los principales compradores de basura plástica como la que recolecta Bukhori es Dua Bersaudara, una pequeña fábrica de tofu en Tropodo, una aldea vecina. Desde las chimeneas de una destartalada construcción de una planta fácilmente reconocible desde la carretera, ascienden densas nubes de humo negro y espeso. “Al principio quemaba madera, pero hace años que empecé a usar plástico”, admite Gufron Gufron, dueño de este negocio familiar. Actualmente produce tres toneladas de tofu diarias que se venden en Surabaya, la cercana capital de la provincia de Java Oriental. Gufron es un hombre amable que se enorgullece de dar trabajo a decenas de personas. Sin embargo, mantiene una relación tensa con la comunidad local. Quienes viven cerca de su planta se quejan de problemas respiratorios y han expresado su preocupación por los efectos a largo plazo en la salud.
No están solos.
En 2019 un informe conjunto de tres organizaciones ambientalistas entre las que se incluye ECOTON confirmó que las dioxinas procedentes de la quema de plástico habían entrado en la cadena alimentaria local. El estudio comprobó que los huevos de gallina recolectados cerca de una de las fábricas de tofu en Tropodo contenían el segundo nivel más alto de dioxinas jamás medido en el continente asiático. El único nivel superior se detectó en huevos recolectados cerca de Bien Hoa, en Vietnam, una de las zonas más contaminadas en el pasado con agente naranja (un herbicida usado como arma química durante la guerra de Vietnam). Los estudios epidemiológicos han vinculado la exposición a dioxinas cloradas —como las encontradas en los huevos de Tropodo— con enfermedades cardiovasculares, diabetes, cáncer, porfiria, endometriosis, menopausia prematura, alteraciones en los niveles de testosterona y hormonas tiroideas, y un sistema inmunológico debilitado.
Las revelaciones del informe impulsaron la actuación del gobierno local. La gobernadora de Java Oriental, Khofifah Indar Parawansa, visitó en persona las aldeas que habían estado reciclando y clasificando residuos plásticos provenientes de fábricas de papel. La visita coincidió con un decomiso por parte de las aduanas del puerto de Java Oriental. Se detuvo un envío de 210 toneladas de papel importado para reciclaje mezclado con residuos peligrosos y tóxicos de un país europeo que las autoridades indonesias no quisieron revelar.
Pero muy poco ha cambiado desde 2019 y Bukhori lo sabe bien. En los últimos cinco años ha combinado su trabajo como recolector y vendedor de basura plástica con empleos esporádicos en Pabrik Kertas Indonesia, conocida como Pakerin, una de las principales plantas de reciclaje de papel del país. Así ha sido testigo de la llegada de contenedores procedentes de España, Irlanda, Alemania, Reino Unido, Canadá, Malasia, Hong Kong y Singapur. Todos contenían plástico y otros desechos que superan ampliamente el límite de contaminación del 2% que establece la ley. De hecho, durante años la contaminación de los cargamentos era tan alta que la fábrica permitía a los habitantes de las aldeas cercanas acceder directamente a los contenedores para recoger todo lo que pudieran vender o reciclar.
El plástico que no se ve
El río Porong es una fuente de vida en Java Oriental. Sus aguas son esenciales para que agricultores y pescadores provean de comida a la región. El Porong también es una de las principales razones por las que Java Oriental acoge la mayor concentración de industrias de reciclaje de papel de toda Indonesia. Las fábricas se sitúan cerca del río o de alguno de sus afluentes para poder usar su agua como materia prima o refrigerante. Después vierten en el río los residuos que producen. Estas empresas están obligadas a filtrar el agua para evitar que contaminantes como los metales pesados lleguen al río. No existe una legislación que limite la contaminación por microplásticos.
El 25 de septiembre de 2024 encargamos el análisis de una muestra de 250 mililitros de agua del río Porong, recogida en las cercanías del punto de desagüe de la empresa papelera PT Megasurya Eratama. El laboratorio identificó 1.449 piezas de microplástico en la muestra: fibras, filamentos y fragmentos. En el apartado de conclusiones del informe, Rafika Aprilianti, investigador a cargo, explicó que la muestra multiplica por 15 la concentración habitual que se puede encontrar en un río en esta zona. El principal riesgo radica en que el plástico transporta bacterias y productos químicos de alta toxicidad que pueden afectar el sistema hormonal de humanos y animales y, a largo plazo, provocar cáncer.
Humo negro y piedra caliza
Puji tiene 41 años y el rostro ennegrecido por el humo. Trabaja en un agujero en el suelo, a unos tres metros de profundidad. Su tarea es mantener ardiendo un horno subterráneo sobre el que se amontona un castillo cilíndrico de piedra caliza que, al alcanzar los 900 grados centígrados, se convertirá en polvo de cal, una sustancia que se utiliza habitualmente en la construcción para blanquear materiales. Es un proceso artesanal que ha sido usado en todo el mundo desde hace siglos. En Europa existen construcciones casi iguales a esta, que datan del siglo I antes de Cristo. Pero hay algo que distingue los hornos de esta parte del mundo de todos los demás: el combustible.
Cada par de minutos Puji llena sus puños de virutas de plástico y las lanza con todas sus fuerzas al interior del horno. Casi inmediatamente una espesa nube negra surge entre el castillo de rocas y se proyecta hacia el cielo de Java. Algunos ancianos se reúnen a observar la humareda y los niños juegan alrededor. Cae la tarde en la aldea de Sumberejo. Muchos más hornos se encenderán hoy y arderán durante tres noches y tres días, hasta que el polvo de cal esté listo para usar.
El largo viaje del plástico europeo, iniciado a más de 10.000 kilómetros de distancia, terminará hoy aquí. O muy cerca de aquí. En vertederos como el de Gedangrowo, en las aguas del cercano río Porong, en los pulmones de Puji y sus paisanos.
*This investigation was developed with the support of
Journalismfund Europe.