Música afgana en el exilio

Los miembros del Instituto Nacional de Música de Afganistán (ANIM) durante un concierto en la Fundación Gulbenkian, Lisboa. Gonçalo Fonseca

Los talibanes intentaron silenciar la principal escuela de música de Afganistán. Hoy sus miembros tratan de mantenerla viva en el exilio.

Hace casi dos años que no suena ningún instrumento en la sede del Instituto Nacional de Música de Afganistán (ANIM). Cuando los talibanes retomaron el poder, en agosto de 2021, la que era la principal escuela de música del país tuvo que cerrar sus puertas. Los extremistas tomaron su sede en Kabul, la convirtieron en un cuartel y no tardaron en prohibir cualquier tipo de música que no estuviera vinculada a la religión en todo el país. 

El ANIM era famoso más allá de las fronteras afganas: fundado en 2010 por el musicólogo Ahmad Sarmast, por sus aulas habían pasado cientos de estudiantes, chicos y chicas, de todas las edades y estratos sociales. Allí se fundó además la Orquesta Zohra, la primera integrada exclusivamente por mujeres en un país donde los talibanes se esforzaban por silenciarlas. El instituto era un refugio para la música y para muchos jóvenes, algunos sin recursos —una parte importante de las plazas estaban reservadas para ellos—. Pese a la presencia de tropas internacionales, aquellos años Afganistán seguía sufriendo ataques terroristas y la presión de los talibanes: el propio Ahmad Sarmast perdió parte de su capacidad auditiva a causa de un atentado en 2014. 

Con el regreso al poder de los extremistas, la única opción que tuvo el ANIM para mantener viva su música fue el exilio.

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