Los meses que Fátima había pasado cruzando Europa podían medirse por el grosor de su tripa. La noticia de su embarazo coincidió con su huida de Siria, pero ni siquiera eso pudo retenerla más en un país asediado por las bombas. Sus padres habían muerto a causa de uno de esos impactos y ella había perdido el rastro de su marido al poco de casarse.
Durante un tiempo realizó la travesía sola, sin más compañía que la de su futuro bebé, hasta que encontró a un familiar lejano que la invitó a unirse a su grupo. La joven, de 24 años, decía sentirse más segura desde que viajaba con ellos, y agradecía que le dejaran colocar una pequeña tienda individual en el centro de todos. Una pequeña victoria en forma de privacidad; toda la privacidad que una situación humanitaria como esta puede ofrecer.