Todo tiene un final. No hay alto el fuego en Gaza, pero la familia Hammad, protagonista de la serie de Instagram “Menú de Gaza”, ha logrado salir de la Franja. Eso significa que la sucesión de platos que nos mostraban a través de las redes sociales, en medio de la guerra y la escasez, llega a su fin. El texto que acompaña al último plato lo dicta en persona la propia Amal, cocinera de platos imposibles de esta serie que arrancó en febrero de 2024 para denunciar el uso del hambre como arma de guerra. Una serie que nació con la idea de morir lo antes posible y que se ha alargado durante más de 500 días.
Así elige terminar Amal:
Menú de Gaza: Arroz con arroz
“El arroz representa la hambruna. Casi todos los días lo he preparado, y ahora mi familia lo odia. Le ponía un poco de caldo de pollo para darle algo de gusto. No teníamos nada, ni carne, ni verdura. Nada”.
Nuestra cocinera dicta en inglés, yo traduzco al español y Kayed, su esposo y fíxer —guía o traductor— al que conozco desde hace dos décadas, ayuda cuando alguna palabra en árabe no le sale a su esposa en inglés. Dalia, la autora de las fotografías, celebra su salida de Gaza con su 20 cumpleaños. Sentada junto a su madre, asiente cuando voy hilando las frases y las leo en voz alta en inglés. Cada día Dalia se tomaba el trabajo de coger el plato, ponerlo en una mesa, hacer la foto y enviármela cuando la conexión a internet lo permitía. Letra a letra siento que estoy cerrando una etapa de las vidas de Kayed, Amal y Dalia. Veo rostros cansados, entre tono amarillento y gris ceniza. Sudorosos. Voces débiles y ojos apagados, sobre todo en Dalia, que se ha mareado en el largo y tenso viaje de salida, ya en territorio jordano, y ha necesitado atención médica. Todos la van a necesitar con el paso de los días. También psicológica.
Tengo una sensación extraña, una mezcla de pena egoísta por cerrar el proyecto multimedia más interesante que nunca se me ha ocurrido y de inmensa felicidad por estar sentado junto al equipo cocina del “Menú de Gaza”, un equipo que completan Monjed, de 22 años, responsable de cortar la leña, y Mohamed, 17, el rey a la hora de hacer fuego y buscar agua. Conozco a Kayed desde hace 20 años y he visto crecer a sus hijos. Conozco la desesperación que tenía Kayed en su interior por haber traído hijos a un mundo cerrado como el de Gaza, donde cada día su vida estaba en peligro. Conozco que la decisión final de pedir a todos sus amigos que lo ayudaran a salir de Gaza es para que sus hijos puedan tener un presente y un futuro.
Sigue Amal y le ayuda Dalia:
“No sabía que iba a ser el último plato antes de la nueva esperanza de vida”.
Apenas 150 kilómetros separan la Franja de la capital jordana, donde vive la hermana mayor de Kayed, Rasmieh, quien les ha recibido con un abrazo y unas lágrimas que han inundado el portal de la casa familiar en Al Basha, a las afueras de la capital. Llevaban cuatro años sin verse, ya que en 2021 la hermana tuvo la oportunidad de visitar a los suyos en la Franja, con la mala suerte de que le sorprendió una guerra entre Israel y Yihad Islámica que duró 12 días, y tuvo que adelantar su regreso. Esos 150 kilómetros es la distancia imposible para 2 millones de gazatíes. La distancia que separa la muerte de la vida.
Desde el lado israelí de la frontera hasta el jordano han llegado a bordo de uno de esos autobuses blancos y azules de la compañía nacional de Jordania, un autobús urbano en el que han concluido un viaje sideral a un planeta desconocido para ellos. Aquí no caen bombas, aquí no hay bloqueo.
“Lo que buscamos es una vida normal, sin drones, sin explosiones, sin destrucción, una vida como la de cualquier otro ser humano, algo imposible en Gaza”, lamenta Kayed.
En la evacuación, coordinada por el Ministerio de Exteriores de España y con el trabajo sobre el terreno del consulado de Jerusalén y la embajada de Amán, les han permitido salir con lo puesto. Cada uno se ha vestido la mejor ropa que le quedaba después de haberlo perdido casi todo en el bombardeo de su apartamento en octubre de 2023 y haber cambiado luego 16 veces de casa. La ropa que visten es todo lo que traen de su vida anterior a la evacuación. Les han robado los recuerdos materiales, pero nunca la memoria. Kayed viste una camiseta interior que algún día fue blanca, camisa de manga corta azul y unos pantalones negros que eran de su hijo Omar, muerto en un ataque aéreo. Tenía mejores pantalones, pero estos que lleva puestos son todo lo que le queda de su hijo mayor.
Están aquí, los siento cerca, pero están lejos. Sus cabezas siguen encerradas en la Franja y sus corazones rotos por la cantidad de gente que dejan atrás. Kayed salió en varias ocasiones en el pasado y llegó a España o China, pero su esposa e hijos nunca habían abandonado esa gran prisión hasta hace unas horas. El último viaje de Kayed a España fue en 2010 y su brújula apunta de nuevo a Málaga, donde vive su hermano Sadi. Hoy, por primera vez, los hijos de la familia han visto a un israelí cara a cara en el cruce fronterizo del Puente de Allenby, y se han puesto muy nerviosos. Israelíes y gazatíes son vecinos, pero solo se ven a través de pantallas. Esta distancia es clave para entender la deshumanización total del otro: no les ves la cara, no les miras a los ojos. No existen.
Se cierra un círculo. Ellos veían hasta ahora una parte de la película, la que filmaban a diario en Gaza con la cocina y la foto del plato. No sabían cómo era la otra parte, el momento en el que yo escribía el texto de acompañamiento y lo lanzaba al mundo. Ahora están fuera, lo ven y lo protagonizan.
El fotógrafo Guillem Trius, mi querido Abu Habib —apodo en homenaje al conductor que tuvimos en una cobertura en Siria—, graba este momento único y lo hace con el cariño con el que un padre consuela a su pequeño cuando no puede dormirse en mitad de la noche. Guillem se hace invisible, su cámara es un susurro que envuelve una escena que solo él sabe convertir en un lienzo que quedará mucho tiempo en las mentes y corazones de las decenas de miles de seguidores del “Menú de Gaza”. Las imágenes de Abu Habib huelen a bebé recién bañado, pura ternura.
Sigue Amal:
“Nos hubiera gustado terminar la serie con el alto el fuego, pero lo hacemos con una nueva vida”.
Han pasado apenas cinco horas desde que la familia Hammad ha llegado a Amán y una de las primeras cosas que ha querido hacer es cerrar el “Menú de Gaza”, que llegó, incluso a través de un plato vacío, a la portada de la última revista en papel de 5W. Están desconcertados, fatigados, excitados, están de todas las formas que pueden estar unas personas que han convivido cada día con la muerte y el hambre durante 20 meses.
“Mira Mikel, al comienzo pensé que sería como la guerra de 2014, que cubrimos juntos. Unos 51 días y poco más, pensaba de verdad que sería algo así. Cuando me propusiste la idea de publicar los platos que comíamos cada día no me pareció bien. Siempre he estado en contra de publicar cosas relacionadas con comida, sobre todo si son platos ricos, porque hay mucha gente que no tiene nada. Pero me di cuenta de que lo que teníamos era básico, muy pobre y servía para enviar un mensaje, por eso aceptamos. El problema es que ha durado demasiado y ya estábamos hartos de repetir los mismos platos de judías, arroz, lentejas, lentejas, arroz y alubias. Cada día de menú era un día más de matanza”, explica Kayed entre calada y calada a su cigarrillo electrónico. Fuma en estas primeras horas fuera de Gaza más que habla, y mira que eso es difícil. Trata de compensar la falta de nicotina que ha tenido por la ausencia de tabaco, y la de café, té, azúcar…
La historia de Kayed es la de miles de gazatíes que nacieron bajo la ocupación, durante la juventud soñaron con liberar Palestina con su lucha en la Intifada, emigraron en busca de un futuro mejor, regresaron y quedaron atrapados; rehicieron sus vidas en medio de una situación de permanente incertidumbre para, finalmente, verse presos de un ciclo de violencia, sobreviviendo entre la miseria y las ruinas. Lo han perdido todo. Menos la vida.
Mientras Amal se lo piensa, me permito añadir:
“Esta serie del Menú de Gaza es la historia del uso del hambre como arma de guerra en la Franja”.
Con el texto casi acabado y el visto bueno de todos, pido a Amal que presione el botón azul de “Compartir” en la parte inferior de la pantalla. Acepta con la dignidad con la que cada día ha entrado en nuestras casas con un plato de judías blancas, arroz con arroz, guisantes, crema de lentejas, falafel o una simple lata de atún emplatada. Siempre dignidad. Antes, cada uno de ellos me dice el plato que más ha odiado en estos meses. Responden rápido, sin dudar un segundo. Mohamed, las judías blancas; Amal, lentejas en cualquiera de sus formas; Dalia, guisantes, y Monjed y Kayed, arroz en cualquiera de sus variedades.
La serie empezó con un arroz con zanahorias y termina con un plato de arroz con arroz. Kayed devora a mordiscos su primera manzana y se come hasta el hueso.
Últimas seis palabras dedicadas a nuestra cocinera, alma de un verdadero menú de resistencia:
“Me llamo Amal, que significa ‘esperanza'”.
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