La abogada chií de Sadam Husein

La enigmática relación entre el dictador iraquí y la letrada que lo acompañó hasta su ejecución

La abogada chií de Sadam Husein
Diego Ibarra Sánchez

“Si Sadam levantara cabeza, volvería a poner en orden Irak y el resto de la región”. La abogada libanesa Bushra Khalil defendió a capa y espada al expresidente Sadam Husein ante el Tribunal Especial que lo condenaría a muerte. Una letrada chií para un acusado que acabó en la horca por una matanza de chiíes. Khalil no esconde que lo admiraba profundamente, y sostiene que fue un sentimiento correspondido por el dictador iraquí, que en los meses previos a su ejecución lloró en su hombro y le confió su preocupación por el futuro de Irak.

Nacida en el sur de Líbano, Bushra, sobrina de un prominente ayatolá y una nacionalista árabe, había estado siguiendo durante años la trayectoria del dictador iraquí. Mantenía un contacto constante con miembros del partido de Sadam, el Baaz. Frecuentaba desde principios de la década de 1990 Bagdad, donde era invitada de las autoridades iraquíes: los baazistas le entregaron reconocimientos y medallas por su labor de jurista y defensora de varios miembros de ese partido. Hoy decoran su despacho y su casa, ambos a las afueras de Beirut. Para ella, el dictador que gobernó Irak con mano de hierro durante veinticinco años representa la figura del verdadero líder, un ejemplo a seguir por los dirigentes árabes de la región.

Bushra: Señor presidente, usted afronta la pena de muerte. Esto no es un juicio justo ni con garantías. Su sentencia ya viene dictada desde el principio.

Sadam: No me importa este juicio, me interesa el del pueblo. Quiero que siempre estén presentes los medios. Sin la prensa, no voy a acudir a las sesiones.

Fue la primera conversación que mantuvieron el dictador y la abogada, según relata esta en su despacho de Beirut. Él quería morir sabiendo que el pueblo que había gobernado durante décadas no lo acabaría odiando. Ella invirtió la admiración que sentía por él en intentar hacer realidad su deseo. Había convertido la defensa de Sadam en una causa personal. “Me presenté voluntaria para defender al presidente”, dice con orgullo. Con su pelo teñido de rubio y un aspecto moderno que le hacen llevar muy bien sus casi sesenta años, Bushra habla con desparpajo de sus reuniones con el exdictador iraquí, y de su papel en el proceso que arrancó en 2003 y concluyó con la ejecución de Sadam Husein el 30 de diciembre de 2006.

Diego Ibarra Sánchez

“Yo entendía muy bien su frustración y su gran herida emocional, teníamos muy buena conexión”, recuerda. Y asegura que los gestos del exdictador, su forma de hablar, su seguridad y su resistencia ante el tribunal la han marcado para siempre. “Sadam solo firmó una sentencia judicial, no mató a nadie”, insiste, una década después de su ejecución. Pese a la evidencia histórica, afirma que la represión contra los chiíes era “solo un rumor”. Habla de la matanza de 148 chiíes en Duyail, que dio la vuelta al mundo y por la que Sadam acabó siendo juzgado. Ocurrió el 7 de julio de 1982, cuando el convoy presidencial en el que viajaba el dictador fue atacado cuando pasaba por esa ciudad rural situada al norte de Bagdad y poblada mayoritariamente por chiíes. Ni él ni ninguno de sus colaboradores resultó herido, pero como respuesta al ataque hubo una oleada de detenciones en el pueblo y 148 de sus habitantes fueron ejecutados.

En una rueda de prensa que Bushra ofreció en Beirut un mes antes de la ejecución de Sadam por su implicación en aquella matanza, denunció que “todo lo que leía el juez en la sala se lo traían los estadounidenses escrito desde fuera”. También dijo que el objetivo de Washington era “provocar una guerra civil entre los iraquíes”.

Los guardias estadounidenses de Sadam Husein “lo trataron bien, incluso conversaban”

“Sadam era un presidente árabe que soñaba desde pequeño con construir una gran nación de la que todo el mundo árabe estuviese orgulloso. Sus compañeros y él lo lograron. Irak tenía un Ejército fuerte, una economía sólida y unas instituciones estables. Tenía grandes médicos, ingenieros, abogados y muchos emprendedores. No era perfecto, era un político con sus defectos, pero no fue un mal presidente”, opina esta letrada, que también llevó los casos de otros miembros del régimen, como el hermanastro de Sadam, Sabawi Ibrahim al Tikriti.

A Sadam lo recuerda como un hombre “fuerte, que creía en todo lo que hacía”. A pesar del poco tiempo que compartieron —apenas tres años— ella es posiblemente una de las personas que mejor lo conoció. Bushra vio la cara de un presidente maniatado, entre rejas, cuyo enorme poder se había visto reducido a la nada. Durante meses acompañó a un hombre que esperaba su hora final, con los guardias estadounidenses como únicos compañeros de celda. “Ellos lo trataron bien, incluso conversaban”, asegura.

Bushra explica que Sadam quería dejarlo todo bien atado y dedicó sus últimos días a definir la imagen que quería que los iraquíes guardasen de él. “Me lo dijo más de una vez y estoy segura de ello. Si hubiese podido volver atrás en el tiempo, habría actuado de la misma manera”.

Sadam y Bushra habían convertido la celda del dictador en “una casa” en la que ambos se acomodaron para hacer más llevaderas las horas en las que preparaban la defensa. Tranquilo, resignado y sin realizar apenas actividades físicas, el dictador iraquí sobrellevaba su juicio rodeado de su equipo de abogados, pero en mayor medida acompañado por Bushra, que terminó convirtiéndose en su confesora. A veces se les iba de las manos y llegaban a estar hasta ocho horas al día conversando sobre un gran abanico de temas: política, la resistencia libanesa, Hizbulá e incluso Napoleón, la Ilíada o cuestiones filosóficas.

Diego Ibarra Sánchez

El delito que mandó a la horca al dictador iraquí debería hacer que Bushra lo odiara, pero la letrada asegura que el desprecio era lo último que sentía hacia el hombre acusado de masacrar chiíes como ella. Hija de una poderosa familia chií del sur de Beirut y nieta de un prominente abogado chií libanés, eligió defender con fervor “contra la agresión estadounidense” a uno de los hombres más odiados por la comunidad a la que pertenece.   

Estados Unidos “se burló de todas las leyes en pro de sus intereses”, afirma, y acusa a Washington de haber usado, con el apoyo del Reino Unido y España, una “excusa falsa”, la de las armas de destrucción masiva, para invadir Irak.

Bushra decidió defender con fervor a uno de los hombres más odiados por la comunidad a la que pertenece

Bushra, que se licenció en Derecho en la Universidad de Beirut en 1979, considera que motivos no le faltaban para justificar ante los suyos la defensa de “un ídolo” y un árabe ante una “gran injusticia”. Irak fue el país invadido, pero para ella los afectados eran todos los árabes. “Querían resumirlo todo en ‘el suní Sadam mató a los chiíes’, pero la verdad es que no era sectario. Pertenecía a un régimen laico, su partido no creía en el sectarismo. Y lo que es más, el ser humano que yo conocí era incluso más cercano a los chiíes”, asegura.

(Mientras estuvo en el poder, Sadam expulsó de todas las estructuras del Estado a los chiíes y favoreció a los suníes.)

¿Cómo fue tratado durante su tiempo en la cárcel? Según Bushra, los estadounidenses le habían golpeado y tenía una pierna rota. “Pero no había pruebas ni informes médicos para usarlos en la defensa”, dice. Aquellas supuestas palizas, sorprendentemente, no eran un tema de conversación. “Nunca me atreví a preguntarle. Me daba mucha vergüenza. ¡Cómo voy a hacerle a un presidente como él confesar que le habían pegado, y que encima lo habían hecho unos extranjeros! Era una cuestión de orgullo. No, no, jamás hablamos de ello”.

Tampoco hablaban de los supuestos abusos cometidos por las tropas extranjeras en Irak. Uno de los momentos estrella de esta libanesa durante el juicio fue el día en el que alzó ante las cámaras varias fotografías de presos iraquíes torturados por soldados estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib.

Y pasó esto, según las grabaciones de archivo:

Letrada: Señoría, usted está procesando a Sadam Husein porque firmó una sentencia de muerte hace más de veinte años, pero [mientras levanta las fotos] ¿está trabajando al servicio de los que hacen esto? Mientras usted y yo estamos aquí, los estadounidenses están matando y torturando gente en Abu Ghraib, y usted, señoría, es cómplice de estos crímenes.

Es un momento de alboroto en la sala. El juez ordena silencio, y poco después, la expulsión de Bushra del tribunal. Antes de salir, la abogada se dirige a Sadam Husein, quien para su sorpresa parece desconocer lo que está pasando.

Letrada: ¡Mire lo que le está pasando a su pueblo, esto es lo que le están haciendo a su gente, señor presidente!

La abogada se quita la toga y la tira al suelo, mientras dos guardias entran en la sala para llevársela a la fuerza. Sadam intenta defenderla, pero el juez le manda callar.

Juez Raouf Abdel Rahman: ¡Silencio! Usted es un acusado.

Sadam: Soy Sadam Husein, nadie ni nada va a cambiar eso.

Al narrar esa escena, Bushra recuerda que el rostro del dictador se había quedado totalmente pálido. Se quedó mirando fijamente a las fotografías. “Fue la primera vez que lo vi asustado”. Aquellas fotos mostraban la cara de presos en las cárceles iraquíes bajo el mando de Estados Unidos. Aparecían heridas, ensangrentadas, y con señales de tortura.

Al día siguiente, cuando se reencontraron, Sadam le había preparado un poema, rememora Bushra. Era un texto que él mismo había escrito, titulado “Bushra, hija de un árabe, mujer de oro”. Parecía que el hombre de hierro se había dejado embrujar por el carisma de la abogada libanesa, quien, a su vez, luchaba por él contra viento y marea, contra los preceptos de la lógica que le obligarían como chií a condenar a Sadam.

Para la abogada, el dictador iraquí era una persona “muy sentimental”. Durante aquellos meses de detención rechazó la visita de varios miembros de su propia familia y optó por pasar el tiempo con Bushra, a la que llegó a confesar que ya estaba “preparado para morir”.

Pero ella se negaba a tirar la toalla. De todo el equipo de letrados, fue  la única que puso empeño en buscar pruebas que exculparan a Sadam. Y lo hizo sin remuneración económica alguna, no cobró ni un solo mes desde que en diciembre de 2003 se sumó al equipo de defensa, asegura.  

Diego Ibarra Sánchez

Para Bushra, fue un juicio “primero político, después mediático y por último legal. Durante el interrogatorio judicial, y antes de contestar al juez, siempre me miraba a mí. Yo negaba con la cabeza cuando lo que se le preguntaba era mentira. Así defendí a Sadam Husein, ayudándole a destapar las mentiras con las que ese tribunal quería cargarle”, afirma, con una mano sobre el archivo de los documentos del caso.

Su papel durante el proceso judicial contra Sadam levantó la ira de muchos. Ahora reconoce que pasó miedo durante esos años. “Escribí mi testamento antes de partir hacia Bagdad. Algo me decía que no iba a volver viva, pero eso no me iba a impedir cumplir con mi obligación”, apunta.

Su temor estaba totalmente justificado. Ella es una de las pocas personas que quedan con vida del equipo de defensa del caso Husein. Varios murieron o desaparecieron en circunstancias sospechosas. El iraquí Saadoun al Yanabi fue secuestrado, torturado y asesinado. A Adel al Zubeidi lo mataron de un disparo desde un coche en Bagdad. Jamis al Obeidi fue secuestrado en su propia casa y asesinado de un tiro en la cabeza. “En los últimos días, los estadounidenses redujeron nuestra seguridad para convertirnos en una presa fácil”, asegura.

Sus padres se molestaron y llegaron a cortar temporalmente toda relación con ella. Bushra reconoce que los fieles chiíes se sintieron insultados. Pero matiza que ahora, al ver la situación “desastrosa” de Irak, todos comprenden su decisión.

“Sadam habría enviado al Ejército iraquí a luchar en las filas de Bashar al Asad contra el terrorismo que destroza Siria”

Más de doce años después del inicio del proceso, afirma con indignación que “hasta los que más odiaron a Sadam, ahora le añoran”. Aunque le reconoce errores. “Para mí las guerras de Irán y Kuwait fueron grandísimos errores estratégicos de Sadam. Fue lo que le hundió como presidente. Y lo que hundió al pueblo iraquí”.

Estado Islámico controla actualmente varias zonas de un Irak roto por la fragmentación sectaria, Siria está sumida en una larga y cruenta guerra, y Yemen se desangra bajo los bombardeos de Arabia Saudí. ¿Cómo habría actuado Sadam si estuviese vivo? “Habría enviado al Ejército iraquí a luchar en las filas de Bashar al Asad contra el terrorismo que destroza Siria”, asegura Bushra.

La abogada admite que la cúpula de Estado Islámico es precisamente una parte del Ejército iraquí del que Sadam estaba muy orgulloso. “Muchos se olvidaron de sus enseñanzas, dejaron de lado el laicismo que les inculcó y se convirtieron al sectarismo y al radicalismo”, dice.

El 2 de octubre de 2006 fue el último día en que habló con el expresidente iraquí. El juez decidió sancionarla y expulsarla del juicio y del país. Le dijo que los estadounidenses le prohibirían volver a entrar a Irak. Ocurrió después de que ella acusara al juez de atender solo a intereses de Washington y de abandonar a los iraquíes. Recuerda que tuvo tan solo unos minutos para despedirse del hombre con el que había forjado aquella amistad, un hombre —concluye, con exaltación— al que “no le tembló la voz, ni siquiera cuando dijo sus últimas palabras” ante la cuerda que le quitó la vida.

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