En uno de los directos que han inundado durante estos meses las pantallas de nuestros móviles, a la editora gráfica de 5W, Anna Surinyach, le preguntaron si los periodistas que estaban cubriendo la pandemia habían recibido algún tipo de apoyo. Mascarillas, equipos de protección, test.
No, por supuesto que no. Pero lo importante no era la respuesta: lo importante era que aquella fue la primera vez que Surinyach pensó en ello. Pese a que —hay que recordarlo— el Gobierno había declarado que la actividad de los medios de comunicación era esencial.
¿Cuál es la función del periodismo, de los periodistas, en esta pandemia? ¿Y del reporterismo sobre el lugar de los hechos?
Los colegios, federaciones o asociaciones de periodistas en España divulgaron pautas o consejos para cubrir la pandemia. Lo que no se hizo —o, al menos, a los que estábamos trabajando no nos llegó— es ofrecer recursos o pistas de cómo conseguirlos.
Estos recursos eran obviamente fundamentales para el ámbito sanitario —que sufrió su escasez—, pero también para el resto de sectores esenciales. Hubo a quien le extrañó que el Gobierno español incluyera a los medios de comunicación entre ellos. Hubo quien entendió que, como mucho, eran necesarios en su vertiente “pedagógica”: para que la “información” llegue a la ciudadanía en un momento crítico. Tanto el periodismo científico como el periodismo de datos han entendido que esa labor no debía consistir en la mera transmisión, sino en su interpretación y difusión. Han desempeñado un papel fundamental en los últimos meses. Se ha hecho un esfuerzo didáctico, aunque el ruido general y la complejidad de la situación no han contribuido a que asumiéramos ideas esenciales.
Pero no basta con ese esfuerzo. Si la prensa no explica de cerca el colapso del sistema sanitario, si el reporterismo no usa sus herramientas —crónica, investigación, fotografía— para contarlo desde dentro, ¿para qué sirve? Si en plena pandemia pensamos o aceptamos que está justificado que estemos fuera o al menos a una distancia prudente, ¿para qué servimos?
Hay que estar dentro.
Se ha intentando hacer. En condiciones muy difíciles. En multitud de medios de comunicación —en plena crisis por la caída de la publicidad— hay estupendos reportajes de periodistas de plantilla y freelance. Pero el reporteo —las voces, la descripción, la inmersión— no siempre ha estado en el centro.
Entre la grandilocuencia del discurso que dice que el periodismo debe salvar el mundo y el cinismo con el que otros creen que la prensa —así, en abstracto— es el origen de todos los males, se encuentra la llaneza de un oficio humilde y, en el fondo, basado en algo muy sencillo. Ir, estar, tocar, olfatear, pensar: contarlo. Algo que se ha echado de menos durante estas semanas.
Problemas de acceso
Otra belleza del oficio, otra señal de su humildad: por sí solo no sirve para nada. Es en su relación con todo lo demás: la política, la economía, los movimientos sociales. Tiene una función siempre relativa, a menudo ineficaz. El periodismo está hecho de cien grandes fracasos y de una pequeña victoria. Vivimos para esa pequeña victoria. Pero si ni siquiera los reporteros nos creemos la fuerza de esa pequeña victoria, ¿quién se lo va a creer?
Una mayoría de hospitales, servicios de ambulancia y tanatorios practicaron, sobre todo en los primeros días, una política de cierre a cal y canto en España. Para ocultar la situación. Porque se pensaba que servía para poco. O quizá por otro motivo: existe una falta de confianza estructural en la prensa. Los testimonios de lo que pasa dentro —dicen algunos— ya nos llegan a través de redes sociales, y además de forma directa. ¿Para qué queremos intermediarios? ¿En qué formato se va a publicar lo que recojan? ¿En qué contexto? ¿Con qué intenciones? ¿Con qué agenda?
En todo caso, había que lograrlo. Y nos debemos preguntar si la prensa presionó lo suficiente para estar dentro. Cuando sí se conseguía, la relación era difícil, porque estaba intoxicada por el favor. Te pones el equipo de protección —que te ofrece la misma institución, tú no tienes nada—, escribes y fotografías lo que ves, piensas en el tamaño de tu medio —si eres freelance, quizá ni vendas la pieza— y te sientes incluso culpable por estar ahí. Como si tú mismo no te creyeras la importancia de contarlo. Luego ves los ojos de algunas doctoras y enfermeros, que te suplican que cuentes aquello que ellos no pueden contar. Y entonces recuerdas de qué va todo esto.
Contar la muerte
¿Cómo hemos contado la muerte? Solo hay que comparar fotografías de las epidemias de ébola en África con las que se han tomado durante estas semanas para desenmascarar la discriminación. Exposición total allí, delicadeza —en general— aquí. Durante estos meses hubo algo obvio: miles murieron. Cómo contar eso sin caer en la glamurización de la muerte, en el impacto sensacionalista o en la falta de respeto a las víctimas es una encrucijada de la que muchos no hemos sabido salir. ¿Quizá porque cuando ha ocurrido en otros lugares no nos lo hemos preguntado?
La cobertura en España ha oscilado, a veces, entre el periodismo amable y el sensacionalismo. Ha propuesto una conversación más directa y fluida con el teatro de la política que con lo que pasaba dentro de la emergencia médica. Podemos hacer una lectura demagógica de esto y decir que la prensa siempre hace eso. O podemos ir más allá y plantear otra hipótesis: que, como otros sectores, nos sentimos superados, que no teníamos los instrumentos para cubrir una emergencia de este tipo, y que nos sentíamos más seguros en otros terrenos, en otros marcos interpretativos.
La oportunidad de cambiar algunas dinámicas periodísticas se presentó, aunque fuera de forma amarga y en medio del dolor de todos. Con una paradoja: audiencias nunca vistas en plena caída publicitaria. Una extraña libertad. ¿Era esa la oportunidad para renunciar a clics que nos sobraban? ¿Para abandonar por un momento los clichés?
Quizá hemos infantilizado a los lectores. A eso que llaman audiencia. Muchos medios se están pasando al modelo de suscripción. En un momento de incertidumbre económica, la respuesta del público ha sido buena: cada vez hay más personas que pagan por periodismo. Las críticas —a menudo justificadas— al funcionamiento de los medios no deben esconder que, en la lista de prioridades de mucha gente, el periodismo no hace más que subir. Pero si se quiere consolidar un modelo que no dependa de la publicidad sino de las suscripciones, si queremos que la gente crea que el periodismo es esencial, el primer paso es que los periodistas se lo crean.
Hay que reportear.
Y aceptar de una vez nuestra paradoja: lo que escribimos a menudo no sirve para nada, pero está en el centro de tantas cosas. Somos inútiles, pero somos esenciales.