Japón: Los refugiados de Fukushima

Cinco años después del accidente nuclear de Fukushima, 70.000 personas siguen fuera de sus hogares

Japón: Los refugiados de Fukushima
Kosuke Okahara

Shizuko Watanabe se mueve deprisa detrás de la barra del restaurante. Esta mujer alegre y menuda atiende pedidos, sirve las mesas con una ancha sonrisa, dedica sonoros saludos de bienvenida a quienes entran.

Nada se saldría de lo normal en este acogedor local si no fuera porque se encuentra a menos de veinte kilómetros de la central nuclear de Fukushima y sus clientes trabajan, casi todos, en labores de descontaminación de radiactividad.  

Más que un negocio, el restaurante parece un milagro en el desolado distrito de Odaka. Hace cinco años que se convirtió en un barrio fantasma de la noche a la mañana. Solo en este lugar, el peor accidente atómico tras el de Chernóbil echó de sus casas a más de 11.000 personas.

Fueron los días más negros de Japón desde la Segunda Guerra Mundial: un terremoto de nueve grados, un devastador tsunami que se cobró más de 18.000 vidas y un desastre nuclear que aún mantiene lejos de sus hogares a 70.000 de las 150.000 personas que fueron evacuadas entonces.

Ahora las labores de descontaminación están avanzadas y el acceso a Odaka es libre durante el día, pero solo unos 1.600 vecinos, menos del 15% de los habitantes registrados antes del accidente, cuenta con un permiso especial para pernoctar allí. Los pocos que han regresado son, en su mayoría, ancianos que muestran más resignación que desconfianza. Muchas familias jóvenes han reconstruido sus vidas en municipios lejanos, y otros, como Shizuko Watanabe, viven aún en casas temporales a unos kilómetros de distancia, esperando el día en que las autoridades levanten todas las restricciones para volver.

Tres policías en un puesto de control a 27 kilómetros de Fukushima. Kosuke Okahara

En las desoladas calles apenas hay algunos hombres con mascarilla y guantes enfrascados en labores de limpieza. Retiran escombros o capas de tierra, cortan ramas, quitan la cubierta de los tejados. En un cruce, dos operarios trabajan ante un poste para colocar una placa solar sobre un medidor de radiactividad.

La imagen resume perfectamente las profundas consecuencias del desastre nuclear.

Verduras libres de radiactividad

El restaurante Odaka no hiru gohan (“El comedor de Odaka”) abrió en diciembre de 2014 para dar comida caliente a quienes trabajaban en las tareas de descontaminación. Durante más de un año, Watanabe y otras tres mujeres han servido comidas a unas cincuenta personas al día, cuatro días a la semana. Ahora su labor está a punto de concluir: el quinto aniversario del accidente nuclear marca su último día de actividad.

A todas les alegra dejar atrás la palabra provisional para avanzar hacia una relativa normalidad. “Cerramos porque el dueño de este local vuelve a Odaka y quiere reabrir el restaurante de ramen (fideos) que había aquí antes”, explica con satisfacción Watanabe, de 68 años. Ella tenía 63 cuando tuvo que dejar su casa por el accidente en la central. “La crisis nuclear causó situaciones durísimas, aquello separó a mucha gente”, recuerda, y esa sonrisa que parecía imborrable desaparece de su rostro.

Tras verse obligadas a dejar sus casas, muchas familias no pudieron seguir juntas por falta de espacio en los pisos temporales o porque las mujeres se trasladaron con sus hijos a zonas del interior, mientras los hombres se quedaban en zonas costeras. Allí se encontraban más oportunidades de trabajo vinculadas a la reconstrucción o la descontaminación.

Shizui Yokoyama, de 89 años, es una de las refugiadas de Fukushima. Kosuke Okahara

Igual que muchos otros japoneses, Watanabe buscó su propia forma de ayudar. Cuando surgió la oportunidad de abrir el restaurante en Odaka, se puso manos a la obra con la ayuda de un emprendedor local y tres compañeras. Y así inventaron un menú de 700 yenes (algo menos de seis euros) que tiene “el sabor que dan a la comida las madres y las abuelas”. Arroz, verduras, sopa, fideos…

Dentro del comedor solo un par de señales recuerdan que estamos en una zona de evacuación nuclear: en una pared cuelga un mapa que muestra, por colores, el nivel de radiación en distintas áreas de la provincia; y un certificado en la pared garantiza que las verduras que se sirven aquí están libres de cesio 134 y 137.

Una vez fuera, la realidad choca de nuevo con el visitante: calles vacías, algunos obreros durmiendo la siesta, un puñado de furgonetas aparcadas al lado de solares con la tierra levantada. Todo envuelto en un silencio sepulcral.

Refugiados nucleares

Como en Odaka, también otras zonas vecinas a la planta nuclear están en un proceso bastante avanzado de descontaminación. Pero ni siquiera las autoridades tienen la esperanza de que la vida vuelva a ser como antes. “Los expertos aseguran que los niveles actuales de radiactividad no afectan a la salud de la población. Pero la gente desconfía”, dice el alcalde de Minamisoma, Katsunobu Sakurai. Su municipio quedó aislado durante varios días en los que el Gobierno, desbordado, instó a la población de allí a no salir de sus casas. Un radio de veinte kilómetros alrededor de la central fue decretado zona de exclusión y 14.000 habitantes de Minamisoma se convirtieron en refugiados nucleares.

“Muchos de ellos ya tienen una nueva vida en otros lugares. No creo que, pese a las labores de limpieza, las zonas de evacuación vuelvan a tener ni la mitad de la población que antes”, asegura Sakurai.

La desconfianza y el miedo a los efectos de la radiactividad sobre la salud son motivos poderosos para mantenerse lejos. Por ahora no hay informes concluyentes sobre la relación entre el accidente y los casos de cáncer. Un estudio efectuado desde marzo de 2011 entre 300.000 menores de 18 años en Fukushima confirmó el pasado febrero 116 casos de cáncer de tiroides y otros 50 sospechosos de serlo. Los expertos acogieron los datos con cautela y el gobierno provincial dijo considerar “improbable” que estén relacionados con el accidente nuclear.

Los residuos de Fukushima

Bolsas de tierra contaminada abandonadas en campos de cultivo. Kosuke Okahara

El otro gran desafío es qué hacer con las toneladas de residuos contaminados. Miles de enormes bolsas de plástico repletas de tierra y materiales radiactivos se acumulan sin que el Gobierno haya tomado una decisión sobre su emplazamiento. De momento hay más de nueve millones de metros cúbicos repartidos en bolsas que se ven por todas partes: al lado de las casas, al borde de la carretera, en campos abandonados. No hay ninguna vigilancia especial y su presencia parece haberse convertido en algo normal para los vecinos. En Minamisoma hay amplias explanadas donde se apilan en hileras interminables. Algunos de estos almacenes provisionales al aire libre están delimitados por vallas, otros ni tan siquiera eso. El plan del Gobierno de construir instalaciones especiales en distintas provincias para almacenarlas choca con la oposición de las autoridades locales, y la situación está bloqueada.

Este problema es evidente desde la ruta nacional seis, la carretera que atraviesa Fukushima y bordea la maltrecha planta nuclear. Desde allí se ven las bolsas de tierra radiactiva, invernaderos abandonados, terrenos baldíos. En el tramo más cercano a la planta nuclear el tráfico es escaso. Esta sección estuvo cerrada durante más de tres años, hasta septiembre de 2014, cuando se reabrió tras intensas tareas de descontaminación. En medio de la carretera, a menos de diez kilómetros de la central, un contador de radiactividad marca 1,2 microsieverts por hora, muy por encima del nivel de 0,23 microsieverts por hora al que las autoridades quieren reducir la radiación en las zonas contaminadas.

El desvío que sale de la ruta seis a la planta de Fukushima está bloqueado por una valla sin vigilancia. Dentro de la propia central la situación es estable, según los responsables de la eléctrica TEPCO, la propietaria. Sin duda ha habido avances y la descontaminación ha reducido significativamente los niveles de radiación, aunque persisten serios problemas. Uno de los principales, las toneladas de agua contaminada que se generan cada día y que ya ocupan más de mil enormes tanques radiactivos, cuyo futuro es también incierto. Se calcula que el desmantelamiento de los reactores puede llevar entre tres y cuatro décadas.

Todavía queda un largo camino para cerrar la crisis de Fukushima, un capítulo de la historia de Japón que tocará a varias generaciones.

Vista de la ciudad de Fukushima. Marzo 2012 Kosuke Okahara

 

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