Cuadros desde Guantánamo

Pinturas que salieron de la cárcel y que formaron parte de una exposición en Estados Unidos

Cuadros desde Guantánamo
Mohamed Al Ansi / John Jay College

A la profesora Erin Thompson ni siquiera se le ocurrió reservar la sala grande para la exposición “Oda al mar. Se decidió por un espacio más pequeño y funcional del quinto piso de la universidad John Jay College de Nueva York. “Siempre tengo miedo de que no venga nadie”, confiesa esta treintañera pelirroja y estirada, especialista en arte y criminología. Ella esperaba brindar en la inauguración con algunos compañeros profesores, tan inmersos como ella en “temas que no le interesan a nadie más”, y quizá con algún estudiante despistado con tiempo que perder. Pero la tarde de la inauguración, en octubre de 2017, la sala estaba tan llena que Thompson tuvo que dejar a gente fuera.     

Los cuadros expuestos quizá no habrían llamado la atención de ningún crítico de arte. Algunos bodegones, flores y muchas escenas marítimas pintadas en acuarela o acrílico. Rosáceas puestas de sol en la playa. Naves perdiendo el rumbo en medio de una tormenta gris. También minuciosas maquetas de barcos, relojes y altares. Lo más importante en estas obras no es la ejecución de sus trazos, sino su procedencia.

Los artistas son ocho presos del centro de detención de Guantánamo, la prisión militar de alta seguridad instaurada por George W. Bush en 2002 dentro de la base naval que Estados Unidos posee en Cuba: la alfombra bajo la que han intentado esconder las incómodas consecuencias de la “guerra contra el terrorismo” emprendida tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.

Cuatro de los presos artistas fueron liberados de Guantánamo recientemente, justo antes de que Donald J. Trump se mudara a la Casa Blanca en enero de 2017. Otros cuatro siguen encarcelados, junto a 36 hombres más. Todos han pasado más de una década entre rejas bajo las leyes de la guerra, la mayoría sin llegar siquiera a ser acusados formalmente de haber cometido algún crimen. Si su futuro ya era incierto, ahora todavía lo es más con el nuevo presidente estadounidense, quien al poco de tomar el mando revocó la ley impulsada por Barack Obama que ordenaba el cierre de Guantánamo. Los llaman los forever prisoners: prisioneros para siempre.

Cuadro pintado por Mohamed Al Ansi. Mohamed Al Ansi/John Jay College.

El arte estuvo en la cárcel desde el principio. Dibujos raspados en vasos de plástico, recortados en cartones, garabateados en las esquinas de las cartas a la familia. Pero no fue hasta finales de 2008 cuando se iniciaron oficialmente las clases de arte para presos. Hasta hace poco, esta realidad seguía siendo una incógnita para la mayoría de los que nunca han pisado la base militar. También lo era para Thompson, hasta que en 2016 una abogada le propuso exhibir las obras de sus clientes: los presos.

“Eso no tiene ningún sentido”, pensó Thompson cuando se enteró de que los presos de Guantánamo hacían arte. Pero su curiosidad la llevó a embarcarse en una tarea que no sabe cuándo terminará y cuyo devenir es tan imprevisible como el de la propia prisión. Por ahora, el éxito de la exposición ya ha provocado la respuesta del Departamento de Defensa: en noviembre anunció un cambio de política prohibiendo que más obras salieran de Guantánamo y atribuyéndose su propiedad.

“Ahora siento que tengo una responsabilidad”, dice Thompson.

Dieciséis años después de la apertura de ese centro de detención de alta seguridad, los centenares de curiosos que se acercaron a ver “Oda al mar” demuestran algo: se sabe poco sobre Guantánamo. Y la gente quiere saber más.

Arbitrariedad

A la hora de describir la prisión caribeña, todos los que por alguna razón han pasado tiempo entre sus paredes o lidiado con ella desde la distancia coinciden en destacar una cosa: la única constante en Guantánamo es la arbitrariedad. “Las normas cambian todo el tiempo”, explica la abogada Beth D. Jacob, que lleva catorce años trabajando de forma voluntaria con presos en Guantánamo, y que anteriormente había defendido a víctimas del 11-S. A los abogados se les permite en ocasiones llevar comida a las reuniones con los clientes, que suelen durar varias horas, o material artístico para que sigan ocupando su tiempo.

Las clases de arte, ahora suspendidas, tenían lugar dos veces a la semana, a cargo de un profesor jordano-iraquí que se hacía llamar Adam. Durante una hora, los presos que deseaban asistir eran encadenados a las mesas, tomaban herramientas como pinceles o lápices de colores (prohibidos en el resto de la prisión) y aprendían técnicas básicas de dibujo y pintura. Al principio no se les permitía mostrar las obras a sus abogados: solamente podían enviarlas a familiares a través del Comité Internacional de la Cruz Roja, o bien mandar fotografías de las obras por correo. Pero en 2015 esa norma cambió, y los abogados pudieron empezar a sacar las obras fuera de la prisión. Eso sí, las pinturas debían pasar un proceso de revisión que podía llevar semanas, a veces meses, para asegurarse de que no contenían información clasificada o mensajes en clave. Y cualquier dibujo que describiera de forma gráfica los abusos que habían padecido dentro no salía de la prisión. Un tiempo después, cuando las obras ya no cabían en los cajones de su despacho, la abogada Jacob contactó con Thompson y le propuso la idea de la exposición.

¿Cuál es la situación legal de los presos de Guantánamo? Los 40 hombres que siguen detenidos por supuestos vínculos con Al Qaeda y la preparación del atentado del 11-S proceden de 13 países distintos, una lista que encabezan Yemen (14), Arabia Saudí (7) y Pakistán (6). Antes de llegar a Cuba, la mayoría pasaron por centros de detención de la CIA donde las torturas eran habituales. Solo nueve de ellos han sido acusados formalmente de crímenes y, de estos, dos han sido condenados.

“Me alucina que ni siquiera se finja que hay algún tipo de proceso o revisión que justifique el motivo por el que fueron encarcelados o por el que siguen en prisión”, explica Jacob, frustrada por el hecho de no poder responder ni siquiera las preguntas más básicas de sus clientes. La mayoría han cumplido o van camino de cumplir penas de quince años sin que se hayan presentado cargos contra ellos. Podrían permanecer encarcelados de por vida.

El coste de estas detenciones indefinidas se acerca al surrealismo: cada uno de los prisioneros en Guantánamo cuesta al Gobierno estadounidense 11 millones de dólares al año.

Escapar

Cuadros pintados por Mohamed Al Ansi. Mohamed Al Ansi / John Jay College.

Atrapados en celdas claustrofóbicas, donde el tiempo pesa más que el calor húmedo que impregna las pesadas paredes de cemento, muchos presos encontraron en el arte una vía de escape. “Cuando empiezo una obra de arte, me olvido de mí mismo”, explica en el catálogo Moath Al Alwi, autor de la espectacular maqueta de barco de más de medio metro de largo expuesta en “Oda al mar”. Al Alwi es originario de Yemen y lleva en Guantánamo desde 2002. Fue detenido en la frontera entre Afganistán y Pakistán en diciembre de 2001 junto a una treintena de hombres. Según un perfil elaborado por los servicios de inteligencia norteamericanos, Al Alwi fue supuestamente un guardaespaldas de Osama bin Laden, el líder de Al Qaeda. Pero en los dieciséis años que lleva en la prisión, nunca ha sido acusado formalmente de ningún crimen.

Su interés por el arte empezó en 2012, cuando estaba encerrado en una celda sin ventana: “Pensé: ¿cómo puedo abrir una ventana en esta celda?”. Empezó a recortar fotografías de revistas y a colgarlas en la pared. De ahí pasó a construir un pequeño molino, y se obsesionó con lograr que las aspas giraran. Desde entonces, construye sus maquetas —la mayoría de barcos— con todo tipo de desechos: tapones de botella, restos de esponjas, hilo dental, cartones, retales de camisetas, cuerdas de fregonas. “Vivo una vida distinta cuando estoy haciendo arte”, explica.

Su abogada, Jacob, guarda con especial cariño la maqueta de una góndola que Al Alwi le regaló: “Fue la primera o segunda vez que lo vi. Entré en la sala y él tenía este regalo. Le dedicó mucho tiempo, energía y trabajo. Supongo que por eso es especial para mí, por la generosidad que mostró.” Al Alwi pensó hasta el último detalle: además de la maqueta en sí, diseñó y decoró una caja con asas que permite transportarla con facilidad.

La mayoría de los presos artistas deseaban mostrar sus obras a los demás. El exmilitar Kevin Farrell, de 32 años, fue guardia en Guantánamo entre 2015 y 2016. Uno de los presos que mejor recuerda es el número 441. “Hablaba bastante, y yo estaba allí sentado todo el día, aburrido, así que conversábamos”, explica con voz grave y firme. El preso 441 a menudo le mostraba sus obras: “Las pensaba mucho. Me explicaba que representaban su estado mental y emocional. Es bueno poner eso en palabras. Cuando el sentimiento vive en tu interior es algo abstracto, pero cuando se lo cuentas a otra persona lo entiendes mejor. Creo que el programa de arte en Guantánamo es algo bueno”. Farrell visitó la exposición en Nueva York y allí reconoció la voz del preso 441 en un vídeo que acompañaba la muestra. Solo entonces supo que el nombre de aquel prisionero era Mansour Adayfi.

Maqueta de Moath Al Alwi, quien sigue preso en Guantánamo, con restos de objetos desechados. Moath Al Alwi / John Jay College.

Adayfi fue detenido por el ejército afgano en noviembre de 2001, cerca de Kunduz, y luego pasó a manos del ejército norteamericano durante una revuelta en una prisión de Mazar-e-Sharif. Los servicios de inteligencia argumentaban en su informe que Adayfi era supuestamente un alto cargo de la Brigada Árabe 55 de Al Qaeda, que se había reunido con Bin Laden en numerosas ocasiones y que tenía conocimiento de los planes del ataque a las Torres Gemelas. Adayfi tenía 22 años cuando llegó a Guantánamo y nunca fue imputado formalmente.

El mar también está muy presente en los cuadros de Mohamed Al Ansi, probablemente el artista más prolífico de Guantánamo. Al Ansi fue otro de los treinta hombres detenidos en 2001 en la frontera entre Afganistán y Pakistán por pertenecer, según un perfil del Departamento de Defensa norteamericano, al servicio de seguridad de Bin Laden. A diferencia de Al Alwi, que sigue preso, Al Ansi tuvo la suerte de salir de Guantánamo ocho días antes de la toma de posesión de Trump, en el último avión. Ahora reside en Omán, país vecino de su Yemen natal.

Durante sus casi quince años de cautiverio pintó más de 300 cuadros, aunque él no se atreve a denominarlos “obras de arte” y se refiere a ellos como “papeles pintados”, explica en una carta a un artista americano recogida en el catálogo de la exposición. Sin embargo, el arte es muy importante para él. Jacob recuerda: “En nuestra primera reunión nos pasamos casi todo el rato mirando sus obras y hablando sobre su arte, durante más de una hora”. Al Ansi se emocionó cuando Jacob le propuso sacar algunas pinturas para enseñárselas a una amiga artista.

Al Ansi parece tener un don para expresar emociones a través del color. La mayoría de sus pinturas son paisajes marítimos, poco más que unas ondas de mar y cielo, pero que a través del pigmento reflejan momentos vitales completamente distintos. Sobre el escritorio de su despacho, junto a un busto del David de Miguel Ángel que usa como portalápices, la profesora Thompson tiene dos de las pinturas dispares de Al Ansi, sus favoritas. La de la izquierda es una postal de playa en tonos rosas, con dos personas en el centro bajo un parasol; la otra es un negativo en gris de esa misma playa, fundida en la depresión, la impotencia y la soledad. A Thompson le interesan especialmente las condiciones de vigilancia constante en las que los presos realizaron estas obras: “El extraño equilibrio entre querer proteger su privacidad de todas esas intrusiones y la necesidad humana de expresarse es absolutamente fascinante”.

Para muchos presos, regalar obras de arte también es una forma de mostrar su agradecimiento o estima a aquellos que los ayudan sin obtener nada a cambio. Durante una reunión, Al Ansi se enfadó con Jacob y, para disculparse por su comportamiento, en la siguiente visita le regaló un cuadro de una flor. Quería aclarar que “estaba enfadado por las circunstancias” y no con ella, explica la abogada. Muchas de las obras expuestas y recopiladas por los abogados contienen en el reverso mensajes de agradecimiento.

A contrarreloj

La situación de caos en Guantánamo se aceleró con el fin del segundo Gobierno de Barack Obama. Durante muchos años, Obama fue retrasando su promesa electoral de cerrar la criticada prisión. “Su Departamento de Justicia mantuvo las mismas estrategias que la Administración Bush”, dice Aliya Hana Hussain, del Centro de Derechos Constitucionales, que también ofrece servicios de defensa legal a los presos de Guantánamo. “Obama no priorizó cerrar Guantánamo hasta que ya era demasiado tarde”.

Hacia el final de su presidencia, Obama pisó el acelerador: un panel debía revisar la situación de todos los presos y decidir si podían ser transferidos a otros países. Los abogados no daban abasto preparando las audiencias. “Hubo mucha confusión”, recuerda Jacob. “En un año quisieron hacer lo que no habían hecho en todos los anteriores”. La abogada calcula que en 2016, el año más intenso, invirtió más de 800 horas en esos casos, a la vez que seguía con su trabajo a tiempo completo como abogada de empresas farmacéuticas.

Cuando el panel dictaminaba que un preso podía ser transferido, pasaba al estatus de “aprobado para liberación”, aunque eso tampoco aseguraba del todo su salida de la isla. La cuenta atrás había empezado. “Todo el que seguía allí en el momento de la toma de posesión [de Trump] se sintió atrapado”, dice Jacob. Actualmente hay cinco presos en Guantánamo a la espera de ser liberados.

Agua

Cuadro pintado por Mohamed Al Ansi. Mohamed Al Ansi/John Jay College.

Todas las obras que salen de Guantánamo están marcadas como si fueran ganado. Normalmente están estampadas por partida doble: un sello cuando se les entrega el papel blanco a los presos, otro cuando la obra está finalizada y supera la revisión final de seguridad. En las pinturas la agresión suele ser discreta, marcando solo el reverso de la obra. En otros casos, como las maquetas de Al Alwi, los sellos a veces manchan las velas blancas.

Durante su análisis de las obras que le iban llegando, Thompson advirtió que el mar era un símbolo recurrente en todos los presos, pero no sabía por qué. Al principio usó el título “Oda al mar” como algo temporal, para reservar la sala de exposición con un año de antelación. “Ya se me ocurrirá algo mejor más adelante”, pensó. Durante la preparación del catálogo de la exposición Thompson pidió a Mansour Adayfi, uno de los artistas, que escribiera un ensayo. “Puedes escribir sobre lo que quieras, pero si sabes por qué hay tanta agua, me encantaría saberlo”, le dijo la profesora. El texto de Adayfi abrió una ventana a aspectos de la vida de estos presos que nadie afuera había visto antes: a su cotidianeidad.

El mar es una presencia constante para los presos de Guantánamo: lo huelen en el aire salado, lo tocan en las sábanas húmedas, lo escuchan chocar contra las rocas. Pero, a pesar de estar tan solo a unos pocos metros, no pueden verlo. En el horizonte solo hay muros, vallas, unos pesadas lonas verdes. Hasta que un día, en 2014, ante la amenaza de un huracán que se acercaba, los militares bajaron las lonas.

“Todos miramos en una sola dirección: hacia el mar. Al mirarlo sentimos un poco de libertad”, escribe Adayfi. “Los toldos permanecieron bajados unos días, y los presos empezaron a hacer arte sobre el mar. Algunos escribieron poemas. Y todos los que sabían dibujar, dibujaron el mar. Yo podía ver distintos significados en cada pintura, color y forma. Podía ver cómo los presos plasmaban sus sueños, sentimientos, esperanzas y vidas en ellos. Podía ver que algunos de estos dibujos eran una mezcla de esperanza y dolor. Que el mar significa la libertad que nadie puede controlar o dominar, libertad para todos”, escribió.

Adayfi fue liberado en 2016 y actualmente vive en Serbia.  

“No somos monstruos”

A pesar de las pesimistas predicciones de Erin Thompson, a la exposición se acercaron todo tipo de personas: estudiantes y profesores, pero también artistas, periodistas, activistas, exsoldados, abogados e incluso familiares de víctimas del 11-S. Thompson se preocupó cuando una viuda le dejó un mensaje en el contestador diciendo que quería hablar con ella. Pensó que no podía ser nada bueno, que la acusarían de enaltecer el terrorismo, como habían hecho algunas voces críticas en algunos medios de comunicación conservadores, pero se equivocaba. La mujer la felicitó: “Es fantástico. Muchas gracias por organizarlo”.

Valerie Lucznikowska, de 79 años, perdió a su sobrino en el atentado de las Torres Gemelas. La curiosidad pudo más que las dos horas de viaje hasta Nueva York: “Ver su arte ha transformado estos objetos bidimensionales [los presos] que nos habían contado que eran el mal. Nos ha mostrado que son humanos creativos, con profundidad y sentimientos. Y algunos son de hecho buenos artistas… Me anima ver la tenacidad del espíritu humano”.

Para Jessica Murphy, cuyo padre falleció en el atentado cuando ella tenía cinco años, fue reconfortante ver el esfuerzo que la exposición hacía para “humanizar a personas que a menudo no son descritas como personas”.  La joven recuerda con aflicción unas declaraciones de Donald Trump, quien se refirió a supuestos terroristas como “animales”.

Los propios presos son muy conscientes de la visión que se tiene de ellos fuera de la base: la de una especie de demonio colectivo, sin matices. “Tendemos a hablar de los presos de Guantánamo sin escuchar sus voces”, explica Thompson. “Esta exposición era una oportunidad poco común para comunicarse directamente con gente que a menudo concebimos como un grupo, como algo genérico”.

En el suelo de su despacho sin ventanas, detrás de una columna, asoman carpetas llenas de dibujos y las maquetas de los presos. Thompson las custodia desde el fin de la exposición, a falta de un lugar mejor donde mantenerlas seguras. Desde que el Departamento de Defensa prohibió sacar más obras de la cárcel y amenazó con quemar algunas de las que hay dentro, la profesora ha iniciado una base de datos digital para catalogar todas las obras. Ya tiene más de 850 clasificadas. Su objetivo es conseguir que ahora las obras viajen, que sigan “generando preguntas” a la gente. Thompson espera poder organizar una exposición en algún lugar de Europa para que los prisioneros que ya han sido liberados puedan asistir, dado que no les está permitido pisar suelo estadounidense. Mientras tanto, las obras siguen en un limbo parecido al de los cuarenta hombres que permanecen encerrados en Guantánamo.   

En su ensayo, Adayfi termina con una invitación: “La mayoría de estas obras tardaron meses en realizarse y meses en ser aprobadas. Fueron inspeccionadas, escaneadas y retenidas. Como nosotros. Estas obras han recorrido un largo y duro viaje para llegar hasta ustedes. Para conocerles. Dejen que el mar les recuerde que somos humanos”. 

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