Manual chino para derrotar al coronavirus

Estas son las cosas que China hizo bien para frenar la curva —y también las que hizo mal

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Manual chino para derrotar al coronavirus
Yomiuri Shimbun/AP

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“Cualquier medida que se tome antes de una pandemia parecerá exagerada. Cualquier medida que se tome después parecerá insuficiente”.

— Michael O. Leavitt, exsecretario de Sanidad de Estados Unidos.

China tiene previsto erradicar los contagios locales de coronavirus a finales de marzo. Si las previsiones de las autoridades se cumplen, concluirá un proceso lleno de errores y aciertos e iniciará uno no menos complicado: el de la reactivación económica.

“La batalla continúa, pero la victoria está cerca. Una victoria de Hubei es una victoria de China”. Así habló el pasado 10 de marzo el presidente chino, Xi Jinping, durante su primera visita a Wuhan desde que la ciudad se convirtió en el epicentro de la pandemia que tiene a medio mundo en vilo. Y las estadísticas le dan la razón: los nuevos contagios locales han caído en picado y se circunscriben a la provincia de Hubei, cuya capital es Wuhan. Si los científicos chinos no están equivocados, el número de contagios diarios que tanto temor ha provocado desde que comenzó a publicarse el 20 de enero regresará a cero a finales de este mes. Un doloroso proceso del que ahora el resto del mundo puede extraer enseñanzas prácticas. 

Censura y falta de información inicial

Las primeras noticias que se publicaron sobre el coronavirus en China no suscitaron excesiva atención. Claro que el causante de la covid-19 se camufló en sus inicios bajo la piel de una neumonía atípica de origen desconocido. Los rumores sobre casos de gente que enfermaba debido a un extraño virus comenzaron a circular a mediados del pasado mes de diciembre en la ciudad de Wuhan, pero en un inicio pasaron desapercibidos en las redes sociales. Hasta que algunos conjuraron unas siglas que provocan escalofríos: las del Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS), que dejó más de 800 muertos en todo el mundo y propinó un sonoro puñetazo a las economías asiáticas entre 2002 y 2004.

Con el tiempo se ha sabido que la falta de información inicial no fue casual. Se estima que el paciente 1 se infectó el 17 de noviembre —todavía no se ha identificado al paciente cero—; los científicos descubrieron el coronavirus el 11 de diciembre y comenzaron a trabajar de inmediato en su secuenciación genética, pero las autoridades provinciales creyeron que no era necesario informar al público y prefirieron correr un tupido velo sobre el tema. Los censores comenzaron a eliminar los mensajes que apuntaban al mercado de pescado de Huanan como origen del brote, y los políticos decidieron amordazar a los médicos que comenzaban a dar la voz de alarma a través de grupos de WeChat, el WhatsApp chino.

Lo confirmó a principios de marzo la directora de Emergencias del Hospital Central de Wuhan, Ai Fen, en una controvertida entrevista concedida a la revista Renwu. A pesar de que el Partido Comunista ha tratado de borrarla por todos los medios, los internautas chinos la han publicado incluso en código morse para evadir la censura y para que, ahora que los dirigentes sacan pecho y se erigen en salvadores, la verdad no se olvide: el Gobierno ocultó lo que sucedía y amonestó a quienes advirtieron de la gravedad del asunto. “Si hubiese sabido lo que iba a pasar, no me habría preocupado por el castigo. Se lo habría contado a quienquiera que se cruzase conmigo”, dijo Ai, que el 30 de diciembre recibió un informe en el que se advertía de que la neumonía atípica era causada por el coronavirus del SARS.

Esa información se extendió como la pólvora entre los sanitarios. Varios médicos fueron advertidos sobre las consecuencias de “propagar rumores” y fueron obligados a firmar con sus propias huellas dactilares una declaración en la que se comprometían a no compartir ninguna información no verificada. “Vimos cómo cada vez llegaban más infectados y nos convencimos de que se estaba produciendo una transmisión entre humanos. Pero no nos atrevimos a decir nada”, confesó Ai, que ha visto morir a cuatro compañeros. Los dirigentes de Hubei llegaron a exigir a los laboratorios que destruyesen las pruebas y no reconocieron la gravedad del asunto hasta el 21 de enero, a pesar de que luego se ha conocido que el propio Xi Jinping exigió que se tomasen las medidas adecuadas para prevenir la propagación del coronavirus dos semanas antes.

“Es posible que las autoridades provinciales tardasen en dar la voz de alarma porque no querían dar problemas al Gobierno central, y actuaron mal al acallar a quienes alertaron del peligro, pero había mucha confusión”, opina Guillaume Zagury, un médico francés especialista en salud pública que vivió la epidemia del SARS en China y que fue de los primeros en publicar datos sobre aquel coronavirus. Ahora lo hace a través de www.covidminute.com y de la aplicación móvil Covid 24/7. “Es fácil opinar a toro pasado, pero lo cierto es que resulta extremadamente difícil detectar un nuevo virus. Los médicos fueron descubriendo casos de gente que llegaba con síntomas de gripe durante el período en el que la influenza está más activa, y vieron que desembocaban en una neumonía que podía provocar la muerte. Seguramente, dieron con el nuevo coronavirus descartando otros en un proceso que lleva tiempo y durante el cual se producen contagios”.

La reacción china

Vista de un hospital temporal en Wuhan el 18 de febrero. Chinatopix / AP

La estrepitosa gestión inicial de la crisis sanitaria en China ha propiciado que el coronavirus SARS-CoV-2 se haya propagado por el mundo y haya acabado con miles de vidas. Pero la Organización Mundial de la Salud (OMS) también ha subrayado en varias ocasiones que las draconianas medidas que Pekín tomó después han prevenido la infección de mucha gente y han proporcionado al mundo un mes de ventaja. El 22 de enero el gigante asiático anunció una decisión inédita: la ciudad de Wuhan, con sus 11 millones de habitantes, sería puesta en cuarentena al día siguiente, víspera del Año Nuevo Lunar.

Muchos han criticado que las autoridades avanzaran el cierre de la capital de la provincia de Hubei y permitieran así que una parte sustancial de su población la abandonase antes. “Esto se tiene que hacer sin avisar”, me comentó una amiga china que prefiere no dar su nombre, indignada con aquellos que escaparon para evitar la cuarentena, pero reconociendo después que quizá ella habría hecho lo mismo.

El Gobierno estimó que cinco millones de residentes en Wuhan habían viajado a alguna parte antes de la Nochevieja lunar, razón por la que, al final, las autoridades decidieron echar el cerrojo en todo Hubei. Sesenta millones de personas quedaron confinadas en sus casas: se cerraron todas las empresas y los comercios no esenciales, paró el transporte público y se limitaron los movimientos hasta prohibirlos por completo. Poco a poco, esas restricciones se fueron expandiendo a todo el país, y, finalmente, el Gobierno decretó la ampliación de las vacaciones del Año Nuevo Chino hasta el 10 de febrero para mantener las empresas cerradas, un período que sería prolongado todavía más, de acuerdo con el criterio de las administraciones locales.

Pero más rápido que el virus cundió el pánico. Ante la falta de confianza en las autoridades, las redes sociales se llenaron de todo tipo de noticias. Algunas, reales, mostraron la desesperación que se vivió en hospitales completamente desbordados y faltos de recursos; otras, falsas, hablaban de gente que moría repentinamente, de cuadrillas de médicos que iban por las calles recogiendo cadáveres, y de cómo el virus había escapado del único laboratorio virológico de nivel 4 de China, que se encuentra en Wuhan y que tuvo que desmentir que el SARS-CoV-2 se hubiese desarrollado en sus instalaciones.

Hubo teorías de la conspiración para todos los gustos: algunos aseguraron que se trataba de un virus modificado genéticamente para matar a ancianos y retrasar así el envejecimiento de la población; otros, que el objetivo era reducir la población de varones para que no haya 30 millones de hombres más que de mujeres. Al final, el Gobierno incluso ha dejado caer que el coronavirus podría haber sido importado de Estados Unidos por los soldados norteamericanos que participaron en la Olimpiada militar que se celebró en Wuhan a finales de octubre.

Fuera del país, la información en las redes sociales no ha sido mucho más creíble. Se extendió el bulo de que el origen de la epidemia se encontraba en una costumbre inexistente: la de comer sopa de murciélago. Esa afirmación se apuntaló con fotografías y vídeos grabados en el estado insular de Palau, en el Océano Pacífico. Fue la chispa que prendió la sinofobia y que terminó originando el movimiento #nosoyunvirus.

Homenaje al doctor Li Wenliang en Hong Kong, el 7 de febrero de 2020. Kin Cheung / AP

En esta coyuntura, la noche del 6 de febrero murió uno de los siete médicos amonestados junto a Ai por informar sobre el coronavirus, Li Wenliang: primero se informó sobre su fallecimiento a causa de la covid-19, pero, ante la avalancha de críticas, la prensa oficial lo desmintió y detalló que estaba conectado a una máquina que trataba de mantenerlo con vida. Al final, de madrugada y con el país en vilo, se confirmó su muerte.

La ola de indignación que provocó el deceso no se veía desde las protestas de Tiananmen en 1989. “Hace unas semanas, Li Wenliang no tuvo libertad para contar la verdad. Esta noche, ni siquiera tiene libertad para morir”. Así resumió lo sucedido la periodista china Chen Qingqing, empleada del diario ultranacionalista Global Times. #Queremoslibertaddeexpresión se convirtió en una de las etiquetas con más comentarios de Weibo, el Twitter chino, y la ira desembocó en la inusual disculpa del alcalde de Wuhan, que reconoció haber actuado mal y tarde en una entrevista televisada.

“Ha sido un palo enorme. Muchos hemos abierto los ojos”, afirma un funcionario, miembro del Partido Comunista, que pide mantenerse en el anonimato. “Nunca pensé que China actuaría de forma tan autoritaria. Pensé que no somos un reino como el de Arabia Saudí, pero estaba equivocado. Ahora me indigna que China diga que el mundo le tiene que estar agradecido por lo que ha hecho, cuando lo que estamos sufriendo es culpa de nuestros dirigentes. No quiero que mi hijo crezca aquí”.

Historias de cuarentena

Consciente de que la crisis sanitaria podía desembocar rápidamente en una crisis económica y política, el Gobierno central tomó las riendas de la gestión: la doctrina del más vale prevenir que curar se impuso en todo el país. De la noche a la mañana, el uso de mascarilla se hizo obligatorio y los edificios residenciales establecieron controles de temperatura y prohibieron la entrada a cualquiera de fuera. Para acceder se impuso primero un sistema de tarjetas de cartón que los vecinos obteníamos del comité vecinal, que iba casa por casa midiendo la temperatura y preguntando por el historial de viajes de cada uno.

Un voluntario desinfecta una iglesia en Wuhan. 6 de marzo de 2020. Chinatopix / AP
Una tabla para vender pan chino en Pekín. 11 de febrero de 2020. The Yomiuri Shimbun / AP
Una tienda de desinfección a la entrada de un complejo residencial en Pekín. The Yomiuri Shimbun / AP

De repente, todo comenzó a oler a alcohol y lejía: las zonas comunes de los edificios se comenzaron a desinfectar a diario, las botoneras de los ascensores se protegieron con un film plástico que se cambiaba cada pocas horas —en algunos incluso se colocó una caja con palillos para pulsar los botones sin tocarlos—, y en el interior de muchos se delimitó el lugar que deben ocupar quienes suben o bajan con cuadrados dibujados con cinta aislante en el suelo. Lo mismo sucedió en aquellos lugares en los que se puede hacer cola: restaurantes que solo servían comida a domicilio o para llevar exigían que los clientes estuviesen separados al menos metro y medio, y algunos incluso pintaron en el suelo rayas manteniendo esa separación.

En Hubei, las autoridades determinaron en un inicio que en cada familia solo una persona podría salir comprar víveres cada dos o tres días, y luego determinó el confinamiento total de la población. En casos extremos, hubo familias en cuarentena a las que se les trabaron puertas y ventanas para que no salieran al exterior. La cuarentena se aplica ahora con quienes llegan de países de riesgo, como España. Lo ha vivido el industrial vasco Antxon San Miguel en la ciudad de Ningbo, donde trabaja en una fábrica de tuberías: “Mi familia regresó de España el 13 de marzo y yo me he tenido que ir a un hotel porque les han puesto en cuarentena en casa y yo tengo prohibido el contacto con ellos. Les han cerrado la puerta por fuera y solo se permite el acceso de un sanitario que les tome la temperatura cada día y de la gente que les lleva provisiones”.

“Hay dos cosas que han sido especialmente difíciles de sobrellevar durante la cuarentena: la incertidumbre y la convivencia”, dice Liao Yingling, una joven que trabaja en una empresa tecnológica de Shenzhen pero que se vio confinada en su localidad natal de Ganzhou. “Regresé el 19 de enero para pasar el Año Nuevo con mi familia, y el 21 dejé de salir a la calle”, recuerda. Pasó un mes hasta que volvió a pisar el asfalto, y hace solo unos días que regresó a su lugar de trabajo.

“He temido por todo. Lógicamente, por la infección, porque mis padres ya son mayores. Pero también por la posibilidad de que me despidan. Afortunadamente, he estado trabajando desde casa y no nos ha faltado de nada porque hemos podido comprar todo por internet. Pero es el tiempo más largo que he pasado con mi familia, y la relación ha sido tensa. Me he dado cuenta de la gran brecha generacional que hay en este país: tenemos opiniones encontradas en casi todo, y apenas sabemos de qué hablar sin discutir”.

Lo mismo cuenta Yao Bolin, un joven de Wuhan que decidió quedarse con su novia en Shanghái cuando recibió las primeras noticias sobre el brote de su ciudad. “Nunca habíamos convivido tanto tiempo y hemos descubierto que no somos compatibles. Así que hemos decidido romper la relación en cuanto nos hemos reincorporado al trabajo”, dice, antes de añadir que lo ha pasado mal por sus familiares y allegados: “Las noticias que llegaban eran apocalípticas y llegué a temer por su vida. Pero mis padres me pidieron que no regresara porque solo iba a lograr ponerme en peligro. Ha sido un periodo muy duro para todos”.

Huang Jiashi, una escritora y community manager de Nanjing, capital de la provincia de Jiangsu, explica cómo la cuarentena le afectó psicológicamente: “Pensaba que me vendría bien para escribir, pero sentía ansiedad y no podía teclear. Ni dormir por las noches. He estado leyendo preocupada las redes sociales, lo cual ha aumentado la zozobra”. 

Hu Xiao, una joven que conocí a través de redes sociales y que me ha conectado con muchas personas en cuarentena, reconoce que la falta de actividad no ha sido fácil de llevar, pero está orgullosa de la actitud de su país: “Han prevalecido los intereses de la colectividad sobre los de cada individuo y se ha priorizado la salud sobre la economía. Creo que la gente se ha comportado de forma diligente y ha sacrificado su bienestar sin quejarse demasiado, siguiendo el dictado de las autoridades. No quiero mencionar los valores confucianos o comunistas, porque me parece bastante manido, pero no estoy segura de que en otros países que priman lo individual sobre lo colectivo se vaya a actuar igual. Ahora me preocupa la situación en el resto del mundo”.

Pese a los errores iniciales, el doctor Zagury también alaba a China: “Creo que ha hecho un gran trabajo. La población ha sido ejemplar en su respeto a las medidas que han dictado las autoridades, y el Gobierno ha actuado de forma rápida y eficiente. Lo demuestra la curva de infecciones y cómo el foco principal se ha contenido en la provincia de Hubei, que tiene una población como la de Italia, y más concretamente en la ciudad de Wuhan. El Gobierno es consciente de que tiene el músculo económico necesario para paralizar dos meses un territorio de ese tamaño, y ahora va relajando las restricciones poco a poco para evitar una segunda ola, como sucedió con la gripe española”.

Crisis de mascarillas y de suministros

La escasez de suministros se agudizó en febrero coincidiendo con el incremento exponencial del número de contagios y de fallecidos por la covid-19: el 29 de enero se superó la cifra de víctimas mortales del SARS, el 13 de febrero se registraron 242 fallecimientos en un solo día, y el acumulado superó los 2.000 el día 19. Los científicos alertaron de la posibilidad de que los pacientes recibiesen el alta demasiado pronto o pudiesen volver a infectarse, de la transmisión del coronavirus a través de las heces y de la capacidad del SARS-CoV-2 de infectar a mascotas, aunque la OMS sostiene que hasta la fecha no hay pruebas de que estas últimas puedan transmitir la enfermedad. Ello no ha impedido el abandono de numerosos animales domésticos. Algunos incluso fueron lanzados al vacío desde la ventana.

Tras las compras compulsivas en los comercios, las mascarillas —de uso obligatorio en los espacios públicos— desaparecieron de las farmacias. En su lugar, comenzaron a proliferar todo tipo de productos de dudosa fiabilidad que dejaron al descubierto la falta de ética de algunos comerciantes: desde mascarillas lavadas y reutilizadas hasta otras directamente falsas. “Compré un paquete bastante caro en Pinduoduo —una plataforma de comercio electrónico— y olían tan mal que decidí no usarlas porque no me daban confianza. Este tipo de crisis saca lo mejor de la gente, pero también lo peor”, recuerda Liao.

Además de anunciar castigos severos para combatir estas actitudes, el Gobierno chino desarrolló un sistema de registro para racionar las mascarillas. En Shanghái, cada familia inscrita recibiría cinco en el momento y el lugar indicados. Yo tardé 12 días en recibirlas, y es fácil entender por qué: incluso cuando estaba a plena producción, China tenía capacidad para producir 80 millones al día. A ese ritmo, habría necesitado 18 días para suministrar una sola a cada habitante.

Soldados marchan ante la Ciudad Prohibida de Pekín, a menudo abarrotada de turistas. Andy Wong / AP
Pasajeros en la estación de Pekín se disponen a pasar por el puesto de control de temperatura. The Yomiuri Shimbun / AP
China ordenó el aumento de la fabricación de mascarillas. Zigor Aldama

Fue entonces cuando el gigante asiático decidió hacer valer su condición de “fábrica del mundo”. Las autoridades exigieron que las fábricas de mascarillas reanudaran su actividad y que incrementasen su capacidad de producción para alcanzar el máximo a la mayor brevedad posible. La falta de trabajadores, que se habían desplazado de las localidades más industriales al interior del país para celebrar las fiestas en familia, complicó la operación y todavía lastra la vuelta a la normalidad. Pero el Gobierno no dudó en poner los recursos privados al servicio de los intereses del país en una especie de nacionalización blanda.

“Antes nos dedicábamos exclusivamente a fabricar para la exportación. Tenemos 300 clientes en 72 países, incluidos varios de la Unión Europea, Australia y Japón. Pero, dadas las circunstancias, hemos detenido los pedidos en curso para abastecer al mercado local”, contó Wu Shengrong, director ejecutivo de Dasheng, una de las doce empresas de Shanghái a las que las autoridades ordenaron reanudar la producción. “Nos hemos comprometido a no subir los precios mientras los de la materia prima se mantengan estables, y la calidad está asegurada en todos los productos”, dijo durante una visita a la fábrica.

Wu fue previsor porque sabe lo que sucede cuando se declara una epidemia. Vivió las del SARS, la gripe aviar de 2005 y la gripe porcina de 2008. “Llamé a los trabajadores el 21 de enero —dos días antes del cierre de Wuhan— para advertirles de que las vacaciones podían verse afectadas, y hemos añadido dos líneas automatizadas y un turno de noche para incrementar nuestra capacidad en un 35%”, explicó. Ahora China fabrica más de cien millones de mascarillas al día y vuelve a exportarlas al resto del mundo. “Sin duda, tener los medios de producción al alcance de la mano es una gran ventaja”, dice Wu.

Internet y códigos QR

Otra enorme ventaja ha sido también la decidida apuesta de China por la tecnología. Desde el inicio de la crisis, el gran desarrollo de internet se ha revelado como una de las grandes fortalezas de la segunda economía mundial. Los envíos a domicilio tanto de productos —conocidos como kuaidi— como de comida —waimai— han sido vitales para permitir que la población haya sobrellevado el encierro con pocos problemas. “La organización ha sido muy buena: cuando se nos pidió que no saliésemos a la calle, las compras las hacíamos por teléfono y nos las llevaban a casa. Luego, cuando las líneas se saturaron, se crearon grupos de WeChat para organizarse online”, cuenta Javier Telletxea, un youtuber navarro que lleva más de 50 días encerrado en la casa de su suegra en la localidad de Dangyang, en la provincia de Hubei.

La tupida red logística que China ha creado con el auge de las plataformas de comercio electrónico —como Alibaba o JD— se sustenta en decenas de millones de mensajeros que durante la crisis del coronavirus se han convertido en salvavidas de quienes no podían o no querían salir de sus casas. “No sé qué habríamos hecho sin ellos. Se han expuesto al contagio y han permitido que el país siga funcionando”, reconoce Hu Yuan, una joven de Shanghái.

Una sesión 'online' de ballet en Pekín. 26 de febrero de 2020. Kyodo / AP

Telletxea también trabaja como profesor de español en una universidad de Shaoxing y es un buen ejemplo de cómo China ha implementado clases online para que casi 300 millones de alumnos de todas las edades no pierdan el curso. “Utilizamos una aplicación que se llama Ding Talk —desarrollada por la plataforma Alibaba— que funciona muy bien”, explica Telletxea, que también ha ido narrando la cuarentena de Hubei en su canal de YouTube. “Al principio siempre es un poco lioso, pero luego te acostumbras”, dice.

El teletrabajo también ha servido de colchón para la economía. Aunque la cultura presencial está todavía tan arraigada como en España, muchas empresas han descubierto que la productividad incluso puede aumentar cuando los empleados trabajan desde sus casas. “Hemos estado varias semanas en remoto y la experiencia ha sido mejor de lo esperado”, comenta el responsable de un estudio de arquitectura que prefiere mantenerse en el anonimato. “Aunque no a todos les resulta fácil adaptarse, se han reducido los desplazamientos innecesarios, han bajado los costes y hemos conseguido mantener la productividad. Pero lo más importante es que nadie en la oficina se ha contagiado”.

Aún más esencial ha sido la telemedicina. Porque la gran amenaza que el virus representa para el sistema sanitario reside en el colapso que puede acarrear. “La mayoría de los infectados sufre síntomas leves, pero si todos acuden a Urgencias los recursos se agotan y quienes realmente los necesitan pueden acabar en situación crítica o incluso muertos. Por no mencionar que enfermos con otras dolencias pueden ver afectada la asistencia que reciben”, comenta Sun Mingming, director ejecutivo de la División de Administración Médica de la Comisión de Sanidad de Shanghái.

Por eso, el hospital de Xuhui ha echado mano de la aplicación para teléfono móvil que desarrolló en 2015 con el objetivo de reducir la presión sobre el centro. “La telemedicina es un primer filtro efectivo y nos permite destinar los recursos disponibles a quienes realmente los necesitan. Además, utilizar terminales de control remoto facilita el seguimiento de enfermos crónicos, a quienes se proporciona tratamiento en sus casas siempre que sea posible”, explica Jian Zhou, presidente del hospital de Xuhui, durante una visita a las instalaciones en las que decenas de médicos atienden las consultas del público. Desde que el pasado 31 de enero se incluyó una pestaña dedicada al coronavirus, casi 200.000 personas han utilizado la aplicación, que ha sido adoptada en varias provincias.

“Quince hospitales han destinado personal, y también se han presentado voluntarios médicos que querían aportar su grano de arena durante el tiempo libre y que no tienen más que acceder a su cuenta desde cualquier lugar para atender a los usuarios. De las 200 consultas diarias que recibíamos antes del coronavirus, hemos llegado a un pico de 3.000. Afortunadamente, lo peor de la epidemia ya ha pasado y pronto volveremos a cifras como las de antes de la crisis”, analiza Jian, que considera la pandemia un acicate para invertir en el desarrollo de sistemas de telemedicina como el de Xuhui.

El Gobierno chino también ha puesto el “Gran Hermano” –su sistema de vigilancia y control de la población– que ha ido construyendo en la última década al servicio de la salud pública. Y el mejor ejemplo de ello ha sido el código QR que genera en el teléfono móvil de cada habitante una aplicación oficial que rastrea todos los movimientos de los usuarios y que ha terminado sustituyendo las tarjetas de cartón expedidas por los comités vecinales. Se llama Suishenban y se puede descargar de forma individual o anidada como ‘miniprograma’ en las aplicaciones de Alipay y WeChat. Requiere el uso de un documento de identidad que se confirma con un sistema de reconocimiento facial y su uso es obligatorio para todo aquel que quiera acceder a servicios públicos y también a muchos privados.

El sistema funciona como un semáforo. La aplicación determina si la persona es peligrosa para el público o no utilizando sistemas de big data e inteligencia artificial. Combina la información guardada en las bases de datos de transporte público y de otros departamentos gubernamentales como la Comisión de Sanidad o la Policía con el posicionamiento recogido por las operadoras de telefonía y el propio GPS del dispositivo y ofrece un código QR en tres colores: el código verde, que abre las puertas de todos los servicios, se concede solo a quienes en los últimos 14 días no han visitado ninguna zona de riesgo; el código amarillo, que restringe el acceso a servicios no esenciales, lo reciben quienes se han movido en las últimas dos semanas pero no han visitado las regiones más afectadas; y el código rojo indica que el usuario debe permanecer en cuarentena. Saltársela puede ser castigado a través del código penal. 

Otras aplicaciones han ido más allá y han creado mapas virtuales con los casos registrados en cada localidad. De esa forma es posible saber dónde se han producido contagios.

De la crisis sanitaria a la crisis económica

Un trabajador con traje de protección ante una máquina con infrarrojos de toma de temperatura en el edificio de la Bolsa de Shanghái.  AP

—Su visita ha sido confirmada, pero envíenos por favor su código de salud —me indican en Laird, una fábrica a la que he pedido entrar.

Tras enviar el código QR con el color verde, responden con un requisito adicional.

—¿Puede enviarnos también un mapa de su residencia con los casos detectados?

Solo después de demostrar que en mi edificio no se ha registrado ningún contagio recibo autorización para entrar en la empresa. En la puerta, empleados protegidos con trajes biológicos confirman mi identidad, revisan el código QR y toman mi temperatura. Solo se me permite la entrada después de haberme desinfectado las manos y con el rostro cubierto por una mascarilla nueva que me proporcionan en la propia fábrica.

Laird produce materiales de alta tecnología para diferentes sectores y ya está al 100% de su capacidad de producción. El 97% de los trabajadores se ha reincorporado a sus puestos y el 3% restante no lo ha hecho porque es originario de Hubei, que continúa en cuarentena. No obstante, los responsables de la empresa afirman que, a diferencia de muchas otras que están teniendo problemas para arrancar, su negocio no se está viendo afectado.

Es una excepción que confirma la regla, porque la crisis económica que va a seguir a la sanitaria se prevé muy grave. A falta de las estadísticas del crecimiento económico del primer trimestre, que auguran la primera recesión desde que se fundó la República Popular en 1949, los datos de enero y de febrero lo confirman: las inversiones en activos fijos se desplomaron un 24,5%, el consumo se contrajo un 20,5% y la producción industrial cayó un 13,5%. En febrero, las ventas de automóviles se redujeron en un 80%, y a los puertos chinos llegaron seis millones de contenedores menos. Todas estas variables han marcado el peor dato en la historia del país, y suponen una advertencia contundente para el resto del mundo.

El mensaje es claro: cuando se venza al coronavirus las heridas en la economía global tardarán en cicatrizar. Organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional vaticinan una ralentización del comercio global y una recesión como la que provocó Estados Unidos a finales de 2007. Alberto Lebrón, presidente de la Cámara de Comercio de España en Pekín, sostiene que en gran medida eso se debe a la adopción de medidas excesivamente drásticas. “Es cierto que las cuarentenas y las restricciones han podido servir para evitar la muerte de personas, y eso presenta un dilema ético, pero en abril conoceremos los datos del crecimiento del primer trimestre y van a ser devastadores”, opina.

En China, sin embargo, la mayor parte de la población agradece que haya prevalecido la salud sobre los intereses económicos. “Sé que muchos extranjeros piensan que aquí no se respetan los derechos humanos. ¿Pero hay un derecho más fundamental que la vida?”, pregunta Lin Xin, una mujer de Ningde que trabaja en Shanghái y que dejó a su bebé de 11 meses a cargo de los abuelos para protegerlo del coronavirus. “Sé que se avecinan tiempos duros porque a mi marido le han impuesto una excedencia que parece que se alargará durante tres meses. En mi empresa hay rumores de despidos inminentes. Pero hemos sobrevivido y eso es más importante. Confío en que, a partir de ahora, el Gobierno ayude a quienes lo necesitan”.

De momento, ya se han anunciado diferentes subsidios y exenciones fiscales destinadas a evitar un colapso económico. No obstante, el consumo privado ha sufrido un batacazo inédito y todo apunta a que la incertidumbre provocada por el estado de la economía global lo mantendrá al ralentí. “China tratará de compensarlo con el gasto público, pero todo tiene un límite”, opina Lebrón. “Muchas pymes van a tener que cerrar y el impacto va a ser especialmente fuerte en la economía informal. Entre los repartidores, las personas del servicio doméstico o las que ponen un chiringuito en la calle, que en este país son muchas. Esta gente no cobra y tiene que comer”.

China saca pecho

Retransmisión —en una pantalla gigante— de la visita de Xi Jinping al hospital Huoshenshan de Wuhan. Andy Wong / AP

Aquí ya no hay escasez: ni de mascarillas, ni de gel desinfectante ni de papel higiénico.

China ha dado la vuelta a la tortilla. Criticado al principio por su falta de transparencia, ahora es el Gobierno chino el que saca pecho ante la torpeza y la demora de la reacción occidental. Se ha olvidado el desastre de la gestión inicial y ahora son quienes llegan de los países desarrollados los que deben observar una cuarentena obligatoria de 14 días a su llegada a China. Eso no impide que los principales aeropuertos se hayan llenado de gente que se siente más segura en China. Algunos de los que escaparon del gigante asiático para refugiarse del coronavirus ahora regresan con el mismo objetivo. Y es Pekín quien anuncia el envío de material sanitario a países como Italia o España. Eso sí: lo que en la prensa china se anuncia como donación es en realidad una venta.

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