Estudiar como forma de resistencia

La educación sigue en pie en Ucrania pese a los bombardeos contra las escuelas

Estudiar como forma de resistencia
Un estudiante leyendo en el metro de Járkov. Diego Ibarra Sánchez

Se acercan las ocho y media de la mañana y Natalia Chekanova está ya con los cascos frente al ordenador, esperando a que se conecten sus alumnos. Se ha maquillado un poco para disimular el cansancio de otra noche larga sin dormir por el sonido de los bombardeos, ráfagas de obuses y sirenas antiaéreas, pero sus pronunciadas ojeras la delatan. 

En la habitación de al lado está su hija pequeña, Veronika, de 11 años, que también está sentada en su escritorio y conectada a la tableta. Gracias a la vuelta de las clases online, Veronika no se siente tan sola. A Natalia no le gusta que la pequeña salga a jugar a la calle, porque “cualquier lugar en Járkov es peligroso. Ya no hay sitios seguros”. Pero estar siempre en casa es muy difícil cuando hablamos de una niña. Estar en contacto con los compañeros y compañeras de clase, poder expresar lo que siente y hacer los deberes le ayuda a lidiar con el miedo de los bombardeos diarios. “Cuando veo a mis compañeros de clase en internet, me hace sentir mejor. Me ayuda a distraerme de las malas noticias y la guerra”.

Natalia y Veronika viven solas en una casa unifamiliar, con sus mascotas: un gato gris siempre ovillado en el sofá que, de vez en cuando, se despereza y se vuelve a acurrucar; media docena de tortugas que no dejan de patear el cristal del acuario, y un perro mastín enjaulado en el patio que aúlla cada vez que oye las sirenas antiaéreas.

De su marido, del que hace tiempo que se divorció, Natalia no nos habla. A su otro hijo, Nikolai, de 21 años, lo ve de vez en cuando, ya que desde hace varios años vive fuera de casa con su novia, a la que conoció en la Facultad de Economía de la Universidad V. N. Karazin, ilustre intelectual de la época zarista y fundador de la Universidad pública de Járkov en 1804. Al haberse reanudado las clases online en la universidad y estar cerca de los exámenes del último curso, Nikolai dispone de una prórroga para incorporarse a servir al ejército. Aun así, Natalia confiesa que está intranquila por su hijo, ya que cuando termine el curso y se gradúe, “en cualquier momento puede ser llamado a filas”. Uno de los motivos por los que se ha quedado en Ucrania es no dejar solo a su hijo.

La escuela pública nº 35 de Járkov fue atacada el 26 de marzo. Diego Ibarra Sánchez
Natalia Chekanova revisa el anuario de su escuela. Diego Ibarra Sánchez

No es fácil enseñar en medio de una guerra. La reapertura del curso escolar, el 11 de abril, tuvo más una finalidad terapéutica, de apoyo emocional, que de aprender las materias. “Lo importante ahora no son las lecciones ni los contenidos que enseñamos o lo que nuestros alumnos puedan aprender, sino que los niños vuelvan a estar en contacto con sus compañeros de clase, seguir con su rutina”, dice Natalia. Aunque la rutina para ella, su hija y sus alumnos se haya convertido en tener que interrumpir las clases cada vez que suenan las alarmas antiaéreas y bajar a la bodega de su casa, que se ha convertido en un improvisado refugio.

Pese a todo, Natalia se siente “muy feliz de poder volver a ver la sonrisa de los alumnos y alumnas”. A veces, confiesa, siente angustia cuando alguno no se conecta durante un par de días y no logra localizar a sus padres. Si no hay noticias, aborda la situación con el resto de sus alumnos. “Es bueno para los niños que les expliquemos la verdad. Aunque son pequeños, son conscientes de la guerra. Ven la televisión y oyen las conversaciones de sus padres, hermanos y hermanas mayores…”, explica.

Seguir dando clases online es la manera de Natalia de resistir a la invasión rusa, después de que su escuela, el colegio público nº 35 de Járkov, en el que había estado dando clases durante los últimos veinte años, quedará reducido a ruinas tras ser atacado por un misil el 26 de marzo. De su antigua escuela ahora solo quedan dos aulas en pie, rodeadas de pilas de recuerdos convertidos en escombros.

“Quieren aterrorizar a la población civil. Bombardear escuelas, universidades y hospitales para que huyamos. Pero nosotros hacemos todo lo contrario: nos quedamos e intentamos recuperar la normalidad”, dice la profesora. Otras madres ucranianas sí consideran que para proteger a sus hijos la mejor opción es huir. Desde el 24 de febrero, casi dos tercios de los 7,5 millones de niños ucranianos han huido de sus hogares y, de ellos, hay al menos dos millones que son refugiados en otros países, una cifra que crece día a día.

Un aula de la escuela nº35 de Járkov. Diego Ibarra Sánchez
Veronika atiende una clase ‘online’ desde casa en Járkov. Diego Ibarra Sánchez

Resistencia

Lilia Sharlay, la directora del colegio nº35, es un buen ejemplo de resistencia. Lilia sigue viniendo cada día a velar por los restos de su escuela. En la única parte que resiste de este edificio —que contaba con 46 aulas, gimnasio, salón de actos, comedor y patio, y albergaba 758 alumnos de educación primaria y secundaria— se ha habilitado un centro de distribución de ayuda humanitaria para las familias de los alumnos y vecinos del barrio. Después de casi tres meses de una guerra que camina hacia la cronificación, los ucranianos, que no pueden estirar más sus ahorros y tienen que reservar dinero por si tuvieran que huir, necesitan asistencia humanitaria. Lilia se encarga de organizar la ayuda para los vecinos de la escuela, que consiste en sacos de arroz y azúcar, aceite de girasol y pilas de ropa usada.

“Todos somos una misma familia, no dejamos a nadie atrás”, dice la directora mientras señala resignada hacia los escombros y pupitres rotos apilados en el pasillo.

Alina, de 14 años, aguarda su turno en la cola. Estudiaba en este colegio. “Me da mucha pena venir aquí. Ya no voy a poder estudiar más en mi escuela. Aún recuerdo el último día de clase, antes de que empezara la guerra. Estábamos tan felices haciendo pastelitos en la clase de cocina… Mira ahora en qué se ha convertido mi colegio”, dice Alina con indignación. No vive lejos de aquí. El 26 de marzo a las dos de la tarde oyó una potente explosión desde su casa. “No sabíamos aún que era en el colegio. Grité a mis padres: ¡Vamos al refugio! Tuve mucho miedo”.

Alina en su escuela de Járkov, que fue destruida. Diego Ibarra Sánchez
El anuario de la escuela nº35 de Járkov. Diego Ibarra Sánchez

Para los menores afectados por la guerra, como Alina, volver a la escuela, aunque sea online, es fundamental, aunque solo sirva para dar una apariencia de normalidad.

“La vuelta a la educación online no salvará el curso escolar, pero lo que no queremos es que nuestros alumnos paguen el alto precio de detener su aprendizaje por la guerra”, puntualiza la directora del colegio. “No es lo mismo que cuando retomamos las clases online debido a la covid. Soy consciente de que estamos a diario bajo una gran presión. Directores, educadores y alumnos. Hace falta un gran esfuerzo psicológico para concentrarse, dar o recibir clases con el constante aullido de las sirenas, con algunos padres comunicándonos cada día que se marchan a otras ciudades o fuera del país y, en definitiva, dejando de tener contacto con nuestros alumnos por un tiempo”, abunda Lilia. 

Aunque se trata de una estimación, porque es muy difícil verificar cada ataque, alrededor del 40% de los centros educativos en la provincia de Járkov han sido atacados, y solo en la ciudad de Járkov “un total de 95 escuelas han sido destruidas, total o parcialmente”, desde el inicio de la invasión rusa, nos confirmó el alcalde, Ihor Terekhov, en una entrevista el pasado 6 de mayo.

Los centros educativos han estado entre los principales objetivos civiles atacados desde el comienzo de la invasión rusa, con un promedio de 22 escuelas bombardeadas al día, según datos publicados en abril por Save the Children. Al menos 869 instalaciones educativas en Ucrania han resultado dañadas desde el 24 de febrero, y 83 han sido completamente destruidas.

Pero las bombas no han conseguido, hasta ahora, acabar con el sistema educativo en Ucrania. El tesón del Ministerio de Educación para retomar las clases y los apoyos financieros e institucionales de Naciones Unidas han sostenido el sistema. Ucrania se convirtió en 2019 en el país número 100 en firmar la Declaración de Escuelas Seguras, un compromiso intergubernamental para proteger a los estudiantes, maestros y sus escuelas de los efectos devastadores de la guerra. Sin embargo, no siempre se cumple con este compromiso de proteger los centros educativos: algunas escuelas están siendo usadas con fines militares por el Gobierno de Ucrania. 

La escuela pública nº134 de Járkov quedó dañada al inicio de la guerra. Diego Ibarra Sánchez

El 27 de febrero, el colegio público nº 134 de Járkov quedó atrapado en el fuego cruzado y fue atacado por error por proyectiles ucranianos que iban dirigidos al campo enemigo. El incendió fue feroz, al menos a tenor del grado de destrucción de la escuela. Los vecinos relataron que los servicios de bomberos no pudieron llegar a tiempo debido a los contantes bombardeos. Solo han quedado en pie los pilares del colegio. Todas las ventanas de aluminio, repisas y partes del techo yacen derrumbadas a los pies del edificio que sucumbió a las llamas. Otros colegios también sirven a las fuerzas ucranianas como centros de información o almacén de suministros militares. Sin mostrar disimulo alguno, pero sí mucha precaución, un militar ucraniano con un puñal en la mano nos invita a pasar a ver los destrozos que dejó en el colegio estatal nº5, ubicado en la céntrica Plaza de la Libertad, un misil ruso que impactó al lado, en un edificio gubernamental. El soldado nos hace un recorrido por los pasillos del colegio. A nuestro paso se van cerrando las puertas de aulas y despachos y las voces de dentro se vuelven murmullos. Su cometido es dejarnos entrar en la escuela, pero sin hacer fotografías ni preguntas.

Hasta hace poco, en el este de Ucrania, debido a la confrontación armada que desde 2014 se libra en la región separatista del Donbás, los centros educativos han sido usados para fines militares por ambos bandos: el Ejército ucraniano y los separatistas prorrusos.

En todo caso, los esfuerzos para seguir adelante con las clases en un país en guerra son conmovedores. La institución educativa cuenta con el apoyo de un fondo especial de las Naciones Unidas bajo el lema “La educación no puede esperar”, que entregará al Gobierno ucraniano unos 5 millones de dólares en ayudas de emergencia para los niños afectados por la guerra, tanto en su educación como en su salud mental.

“Esencialmente, las escuelas tienen que estar protegidas de acuerdo con los compromisos con Unicef y otros socios de la ONU. Por ese motivo no cesamos en nuestro llamamiento a Ucrania de que cumpla con la Declaración de Escuelas Seguras”, señala Toby Fricker, portavoz de Unicef, en una entrevista telefónica. 

Fricker muestra su preocupación por la destrucción de al menos 15 de las escuelas gestionadas por Unicef como “escuelas seguras” en el este de Ucrania. 

“En estos centros los niños reciben información sobre los riesgos de los artefactos explosivos mortales, por lo que pueden salvar sus vidas, y también sobre resolución de conflictos. A niños y padres se les brinda además ayuda psicológica”, dice Fricker.

“Llevamos años apoyando al sistema educativo ucraniano. Durante la pandemia lanzamos una plataforma de educación online para toda Ucrania, y se está aplicando el mismo sistema ahora”, explica el portavoz de Unicef, aunque reconoce que es una iniciativa “incompleta”, ya que no llega a todos los niños por igual, especialmente a los que viven en los refugios y estaciones de metro. Por ello, Unicef está apoyando la formación de voluntarios para llevar educadores informales a los niños desplazados en los refugios.

Uno de los desafíos más urgentes es la falta de personal de educación infantil. En Ucrania hay una escasez cada vez mayor de profesoras y educadoras. “La mayoría de las docentes de infantil son mujeres, y muchas han huido con sus hijos”, explica Helena Dolhopol, maestra jubilada, desde la estación de metro 23 de agosto, en Járkov. Helena es voluntaria del programa de educación informal que impulsa el Ministerio de Educación con el apoyo de Unicef. “Estos niños llevan meses encerrados, viviendo bajo tierra, sin apenas ver la luz del día. Necesitan distracción”, insiste. Helena viene cada día por la mañana a la estación de metro y antes de bajar las escaleras a la plataforma ya le están esperando medio centenar de niños menores de cinco años para jugar. 

La maestra jubilada Helena Dolhopol juega con niños en el metro de Járkov. Abril de 2022. Diego Ibarra Sánchez
Ivan, de 6 años, se refugió en el metro de Járkov tras el inicio de la guerra. Diego Ibarra Sánchez

“No sabes lo bien que lo pasamos. Jugamos a la pelota, con globos, pintamos con acuarelas y después colgamos los dibujos por las paredes de la estación”, dice Helena, quien confiesa que ayudar a estos niños le ha dado esperanza. “Cada día veo noticias desoladoras de escuelas atacadas, de niños traumatizados que huyen de bombardeos y cuando vengo aquí y veo que estos niños me necesitan, me doy cuenta de lo mucho que vale la pena estar aquí, apoyándonos entre nosotros”.

En la estación de metro 23 de agosto se refugian 300 familias y sus mascotas. Muchos llevan allí desde el inicio de la invasión rusa. Como muchos de los desplazados que encontramos allí, Alina y su hijo Danil, de 9 años, vienen de Saltivka, uno de los barrios más bombardeados de Járkov. “Vivimos en un quinto piso. Las explosiones eran cada vez más fuertes y cercanas. Mi hijo tenía mucho miedo, así que decidimos irnos. Se han acostumbrado a vivir dentro de un vagón de metro. Al principio nos costó. Danil es un niño muy activo, y verlo aquí todo el día encerrado…”, dice Alina. “La verdad es que la vuelta a las clases online nos ha ayudado mucho. Ahora tiene una rutina”, añade. Danil, como el resto de los niños de la “comunidad” de la estación de metro 23 de agosto, se conecta a las clases online por la mañana y después queda a jugar con los otros niños. Unas veces solos y otras con la ayuda de voluntarias.

Alina no se arrepiente de haberse quedado. “¿Por qué tengo que huir? El metro es seguro. Queremos estar cerca de nuestra casa. No vamos a marcharnos de Járkov”, dice convencida.

Alina y su hijo Danil, de 9 años, en el metro de Járkov. Diego Ibarra Sánchez
Esta guardería de Járkov sufrió daños a principios de marzo. Diego Ibarra Sánchez

El avance de la guerra sigue afectando a millones de ucranianos que han decidido no abandonar sus hogares, pero hay niños que siguen estudiando pese a todo. Una oportunidad completamente inalcanzable en otros conflictos como Siria, Libia o Yemen.

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