Ensayo

¿Qué frutos dará la revolución del monzón de Bangladesh?

Las protestas han acabado con un régimen de 15 años liderado por la ex primera ministra Sheikh Hasina. Pero el futuro es incierto.

¿Qué frutos dará la revolución del monzón de Bangladesh?
Manifestantes trepan a la residencia de la jefatura de Gobierno tras la dimisión de la ex primera ministra Sheikh Hasina. Mohammad Ponir Hossain / Reuters / Contacto Photo

Bangladesh ha estado a menudo en el alambre, pero las agitaciones sociales y políticas suelen evitarse durante los periodos de lluvias intensas. Los monzones han sido históricamente tranquilos en este país fluvial incrustado en el Gran Delta, que vive de ellos y lo hacen mutar, pues sumergen bajo el agua gran parte de su territorio. Sea por voluntad de los dioses o de la crisis climática, este julio las precipitaciones no cayeron en abundancia y se registraron las protestas más multitudinarias y sangrientas que se recuerdan en la etapa independiente de la nación bengalí, que ya han sido bautizadas como revolución del monzón, aunque no está del todo claro que ahora arranque una era más democrática.

Bangladesh es un país tan olvidado que solo acapara titulares cuando hay desastres de la industria textil; llegada masiva de apátridas rohinyás que escapan de la muerte en Birmania o crisis políticas como la actual. Aunque el público occidental recibe poca información de lo que pasa allí, algunas imágenes de los últimos días se han vuelto tan icónicas ya que son incluso objeto de pinturas y grafitis: el desplome a cámara lenta, brazos en cruz, del estudiante Abu Sayed, abatido por la policía; manifestantes estrechando la mano victoriosamente con soldados protectores, derribando exaltados la gigantesca estatua del padre de la nación, y turbas descontroladas invadiendo el Parlamento o llevándose de la residencia de la primera ministra gansos, gallinas, sillas y hasta sujetadores de la anciana líder. 

Manifestantes celebran ante el Parlamento la dimisión de la ya ex primera ministra Sheikh Hasina. 5 de agosto de 2024. Fatima Tuj Johora / AP

Revolución, fin de régimen y puerta abierta a una nueva era de renovación democrática y libertades, confían los optimistas. Un camino plagado de obstáculos y de incógnitas, advierten los pesimistas. ¿Quo vadis, Bangladesh? Todos concluyen que el camino puede llevar a cualquier dirección a este país de 170 millones de habitantes repartidos en un territorio casi cuatro veces menor que el de España. Entre las papeletas malditas de la rifa figuran la perpetuación del caos, el estallido del islamismo, que se desenfunden los sables o una reaparición, con trajes distintos, de los demonios políticos de siempre. Pocos quieren ahora dejar entrar por la puerta recién abierta a los fantasmas en un país siempre polarizado que lleva cinco décadas conviviendo con los que dejó la guerra que lo separó de Pakistán en 1971 y tras la cual se convirtió, aunque nunca del todo, en un Estado secular.

A esta encrucijada han conducido unas protestas lideradas por estudiantes universitarios que reclamaban algo tan justo como concreto y exclusivo: la supresión en favor de la meritocracia de la prebendas o cuotas en la asignación de puestos funcionariales. El éxito de su coordinado desafío amalgamó el descontento de amplios segmentos de la población —también de islamistas y opositores en horas bajas— tras 15 años de Gobierno en continua deriva autoritaria durante los que prácticamente nadie que no fuera acólito se ha librado de la represión.

En la diana de las protestas aparecía un gobierno resumido en la icónica figura de la primera ministra Sheikh Hasina, cuya Liga Awami —partido heredero de su progenitor y padre de la nación, Sheikh Mujibur Rehman, asesinado al poco de la independencia— se encontraba sola en el Parlamento desde las últimas elecciones celebradas a principios de 2024. Las fuerzas policiales reprimieron duramente la contestación social, dejando cientos de muertos, hasta 500 según algunas fuentes, y miles de heridos y detenidos. El 5 de agosto, contra todo pronóstico, Hasina huyó a la India, su principal valedor regional. El 8 de agosto tomó posesión un Gobierno interino, tutelado por el Ejército y que está dirigido por el profesor y Premio Nobel de la Paz Muhammad Yunus, célebre por los vanguardistas microcréditos que impulsó décadas atrás.

Entre 2015 y 2016 fui corresponsal en Bangladesh y, aunque la vida me ha llevado después a otros rincones lejanos, he seguido con interés desde la distancia este cambio histórico y hablado en los últimos días con varios bangladesíes tanto dentro como fuera del país para tratar de entender las sensaciones de la gente y la magnitud de lo que está pasando en las calles.

Manifestantes trepan a la estatua del padre de Hasina y líder de la independencia Sheikh Mujibur Rehman. Mohammad Ponir Hossain / Reuters / Contacto Photo

Sector textil, crisis climática y polarización política

Pongamos a Bangladesh en el mapa. Sabemos, seguramente, que produce ropa barata y que, enclavado en el mayor Delta y manglar del mundo, está seriamente amenazado por la crisis climática. No en vano, es el segundo principal exportador de textil del planeta, solo superado por China, y todas las grandes firmas producen allí. En 2023 exportaron productos de confección por valor de 47.000 millones de dólares, lo que equivale a más del 80% del total de sus ventas al exterior, pese a que también tienen otras industrias importantes como la farmacéutica o los servicios de tecnologías de la información (algunos de tus likes y seguidores puede que vengan de allí). La nación bengalí es la novena con mayor riesgo de desastre climático y podría perder un quinto de su territorio por la subida del nivel del mar debido al calentamiento global de aquí a 2050. En el siglo pasado los ciclones allí causaron cientos de miles de muertos.

Sigue teniendo a un quinto de la población bajo el umbral de la pobreza, aunque tuvo una exitosa revolución verde en los sesenta —es autosuficiente en producción agrícola—, lleva más de veinte años creciendo de manera sostenida sobre el 6% y la pasada década entró en el grupo de países de renta media baja del Banco Mundial. Tras acometer notables obras de infraestructuras, aspira a escalar un nuevo peldaño pronto.

En el último siglo este territorio ha experimentado notables cambios políticos: hasta 1947 era parte de la India administrada por el Imperio británico y aquel año se independizó pasando a ser el ala oriental de Pakistán, Estado creado como hogar para los musulmanes en el sur de Asia. Pero no duró mucho. La discriminación lingüística (imposición del urdu sobre el bengalí) y represión política generaron protesta social hasta llegar a un conflicto en 1971 que concluyó con la secesión de Pakistán, protagonizada por unos “luchadores de la libertad” bengalíes que tuvieron el apoyo de la India. 

Los primeros pasos del Bangladesh independiente estuvieron plagados de magnicidios, golpes de Estado y dictaduras militares, aunque tras otro gran movimiento de protesta social en 1990 se hicieron con el control de la escena política dos grandes partidos herederos de líderes de la independencia: la ya mencionada Liga Awami de Hasina y el Partido Nacionalista de Bangladesh (BNP) de su némesis, la también ex primera ministra Khaleda Zía, quien recientemente salió de prisión. Históricamente, el primero ha sido visto como más próximo a la India y el segundo más receptivo con Pakistán. Ambos partidos se alternaban en el poder y hacían la vida imposible al contrincante, pero a partir de 2009 Hasina se ha ido imponiendo en todas las elecciones entre acusaciones de falta de transparencia cada vez más sonadas, hasta el punto de que en los últimos comicios el BNP ni siquiera participó, mientras que un tercer partido, a menudo bisagra, el islamista Jamaat-e-Islami, fue ilegalizado recientemente.Por su parte, Yunus, el líder provisional que acaba de irrumpir tras la caída de Hasina, había intentado tiempo atrás una tercera vía, que no sentó bien a los partidos dominantes y afrontó causas judiciales en su contra. A su llegada a Bangladesh la semana pasada, Yunus se comprometió a trabajar incansablemente, asegurando que una de sus prioridades es restablecer la ley y el orden, ante el caos que la agitación social y el vacío inicial de poder han dejado a su paso (unos 326 muertos entre el 4 y el 6 de agosto y múltiples destrozos y saqueos).

Muhammad Yunus, célebre en Bangladesh y en el mundo por haber ganado el Nobel de la Paz, saluda a su llegada al Palacio de Bangabhaban para jurar su cargo al frente del Gobierno interino. Mohammad Ponir Hossain / Reuters / Contacto Photo

¿Quiénes son estos estudiantes rebeldes?

Detrás de la movilización no estaban ni agricultores ni pequeños comerciantes ni los trabajadores de las fábricas, sino el futuro del país: una clase media educada, más o menos acomodada, con más o menos recursos, que a medida que conquistaba atención ha convertido su movimiento en un imán para todos los agraviados con el régimen de Hasina. Mantengo una conversación online con un antiguo estudiante que participó en las protestas iniciales de 2018 —que consiguieron la supresión de las cuotas, hasta que fueron reinstauradas este año, desatando nueva agitación— y que ahora trabaja en la Comisión Anticorrupción, un ente público controlado por el Gobierno, por lo que prefiere utilizar el pseudónimo de Mridul. Al poco se nos une Imran, un estudiante de Relaciones Internacionales de la Universidad de Daca. Ninguno ha votado nunca en unas elecciones. Ambos están ilusionados ahora con el futuro.

—¿Cómo comenzó todo?

—En 2018 comenzó el primer movimiento de reforma de cuotas —explica Mridul—. Yo participé en él porque también fui víctima del sistema, que estaba anticuado. El 56% de los puestos funcionariales estaban reservados y el 44% basados ​​en méritos. En un país con un dividendo demográfico grande, con mucho desempleo juvenil, resultaba muy discriminatorio. El 30% de los puestos eran para los luchadores por la libertad y sus familias, pero la guerra ocurrió hace más de 50 años y solo hay 100.000 o 200.000 luchadores por la libertad [oficialmente reconocidos], pese a que muchas otras personas participaron en la Guerra de Liberación. Tras regresar al poder en 2009, la Liga Awami amplió la cuota para abarcar a los nietos de los luchadores por la libertad y eso enfureció a la gente. En Bangladesh, el trabajo público se considera más seguro porque el sector privado sigue siendo vulnerable. El sistema de cuotas es la gota que ha colmado el vaso de una serie de problemas a lo largo de los años de gobierno de la Liga Awami. No había libertad de expresión, los partidos de la oposición fueron brutalmente reprimidos y todas las elecciones fueron manipuladas.

—Hay muchas personas que no tienen nada que perder —añade Imran—. Viven con lo mínimo. En mi campus hay muchos estudiantes que viven en residencias y en otros lugares, y que no tienen dinero ni para volver a casa. Se refugian en el estudio como alternativa. La protesta, al principio, se limitaba a las universidades públicas de Bangladesh, pero el 15 de julio el Gobierno anunció que el sistema de cuotas se eliminaría durante un mes y que después habría un nuevo anuncio del tribunal. En ese momento, los estudiantes de la privada se nos unieron. Se convirtió en una protesta de todo el pueblo de Bangladesh. Hasina se refirió, además, a los manifestantes como ‘nietos de los razakars’ (colaboradores de Pakistán) y eso llevó a todo el mundo a las calles.

—¿Trataron otros actores políticos o sociales de beneficiarse de vuestra lucha?

—Esto es un movimiento estudiantil –continúa Imran–, pero otros han intentado aprovecharse de la situación porque durante los últimos 15 años los partidos opositores fueron brutalmente reprimidos y estaban buscando una oportunidad para obligarla a dimitir. No pudieron hacerlo por su cuenta. Es por eso que querían aprovechar la oportunidad. Pero esto es un movimiento estudiantil.

—Hubo muchos muertos y heridos… ¿Cómo se vio usted afectado en concreto?

—Fui golpeado por miembros del ala estudiantil gubernamental, incluso cuando estaba en la sala de urgencias del Hospital Universitario de Daca. Al principio, cuando los estudiantes nos lanzamos a la calle, las fuerzas de seguridad no adoptaron una actitud agresiva, pero las cosas se salieron de control después del 16 de julio. Empezaron a entrar en nuestro campus de la Universidad de Daca, dispararon balas, granadas y de todo.

–Extraoficialmente, más de 500 personas murieron, pero según la estimación del Gobierno, son alrededor de 200 [Aministía Internacional las ha cifrado en 400]. Hubo más de 20.000 personas heridas. La policía comenzó a hacer redadas en habitaciones y a revisar teléfonos. Simplemente por ser estudiante podías ser arrestado. Incluso la gente corriente tenía miedo de encontrarse con la policía. El 28 de julio, la policía hizo una redada en mi barrio y en mi residencia, buscaban el teléfono, entraron en todas y cada una de las habitaciones y preguntaron si había algún estudiante. Si encontraban a algún estudiante se lo llevaban detenido y lo torturaban. Revisaban la galería de los teléfonos y te hacían borrar todo. Me fui de Daca porque tenía pánico, porque era más probable que me arrestaran en cualquier momento y yo estaba muy involucrado en las protestas, hablando con medios… Solo pude llevarme una mochila y lo puesto. El sobrino de un amigo mío, que tenía solo 18 años, fue asesinado. Salió de su casa para recaudar fondos para un amigo que había recibido un disparo el día anterior y cuando la policía se los encontró les disparó directamente. Trataron de esconderse en una tienda, pero le dispararon directamente en el pecho y murió al instante. Muchos de los que murieron eran menores, 32, según Unicef.

—¿Creéis que las cosas pueden cambiar realmente?

—Para conseguir resultados, debemos reformar los diferentes sectores del país —dice Mridul—. Mi organización, la Comisión Anticorrupción de Bangladesh, por ejemplo, siempre se ha utilizado para reprimir a los opositores políticos. Incluso el doctor Muhammad Yunus fue acusado por ella debido a intereses políticos. Todo estaba controlado por Hasina, incluido el poder judicial. Los estudiantes están hartos de ambos partidos, de las begums (señoras) Zía y Hasina. Pero como Sheikh Hasina huyó del país y su partido está ahora en una suerte de clandestinidad, se ha creado un vacío y el BNP puede querer aprovechar la oportunidad. Pero la gente no quiere que vuelvan.

—Somos muy optimistas porque hay diversidad en el Gobierno interino —dice Imran—. Tenemos mucha esperanza en la modernización de la política. Necesitábamos un líder como Yunus, que está muy al tanto de las normas, del funcionamiento de la política global en el siglo XXI, donde el poder blando y el duro son ambos muy importantes. Para garantizar el cambio, debemos dar tiempo al Gobierno interino, al menos tres o cuatro años, para propiciar la creación de partidos políticos nuevos con nuevas ideologías y con la participación de los estudiantes y los jóvenes. Si las elecciones se celebran ahora, no cambiará la situación, porque tal vez el BNP llegue al poder… Hay dos representantes de los estudiantes en el Gobierno interino. Y hay otras personas que apoyaron el movimiento y participaron en él. Así que creo que el Gobierno garantizará justicia para todos.

Manifestantes celebran la dimisión de Hasina con un retrato desfigurado de la ex primera ministra. Fatima Tuj Johora / AP

La cobertura ‘in situ’ de las protestas

El papel de los fotoperiodistas cubriendo las protestas que culminaron con la caída de Hasina el 5 de agosto fue crucial, a la vez que arriesgado. Maher, pseudónimo utilizado por razones de seguridad, estuvo en las calles de la capital bangladesí incontables horas cada día y accedió a detallar algunas de las experiencias vividas:

“Todo estaba muy tranquilo después de las elecciones, así que cuando los estudiantes comenzaron a protestar por las cuotas los primeros días ni siquiera lo seguí. Luego empezaron a congregarse un montón de ellos, pero seguía sin haber violencia. Se reunían frente al campus de la Universidad de Daca, marchaban por las calles rodeando la universidad y se reunían en la intersección de Shahbagh. Gritaban sus consignas y bloqueaban la carretera. Días después, llegaron hasta la zona (comercial) de Farmgate, que está a dos o tres kilómetros de la zona universitaria, y bloquearon toda la carretera. El Gobierno no respondía. Entonces las protestas se hicieron más agresivas. Rompieron las barricadas y marcharon hacia la entrada. Y de repente, el 16 de julio, un hombre, Abu Sayed, murió en Rangpur (en el noroeste de Bangladesh). La policía le disparó dos veces desde muy cerca. Estaba de pie como si fuera Jesucristo. Su muerte fue el detonante para que mucha más gente en Bangladesh empezara a reaccionar. La violencia de los choques aumentó. Los primeros dos días las fuerzas de seguridad disparaban balas de goma. A partir del tercero empezaron a disparar con rifles. Un compañero fotoperiodista que hacía su trabajo en un hospital me comentó que en los primeros dos días las heridas eran a causa de pequeñas bolas de hierro, por cartuchos de perdigones como los que usan los cazadores. Después las heridas, en la cabeza o en el pecho, estaban causadas por un solo disparo, lo que significa que eran balas de rifle”.

“Incluso algunos periodistas fueron baleados y golpeados hasta la muerte por la policía. Así que fue aterrador. A mí no me pasó, pero algunos amigos me dijeron que les dispararon intencionadamente. La policía era muy agresiva, entre ellos veías a miembros de la facción estudiantil del partido gobernante. Llevaban armas, algunas fabricadas localmente y otras importadas. Algunos estudiantes no se fiaban de los periodistas y no les gustaba ser fotografiados. Un día estaba de pie en un puente y alguien me tiró un pequeño ladrillo. Me dijo: ‘Bájate de ahí, no deberías estar aquí’. Me bajé y regresé a mi casa. He pasado mucho miedo. Nunca había visto algo así. Fueron unos enfrentamientos muy duros. Me protegía con chaleco y casco. En algunos barrios como Mohammedpur, Jatrabari, Uttara y Rampura había combates sin parar, día y noche. Los periodistas no nos atrevíamos a ir allí cuando comenzaba el toque de queda durante las noches del 16 y 17 de julio, no sabíamos qué estaba pasando e internet estaba cortado, solo podías acceder si lo tenías en la oficina”.

“A veces iba con el teleobjetivo a una azotea. Veía cómo la policía disparaba balas de goma y granadas de sonido. La mayoría de los periodistas y activistas dicen que la policía también disparó desde helicópteros. No sé si soy capaz de poner en relieve la gravedad de los enfrentamientos. Me da la impresión de que (entre los manifestantes) había implicados activistas de Jamaat-e-Islam y Hefazat-e-Islam (agrupaciones islamistas). Yo he visto a los estudiantes y no son así de letales, no prenden fuego a nada, ni rompen un solo cristal de un coche. Pero el 16, 17 y 18 de julio fueron días muy sangrientos. Incluso prendieron fuego a muchas comisarías de policía. Todos los días tenía miedo de lo que podría pasar. Salía a tomar fotos y no sabía si volvería a casa vivo o muerto. Era realmente muy arriesgado”.

“Si me tengo que quedar con un momento sería el 5 de agosto. Fue un día muy tenso. Hasina es una líder muy agresiva, pensaba que no dimitiría. Cuando finalmente dimitió, lloré. De repente todo estaba tranquilo y calmado. Si Hasina no se hubiese marchado, habría tenido lugar una masacre. Fui a su residencia y no se podía ni entrar de tanta gente que había. Algunos se llevaban pescados, libros, una caja de pañuelos, pollos, palomas, gansos, un cisne, incluso un joven sostenía dos sujetadores suyos, lo cual me resultó ofensivo, pues es una señora de [casi] 80 años. Soy optimista, pero soy pragmático. Si Yunus no forma un partido político, no podrá permanecer en el poder por mucho tiempo. Si después de esto se entrega el poder al BNP u otro partido político, no creo que todo lo que ha sucedido haya servido para cambiar mucho. Será el mismo viejo vino en una botella nueva”.

Diario de Daca

Una de las voces periodísticas con mayor autoridad en Bangladesh es Shafiqul Alam, delegado de AFP. Siempre me ayudó a entender los meandros de la realidad de este país. En las últimas semanas, más allá de sus continuos despachos para esta agencia internacional, Alam está compartiendo un diario bajo la etiqueta de #dhakadiary a través de su cuenta personal de Facebook y ha cosechado miles de nuevos seguidores. Ojalá un día sus apuntes se conviertan en un libro. Esta es una selección de sus observaciones en los días anteriores y posteriores a la caída de Hasina. El 13 de agosto anunció, en ese mismo diario, que Yunus le había propuesto ser su secretario de prensa, algo que aceptó.

2 de agosto: Esta es una revolución de nuestras niñas y mujeres. No sé si lograrán sus objetivos, pero han demostrado cómo de almas rebeldes son. En las últimas tres semanas he conocido a niñas de acero que están dispuestas a morir por una causa. Conocimos a niñas con hiyab, con burka, sin velo, con vaqueros y camisetas.

4 de agosto: Durante dos horas, la calle frente a mi oficina en el centro de Daca se convirtió en un campo de batalla. La policía y supuestos miembros del partido gobernante dispararon contra los manifestantes, encabezados por estudiantes, quienes respondieron con piedras. Al principio todo era gas lacrimógeno. Miré desde el baño del piso 11 y desde la azotea. El gas me abrumaba. A partir de las 16.00 se desató una batalla campal. Parecía Gaza y los disparos no cesaban. Fotógrafos experimentados dijeron que eran sonidos de balas reales. Terminamos el día con unos 80 muertos y cientos de heridos. Al menos 14 fallecidos son policías que murieron cuando los manifestantes irrumpieron en una comisaría. ¡Espero que prevalezca el sentido común y evitemos una guerra civil!

5 de agosto: “Alrededor de las 13.30 el equipo de seguridad de Hasina le dijo que debía abandonar Ganobhaban, su palacio enormemente fortificado en el centro de Daca. Quería grabar un discurso a la nación. Quería hacer las maletas. Pero los agentes de seguridad no le dieron tiempo. El equipo de seguridad la llevó al aeropuerto utilizado por la aviación del ejército. Ella y su hermana subieron a un helicóptero de la fuerza aérea. Volaron fuera del país”. Así describió uno de sus principales ayudantes los últimos minutos de su mandato como primera ministra de Bangladesh.

He estado a punto de convertirme en una de las víctimas de la turba sedienta de sangre que atacaba a la gente y destrozaba e incendiaba propiedades. Salí a caminar con los manifestantes durante media hora. Alrededor de las 16.30 vi a unas personas desmantelando una oficina de la Liga Awami en Kawran Bazar y me detuve a tomar algunas fotos. Varias personas se apoderaron de mi teléfono y al menos tres de ellas me golpearon la cabeza y el ojo por detrás. Uno quería golpearme con un palo enorme. Afortunadamente dos personas me rescataron. Por favor, manténganse a salvo. ¡Debemos restablecer el orden bajo cualquier coste!

6 de agosto: El mural de Sheikh Mujib[ur] Rehman [padre de la nación y de Hasina] en el edificio donde se halla nuestra oficina ha sido vandalizado y borrado. Sheikh Mujib llevó a Bangladesh a la independencia en 1971. Pero sus tres años y medio de gobierno también fueron conocidos por la hambruna, la creación de un régimen de partido único y el cierre de medios de comunicación. Durante los 15 años y medio de Hasina en el poder se hizo un serio intento de deificarle. Se gastaron cientos de millones de dólares para construir sus estatuas y murales. Creo que una vez se deposite el polvo, Bangladesh se reconciliará con Sheikh Mujib. Dejémoslo en manos de los historiadores independientes y serios, no de los políticos.

7 de agosto: El mayor perdedor en el movimiento estudiantil es la India. No sé cuánto tiempo le llevará a Nueva Delhi reparar su daño. Puede que décadas. En los últimos 18 años, la India nunca se preocupó por las aspiraciones democráticas de los bangladesíes. Hasina nunca los decepcionó, incluso cuando Daca necesitaba más ayuda china para arreglar su infraestructura. La India se creyó muy ingenuamente la narrativa central de Hasina de que todos en Bangladesh, excepto los miembros de la Liga Awami, son o bien del Jamaat o bien pro Jamaat (los islamistas). 

8 de agosto: Estoy en el Bangabhaban Durbar Hall, donde hace siete meses Sheikh Hasina juró como primera ministra por cuarto mandato consecutivo. Pensamos que era el fin de nuestra democracia, porque su partido y aliados ganaron todos los escaños del Parlamento. Siete meses después, ha huido a refugiarse en la India. Y el hombre al que persiguió durante más de 15 años [el Premio Nobel Muhammad Yunus] y al que quería sumergir en las aguas del Padma está listo para dirigir un gobierno interino después de que los estudiantes la derrocaran en una revolución exitosa pero sangrienta. Hasina casi lo mete en la cárcel. Pero olvidó que el karma es vengativo.

(…)

Se puede decir que [Mahfuj Abdullah] fue el cerebro detrás de la Revolución Estudiantil. Tiene un conocimiento enciclopédico de los acontecimientos políticos y de por qué triunfaron o fracasaron. Sus amigos participaron activamente en las protestas estudiantiles de 2018. Querían construir un movimiento estudiantil libre de cualquier conexión política. Cuando el Tribunal Supremo restableció las cuotas, vieron la oportunidad de organizar un movimiento exitoso. Conocí a Mahfuj a principios de julio. Estaba enormemente eufórico por el éxito. La gran estrategia fue cuidar el lenguaje del movimiento. 

10 de agosto: Fui a cubrir las protestas de los estudiantes hindúes. Protestaban contra los ataques a templos, casas y propiedades hindúes en todo el país. Uno de los episodios más trágicos de nuestra historia es que, siempre que hay un cambio de gobierno, los hindúes son el blanco de los ataques. Especialmente, los hindúes de las zonas rurales. Bangladesh, como república, ha fallado a su pueblo hindú. El gobierno interino debe infundir esperanza y confianza entre ellos.

Ilusiones y miedos desde la distancia

En 2016, poco antes de abandonar Bangladesh, conocí a Shammi Haque, entonces una activista veinteañera que en 2013 se había unido a Gonojagoron Moncho, movimiento secular muy visible esos años, pues organizó protestas masivas para pedir el ahorcamiento de ancianos líderes islamistas que estaban siendo juzgados por alinearse con el régimen de Pakistán en la guerra de independencia. Esos juicios desataron violencia y al tiempo Bangladesh experimentó una inusitada ola de ataques selectivos entre 2015 y 2016, perpetrados por franquicias terroristas locales y reivindicados por Estado Islámico y Al Qaeda, contra pensadores laicos, minorías religiosas, activistas del colectivo homosexual o extranjeros.

En el momento de nuestra primera conversación Haque ya había tenido que ocultarse y vivía con protección policial en Daca. Poco tiempo después buscó refugio en Alemania, donde vive todavía hoy y ejerce como periodista. “Tuve que abandonar mi país después de que unos islamistas mataran a cinco amigos blogueros ateos y me amenazaran por mis opiniones críticas hacia el islam. También huí del antiguo gobierno de la Liga Awami, que no podía o no quería proteger a los blogueros y activistas seculares”, me escribió hace unos días.

“En los últimos años, Bangladesh se volvió autoritario. La corrupción era enorme. El gobierno controlaba los medios de comunicación y el sistema judicial. Se convirtió en un país dominado por la mafia. Pero todos los fascistas caen en algún momento. Esta joven generación nunca vio otro gobierno que el de Hasina, estaban cansados ​​y frustrados”, añadió.

Durante un mes, apenas pudo dormir. Seguía los acontecimientos casi al minuto. “Cada vez que cerraba los ojos, temía que hubieran asesinado a más estudiantes. Mis amigos activistas estaban en las calles y mis primos, en la Universidad de Daca. Mi tío periodista estaba cubriendo el levantamiento en mi ciudad natal, Barishal (sur de Bangladesh), y resultó levemente herido. Yo estaba constantemente preocupada”.

Haque piensa que “la mayoría” de este movimiento es “genuino” y que “realmente quiere un cambio para la nación y restaurar la democracia”, aunque asume que el mayor partido de la oposición, el BNP, segmentos conservadores y algunas organizaciones islamistas están involucrados en la protesta, algo natural, “ya que el movimiento está en contra del gobierno y está claro que intentarán usar esta protesta para sus intereses”.

“Tengo miedo de que muchas cosas puedan salir mal y de que se puedan cometer muchos errores. Pero soy optimista esta vez porque veo un nuevo espíritu”, agrega, confiando también en el papel de Yunus como responsable interino, decisión que califica de “correcta”.

“La gente lleva años buscando alternativas. Espero unas elecciones justas y el surgimiento de un nuevo partido político fuerte y democrático. Bangladesh se enfrenta a importantes retos como el islamismo, la pobreza y la superpoblación. Además, la sociedad es extremadamente patriarcal. Incluso si el Gobierno provisional es capaz de celebrar unas elecciones justas, establecer un gobierno laico e inclusivo no será fácil. Es realista aspirar a un gobierno estable, pero lograrlo llevará tiempo: probablemente al menos dos años”.

—¿Ha pensado en regresar a Bangladesh? —le pregunto.

—He pensado en volver muchas veces durante el último mes. Si un partido democrático llega al poder, me gustaría volver y trabajar por la libertad de prensa.

En otro mensaje, el líder de Gonojagoron Moncho, Imran Sarker, me describió la situación poco después la caída de Hasina: “La situación es caótica. Hay asesinatos selectivos de políticos y activistas laicos porque el movimiento contaba con el apoyo de grupos islamistas. Yo me escondo y trato de sobrevivir, aunque también sufrí las consecuencias del régimen por ser crítico”. Sarker no quiso entrar en más detalles.

El análisis de los escenarios

Asif Islam es un veterano periodista bangladesí que ha trabajado en el consejo editorial de un destacado diario nacional y ha ostentado una beca de Reuters en el extranjero. Me interesan sus reflexiones. Esta es la primera entrevista que concede. En los últimos años había rechazado hacer algunas o se autocensuraba en según qué circunstancias porque ha habido una creciente vigilancia gubernamental, en particular sobre él.

—¿Cómo vivió este levantamiento? —le pregunto.

—Lo que ocurrió en julio fue, para alguien que vive en Daca, algo único. Es algo que no habíamos visto en mucho tiempo. Los enfrentamientos, las manifestaciones ocurrieron realmente en todas partes de la ciudad. Por lo general, en el pasado, se había limitado a algunos barrios, las zonas acomodadas no se veían afectadas. Vivo en Dhanmondi, a menos de dos kilómetros del Parlamento. Algunas noches los enfrentamientos eran tan fuertes que olíamos pólvora desde mi casa. El 4 de agosto, antes de la capitulación, anunciaron que los bancos solo abrirían una vez a la semana. Corrí al banco porque no tenía efectivo y no se podía pagar con tarjeta nada [internet estuvo bloqueado casi tres semanas]. Fui al banco y pasó un convoy militar. Un soldado montado en la parte trasera de una camioneta con un arma montada me apuntó durante un minuto y medio. Me escondí y me agaché, en posición de apoyo, porque no estaba seguro de si, con el estrés de la situación, alguien apretaría el gatillo. Pensé que la Historia estaba sucediendo ante mis ojos. Y luego, al día siguiente, sucedió lo que sucedió. No lo esperábamos. Estas últimas semanas, básicamente día y noche hemos estado contactando a nuestros seres queridos para confirmar que están bien. Hay saqueos masivos. Bandas de delincuentes andan con armas, y la policía aún no ha vuelto a sus funciones. Básicamente hay policía comunitaria y muchos estudiantes están armados con palos de hockey y bates de críquet tratando de ayudar. Entretanto, se han producido robos en casas, allanamientos, extorsiones.

—¿Cómo ha llegado Bangladesh a este punto?

—Todo se había convertido en un sistema clientelista. El Estado había sido secuestrado por un solo partido y la gente sentía que sus oportunidades y libertades habían sido seriamente recortadas. La confianza en el Estado y en la separación de poderes se había deteriorado tanto que cuando el tribunal dictó sentencia [sobre las cuotas], hubo una sensación de que se estaba produciendo una maquinación política. La ex primera ministra hizo una declaración que desencadenó una enorme indignación [comparando a los manifestantes con los razakars, traidores propakistaníes). Tocó la fibra sensible, no solo a los estudiantes, sino a todo el mundo, por esta idea de que el Estado básicamente pertenecía a un partido, la historia de la independencia pertenecía a un partido, y que cualquier tipo de crítica al Estado de repente te convierte en antiestatal o antinacional o antipatriota, o peor aún, en un traidor… Como telón de fondo, durante todo el año, pero especialmente en verano, hemos visto una inflación alta, especialmente de los alimentos. Así que ha habido una presión de fondo. Todo el mundo ya estaba bajo mucha tensión económica.

—¿Estamos ante una verdadera revolución?

—Probablemente sea justo decir que una mayoría en el país quería ver un cambio político. Mientras hablamos hay conversaciones en secreto sobre cuánto tiempo permanecerá en el poder el Gobierno interino, que está limitado bajo la Constitución actual. Creo que los estudiantes y gran parte de la gente quieren ciertos cambios en el marco primero, abordar las cuestiones estructurales. Por el júbilo en las calles estamos ante un momento revolucionario. Ahora bien, está por ver si será exitoso. Bangladesh ha tenido una historia realmente interesante. Esta es la cuarta iteración en una especie de camino hacia una democracia más madura. Primero hubo la descolonización de los británicos. Luego tuvimos la descolonización de los pakistaníes, nos dimos cuenta de que no queríamos una identidad religiosa, sino progresista secular. En los años 90 salimos del régimen militar para restablecer la democracia parlamentaria. Después de [la dictadura de] Ershad, las relaciones entre civiles y militares han mejorado. Es la segunda vez que el Ejército se ha posicionado para ayudar a ‘recivilizar’ la sociedad, pero sin tratar de tomar el poder. Ahora hemos salido de otro tipo de autocracia: del secuestro del Estado por un partido, en cierto modo la más sofisticada, porque requiere mucha maquinación para cambiar las formas de funcionamiento bajo la apariencia de una especie de democracia formal. Creo que este movimiento es menos idealista y menos ingenuo que el de los noventa. Los estudiantes son más conscientes de los peligros. Si la economía no se mantiene, entonces habrá problemas. Los responsables de la industria de la confección hasta ahora han estado tranquilos, pero habrá mucha presión. Tanto los productores locales como los propietarios de capital y también los socios internacionales van a decir: ‘Bueno, ha pasado un mes, han pasado dos meses, tenemos que poner las cosas en marcha. Hay dinero en juego’. Este es un país grande, tiene muchas partes en movimiento.

–¿Cuál es el futuro de los dos grandes partidos tradicionales?

–El BNP organizó una manifestación masiva después de la capitulación. Sus partidarios salieron en gran número, pero a la gente no le impresionó. Alguien comentó ‘la sangre de los mártires ni siquiera se ha secado y estos ya está ahí fuera intentando conseguir el poder.’ Zía tiene una situación como la de Joe Biden. Parece demasiado mayor y demasiado frágil para entrar. La Liga Awami está muy lejos, tal vez a décadas de distancia, de volver a participar de manera efectiva en unas elecciones. El hijo de Hasina dijo (inicialmente) que la familia había terminado con la política. Ahora dice que una vez que se establezcan las reglas para las nuevas elecciones, su madre volverá y se presentará. Creo que el público está abierto a que haya algo de sangre joven, ideas nuevas. Sería una tragedia si no aprendiéramos nada de esta situación. 

—¿Puede por fin Yunus tener éxito como tercera opción, más allá de los partidos tradicionales? ¿Hay riesgo de que intervenga el Ejército?

—No creo que intente quedarse más de los 90 o 120 días que le han dado. Si intenta quedarse más tiempo, probablemente no será algo bueno. Si el caos persiste, no creo que los militares tomen el poder directamente.

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