Dudar

Temamos a quienes no dudan nunca. Que dudar no nos dé miedo.

Si hay un paradigma que define el sistema de la globalización en el que vivimos es la complejidad. Nunca antes en la historia de la humanidad habían confluido tantos actores, factores y procesos en cada uno de los hechos que determinan nuestras sociedades; a menudo, de manera y en direcciones distintas; a veces, incluso opuestas. Y a la vez, nunca nos hemos sentido tan tentados o impelidos a posicionarnos públicamente sobre casi cualquier tema: tenemos los canales para hacerlo de manera inmediata al alcance de móvil y las redes sociales han convertido las opiniones que publicamos en nuestro valor en el mercado de las vanidades, de los algoritmos y de las pugnas identitarias. Y todos ellos detestan, castigan e invisibilizan los grises, los matices, los “sí, pero”, los “no, aunque”, los “depende”. 

Los grandes desafíos globales –la crisis climática, el auge de las autocracias en detrimento de las democracias, la pugna por los cada vez más escasos recursos naturales, el consecuente aumento de la conflictividad–  se mezclan con controversias locales en la desbocada agenda informativa en la que vivimos. El ágora público exige cada vez menos datos, hechos y contexto –es decir, periodismo– y cada vez más, opiniones emotivas, construidas desde verdades absolutas y adhesiones sin fisuras a una de las dos posturas enfrentadas. Por ello, vivimos en la paradoja de que cada vez sea más habitual que haya quienes quieren debatir realidades fácticas mientras pretenden blindar como intocables opiniones sin fundamento o que, directamente, atentan contra los derechos humanos. 

Su necedad coincide con la de quienes interpretan como pusilánimes, equidistantes, sospechosas o, directamente, como traidoras a las personas que ante la irrupción de nuevos debates complejos y polarizados, escuchan, guardan silencio o responden un “no lo sé”. No tener una postura claramente definida sobre un tema con numerosas aristas y que no entra en nuestra área de especialización no implica desinterés ni pereza intelectual. Todo lo contrario. Hay pocos acicates más apremiantes que el que activa la falta de respuestas fáciles: te impulsa a indagar en las preguntas complejas, molestas, incómodas e, incluso, irresolubles. Dudar es el ejercicio que más han reivindicado los más ilustres pensadores y pensadoras como condición para el desarrollo de la sabiduría, dando lugar a un sinfín de proverbios y hasta refranes. Y sin embargo, cuando más razones tendríamos para dudar, es decir, para tomarnos el tiempo necesario para estudiar, pensar, preguntar, volver a estudiar, recapitular, sopesar y pensar, más cotiza la opinión espontánea y amateur frente a los análisis cualificados de las expertas y expertos.

Sabemos que los derechos se defienden ejerciéndolos, pero también se protege la libertad de expresión y se combate la polarización y la desinformación haciendo un ejercicio de constricción para no embarrar el espacio público con ocurrencias, lugares comunes o prejuicios ideológicos. 

En los últimos años, la centrifugadora con la que nos aturde la actualidad, las controversias de mecha corta que plagan las tertulias y la estrategia de tierra quemada del conocimiento que espolea la viralidad han convencido a parte de la ciudadanía de que los debates sólo pueden ser dicotómicos y que ante las grandes cuestiones sólo caben un rotundo sí o no.  

Pocas cosas odian más los Trump, Putin, Jinping, Netanyahu y compañía que la libertad de expresión. Una de ellas es el derecho previo a la reflexión, para el que hace falta tener las necesidades básicas cubiertas y una educación de calidad. Dudar nunca debería ser un privilegio ni considerado una debilidad: es la vacuna contra el dogmatismo, la llave a la libertad de conciencia, la condición necesaria para pensar mejor, para elaborar argumentos con enjundia, para crearnos opiniones constructivas para la sociedad y, finalmente, actuar en consecuencia. Porque somos responsables de nuestros hechos, pero también de nuestras opiniones. 

Patricia Simón (Estepona, 1983) es reportera, periodista de investigación y escritora. Autora de Miedo (Debate, 2022) y Lo que la guerra transforma (Flash, 2022), entre otros libros. Especializada en derechos humanos y ecofeminismo, su trayectoria ha sido reconocida con el Premio de la Asociación Española de Mujeres de los Medios de Comunicación en 2013, el Premio Internacional Manuel Chaves Nogales y el premio Bones Pràctiques de Comunicació No Sexista de l’Associació de Dones Periodistes de Catalunya (ADPC) en 2022. Ha realizado coberturas en más de veinticinco países. Desde que comenzase la pandemia de la covid-19 en 2020, ha documentado las protestas de Irak y Cuba, el incendio del campo de personas refugiadas de Lesbos, las elecciones presidenciales de Estados Unidos y de Colombia, el auge del yihadismo en Mozambique, las guerras de Ucrania y de Mali y la inundación de Derna (Libia), entre otros acontecimientos. Fue cofundadora y subdirectora de Periodismo Humano. Ha trabajado en televisión, radio, prensa escrita y en productoras de documentales, y colabora con distintos medios, como La Marea, 5W, Cadena Ser, Carne Cruda, Univision y El País.

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